Capítulo XVIII

Hamilton Burger, el fiscal del distrito, estaba presente en la sala al reanudarse la vista. Se hallaba sentado al lado de su ayudante y su forma de comportarse indicaba claramente que sabía que Perry Mason estaba acorralado, por lo que el fiscal, que llevaba largo tiempo sosteniendo una amarga lucha con el abogado, había acudido en persona para gozar de las mieles del triunfo.

—¡Llamo a Maxine Lindsay al estrado de los testigos! —gritó Mason—. Avance, Maxine… Levante la mano derecha. Y diga toda la verdad.

—No es necesario tanto dramatismo —comentó Hamilton Burger—. Aquí no hay jurado.

—Le aconsejo que no personalice, señor fiscal —le reconvino quedamente el juez Madison.

—Maxine —empezó a interrogar Mason—, ¿recuerda la noche del trece?

—Muy bien.

—¿Conoció a Collin Durant en vida?

—Sí.

—¿Cuánto hacía que le conocía?

—Pues… no consigo recordar. De tres a cuatro años.

—¿Eran amigos?

—Lo habíamos sido y… Bien, le conocía. Hice algunas cosas para él.

—Bien, ahora escuche mis preguntas con atención, Maxine, y conteste sin ofrecer información voluntaria.

—Sí, señor.

—¿Conoce a Otto Olney?

—Sí.

—¿Estuvo presente en su yate con ocasión de una conversación entre usted y el difunto Durant respecto a uno de los cuadros del señor Olney?

—Sí.

—¿Qué le dijo Durant?

El juez Madison contrajo los labios.

—Creo que nos estamos metiendo en un laberinto…

Hamilton Burger saltó de repente.

—¡Su señoría! —gritó—. ¡Nosotros no hacemos ninguna objeción! Queremos que el señor Mason siga adelante. Cada nuevo tema nos ofrece nuevas ventajas para el contrainterrogatorio. No pretendemos objetar a ninguna de sus preguntas.

—Comprendo la actitud del ministerio fiscal —replicó el juez—, pero al fin y al cabo, este tribunal tiene una agenda muy apretada y… Sin embargo, no habiendo objeciones, permitiré que siga en pie la pregunta.

—¿Puede decimos qué sucedió con respecto a uno de los cuadros? —inquirió Mason.

—El señor Durant me dijo que un cuadro que el señor Olney tiene en su yate, cuadro atribuido a Felipe Feteet, era una falsificación. Más tarde, me conminó a que le relatase esta afirmación al señor Rankin.

—¿Quién es el señor Rankin?

—Lattimer Rankin, comerciante en cuadros. Era, según creo, la persona que le vendió el cuadro al señor Olney.

¿Y qué le dijo Durant a usted respecto al mismo?

—Que le comunicase yo al señor Rankin que él, Durant, aseguraba que era una falsificación y un fraude.

—¿Era un cuadro con unas mujeres debajo de un árbol?

—Sí.

—Voy a enseñarle a usted un cuadro —anunció Mason— que fue marcado para identificación, y le preguntaré si se trata del mismo.

El juez miró a Hamilton Burger.

—No hay objeción —proclamó el fiscal, resplandeciente—. Queremos darle al defensor tanta cuerda como quiera.

—Esto, probablemente —indicó el juez—, justifica la introducción del cuadro como evidencia.

—¡Si el señor defensor —gritó Burger— desea destruir su propio caso y asesinar a su cliente, allá él!

—De acuerdo —asintió el juez.

—Vamos a hacer esto, Maxine —prosiguió Mason—. Voy a mostrarle el cuadro que fue marcado para identificación. ¿Lo vio usted cuando fue presentado al tribunal?

—Sí.

—Bien, escuche con atención. ¿Es ese cuadro, el que le estoy enseñando ahora y que ha sido marcado para identificación, es este cuadro el que Durant le mostró a usted diciéndole que era una falsificación, añadiendo que se lo comunicara así al señor Rankin?

—No lo sé.

—¿No puede dar otra respuesta mejor?

—Diría que éste y el cuadro que yo vi son absolutamente semejantes. Si no es el que estaba colgado en el yate, se parecen como dos gotas de agua.

—¿Sostuvo alguna conversación con el señor Durant en la noche del trece?

—Sí.

—¿A qué hora?

—A las seis de la tarde.

—¿Qué dijo entonces el señor Durant?

