Della Street entró corriendo en el vestíbulo del hotel.
—¡Oh! —gritó—. ¡Oh!
El dependiente le dirigió una mirada al semblante y luego salió de detrás del mostrador y se acercó a ella, solícito.
—¿Qué ocurre, señora Clammert…? ¿No es el avión…? ¡No puede ser el avión!
Ella se llevó los nudillos a los labios, moviendo negativamente la cabeza, con los ojos desmesuradamente abiertos, alarmados. Dos veces intentó hablar y ambas veces no logró más que exhalar una exclamación.
El dependiente se mostró solícito como correspondía a su cargo. Tampoco dejaba de darse cuenta de la belleza de aquella frágil y desilusionada recién casada cuyo esposo había tenido que dejarla cuando apenas había empezado la luna de miel. Le dio unos golpecitos animadores en el hombro.
—Querida señora —dijo—, ¿qué ocurre?
—¡El coche! —exclamó ella.
—¿El coche?
—Sí; el «Buick» nuevo de Watson. ¡Oh! ¡Y él, que le tiene tanto cariño!
—Yo lo he visto. Es muy hermoso. ¿Qué ha sido de él?
—Lo han robado.
—¿Robado? ¿De aquí? ¡Imposible!
—De aquí no —contestó ella, moviendo negativamente la cabeza—. Fui por la carretera con él; luego me apeé, lo dejé y fui a sentarme un rato en la playa. Fui un poco descuidada y dejé las llaves puestas. Cuando volví, había desaparecido.
—Bueno, pues, podemos recobrarlo —dijo el dependiente, sombrío—. Tiene muy pocas probabilidades de poder salir del condado sin que lo pesquen. ¿Qué número de matrícula tiene?
Della Street movió negativamente la cabeza con simpatía. Luego, como si tuviera una inspiración, dijo:
—¡Oh, ya sé! Telefonee usted a la Bolsa Internacional de Indemnización Automotiva. Telefonéeles con cargo a mi cuenta. Hicimos asegurar el coche hace unos días. Pueden buscar los datos en la póliza. Mi esposo tiene la póliza y no sé dónde está. Pero puede usted explicarles que han robado el automóvil y le darán a usted el número de matrícula y del motor y todos los datos que necesite.
El dependiente se había puesto ya en movimiento. Le dijo a la telefonista:
—Consígame una conferencia con la Bolsa Internacional de Indemnización Automotiva y póngase también en comunicación con el despacho del «sheriff» en el Palacio de Justicia. Mejor será que me ponga en comunicación con la compañía de seguros primero.
La telefonista se apresuró a obedecer.
—Me temo que estoy dando la mar de trabajo —dijo Della Street.
—De ninguna manera, señora Clammert. Lo único que siento es que haya ocurrido una cosa así para estropearle el placer de su estancia aquí.
Dándose cuenta entonces de que el placer de su estancia había quedado estropeado ya por algo más que la pérdida de un automóvil, el dependiente guardó silencio embarazoso.
La telefonista dijo:
—¿Quiere usted que le ponga la comunicación en una de las cabinas?
—Tal vez sea mejor.
—A la cabina primera —dijo la joven.
El dependiente entró en la cabina y, unos momentos más tarde, salió con un papel, cubierto de números.
—Ahora —le dijo a la telefonista— póngame con el despacho del «sheriff».
El dependiente volvió a entrar en la cabina. Luego salió, sonriendo.
—Ya están esperando para hablar.
—Puede usted tener la completa seguridad de que se volverá a encontrar al coche, señora Clammert. El despacho del «sheriff» va a dar cuenta a la policía motociclista del Estado y al despacho de los «sheriffs» de Ventura, Los Ángeles, San Luis Obispo, Bakersfield y Salinas. Cerrarán las carreteras por completo. Además, darán los números por radio y va a mandar telegramas a la División de Automóviles y a las patrullas de la frontera que dependen de los destacamentos de Arizona, Méjico y Oregón.
—Muchísimas gracias —murmuró Della—. ¡Oh! ¡Estoy más desolada…! Me parece que haré el equipaje y me marcharé a Los Ángeles y luego volveré cuando haya regresado mi esposo. No quiero quedarme aquí sin él.
—Sentiríamos mucho que se fuera usted, señora Clammert; pero comprendo perfectamente sus sentimientos.
Della Street volvió la cabeza con rápida determinación.
—Sí —dijo—; me iré a Los Ángeles.
—¿Dónde puedo avisarle a usted respecto del automóvil?
—Oh, avise usted a la compañía de seguros nada más. Los abogados de mi esposo se pondrán en contacto con ella. Después de todo, no es una cosa tan seria. Es de la incumbencia de ellos proporcionarnos un automóvil nuevo, ¿verdad?
