THOMAS MIRÓ al hombre que ahora sabía fue quien planeara el virus. Un francés regordete con dedos gruesos y cabello negro grasoso que parecía poder pararse frente a un huracán sin inmutarse.

Este era Armand Fortier.

Monique le informó que los habían sedado. Los inyectaron a los dos una hora después de que él se desmayara. Varios hombres se pusieron a desmantelar el laboratorio. Los iban a movilizar; ella oyó decirlo a uno de ellos. Pero no supo adónde.

Luego ella se había desmayado. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo pasó desde entonces.

Despertaron aquí, en este cuarto de piedra sin ventanas con una mesa y una chimenea en el fondo. Ambos estaban sujetos con esposas fuertemente apretadas, sentados en sillas de madera, frente al francés y, detrás de este, Carlos. Monique aún vestía sus pantalones color azul claro y blusa, y Thomas aún usaba el uniforme de camuflaje.

Hunter había intentado deducir el sitio en que se hallaban, pero no tenía ningún recuerdo de que lo hubieran trasladado y no había nada en este salón que no se pudiera encontrar en cualquier parte del mundo. Supuso que habían pasado dos días. Si tenía razón, soñó porque no lo habían drogado durante esa hora después de que Carlos lo torturara.

Esa primera hora soñó con el careo donde terminara peleando con Justin y descubriendo que Martyn era Johan…

—Como ustedes saben, los estadounidenses intentaron rescatarlos —expuso Fortier; parecía que encontraba interesante el hecho—. Y yo sé de una fuente muy confiable que persiguen algo más que el antivirus. Los quieten a ustedes. Parece que todo el mundo quiere a Thomas Hunter y a Monique de Raison.

La mirada de Fortier se dirigió hacia Monique.

—Esta es la solución que tienes en mente. Creerías que simplemente te mataría y así eliminaría el riesgo de que te encuentren. Por suerte para ti, tengo motivos para mantenerte con vida —le informó, luego se dirigió otra vez a Thomas—. Tú, por otra parte, eres un enigma. Sabes cosas que no deberías saber. Nos diste la variedad Raison y luego sin querer nos ofreciste el antivirus, las dos caras de esta útil arma. Pero eso no termina allí. Sigues sabiendo cosas. Dónde estamos. Quizás, qué haremos a continuación. ¿Qué debería hacer contigo?

La mente de Thomas regresó al sueño del duelo con Justin.

Johan. El hombre que había dirigido a las hordas con tanta eficacia había sido Johan. Y tenía una cicatriz en la mejilla. Thomas había visto al dúo entrar al bosque para hacer la paz con Qurong, una paz que de algún modo se hallaba entrelazada con traición.

El gentío había estallado en un feroz debate. Thomas había vuelto hasta sus guardianes y el Consejo se les había unido para reprender la decisión de él de dar seguridad a Johan para que atravesara la selva. Sin embargo, ¿cómo podía él matar a Johan? Además, ¿no había ganado Justin el careo? Ellos no tenían derecho a desautorizarlo ahora.

Las festividades de esa noche fueron más desacuerdos que celebración; una extraña mezcla de entusiasmo por parte de quienes creían que Justin en realidad estaba destinado a liberarlos de las hordas con esta paz suya, y animosidad por parte de quienes se oponían con vehemencia a cualquier maquinación traicionera contra Elyon.

Thomas finalmente había caído en un sueño irregular.

—¿En qué estás pensando? —inquirió Fortier.

Thomas se fijó en el regordete francés. No tenía duda de que este sujeto triunfaría con el virus. Los libros de historias decían que lo haría. Y, como estaba resultando, cambiar la historia no era tan fácil como había esperado. Imposible, tal vez. Todo esto, su descubrimiento del virus al principio, sus intentos por desbaratar los planes de Svensson y ahora este encuentro con Fortier, muy bien podrían estar escritos en los libros de historias. Es posible imaginar eso: El intento de Thomas Hunter por rescatar a Monique de Raison en Cíclope falló cuando el transporte en que él volaba fue derribado… ¡De haber logrado rescatar los libros de la tienda de Qurong habría leído los detalles de su propia vida! Pero parecía que la senda de la historia continuaba exactamente como se había registrado, y él conocía su destino final aunque no el curso exacto que iba a tomar.

La pregunta ahora era cuándo. ¿Cuándo lo matarían finalmente? ¿Cuándo moriría Monique? ¿Cuándo se liberaría en realidad el antivirus para los pocos escogidos? ¿Cuándo descansaría el resto a causa de su horrible dolencia de muerte?

—Ellos los buscaron con casi cien aviones cargados de suficiente equipo electrónico para mover a París por una semana —informaba Fortier—. Fue todo un espectáculo, no todo a la vez o a una región, por supuesto. En círculos y hacia aeropuertos en todo el Pacífico Sur. Bloquearon las rutas aéreas entre Indonesia y Francia. Para ser bien sinceros, apenas logramos salir.

En los labios de Armand apareció una pequeña sonrisa.