—Que me marchase de la ciudad, lo antes posible, sin dejar ningún rastro y que ni siquiera me llevase nada.

—¿Cuándo le ordenó marcharse?

—Al cabo de una hora. Añadió que yo no podía quedarme en mi apartamento hasta más tarde.

—¿Hablaron respecto al dinero?

—Sí, le manifesté que no tenía bastante dinero para viajar y él me contestó que trataría de conseguirlo. Me rogó que le esperase una hora, pues si podía encontrar el dinero volvería antes; y en caso contrario, yo tendría que viajar con mis propios recursos, bien haciendo auto-stop, o pidiendo dinero a mi hermana por telégrafo.

—¿Tiene usted una hermana casada que vive en Eugenia, Oregón?

—Sí.

—¿Le comunicó usted al señor Durant que le había repetido sus palabras al señor Rankin, referentes a la falsificación del cuadro de Olney?

—Sí.

—¿Le contó todo lo demás que había usted hecho en relación con la demanda?

—Sí, le dije que había firmado una declaración jurada en su despacho, señor Mason, asegurando que el señor Durant me había dicho que el cuadro del señor Olney era una falsificación.

—¿Y fue después de haberle contado todo esto que el señor Durant le ordenó que abandonase la ciudad?

—Sí.

—Dígame, Maxine. ¿Sabía el señor Durant algún secreto suyo?

—Sí.

—¿La amenazó con revelarlo si no le obedecía?

—Sí.

—Su señoría —Mason se volvió hacia el juez—, creo que el cuadro debe ser introducido como evidencia.

—¡Objetamos a que este cuadro sea introducido como evidencia! —rugió Hamilton Burger—. No nos interesa saber si se trata de una falsificación de un Felipe Feteet, ni si estuvo colgado en el salón del yate del señor Olney ni…

—¡Jamás he dicho que hubiese estado colgado en aquel yate! —exclamó Mason—. ¡Nunca lo he creído!

—¿Cómo? —el juez Madison estaba intrigado.

—Creo, su señoría, que el asunto es mucho más profundo de lo que aparenta en la superficie.

—Naturalmente, su señoría —saltó Hamilton Burger—, todo este asunto resulta pueril, no refiriéndose para nada al asesinato que nos ocupa. Sin embargo, supongamos que el difunto fuese un timador que intentaba estafar al señor Olney, al señor Rankin, o a ambos; esto no le concede a la acusada el derecho de matar. No tenemos un corazón blando para los timadores ni para los extorsionistas, pero tampoco para los asesinos.

—Señor Mason —opinó el juez—, continúa en pie el hecho de que el cuadro marcado para identificación sigue siendo un factor aislado del caso. En otras palabras: un testigo ha declarado que el difunto le pagó cierta suma por el encargo de algunos cuadros. Pero el mismo testigo agregó, si no lo entendí mal, que le habían encargado realizar este cuadro, si bien no especificó que hubiese sido Durant quien le ordenó hacerlo. Y ahora, la acusada ha declarado que este cuadro es exactamente igual a uno que está colgado en el salón del yate, del que Durant le dijo que era una falsificación. Pero nosotros no hemos establecido si se trata de una copia, de una falsificación o del original.

—Precisamente —recalcó Mason—, y yo pretendo establecer su identidad sin lugar a dudas.

—Bien, adelante, demuéstremelo —le alentó el juez Madison—. A juzgar por el presente testimonio, podría tratarse del original. Este cuadro es demasiado bueno para ser una copia.

—Al fin de establecer lo que es —dijo Mason, enarcando las cejas pensativamente, reluctante en apariencia—, me veo obligado a retirar momentáneamente a mi testigo del estrado y formularle unas preguntas al testigo siguiente, Goring Gilbert.

—Muy bien —accedió el juez—. Si desea introducir ahora el cuadro como evidencia, efectuaremos un examen «voir dire», respecto al cuadro. Puede retirarse, señorita Lindsay, y el señor Gilbert subirá al estrado.

Halmilton Burger se levantó para protestar, vaciló y volvió a dejarse caer en su asiento.

Mason, mordiéndose los labios, fingiendo enfado, se volvió de espaldas a Burger y le guiñó un ojo a Maxine. Luego repitió la operación con Della Street.

Gilbert ocupó el sillón de los testigos.

—¿Le contrataron para que hiciera una copia de un cuadro que se hallaba en el yate de Otto Olney?

