Perry Mason, Della Street y Paul Drake se hallaban reunidos en un cenador privado del restaurante situado cerca del Palacio de Justicia, donde comían habitualmente cuando tenían un caso en marcha.
Después de pedir la comida, Mason se levantó y comenzó a pasearse.
—El secreto de todo reside en esa maldita pistola —dijo.
—La pistola de Maxine, sí.
—Claro que es suya —asintió el abogado—. Está registrada a su nombre. Pero tiene que haber algo relacionado con esta arma.
—¿Qué más necesitan? —preguntó Drake.
—La historia de Maxine —afirmó Mason— es que guardaba el arma en un cajón de su armario. Cualquiera que estuviese familiarizado con el apartamento podía saber dónde se guardaba la pistola. Cualquiera pudo cogerla y cometer el crimen.
—¿Y volver a dejarla dónde? —quiso saber Della Street.
—Probablemente en algún lugar del apartamento.
—Pero nosotros no la vimos —le recordó Della—. O sea que el asesino no la dejó caer simplemente al suelo.
Mason asintió.
—Lo cual no significa que no estuviese allí. Pudo haberla devuelto al cajón.
—Es el único lugar donde podía estar —señaló Drake—. De habérsela llevado consigo Maxine te lo habría dicho, ¿verdad, Perry?
—Sólo Dios lo sabe —exclamó Mason—. Nunca puede decirse lo que hará un cliente, sobre todo si es una mujer. Se enredan en una serie de sucesos que parecen otras tantas trampas, e invariablemente pretenden engañar a sus abogados.
—Bueno —continuó Drake—, lo que sí es cierto es que no se hallaba entre sus pertenencias cuando fue detenida.
—¿Y si la hubiese escondido en alguna parte? —preguntó Della Street.
—Entonces la policía no la habría encontrado —observó Drake—. Creo que no debes preocuparte por la pistola, aparte del hecho de que sea suya, Perry. Claro que esto le da materia a la acusación para establecer el caso contra Maxine, al menos en la sesión preliminar.
—Tienen algo más —declaró Mason, reemprendiendo su paseo. De pronto se detuvo y añadió—: Paul, deseo averiguar, si es posible, cuántas veces ha utilizado Olney su yate durante los tres últimos meses. Me gustaría saber algo del sistema de vigilancia del club náutico; cuántas personas emplean como responsables o vigilantes. En otras palabras, a cuántas personas tendremos que investigar si queremos determinar si se ha empleado el soborno para que alguien pudiera trepar a bordo a hurtadillas. Tenemos que descubrir más datos relacionados con el truco que Durant estaba pergeñando.
—Esto me parece muy sencillo —opinó Paul Drake—. Durant consigue que alguien le falsifique un cuadro. Después, hace correr la voz de que un famoso comerciante de cuadros le ha vendido a un coleccionista un cuadro falso. El comerciante se enfurece, el caballero que adquirió el cuadro se encoleriza, acuden a un experto en arte para que valore el cuadro y acto seguido presentan una demanda contra Durant. Entonces, Durant procura realizar la sustitución del original por la falsificación. El caso va a los tribunales. Durant demuestra que el cuadro era una falsificación y recibe una gruesa suma de dinero.
Mason estaba midiendo el suelo.
—¿No es así?
—No lo sé —confesó Mason—. Durant le dijo a Maxine que se trataba de un cuadro falsificado. Consiguió que ella se lo contase a Rankin. Todo esto encaja en la pintura… pero ese tipo sacó diez mil dólares de algún sitio y le ordenó a Maxine que se fuese de la ciudad. ¿Por qué? Si el cuadro no hubiese estado falsificado, entonces sí habría necesitado mantener a Maxine fuera de la circulación para que no pudiera nadie probar sus declaraciones. Pero si podía demostrar que el cuadro era una falsificación, el testimonio de Maxine no servía para nada. Las dos teorías son diametralmente opuestas en varios aspectos. ¿Por qué necesitaba un cuadro falso? ¿Por qué deseó que Maxine se marchara de la ciudad? Tiene que haber algo que no sé, un factor vital que hemos pasado por alto.
Bruscamente, Perry Mason se volvió hacia Drake.