—No lo habríamos hecho de no haber previsto esta posibilidad. ¿Sabes? No eres el único que puede ver el futuro. Ah, tu visión podría ser distinta de la mía basada en este… este don, en vez de sólido razonamiento deductivo, pero te puedo prometer que he visto el futuro, y me gusta lo que veo. ¿A ti no?

—No —contestó Thomas—. No me gusta.

—Muy bien. Aún tienes tu voz. Y eres sincero, lo cual es más de lo que puedo decir de mí mismo. Se alejó.

—Necesito saber algo, Thomas. Sé que sabes la respuesta, porque tengo oídos dentro de tu gobierno. Sé que el presidente no tiene verdadera intención de entregar el armamento que ahora está entrando al Atlántico. Lo que no sé es cuán lejos llevará el presidente este fanfarroneo. Necesito saber cuándo para tomar la acción adecuada. Debes saber que ahora estamos totalmente preparados para un intercambio nuclear. Sería útil saber si atacarán y cuándo.

—No dispararemos armas nucleares —respondió Thomas.

—¿No? Quizás no conoces a tu presidente tan bien como yo. Lo previmos. Ninguna información que me des cambiará el resultado de este juego de ajedrez; solo determinará cuántas personas morirán para facilitar ese resultado.

Fortier miró su reloj.

—Informaremos al público de Francia en tres días. Más de cien miembros menos progresistas del gobierno tendrán intempestivas reuniones entre ahora y entonces. Una delegación china está esperando reunirse con el presidente Gaetan en su despacho y me han pedido que acuda. Es evidente que se han filtrado los altercados contigo en Indonesia y que están causando revuelto. Los australianos amenazan con informar al público, y se les debe tranquilizar. Uno de nuestros comandantes está haciendo las preguntas equivocadas. Soy un hombre ocupado, Thomas. Me tengo que ir. Hablaremos mañana. Espero que tu memoria te sirva mejor entonces.

Fortier contempló a Monique, inclinó levemente la cabeza y salió del salón.

La mente de Thomas dio vueltas con los detalles que el francés le acababa de proporcionar. El mundo se apresuraba hacia su muy conocido final. Mientras él se encontraba desmayado soñando con la Concurrencia y con cómo era posible que el general Martyn fuera realmente Johan, con cicatriz y todo…

Thomas se detuvo. Miró a Carlos, que había atravesado el salón y abría una puerta que llevaba a la oscuridad.

Se volvió de perfil hacia Thomas. La cicatriz. Mejilla derecha. Curvada como una media luna, exactamente como recordaba la de Johan.

—Vamos —ordenó el hombre—. No hagan que los arrastre.

No, Carlos no querría arrastrarlos. Eso significaría acercarse demasiado… una oportunidad para que Thomas hiciera algo. El hombre sabía jugar con seguridad.

Pero nada de eso le interesaba a Thomas en este momento.

La cicatriz.

¿Y si Rachelle tuviera razón en cuanto a cómo funcionaban las realidades? Thomas podría ser el único enlace entre estas realidades, pero si alguien fuera consciente de ellas, estas dos realidades tenían potencial de afectar a esa persona. Por ejemplo, ahora que Rachelle creía en ambas realidades, si Monique se cortaba, quizás Rachelle despertaría con una cortada. Y si Monique moría, tal vez Rachelle también moriría. ¿Moriría Monique si lo hacía Rachelle? Thomas aún no había convencido a Monique de que creyera. Ni Monique había entrado en contacto con la sangre de Thomas.

¿Era creer el vínculo entre las realidades? ¿O la sangre de Thomas?

Quizás lo uno y lo otro. Esto tenía una extraña clase de sentido. Entre realidades se transfería vida, sangre, destrezas y conocimientos… él ya había experimentado mucho. Lo había probado. Pero ¿por qué?

Creencia.

Si alguien con siquiera la más leve creencia entrara en contacto con la sangre de Thomas, entonces la creencia de esa persona bastaría para conectarla a la realidad de Thomas. ¡Eso explicaría todo! Y no requeriría que Rachelle y Monique fueran una y la misma.

Era una teoría muy buena que hasta ahora no se le había ocurrido.

—Ahora. Por favor —expresó Carlos, señalando el cuarto. Pero había un hueco en la teoría. Principalmente, por qué él era Thomas en ambas realidades, por qué no compartía esta experiencia con alguien más.

Thomas se puso de pie.

—Tengo algo que decir —enunció—. ¿Puede usted conseguir al francés?

Carlos lo analizó.

—Tendrá que esperar.

—Querrá oír lo que tengo que decir antes de que se reúna con los chinos.

—Entonces dígame.

—Tiene que ver con cómo supe dónde mantenían a Monique. Usted sabía que yo iba a venir, ¿no es así? —declaró Thomas dando algunos pasos y deteniéndose a tres metros del hombre.

Detrás de él, Monique permanecía en su asiento.

—Usted me pudo haber rastreado en Washington, pero decidió ir a Indonesia y esperarme allí, porque sabía que yo me iba a enterar —continuó Thomas—. ¿Estoy en lo cierto?

—¿Qué tiene eso que ver con los chinos?

—En realidad no está ligado con los chinos en sí. Solo dije que él debería Saber esto antes de que se reúna con ellos.

—¿Y de qué se trata?

