Capítulo 19

Perry Mason estaba sentado en su despacho. Della Street lo miró desde el otro lado de la mesa, con ojos que brillaban como estrellas.

—¿Va usted a defender a Peter Laxter? —preguntó con interés.

—Si le acusan de asesinato, sí.

—No comprendo cómo sabía usted lo ocurrido.

—No lo sabía al principio. Pero lo sospeché después. Había dos o tres cosas que me dieron una idea bastante buena de lo ocurrido. Fíjese en la manera en que Frank Oafley se casó con Edith de Voe. Durante el tiempo en que vivía con Peter Laxter, dice que se veía con ella clandestinamente, por fuerza, porque Peter Laxter no miraba el noviazgo con buenos ojos. Pero él creía que Peter Laxter había muerto al arder la casa. No había necesidad ya de celebrar un matrimonio secreto, de privarse de una luna de miel. Me veo obligado a creer, por lo tanto, que el motivo de que ambos tuvieran tanta prisa en casarse era que se daban cuenta de que no puede hacerse declarar a una mujer contra su esposo sin el consentimiento del mismo, ni a un hombre contra su mujer. Esto era porque sabían que había probabilidades de que fuese descubierta la conspiración y eso significa que, de una forma u otra, habían averiguado ya que Ashton tenía conocimiento de ella. Creían a Peter Laxter muerto. Por lo tanto, Ashton era el único que podía saberlo.

Pero el indicio verdaderamente expresivo es el de la muerte. La teoría del fiscal era que la persona que había asesinado a Ashton había llevado la muleta al piso de Edith de Voe y luego asesinado a la mujer. Eso hubiera sido manifiestamente imposible de no haber sido Edith de Voe parte en el asesinato de Ashton, porque la muleta no estaba serrada cuando la llevaron al piso. Había sido cortada en el piso y se habían quemado trozos de ella en el hogar. Ello parecía indicar que Ashton había estado en el piso; que sus asesinos habían serrado la muleta después de matarle.

—¿Cómo hubiera quedado usted si la policía no hubiese detenido al abuelo? —inquirió Della.

—No lo sé. Quizás hubiera podido hacer prevalecer mi explicación; quizá no; pero creo que hubiera podido hilvanar bien los hechos.

—¿Por qué no acusó usted a Oafley más pronto?

—Por la serie de factores que había en el asunto —respondió Mason, lentamente—. En primer lugar, quería que Douglas Keene saliera bien y, en segundo lugar —se echó a reír— quería figurar, dar un golpe teatral. Si hubiese advertido a la policía, ésta se hubiera llevado el mérito y a lo mejor hubiera manejado el asunto tan mal que la inocencia de Keene no hubiese resplandecido nunca por completo. Hasta pudiera haberle tendido un lazo. Y yo quería que Oafley reconociese, bajo juramento, que había estado con Edith de Voe en el momento de cometerse el crimen.

»Yo no me presento ante un tribunal representando a un cliente, a menos que crea que dicho cliente tiene derecho a ser declarado inocente. Quiero crear esa fama ante el público y ante la fiscalía. Quiero llevar las cosas a tal extremo que se resistan a comparecer ante un tribunal como adversarios míos.

—Y —dijo Della— por último, aunque no menos importante, a usted le gusta tanto patinar sobre el hielo quebradizo, que le encanta enfrentar una persona con otra mientras usted corre toda suerte de riesgos.

—Tal vez —rió—. Como ya le he dicho anteriormente, a mí me gusta jugar sin postura máxima.

—Pero…, ¿por qué no le encargó usted a Drake que buscara a Watson Clammert?

—Con toda seguridad, no hubiera podido hacerlo a tiempo. La agencia mejor organizada para imponer la ley hoy en día es la perfeccionada por las compañías de seguros para detener a los ladrones de automóviles. Han creado un sistema perfecto de coordinación. Normalmente, la policía no coordina. En los casos de robos de automóviles, sí. Conque combiné la cosa de forma que Watson Clammert fuera detenido como ladrón de automóviles. Eso me consiguió resultados más rápidos, me permitió hacerle detener y fue causa de que confesara. Resultó muy sencillo después de todo. Yendo al hotel Baltimore, convenciéndole de que éramos una pareja en luna de miel, dejándole ver nuestro coche al dependiente, haciendo que se interesara por usted y consiguiendo que ocultara usted el coche y lo denunciara como robado, pusimos en marcha una maquinaria que forzosamente había de dar con Clammert. Él no sospechaba lo más mínimo. Conducía el coche que había comprado con su nombre supuesto. Era cuestión de horas el que fuese detenido.

—Bueno —dijo Della Street—; bien sabe Dios que sus métodos son poco convencionales; pero he de reconocer que son eficientes.