—Oh, recobrarán ustedes su coche, señora Clammert. Es posible que algún vagabundo se lo llevara nada más para recorrer unos cuantos kilómetros. Lo dejará abandonado en mitad de la carretera en cuanto se quede sin gasolina, o si no, le detendrá alguno de los policías de carretera.
—Bueno —dijo Della—, supongo que la compañía de seguros se encargará del asunto. Han sido ustedes muy amables aquí y siento mucho no poderme quedar por más tiempo; pero ya comprenderán ustedes mis motivos.
El dependiente le aseguró que lo comprendía perfectamente, preparó su cuenta y se encargó de que saliera el equipaje para la estación.
* * *
Perry Mason estaba sentado en su despacho, leyendo la correspondencia, cuando se abrió la puerta y apareció Della, con una sombrerera en la mano.
—¿Qué? —dijo—. ¿Cómo está la desilusionada novia?
—Todo salió divinamente, jefe. Están avisando a las patrullas de la frontera y las carreteras.
—Sí, ya oí los informes de las llamadas policíacas.
—El dependiente se mostró la mar de solícito —aseguró Della—. Recordaba el «Buick» nuevo y le parecía una verdadera hermosura. Esperaba que no me vería sin él más de un día o dos… Dígame, ¿por qué se molestó tanto en conseguir que la policía diera por robado un coche? ¿No hubiera bastado que cogiera usted el teléfono y hubiera…?
Él la interrumpió sonriendo y movió la cabeza.
—¿Quería usted privarme de mi luna de miel, Della?
—Fue usted quien se privó de ella. Y aún no ha respondido a mi pregunta.
—Quería que fuese detenido Watson Clammert —repuso él lentamente—. Quería que lo detuvieran en tales circunstancias que pareciera ser un ladrón profesional de coches. No me hubiera sido posible conseguir tal resultado por medios corrientes, puesto que no me atrevía a hacer una denuncia con mi verdadero nombre y no me animaba a firmar una queja con nombre alguno. Mi teoría puede ser errónea, en cuyo caso no puedo permitirme el lujo de dar una pista que la policía o Clammert pudieran seguir. Necesitábamos alguien que consiguiera granjearse las simpatías y obtener la cooperación activa de la policía sin formar denuncia alguna y sin dejar una pista. El hotel Baltimore es un factor de mucha importancia en Santa Bárbara y el «sheriff» del condado de Santa Bárbara es lo bastante importante para conseguir toda clase de cooperación policial. Pero el hotel Baltimore no se hubiera prestado a servimos de instrumentos y sacarnos las castañas del fuego de no haberles interesado nosotros lo bastante para que no se les ocurriera dudar de nuestra identidad.
»Era necesario algo romántico y sentimental para conseguir eso, para proporcionarle al dependiente un palco escénico desde el que pudiera hacer de comprensivo espectador de su luna de miel estropeada.
—Y…, ¿querría usted decirme exactamente cuáles son esas castañas que espera usted que le saquen del fuego?
Mason movió negativamente la cabeza.
—Ahora no —dijo—. ¿Volvió usted en tren?
—No; hice que me mandaran el equipaje a la estación. Luego alquilé un coche para venir aquí.
—¿Ha dejado usted rastro?
—No.
—Muy bien. Están apresurando las cosas en el caso de Keene. Empiezan la vista preliminar esta tarde a las dos.
Ella le miró con ojos sobresaltados.
—¿Que van a empezar la vista preliminar esta tarde?
—Sí; estaba preparando las cosas para ir allá. ¿Quiere usted asistir?
—Claro que sí.
—Suelte su sombrerera, y acompáñeme. Discutiré el asunto con usted en el taxi.
—Pero…, ¿por qué permitir que precipiten los acontecimientos? ¿No podía usted haberlo hecho aplazar?
—Yo creo —respondió él, riendo— que las cosas salen que ni a pedir de boca. Quiero que se den prisa.
—¿Por qué?
—En parte para que no tengan que estar esos dos muchachos en tensión mucho tiempo y, en parte, para vengarme del sargento Holcomb.
—¿Cómo quiere usted decir?
—Si el sargento soluciona el misterio, el honor será para él. Si el misterio lo soluciono yo, seré yo quien se lleve el crédito.
—¿Cree usted que Holcomb podría solucionarlo?
—Creo que se solucionaría a pesar suyo. Es decir, creo que se ha puesto en movimiento la maquinaria para solucionarlo. No tardará mucho en aclararse la situación por sí sola y quiero yo pillarles la delantera a los demás. Usted ya me conoce: me gustan los golpes teatrales.
La mirada de Della resultó más expresiva que su voz, y su voz tenía aquella nota singular, baja y vibrante que la caracterizaba cuando se sentía dominada por la emoción.
—Es usted el hombre más noble del mundo —dijo. Y luego, al levantar la vista, agregó con una sonrisa—: Y el novio menos satisfactorio que darse pueda. No tiene usted la menor idea de lo mucho que simpatizó aquel dependiente conmigo.