—De que voy a escapar antes de que él se reúna con ellos. Thomas no tenía esa clase de conocimiento, pero necesitaba la total tención del hombre y este era el primer paso.

—Entonces habría sido una llamada desperdiciada —dedujo Carlos—. No tengo intención de dejarlo escapar. Esta no es una discusión útil.

—No dije que usted vaya a dejarnos escapar. Pero nuestro escape lo involucrará. Lo sé porque usted no es como ellos. Usted es un hombre profundamente religioso que sigue la voluntad de Alá, y lo conozco muy bien. Mucho mejor de lo que cree que yo podría conocerlo. Nos hemos visto antes.

—Si usted me conoce tan bien —manifestó Carlos moviéndose—, entonces sabe que en mí no influye tan fácilmente un idiota que habla en clave.

—Así es. Sin embargo, ya han influido en usted. Lo han engañado. Lo sé sin la menor duda. ¿Cree que Svensson y Fortier tienen alguna intención de dejar que el islamismo prospere después de tener el poder? La religión es el enemigo de ese par. Ellos podrían establecer la suya propia, hasta podrían llamarla islamismo, pero no será el islamismo que usted conoce. Uno de los primeros en morir será usted. Sabe demasiado. Es muy poderoso. Usted es la peor clase de enemigo… y ellos lo saben. Usted también debe saberlo.

No respondió.

—¿No tiene curiosidad por saber cómo nos conocimos? —preguntó Thomas.

—Eso no ha pasado.

—Usted aún no tiene recuerdo de ello. Nos hemos conocido en la otra realidad. La de los libros de historias. Allá su nombre es Johan y es hermano de mi esposa. También es un gran general que nos ha ocasionado a mí y a mis guardianes del bosque más que nuestra parte de sufrimiento.

—La única razón de que usted viva es debido a su brujería —declaró Carlos, aparentemente sin hallar humor ni persuasión en lo que Thomas aseveraba—. Si se me vuelve a atravesar, lo mataré. Veo que en estos últimos días no ha sanado mucho.

Carlos miró las contusiones y las cortadas que habían hecho las esposas en las muñecas de Thomas.

—Creo que usted morirá fácilmente. Deme un motivo y probaré la teoría ahora.

—¿Es por brujería mi don? ¿O porque soy un siervo de él… de Dios? Debo admitir que en esta realidad no lo he seguido, pero realmente no he tenido una oportunidad, y eso está cambiando. Óigase a usted mismo. ¡Usted está marcado para morir porque cree en aquel que llama Dios! Usted sirve a dos demonios que matan para beneficio propio. ¿Cree usted que lo dejarán vivo?

Carlos parpadeó.

—¿Y si se lo puedo probar? Hermano.

—No sea absurdo.

—Pero usted cree que sé cosas que no debería saber —objetó Thomas—. Por eso me esperó en Indonesia. Usted sabía que yo iba a aparecer. Le digo que usted también cree en una realidad que es más complicada de lo que parece.

Thomas pudo ver la luz en los ojos de Carlos. Como musulmán, tal creencia le sería natural.

sep

CARLOS ESTUVO tentado a dispararle entonces al hombre. Si Svensson y Fortier no estuvieran tan impresionados por el extraño don de Hunter, él los habría desobedecido y habría matado aquí al hombre.

—El nombre de usted es Johan y estamos destinados a ser hermanos —expresó Thomas.

A él le dolió la mente con esta absurda revelación. ¿Quién había oído nunca algo tan absurdo?

Su madre lo había hecho. Ella practicaba mística ascética. El Profeta, Mahoma, también.

Hunter podría estar malinterpretando sus visiones, pero muy bien podría haber visto a otros en sus sueños. Quizás hasta a él. Carlos. Las afirmaciones del hombre lo enfurecían.

Por otra parte, Thomas era bastante listo como para intentar algo así a fin de distraerlo. Esposado, el hombre apenas tenía una plegaria para poderlo alcanzar, mucho menos escapar de él. Pero Carlos no lo subestimaría.

—Consideraré lo que usted ha dicho. Ahora, si no le importa, por favor…

—Entonces lo demostraré —afirmó Thomas—. Cortaré a Johan en el cuello sin tocarlo a usted.

Las palabras provocaron inquietud en Carlos. Le bajó calor por el cuello.

—¿Cree usted que puedo hacer eso? ¿Cree que si sano en la otra realidad sanaré en esta? ¿O que si muero aquí moriré allá? ¿Recuerda que me disparó, Carlos? Sin embargo, estoy vivo. Usted también vive igual que yo en la otra realidad, y acabo de tener una confrontación con usted en la Concurrencia. Le corté el cuello con mi espada.

—¡No sea ridículo! ¡Detenga esto de inmediato!

Pero la mente de Carlos reaccionó con temor. Había oído a los místicos hablar de este modo. Los cristianos. Había oído que algunos aseguraban creer que si un individuo tan solo abriera los ojos podría ver otro mundo. Y una pequeña parte de Carlos creía. Siempre había creído.

—¿Cree usted, Carlos? Por supuesto que sí. Siempre ha creído.