—Sí —repuso Gilbert.

—¿Realizó la copia?

—Sí.

—¿Este cuadro que ahora le estoy enseñando, señalado como prueba número uno de la defensa, es el mismo de que hablamos?

—Sí.

—¿Le pagaron por hacerlo?

—Sí.

—¿Cuánto?

—Dos mil dólares.

—¿Cómo le pagaron?

—¿No es esto una repetición? —preguntó el juez.

—Esto sólo es preliminar y quiero asegurarme de la base de mi defensa —aseveró Mason, mirando subrepticiamente el reloj.

—Bien, bien, adelante —concedió el juez.

—Cobré dos mil dólares en dinero, bajo la forma de veinte billetes de cien dólares.

—¿Y pintó la copia?

—Sí.

—Creo que ya no tengo más preguntas para este testigo —finalizó Mason—. Supongo que el señor fiscal no querrá contrainterrogarlo.

—Por el contrario —replicó con viveza Hamilton Burger—, el ministerio fiscal se propone contrainterrogar a este testigo. Y si bien la acusación pretende también contrainterrogar a la acusada, este ministerio se opone a la introducción de este cuadro como evidencia porque hasta ahora no ha sido relacionado con nada.

—Procederemos a identificar el cuadro en «voir dire» —replicó el juez Madison—. Es un procedimiento limitado, solamente con el propósito de sentar una base.

—Por esto, este ministerio se propone contrainterrogar al testigo.

—De acuerdo —concedió el juez—. Aún quedan unos minutos antes del aplazamiento.

—Dudo que pueda terminar mi contrainterrogatorio antes del aplazamiento.

—No se demore, pues.

—¿Cuándo habló por primera vez con Durant respecto a las copias de los cuadros? —comenzó a interrogar Hamilton Burger.

—Hace un año.

—¿Y copió varios cuadros para él?

—No copias exactas. Copias de estilo, no de cuadros.

—¿Pero este cuadro es una copia exacta?

—Sí.

—¿De un cuadro propiedad de Otto Olney?

—Sí.

—¿Y no le pagó Durant esta copia?

—No.

—¿Cómo?

—He dicho que no.

—Entiendo. No le pagó y usted, naturalmente, se quedó con el cuadro, ¿exacto?

—No.

—¿No dijo que cobró dos mil dólares en billetes de cien como pago de este cuadro?

—Sí.

—¿Y aún se quedó usted con la pintura?

—Sí.

Burger, oliendo de repente una trampa, se inclinó para conferenciar con Dexter. Al cabo de unos instantes volvió a erguirse.

—¿Le pagó la acusada para que hiciese usted esta copia?

—No.

—¿Quién entonces?

—Como no está relacionado con este caso no pienso divulgar el nombre de mi cliente.

—No es usted quien debe decidir si tiene conexión con este caso, jovencito —tronó Hamilton Burger—. Quiero, exijo que responda a mi pregunta.

—Un momento —intervino Mason—. El fiscal del distrito no puede exigir una respuesta a su pregunta a menos que decida que el cuadro está relacionado con el caso. Si el cuadro está por completo fuera del asunto, entonces el fiscal del distrito no tiene derecho a una respuesta.

—¡Usted lo ha convertido en parte del caso! —arguyó Hamilton Burger, trémulo de ira—. ¡Y yo tengo derecho a contrainterrogar al testigo después de haberlo interrogado usted!

—Yo no saqué a relucir el nombre de la persona que le encargó la copia del cuadro —razonó Mason.

—Tengo entendido que fue Collin Durant —rugió Burger.

—Estudie el testimonio y verá que el testigo nunca dijo que fuese Durant —le contestó Mason.

—Bueno, tengo derecho a obtener una respuesta a mi pregunta.

—Su señoría —dijo Mason con voz queda—, la acusación no puede comerse el pastel y conservarlo entero. Si el ministerio fiscal quiere estipular que este cuadro forma parte del caso, y que es un factor material del mismo, entonces tendré derecho a introducirlo como evidencia, y el fiscal podrá obligar al testigo a contestar a su pregunta, a menos, claro —y Mason hizo una pausa y miró significativamente al testigo, pronunciando lenta y claramente—, a menos, repito, «que la respuesta a tal pregunta le complique en un crimen, en cuyo caso el testigo no estará obligado a contestar a la pregunta».

El juez estudió el enfurruñado semblante de Burger, después a Mason y por fin a la acusada.