Él rió.

—Y —prosiguió la muchacha— ahora que hemos liquidado este caso, nos encontramos con un «Buick» de repuesto en las manos. ¿Qué vamos a hacer con él? ¿Venderlo o vender el coche de dos plazas?

—No —dijo Mason, lentamente—, más vale que nos quedemos con los dos.

Ella enarcó las cejas.

—Es que, ¿sabe usted? —explicó Mason—, es un coche muy útil de que disponer… por si quisiera alguna vez hacer una luna de miel… Entretanto, ¿hay algo de importancia en todo esto?

Indicó varias hojas de notas que habían sido colocadas sobre su mesa.

Los rápidos dedos de la muchacha repasaron los papeles y escogieron uno de ellos.

—Éste —dijo— es un cliente con quien habló Jackson. Quiere tener una conferencia con usted sobre el asunto.

El semblante de Perry Mason no dio muestras de gran interés.

—Se trata de un sonámbulo —prosiguió Della—. Si un sonámbulo comete un asesinato estando dormido, ¿existe responsabilidad criminal?

La mirada de Perry Mason se fijó. En su rostro apareció una expresión de interés. Cogió el teléfono y le dijo a la telefonista:

—Mándeme a Jackson. Dígale que traiga todas las notas que tenga acerca del caso del sonambulista.

Un momento después, al abrir Jackson la puerta, Mason señaló un asiento. Jackson se puso a hablar inmediatamente del asunto.

—Ha venido a vemos una tal señorita Hammer —dijo—: Se trata de un asunto de extrema delicadeza.

»Hace varios meses, su tío era sonámbulo. El saberlo le tenía desquiciado el sistema nervioso. Siempre temía hacer algo criminal mientras estuviera durmiendo. Se sometió a un tratamiento y se creyó curado. Vivía en Chicago por entonces. Al parecer, es un hecho comprobado por la medicina que la luna llena influye sobre los sonámbulos, de manera que, cada vez que se aproxima una luna llena, la señorita Hammer toma precauciones para asegurarse de que su tío no ande en sueños. Sin que él lo sepa, cierra la puerta de su alcoba con llave desde fuera.

»Es casi luna llena ahora, y ayer, por la mañana, la señorita Hammer encontró un cuchillo de los llamados trinchantes, con mango de cuerno, debajo de la almohada de su tío. Tenía las zapatillas cubiertas de polvo, como si hubiera recorrido alguna distancia con ellas puestas. El trinchante había salido del aparador del comedor. Ella volvió a colocarlo en su sitio y nada le dijo a su tío.

El rostro de Mason reflejó vivo interés.

—Pero…, ¡si creía que me había dicho que la puerta de la alcoba estaba cerrada con llave! —dijo.

—Así es. Y seguía cerrada por la mañana. Es un misterio para ella cómo lograría apoderarse del cuchillo.

—Quiere encontrar un buen psiquiatra. Quiere que someta a su tío a un tratamiento contra el sonambulismo sin que él sepa por qué se le somete a cuidado médico y quiere que usted le aconseje respecto a la forma en que puede proceder para conseguirlo. Cree que debiera de detenérsele con cualquier acusación falsa y querría saber si podría arreglarse la cosa para que se le mandara a la cárcel por conducir a velocidad excesiva. Una vez haya pasado la luna llena, el peligro habrá desaparecido temporalmente. Luego tiene el plan de llevarlo de vacaciones a algún sitio donde tenga un cambio completo de ambiente.

Mason afirmó pensativamente con la cabeza.

—Y si —dijo— el hombre ha cometido de verdad un crimen o lo cometiera estando dormido, ¡qué problema más bonito para el fiscal del distrito! Nuestro código dice que una matanza ha de ser llevada a cabo con premeditación y alevosía para que sea un asesinato y que no puede cometerse crimen alguno si no existe intención criminal. Imagínese, Jackson, que el hombre cometiera un asesinato. El Estado tendría que demostrar que existía premeditación, alevosía o intención criminal. Y no podrá hacerlo… no, si el hombre lo había cometido en estado sonámbulo.

—Claro que sería necesario convencer al jurado de que la persona en cuestión se hallaba en aquel momento dormida. Eso sólo podría conseguirse citando a la sobrina como testigo y… Claro que uno no sabe nunca qué hará un jurado.

—Hable claro, Jackson —ordenó Mason—: ¿es que le da mala espina la sobrina?

Jackson frunció los labios con cautela.

—Noooo —dijo.

Mason rió, encantado.

—Llámela por teléfono —dijo—. La recibiré en cuanto se presente.

Se volvió hacia Della Street, riéndose aún.

—Abra una carpeta —dijo— para un caso nuevo. Llámelo: El caso de la Sobrina del Sonámbulo.