Al principio, Carlos confundió la sensación en su cuello con la furia que le recorría las venas. Pero el cuello le ardía. La piel le estaba picando como si se la hubieran cortado. Aquello no podía ser verdad, pero él sabía que lo era.

Se llevó la mano izquierda al cuello.

sep

THOMAS OBSERVÓ con sorpresa cómo la piel del cuello de Carlos empezaba de pronto a sangrar, exactamente como si lo hubiera hecho una espada.

No acababa de cortar a Carlos. Pero una parte de este creyó su historia acerca de Johan para causar la fisura en las realidades. Uno de estos dos mundos podría ser un sueño, pero en este momento no importaba. ¡Por ahora Carlos se hallaba sangrando porque Johan aún estaba sangrando!

El hombre se llevó la mano al cuello, sintió la pequeña herida y alejó sus ensangrentados dedos. Sus ojos miraron con desconcertada fascinación.

Entonces Thomas se movió. Dos pasos y despegó del suelo. Su pie golpeó a Carlos antes de que el hombre pudiera dejar de mirarse la mano.

El tipo ni siquiera se había preparado para el impacto. Se desmoronó como una cadena que cortaran del techo.

Thomas cayó sobre los dos pies y giró. Monique miraba, asombrada por los acontecimientos. Entonces corrió hacia él.

—¡Rápido! ¡Tiene las llaves en el bolsillo derecho! —exclamó ella, las palabras de la joven se amontonaron una sobre otra—. Las vi, ¡las tiene en su bolsillo!

Thomas se agachó hacia el hombre, tanteó el bolsillo detrás de él, sacó las llaves y se paró.

—De espaldas a mí, ¡rápido!

Se liberaron en cuestión de segundos. Las muñecas de Monique también sangraban a causa de las esposas. Ella hizo caso omiso de las cortadas.

—¿Ahora qué?

—¿Estás bien?

—Estoy libre; eso es mejor de lo que he estado en dos semanas.

—Muy bien, no te me alejes —expuso Thomas.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó ella mirando a Carlos, que yacía inconsciente, sangrando de una leve cortada en el cuello.

—Más tarde. De prisa.

El pasillo estaba vacío. Corrieron hacia la escalera al final y estaban a punto de subir cuando Thomas cambió de opinión. La luz del sol se filtraba por una ventana de un metro directamente adelante y encima. El pasador estaba abierto.

Tiró de Monique hacia él, se irguió, abrió la ventana y se balanceó en ella hacia fuera. Miró a lo alto, no vio guardias y regresó por Monique.

—Salta. Te levantaré —susurró.

Monique le agarró la mano y él la levantó fácilmente del suelo, estremeciéndose con el pensamiento del dolor que ella debía sentir en sus muñecas heridas. La joven se esforzó un poco por subir las rodillas a la cornisa, pronto ambos estuvieron bien agachados en la ventana y está firmemente cerrada detrás de ellos. Habían pasado menos de tres minutos desde que Carlos golpeara el suelo.

—Estamos en el campo —susurró ella introduciendo la cabeza para observar—. Una finca.

Thomas miró varios establos enormes y un camino que desaparecía en el bosque. La edificación se hallaba cubierta por antigua mampostería. El sol ya estaba escondiéndose en el horizonte occidental.

Carlos despertaría pronto. Tenían que poner una buena distancia entre ellos y esa granja.

—Está bien. Vamos directo hacia el bosque —anunció Thomas después de analizar los árboles más cercanos—. Una vez que estemos corriendo, no nos detengamos. ¿Puedes hacerlo?

—Puedo correr.

Él miró alrededor una última vez. Despejado.

Thomas salió del hueco de la ventana, levantó a Monique y corrió hacia el bosque, asegurándose de que ella estuviera cerca. El crujido de ramas y hojas secas los recibió dentro de los árboles protectores.

Thomas volteó a mirar. No había alarma. No todavía.

sep

MIKE OREAR guio del brazo a Theresa Sumner por el estacionamiento de los CDC. Ella había hecho caso omiso a las llamadas telefónicas que él le hiciera durante las últimas veinticuatro horas, presumiblemente por hallarse hiera de la ciudad. Pero al ver las bolsas en los ojos de ella, a él no le sorprendió saber que su amiga había estado escondida aquí, trabajando en el virus.

Había conducido la noche anterior hasta la casa de Theresa, sin suerte. Eran las ocho de la mañana siguiente cuando finalmente se dirigió hacia acá.

—Mike, ya dijiste lo tuyo. Y la respuesta es no. No puedes informar al público. No todavía —advirtió ella retirando el brazo.

—Veinticuatro horas, Theresa. Esto ya no tiene que ver contigo o conmigo. Hice una promesa, pero no estaba pensando con claridad. Infórmale a quien tengas que decirle que tienen veinticuatro horas para aclarar las cosas o lanzaré la historia al aire.

Ella llegó al vehículo utilitario deportivo y subió, con el rostro erguido pero agotado.

—Entonces muy bien te podrías estar uniendo a los terroristas, porque lastimarás a tantas personas como ellos.

—No seas ingenua. ¿Me estás diciendo que si no hago conocer la historia vivirán más personas?