—Es una situación muy particular —murmuró.

—¡Tengo derecho a contrainterrogar a cualquier testigo que la defensa haga subir al estrado, y respecto a cualquier asunto relacionado con el testimonio prestado por el testigo! —protestó el fiscal una vez más.

—Pero éste es un procedimiento a «voir dire» —le recordó el juez.

—No importa. Tengo el derecho al contrainterrogatorio.

—Siempre que la pregunta se refiera a aspectos relevantes del caso. Pero usted no puede contrainterrogar a un testigo respecto a aspectos irrelevantes, a pesar de que al testigo se le hayan formulado las mismas preguntas en un interrogatorio directo. Recuerde, señor fiscal, que este tribunal le llamó la atención sobre el hecho de que algunas de las preguntas presentadas eran irrelevantes, pero usted insistió en no querer formular objeciones, ya que deseaba darle a la defensa toda la cuerda posible. Usted puede adoptar esta actitud, pero no forzar al tribunal. Éste no tiene por qué escuchar plácidamente una serie de pruebas completamente inadecuadas. Ahora bien, el tribunal se siente dispuesto a creer que el señor Mason está en lo cierto: si usted insiste en que su pregunta sea contestada, la defensa tiene derecho a protestar. La única forma de que su pregunta sea correcta y no pueda ser objetada es conformándose con que el cuadro sea introducido como evidencia.

—La defensa está tratando de introducirlo —exclamó el fiscal con amargura.

—¡Y usted lo está impidiendo! —le recordó el juez—. Yo deseo darles a cada uno la oportunidad de presentar evidencia en conflicto, pero no quiero perder el tiempo con asuntos extraños. Observé ya antes que este testigo no afirmó que fuese Collin Durant quien le contrató para hacer esta copia. Bien, usted quiere saber quién se lo encargó. La pregunta, ciertamente, no es relevante, a menos que tenga cierta relación con este caso, y no puede tenerla si el cuadro no forma parte del mismo.

—¡Bien, pues quiero saberlo —tronó Burger—, y tengo derecho a ello!

—¿Entonces, concede que el cuadro puede formar parte de la evidencia de la defensa?

—¡No!

—Bien —insinuó Mason—, propongo que este cuadro, que fue marcado previamente para identificación, sea introducido como evidencia en favor de la acusada.

—¡Protesto! —barbotó Hamilton Burger—. ¡No hay base para ello!

El juez Madison sonrió.

—Entonces, apoyaré la objeción del señor Mason a la pregunta. Opino que este asunto necesita ser investigado. Es altamente técnico y, sin embargo, se refiere a la introducción de un tema extraño y al contrainterrogatorio de un testigo sobre puntos que incluso el ministerio fiscal refuta irrelevantes.

—No es irrelevante el «voir dire» —repuso el fiscal del distrito.

—¿Pero el cuadro sí lo es?

—Sí.

—Entonces —decidió el juez—, si no fue encargado por el difunto ni por la acusada, ¿con qué objeto puede ser introducido aquí?

—Quiero saberlo —rugió Hamilton Burger—. Deseo satisfacer mi curiosidad.

—Su curiosidad no forma parte de este caso —sentenció el juez—. Estoy tratando de restringir la evidencia a cuestiones pertinentes. Si va usted a objetar a la introducción de este cuadro, supongo que más tarde pretenderá anular toda la evidencia referente al mismo, fundándose en que es incompetente, irrelevante e inmaterial.

—Cierto, su señoría —asintió el fiscal.

—En tales circunstancias —prosiguió el juez—, hasta que el cuadro haya sido identificado, no quiero obligar al testigo a divulgar los nombres de sus clientes, particularmente cuando el de éste no tiene nada que ver con el caso que nos ocupa. Sí, creo que apoyaré la objeción de la defensa. Sin embargo, como ha llegado ya la hora del aplazamiento, esta discusión será reanudada mañana por la mañana. Hablando con franqueza, pienso esta noche consultar algunas sentencias respecto al derecho de la contrainterrogación sobre la evidencia colateral.

Hamilton Burger volvió a sostener un animado coloquio en voz baja con su ayudante, y luego dijo:

—Su señoría, no tenemos qué oponer a una continuación de esta discusión. También nosotros consultaremos a ciertas autoridades en la materia.

—Muy bien —concluyó el juez—. Queda aplazada la vista hasta mañana por la mañana, a las nueve y media.