Capítulo XVII

Mason le sonrió a Maxine Lindsay cuando la mujer policía la hizo pasar al calabozo del tribunal.

—Maxine —le dijo—, voy a hacer algo que ordinariamente se considera un grave error. Voy a hacerla subir al estrado de los testigos en una sesión preliminar y permitir que cuente su historia.

—Es lo que deseo.

—Van a contrainterrogarla. Van a despedazarla de arriba abajo.

—Lo supongo.

—Van a hacerle muchas insinuaciones y tratarán de pescar en aguas revueltas.

—¿Qué quiere decir?

—Le harán toda clase de preguntas, esperando atraparla en una mentira. Le harán preguntas sobre su pasado…

—¿Quiere decir que me preguntarán por mí…?

—Se mostrarán amables —la interrumpió Mason—, pero procurarán averiguar cuánto tiempo vivió usted en cada sitio, en qué direcciones, si lo hizo con su propio nombre o no, si vivió con algún hombre, pasando por su esposa…

—No.

—Sólo se lo advierto. Y ahora, voy a tratar de acortar el contrainterrogatorio. Una vez haya contado usted parte de su historia, le pediré que se retire temporalmente. No sé si lo conseguiré.

—¿No será eso posponer las cosas?

—Sí —reconoció Mason—, pero tal vez podamos posponerlas el tiempo suficiente para cambiar todo el caso. Tal como están las cosas, usted no tiene la menor esperanza. El juez le enviará a proceso. Esto significa que no le permitirán depositar fianza por tratarse de un caso de asesinato en primer grado. No quiero que esto ocurra. Y usted tampoco debe quererlo.

—Bueno… no me importa padecer un poco… Pero no quiero ser condenada por un jurado… particularmente por algo que no hice.

—Lo sé —asintió Mason—, y por eso voy a correr el riesgo. Es una apuesta que debemos aceptar. Claro que usted tiene la palabra, Maxine.

—Yo quiero que haga usted lo que crea más conveniente, señor Mason.

—Sólo la llamaré al estrado para poder presentar el falso Feteet como evidencia. Creo poder hacerlo con su testimonio. Y recuerde, Maxine, que tiene ya veintinueve años. Es usted una mujer hecha y derecha. En tales condiciones, nadie esperará… Bueno, si vivió usted con un hombre, confiéselo, nadie se asustará. Pero no permita que la atrapen en una mentira. Diga la verdad de todo, sea lo que sea, porque estarán varias semanas investigando todo lo que usted diga, y si consiguen llevarla delante de un jurado y demostrar que mintió bajo juramento, sus posibilidades de escapar a una sentencia serán ínfimas.

—Entiendo.

—Bien… ¡y si usted me ha mentido a mí… que el cielo la ayude!

Mason fue a reunirse con Della Street.

La joven, consultando sus notas taquigráficas, le dijo:

—Jefe, ¿captó usted el significado de la respuesta de Gilbert a la pregunta acerca del cuadro? A mí me pareció entender que este cuadro no fue uno de los que le ordenó Durant.

—Sí, lo sé —asintió el abogado—, pero no sé qué quiso decir. Bueno, tengo que seguir adelante. Tal vez no entendió bien mi pregunta. Sin embargo, ahora no puedo ya retroceder. Tal vez Durant no trató con él directamente respecto a este cuadro, pero iba a comprarlo una vez estuviese terminado… Oiga, ¿nos dijo que Durant le había ordenado pintarlo cuando estuvimos en su estudio…? No, un momento, creo que no lo dijo.

—Yo creo que… —comenzó a decir Della Street.

—No —Mason frunció el ceño—. Yo le pregunté si había pintado cuadros para Durant y él respondió que sí. Le pregunté si eran falsificaciones y replicó que no, en el sentido estricto de la palabra; que Durant las vendía a sus compradores, como magníficas imitaciones. Después le pregunté si había pintado un cuadro con unas mujeres bajo un árbol, al estilo de Felipe Feteet, y vaciló un instante; luego fue hacia el montón de telas, sacó una y me preguntó si aquello contestaba a mi pregunta.

—¿Y bien? —le urgió Della Street.

—Aquí hay algo muy raro —prosiguió Mason—. Estoy tratando de introducir ese cuadro como evidencia. Una vez esto conseguido, le birlaré al fiscal su caso.

—¿Y Paul Drake está repartiendo citaciones?

—Sí —admitió Mason—, y lo primero de que se enterará usted es de que el cielo se ha venido abajo. Olney llamará al juez y alegará que no quiere figurar como testigo, que no sabe nada de este caso, y sus abogados reclamarán contra este abuso.

—¿Qué hará el juez?

—A menos que yo consiga sacar un gordo y reluciente conejo del sombrero, el juez procesará a Maxine. Pero ahora ya no puedo echarme atrás. Si lo hiciese, todo el mundo pensaría que durante el aplazamiento he descubierto que ella es culpable y que no me atrevo a seguir adelante. Esto sería altamente perjudicial para ella cuando el caso se vea ante un jurado. Lo único que puedo hacer es armar un alboroto, de forma que nadie sepa quién es el acusado y de qué.

—¿Y qué hará mientras tanto la acusación?

—La acusación seguramente enviará a nuestro estimado Hamilton Burger en persona, para que pueda complacerse en mi derrota, cuando llame a la acusada al estrado y arroje mi caso por la ventana. Señalarán a Hamilton Burger como el hábil fiscal que me ha forzado a cometer este error.

—Es muy listo —reconoció Della Street.

—Lo sé. Pero yo me he embarcado en mi canoa, impulsándola al centro de la corriente y ahora me encuentro ya en medio de los rápidos. O los supero o volcaré. No puedo ir hacia atrás, y si trato de eludir el peligro será mucho peor todavía. Lo único que puedo hacer es seguir remando, pretendiendo saber que existe un paso entre las rocas.