Ella no respondió. Desde luego, la respuesta era no, porque si el virus era real, sea como sea ya estaban muertos todos. Y ese virus era tan real como ella lo había afirmado. Real como la leche, el pan o la gasolina. Él había pasado de la incredulidad a un estado de horror continuo por esta inminente enfermedad que se desarrollaba en su cuerpo en ese preciso instante.

—Lo cual significa que no están haciendo ningún adelanto —dedujo él y se alejó—. Grandioso. Razón de más para hacer saber esto.

—¿Y estás contento de saberlo? —contraatacó ella—. ¿Ha mejorado la calidad de tu vida por haberte metido en esto?

Los últimos cinco días habían sido un infierno en vida. Mike miró a lo lejos.

—Exactamente —continuó ella—. ¿Quieres meter al resto del mundo en la misma clase de conocimiento deprimente? ¿Crees que eso nos ayudará a tratar con el problema? ¿Crees que nos acercará un minuto a un antivirus o una vacuna? Ni por casualidad. Al contrario, nos obstaculizará. Estaremos lidiando con toda una nueva serie de problemas.

—Sencillamente no puedes dejar de decirles a las personas que van a morir. No me importa cuánto las quieras proteger; es de sus vidas de lo que estamos hablando. ¿Está el presidente aun manteniéndose firme en todo esto?

—Sus asesores están divididos —contestó ella cruzando los brazos y suspirando—. Pero te aseguro que en el momento en que las personas lo sepan, esta nación se paraliza. ¿Qué se supone que yo haga si no logro comunicarme con los laboratorios de Europa? ¿Pensaste en eso? ¿Por qué irían a trabajar los empleados de la telefónica AT&T si supieran que solo les quedan trece días de vida?

—Porque hay una oportunidad de que todos vivamos si ellos mantienen abiertas las líneas, por eso.

—Eso sería una mentira. Sencillamente estarías reemplazando una mentira por otra —objetó ella.

—¿Qué? ¿No hay ahora posibilidad de que podamos sobrevivir a esto?

—No que yo vea. Tenemos trece días, Mike. Cuanto más de cerca veamos esto, mejor comprendemos lo monstruoso que en realidad es.

—No puedo aceptarlo. Alguien tiene que estar haciendo algún adelanto en alguna parte. Estamos en el siglo veintiuno, no en la Edad Media.

—Bueno, sucede que el ADN no hace acepción de siglos. Todos estamos andando a tientas en la oscuridad.

—Sabes de todos modos que la noticia se sabrá pronto. Me sorprende que el resto de la prensa no haya atado ya los cabos.

Theresa respiró hondo.

—Sólo ha pasado una semana. Se necesita tiempo para reconocer patrones a menos que sepas lo que estás buscando. Los militares saben lo que buscan, pero se les ha dicho qué esperar bajo varias historias ocultas.

—Pero ¿por cuánto tiempo? ¡Esto es absurdo!

—¡Por supuesto que es absurdo! ¡Todo el asunto es absurdo!

Él puso la mano en el capó del Durango de Theresa. Frío. Ella llevaba aquí bastante tiempo. Quizás toda la noche. O más.

—Nuestra historia acerca de la isla en cuarentena al sur de Java está empezando a derrumbarse —confesó ella—. Una cantidad de personas salieron de la isla antes de que la cerraran. La prensa de allá se está preguntando cuánto se ha extendido. Igual la mitad de laboratorios que trabajan con nosotros.

—Ese es exactamente mi punto. No hay manera de que puedan contener esto. Deberíamos tener a todos los laboratorios del mundo trabajando las veinticuatro horas del día en esto…

—¡Tenemos prácticamente a todos los laboratorios del mundo trabajando las veinticuatro horas del día en esto!

—Deberíamos tener afuera a todos los militares, buscando a esos terroristas…

—Ya tenemos en esto a todas las agencias de inteligencia con algo que ofrecer. Pero, por favor, estos tipos tienen el antivirus… sencillamente no podemos enviar tras ellos un crucero de misiles.

—¿Sabemos dónde están?

Ella no respondió, lo cual significaba que lo sabía o que tenía una buena idea.

—Es Francia, ¿verdad? Ninguna respuesta.

—Finalmente, una excusa para destruir con armas nucleares a Francia.

—Creo que allá podría haber algunos interesados.

—Sin duda no el gobierno apropiado.

—No. No sé nada más, Mike —dijo ella, levantando una mano—. No más. Estoy perdiendo tiempo aquí.

Ella empezó a retroceder.

—Las personas deben arreglar sus cosas —advirtió él—. Con sus hijos. Con Dios. Veinticuatro horas, Theresa. No te implicaré.

—Haz lo que tengas que hacer, Mike —expresó ella, volteando a mirarlo—. Solo piensa mucho y muy bien antes de hacerlo.

sep

—¿ADÓNDE VAMOS? —inquirió Monique resoplando.

—Lejos de Carlos —contestó Thomas escudriñando la pradera que yacía delante de ellos; detrás de esta, un brumoso horizonte—. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?

—Yo diría que al norte. Quizás en las afueras de París.