—Paul, procura almorzar de prisa. Después, vete al Palacio de Justicia, consigue unas cuantas citaciones para la acusada, y para todas aquellas personas relacionadas con este asunto del cuadro. Quiero ver a Otto Olney, a George Lathan Howell… y comprueba en los archivos las veces que el yate ha salido a alta mar. Procura descubrir cuántas horas ha pasado Olney a bordo. Y comprueba también la vida privada de Olney en su hogar. Descubre algo respecto a la señora Olney. Mándale una citación. Aparentemente, ambos cónyuges no se llevan muy bien, y Olney ha pasado gran parte de su tiempo en el yate últimamente. Aunque no existe una separación formal, todo indica que las relaciones conyugales no son muy cordiales.
El camarero sirvió la comida.
—¿Y Goring Gilbert? —preguntó Drake—. ¿Tengo que enviarle una citación?
—Tiene que recibir una citación «duces tecum» —afirmó el abogado—. Tiene que estar allí esta tarde con el cuadro falsificado.
—Esto producirá gran sensación.
—No lo sé. En la citación se puntualizará que debe comparecer con cualquier cuadro que haya pintado de acuerdo con el estilo de Felipe Feteet, y en particular con todos aquellos en los que figuren mujeres nativas agrupadas bajo un árbol, con unos niños jugando al fondo, y este fondo bañado por la luz del sol.
—¿Crees que se presentará?
—Si se niega, promoveré tal alboroto que los de la oficina del fiscal lo citarán por su cuenta. Deseo poner este cuadro como evidencia.
—¿No procurará impedirlo Dexter? —inquirió Della Street.
—Sí, peleará como un toro —asintió Mason—. Tendremos que disputarle el terreno palmo a palmo.
—¿Por qué?
—Primero, porque pensará que esto complica la situación, y segundo, porque forzará la mano para que yo llame a Maxine como testigo, a fin de poder sentar la base en la que me he apoyado para la exhibición del cuadro. Si la joven declara que Durant la conminó para que fuese a repetirle a Rankin lo que él le había dicho, entonces todo el asunto resulta admisible. Pero todo abogado que hace comparecer a su defendido como testigo en una sesión preliminar de un caso de asesinato es considerado generalmente como candidato a un manicomio. Lo único que la acusada puede lograr con su testimonio es presentar un conflicto con las pruebas, y ningún magistrado desea entrar en conflicto con la acusación; a menos, naturalmente, que se llegue a demostrar algo que destruya por completo todo el edificio del fiscal, y las probabilidades de conseguir esto son de una entre diez mil.
—Usted ya lo hizo, ¿verdad? —dijo Della Street.
—Lo hice en dos casos —asintió Mason—. Pero ambos eran casos extremos. Yo sabía que llamando a declarar al acusado, cimentaría la evidencia que de otra forma resultaría inadmisible, y efectivamente, aquella evidencia saboteó el caso del fiscal.
—¿Lo hará ahora? —se interesó Della Street.
—Esto es lo que trato de decidir —contestó Mason, sin dejar de pasear—. Me veo enfrentado a una responsabilidad que quisiera poder rehuir… pero sigo jugando con la idea.
Mason se instaló a la mesa, pero apenas comió, jugueteando con el tenedor, preocupada la expresión y los ojos fijos en el mantel.
Bruscamente, apartó el plato y se puso de pie.
—Lo haré —anunció.
—¿Qué?
—Llevarla al estrado.
Della Street comenzó a decir algo y se arrepintió.
—Es un suicidio legal en potencia —continuó Mason—. Si no me sirve, quedaré señalado como el bobo más bobo de todos los bobos de este país, de oeste a este, pero tengo que hacerlo. Es la única forma de introducir ese maldito cuadro como evidencia, antes de que ocurra algo.
—¿Qué puede ocurrir? —inquirió el detective.
—Muchas cosas. Podría desaparecer el cuadro, ser robado, incluso ser destruido. Y Goring Gilbert podría esfumarse en el aire. ¿Quién se preocuparía por el paradero de un pintor bohemio? Vamos, Paul. Ya comerás más a la hora de la cena. Ahora ve en busca de las citaciones, y envíaselas a Olney, a su esposa, a Howell, a Rankin y a los vigilantes del club náutico.
—¿Por qué a los vigilantes?
—Quiero saber cuándo se falsificó el cuadro.
—¿Podrá ser todo esto admitido como evidencia?
—Lo ignoro —confesó el abogado—. Pero lo intentaré. Una cosa es segura: puedo vigilar tan celosamente este cuadro, que no le ocurra nada. Lo mantendré como si el tribunal fuera una exposición.
—¿A un falso Feteet? —se burló Della Street.
Mason asintió.
—Andando, Paul.