—La Sûreté estará registrando el país por nosotros tan pronto como Carlos envíe el mensaje —comentó él—. Tenemos que conseguir un teléfono que tenga servicio a Estados Unidos. Los aeropuertos serán demasiado peligrosos. ¿Qué tal el Canal de la Mancha?

—Si pudiéramos encontrar un modo de llegar al canal sin ser rastreados. ¿Por qué no París?

Ella era francesa y pasaría fácilmente. Él podría destacarse.

—¿Conoces bien París?

—Bastante como para perderme entre el gentío.

—Tenemos tres días antes de que informen al público. Cuando eso ocurra tendrán que declarar la ley marcial. El transporte público se paralizará. Debemos salir del país antes de eso.

—Entonces París es nuestra mejor alternativa. Yo diría que está al occidente.

—¿Por qué?

—El horizonte no está claro hacia el occidente. Contaminación. Él consideró el razonamiento de ella.

—Está bien, al occidente.

Corrieron durante casi dos horas antes de que el sol comenzara a hundirse en el horizonte occidental. Se toparon con varios edificios de granja, los cuales bordearon después de una rápida mirada, pero aún no veían carreteras pavimentadas. El problema con usar el teléfono de una granja era que sin duda la Sûreté rastrearía cualquier llamada que se originara en esa parte de la nación, una tarea sencilla cuando allí no podía haber más de unas cien en ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Un teléfono público en un lugar frecuentado por turistas sería mucho más seguro.

El problema con encontrar ese lugar era simplemente que Thomas y Monique corrían a ciegas. No solo habían perdido la luz, sino que aún no estaban seguros de dónde se hallaban.

Siguieron corriendo, dudando entre sacar tiempo para encontrar la dirección correcta y mantener la distancia entre ellos y toda persecución que emprendiera Carlos. Dos veces Thomas retrocedió en su camino, se dirigió al sur por varios centenares de metros y luego siguió otra vez hacia el occidente.

La mente de Thomas forcejeaba con otros asuntos mientras corrían. La herida que le había provocado a Carlos en el cuello. Resultó que tenía razón: Conocer las realidades y creer en ellas les abría una conexión. No una puerta… pues Carlos no había despertado como Johan, ni viceversa. No de lo que Thomas supiera, de todos modos. Pero entre ellos se había provocado algún tipo de relación de causa y efecto. Quienes creían en las dos realidades veían los efectos transferibles en ambas. Sangre, conocimiento, destrezas.

Si se sangra en una, se sangra en la otra.

Sin duda, Monique iba a creer después de ver lo que le sucediera a Carlos. Tal vez con la inducción de Thomas ella creería que estaba conectada con Rachelle. Pero ¿era eso algo bueno?

Y si él matara a Johan, ¿moriría aquí Carlos? Quizás.

Dejar que Johan viviera había sido la decisión correcta; estaba seguro de eso. Ahora que conocía el enlace con Carlos, tendría que reconsiderar el asunto. Sin embargo, ¿cómo podría él matar al hermano de Rachelle?

También había otro asunto que le molestaba, algo que tenía dificultad en identificar. Su memoria se había nublado con esos sueños, no podía decir por qué, pero había un problema con Justin del Sur.

El guerrero lo había derrotado en buena lid y había revelado sus intenciones de negociar una paz, mientras las hordas tramaban su derrota final. Mikil había enviado dos grupos de exploradores, pero aún ninguno informaba de amenazas graves. Thomas había reforzado los guardianes en cada lado de la selva, pero aparte de eso no podía hacer nada más que esperar mientras Justin…

Se paró en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Monique deteniéndose también.

—Nada —respondió él y siguió corriendo.

Pero había algo. Estaban las palabras de Qurong, las que alcanzó a oír en el campamento de las hordas. Podía oírlas ahora.

—«Te lo digo, la brillantez del plan está en la audacia —había comentado Qurong—. Ellos podrían sospechar, pero con nuestras fuerzas a sus puertas se verán obligados a creer. Hablaremos de paz y escucharán porque deben hacerlo. Para el momento en que hagamos actuar la traición en él, será demasiado tarde».

Para el momento en que hagamos actuar la traición en él, será demasiado tarde.

¿Quién era «él»? Cuando Thomas supo que no había matado a Martyn, que el hombre con quien Qurong había estado hablando no era Martyn, había supuesto que «él» tenía que ser Martyn. El pensamiento se le cruzó por la mente cuando Justin llevó a Martyn al anfiteatro. En parte por eso Thomas no tenía intención de creer en ninguna paz que esos dos negociaran. Sus guardianes estarían listos.

Pero ¿y si «él» fuera Justin del Sur?

¡Por supuesto! ¿Quién mejor para traicionar que un héroe entre el pueblo, un poderoso guerrero que montara como un rey por el Valle de Tuhan y derrotara al comandante de los guardianes en un combate cuerpo a cuerpo?

¡Fue una trampa! Justin podría tener ya una alianza con Martyn. Había negociado la retirada de los encostrados del Bosque Sur. Luego había regresado al campamento principal de las hordas con Martyn y llegó a tiempo para salvar a Thomas y su grupo en una demostración de buena fe. El hombre en lo alto de la colina que observaba a Thomas y sus hombres había sido Martyn.

¡Todo tenía perfecto sentido! La batalla en el Bosque Sur, las palabras en la tienda de Qurong, que Justin salvara a Thomas en el desierto, la victoria de Justin en el careo y ahora esta revelación de Martyn como Johan. Incluso la marcha por el Valle de Tuhan.

Y todo enfocado a este fin. Una trampa. Una traición.

¿Y si la traición terminaba en la matanza de su poblado? ¿La muerte de los niños? ¿La muerte de Rachelle? ¿Moriría Monique? ¿Y si las hordas lo mataban? Él era necesario aquí.

Thomas no sería engañado por la traición de ellos. Cortaría el asunto y rechazaría cualquier paz ofrecida por Johan y Justin. Esto acabaría en una terrible batalla, quizás, pero…

Otro pensamiento lo sorprendió. ¿Y si él utilizaba este conocimiento contra las hordas? ¿Y si creaba un cambio total, uno que pudiera evitar por completo la guerra? Su propia paz en sus propias condiciones.

Thomas se volvió a detener, el corazón le palpitaba con ansiedad por volver a soñar. ¡Debía regresar y tratar con la traición de Justin!

Adelante, al borde de un claro, había una pequeña cantera. Las luces de una casita de granja brillaban a varios cientos de metros en el valle.

—¿Qué pasa ahora? —inquirió Monique, jadeando.

—Está casi completamente oscuro. No sabemos cuán lejos debemos seguir o adónde estamos yendo en realidad. Debemos detenernos para pasar la noche.

—¿Y si él nos atrapa?

—No creo que Carlos espere que nos detengamos para pernoctar… irá a la ciudad o investigará en establos y pueblos —dedujo él y señaló hacia las luces de la granja adelante.

—¿Quieres que nos detengamos aquí? —preguntó ella mirando alrededor.

Thomas corrió sobre la cantera. El terreno bajaba cerca de siete metros, como un tazón. En el fondo había varias rocas enormes.

—Podemos tender algunas ramas o paja.

Él creyó que ella protestaría. Pero después de un momento estuvo de acuerdo.

—Está bien.

Diez minutos después habían cubierto el terreno con pasto y apoyado varias ramas frondosas contra las rocas más grandes para formar una especie de enramada.

Thomas se sentó en una roca cerca de la enramada, demasiado tenso para pensar siquiera en dormir. Pero de eso se trataba… debía dormir ahora.

Estaba desesperado por dormir. Por soñar. Por detener a Justin antes de que la traición destruyera ambos mundos.

—¿Thomas?

Miró a Monique, que se recostó en la roca al lado de él.

—Todo saldrá bien —contestó él.

—Creo que eres demasiado optimista.

—¿Cómo puedo no ser optimista? Hace tres días persuadí al presidente de Estados Unidos de que mis sueños eran verdaderos y me envió en una ridícula misión para encontrarte. Le costó la vida a algunos hombres, pero te encontré. Ahora estamos libres, en nuestro regreso al mundo con información que cambiará la historia.

—Estamos en Francia —objetó ella mirando a lo lejos, claramente no muy convencida—. A menos que yo haya omitido algo, las personas que están haciendo esto tienen el control de Francia. Y entiendes que no tengo evidencia de que la información que poseo creará realmente el antivirus, ¿no es así?

—Svensson tiene el antivirus. Lo vimos inoculárselo.

—Pero no sé si lo que usó se basaba en la información que le di.

—Fortier casi afirmó que era la tuya.

—¿Por qué me mantuvieron separada de los demás?

Se sentaron en silencio. Bajo otras circunstancias podría haber sido un silencio consolador, pero ahora, en vísperas de la destrucción del mundo, sin pretensiones desde mucho tiempo atrás, solo era silencio.

—Así que crees de veras todo esto —comentó Monique.

Ella se refería a sus sueños.

—Sí.

—¿Cómo es posible?

—No tuviste mucho problema para creer que obtengo datos de mis sueños. Esa es información salida de algo poco convincente. ¿Por qué no más?

—Hay una gran diferencia entre soñar con información y cortar el cuello de alguien sin tocarlo —contestó ella.

—También me mataron a tiros en el hotel frente a ti.

—Eso va contra todo lo que alguna vez yo haya creído —expuso ella después de una pausa.

—Entonces creías en cosas equivocadas —objetó él encogiéndose de hombros—. Y, si es de algún consuelo, así creía yo. Cuando vives eso como yo lo he vivido, empiezas a sentirlo muy real. Incluso natural. No estoy afirmando que lo entienda. Ni siquiera que se pueda entender.

—¿Crees en Dios en todo esto? —inquirió ella mirando al cielo.

—No tengo un buen historial con la religión, a pesar de que mi padre sea capellán. Tal vez se deba a eso. Durante las dos primeras semanas de soñar en estas dos realidades, aunque tuve algunos sueños increíbles de encuentros con Dios en el lago esmeralda, mantuve todo en su pequeña cajita, reservada para lo misterioso. Había un bosque colorido con su versión de Dios y había esta Tierra, los dos con su propia serie de sueños. Yo creía que en esta Tierra no estaba Dios. No estaba listo para pensar de otra manera.

—¿Y ahora?

—Ahora vuelvo a sentir muy convincente la realidad de Elyon. En mis sueños, quiero decir. Por mucho tiempo después de que los shataikis invadieran el bosque colorido, para mí la batalla era más real que Elyon. He sido comandante de los guardianes, combatiendo en guerras y derramando sangre durante quince años, y ni una vez ha reportado nadie haber visto un murciélago negro ni haber oído una sola palabra de parte de Elyon. Llamamos a nuestra religión el Gran Romance, pero en realidad se siente más como una serie de reglas que como algo parecido al Gran Romance que una vez tuviéramos. Pero ahora creo que el conocimiento de Elyon empieza a abrirse camino en mí otra vez… en ambas realidades. ¿Tiene algún sentido? Si Elyon es real allá, sin duda Dios debe ser real aquí.

—Eso podría explicar tus sueños —dedujo ella.

Otro prolongado silencio.

—Aún no estoy lista para creer que esté vinculada a una mujer llamada Rachelle que está convenientemente casada contigo —concluyó Monique.

—Quizás lo mejor sea que no lo creas —enunció él suspirando—. Porque si estás vinculada a ella, entonces cualquier cosa que le ocurra a Rachelle también podría sucederte a ti.

—¿Quieres decir que si Rachelle se corta, resulto cortada? ¿Igual que Carlos?

—Rachelle ya ha experimentado eso mismo. No podemos permitir que te ocurra algo.

—Porque afectará también a Rachelle. Thomas suspiró y se volvió a recostar en la roca. —¿Está Rachelle en peligro de muerte?

—En realidad, sí. Todos lo estamos.

—Entonces supongo que sería mejor que soñaras y salvaras al mundo.

Por el tono de ella él supo que le frustraban estas ideas de los sueños, pero él no tenía energías para persuadirla ahora. Decidió darle un pensamiento diferente.

—Simplemente podría. Pero creo que deberé ir tras Justin para hacerlo.

Ella no preguntó quién era Justin.

La luna brillaba y la noche era fría cuando finalmente convinieron en que debían dormir. La enramada significaba ocultarse de todo ojo entrometido en el cielo y Thomas insistió en que los dos durmieran bajo las frondosas ramas.

A pesar de sus intentos iniciales y del pudor, ambos aceptaron el hecho de que en ese momento era más importante la comodidad y el calor que obligarse a estar en posiciones que los mantuvieran separados la mitad de la noche. Yacían hombro con hombro, brazo con brazo, en la oscuridad y empezaron a dormirse.

Thomas se hallaba casi dormido cuando sintió la mano de ella sobre la suya. Abrió los ojos. Al principio se preguntó si le tocaba la mano en su sueño. Debía apartar el brazo.

Tardó otros quince minutos en comenzar a dormirse otra vez. Así se quedaron profundamente dormidos, muñeca con muñeca.

sep

CARLOS CUBRIÓ el terreno en una caminata firme y rápida. La luna se hallaba bastante alta para iluminarle el camino, lo cual le hizo más fácil la marcha durante la primera hora de oscuridad, antes de que la luna se ocultara.

Viajaba solo porque este asunto de Thomas Hunter se había vuelto algo muy personal y también por tener la seguridad de poder tratar con el problema sin siquiera revelar toda la verdad de lo que ocurrió en la casa.

En su mano portaba un receptor que recibía una señal de la mujer. Una semana antes le habían cosido el transmisor a la banda de la cintura… no había motivo para no mantener controlado un activo tan valioso. Carlos tendría problemas si ella se despojaba de los pantalones, pero no tendría oportunidad, a menos que llegara a un pueblo. Y, basándose en el curso que seguían, eso no sucedería antes de la mañana.

Se habían detenido. Incluso en ese lugar los alcanzaría en cuestión de horas.

Levantó la mano y se volvió a tocar el cuello. La sangre se había secado; la cortada era poco más que un rasguño. Pero en la mente se le representaba todo el tiempo la manera en que la recibió.

Igual pasaba con lo que Thomas había dicho acerca de su propio fallecimiento después de que ya no fuera útil. Había considerado la posibilidad de que Fortier simplemente dispusiera de él una vez que tuviera lo que quería… nunca habría garantías con tipos como Fortier.

Pero Carlos no era un hombre sin planes propios. Podía encargarse de esta contingencia con Hunter. En principio, esto le daba un motivo perfecto para matarlo de una vez por todas. Pero también podría asegurarle su propio crédito hasta tener la oportunidad de eliminar tanto a Svensson como a Fortier. Les diría que antes de morir Hunter había confesado algo nuevo acerca de estos cuentos de él, que un intento importante de golpe seguiría inmediatamente a la transición de poder a Fortier. Lo mantendrían vivo al menos el tiempo suficiente para combatir el golpe.

Hunter no haría tal afirmación, por supuesto, pero había algo de verdad en eso. Habría un intento de golpe.

Los musulmanes, no un francés impío, terminarían siendo los ganadores en esta guerra de Alá.

Fortier no era el único hombre que sabía cómo pensar.