Capítulo 10

Perry Mason abrió la puerta de su despacho particular y encendió la luz. Consultó su reloj de pulsera, se acercó al teléfono, marcó el número de la agencia Drake de detectives y supo, por la telefonista de guardia, que Paul Drake no estaba y que no había telefoneado. Mason dijo su nombre y dio instrucciones para que Drake se pusiera en contacto con él, y cortó la comunicación. Se metió los pulgares en las sisas del chaleco y empezó a pasear por el despacho, pensativo.

Unos minutos más tarde, unos dedos tabalearon suavemente en el antepaño de la puerta del corredor. Perry Mason abrió y Drake lo saludó con una sonrisa.

—¿Consiguió averiguar algo, Paul? —preguntó.

—Bastante.

—¿Qué ocurrió después de marcharme yo?

—Mucho trabajo de rutina. Interrogaron a Shuster. Se negó a decir quién le había dicho que el cadáver había sido exhumado, conque telefoneé yo a la secretaria de Shuster y le dije que me encontraba en un lío, por un asesinato, y que necesitaba ver a Shuster inmediatamente.

—¿Cómo dio usted con ella?

—Eso es cosa fácil. Shuster es uno de los abogados que reciben llamadas telefónicas a todas horas del día y de la noche. El listín de teléfonos lleva el número de su despacho y una nota en la que se dice que, caso de no recibir contestación en dicho número, que se telefonee a otro que se da. El otro número es el del piso de su secretaria.

—Ya. ¿Averiguó usted algo por ese conducto?

—Sí. Que esperaba que le telefoneara Shuster de un momento a otro. Me dijo que alguien le había llamado con urgencia cosa de una hora antes que yo. No sabía exactamente qué asunto era el que le había hecho salir; pero que tenía entendido que se trataba de un asesinato.

—Así pues, no fue para darle la noticia de la exhumación.

—Al parecer, no.

—Pero, cuando llegó a la casa, ya estaba enterado.

—Justo.

Mason, con los pulgares en las sisas del chaleco, tabaleó con los dedos en su pecho.

—En otras palabras, Paul, quiere usted decir que después de haber recibido Shuster esa llamada telefónica misteriosa, salió y se puso en contacto con alguien que quería que se dirigiese a toda prisa a casa de Laxter.

—¿Por qué no? Cosas más raras se han visto. Supongo que no creerá usted que Shuster se presentó nada más que porque creía que sus clientes debían saber que el cadáver había sido examinado, ¿verdad?

—Es probable que no —respondió Mason pensativo.

—Shuster es astuto —advirtió Drake—. No le estime usted en menos de lo que vale.

—No lo haré, descuide. ¿Qué más sabe usted, Paul?

—Muchísimas cosas.

—Desembuche.

—¿Sabía usted que Frank Oafley y Edith de Voe estaban casados?

Perry Mason interrumpió su paseo de un lado a otro del despacho.

—Hace cuatro días —prosiguió Drake— solicitaron una licencia de matrimonio. Obtuvieron la licencia hoy. Uno de mis hombres se enteró.

—Esa ha sido una buena faena, Paul. ¿Cómo lograron guardar el secreto?

—Dieron domicilios falsos. Oafley alquiló un piso de soltero por unos días y dio esas señas como domicilio suyo al solicitar la licencia a nombre de F. M. Oafley.

—¿Está seguro de que se trata del mismo?

—Sí; uno de mis hombres se aseguró mediante una fotografía.

—¿Cómo sabe usted que están casados?

—No estoy seguro; creo que se casaron esta noche.

—¿Por qué cree usted eso?

—Oafley telefoneó a un cura protestante y acordó reunirse con él en cierto sitio. El ama de llaves soltó esa información… Me la soltó a mí, no a la policía.

—¿No ha confesado Oafley aún?

—No; no ha dicho ni media palabra. Dijo que había salido a «ver a una persona amiga» y Burger no insistió.

—¿Averiguó usted el nombre del cura?

—Se llama Milton. Conseguí el número de su teléfono; pero no sé su nombre de pila. Podemos encontrar las señas en el listín.

Mason reanudó su paseo por el despacho pensativo.

—Lo malo de Shuster, Paul —dijo—, es que siempre quiere ayudar a la policía a encontrar al «culpable». Si dejan a Shuster en paz, el «culpable» es siempre una persona que no sea cliente de Shuster.

—Los dos clientes de Shuster pueden probar divinamente la coartada en este caso, Perry.

—¿Qué quiere decir eso?

—Sam Laxter no se acercó para nada a la casa en toda la noche. Llegó después de haberse presentado la policía. Frank Oafley estuvo ausente hasta eso de las once y entonces entró. A Ashton lo mataron alrededor de las diez y media.

—¿Cómo han podido fijar la hora?

—Mediante toda esa suerte de combinaciones vampirescas en que especializan los médicos que se dedican a las autopsias. Saben a qué hora comió y pueden calcular hasta qué punto había progresado la digestión.

Mason cogió el sombrero.

—Vamos, Paul; nos vamos de visita.

—¿Adónde?

—De visita, simplemente.

—Una de las características de los casos de que usted se encarga —observó Drake— es que no puede uno dormir.

Mason salió a la calle.

—¿Tiene usted el coche aquí, Paul?

—Sí.

—Vamos a la avenida Melrose, 2961. Yo he guardado mi coche.

El detective repitió la dirección y luego dijo:

—Ahí es donde vive Douglas Keene.

—Justo. ¿Está la policía investigándole?

—No en particular. Sólo está coleccionando nombres y señas, de momento, y yo tomé notas. Es el novio de Winnie, ¿no? Había otro llamado… ¿Cómo se llamaba? —consultó su libro de notas—. Inman… Harry Inman.

—Así es. Vamos. Usaremos el coche de usted.

—Bueno —contestó el detective—: mi coche ha sido escogido cuidadosamente para que no llame la atención. No se distingue, si es que usted me comprende…

—Calculo —dijo Mason riendo— que hay un millón de automóviles en este Estado. Cien mil de ellos son nuevos. Doscientos mil son seminuevos… y éste es…

—Uno de los setecientos mil restantes —completó el detective, abriendo la portezuela de un coche desvencijado. Mason se subió a él. Drake se colocó al volante y puso en marcha el motor.

—¿Va a interesarse la policía por este muchacho? —inquirió Drake.

—Es un riesgo que hemos de correr.

—En tal caso —observó el detective— dejaremos el coche a una manzana o dos de la casa y recorreremos a pie el resto de la distancia.

Mason afirmó con la cabeza, pensativo.

—Y pida usted a Dios que no nos interrumpan mientras estemos efectuando el registro.

—¿Vamos a forzar la entrada? —inquirió Drake, mirándole de soslayo.

—Procuraremos no romper cosa alguna.

—Por lo que deduzco, usted lo que quiere es que yo lleve un equipo de abrir y cerrar puertas.

—Algo así.

—Llevo uno en el coche; pero… ¿qué será de nosotros si nos pesca la policía?

—Se trata del piso de Douglas Keene y el muchacho es cliente mío, aun cuando él no lo sepa. Voy a entrar en el piso con el fin de proteger sus intereses. Ya sabe usted que sólo puede llamarse «robo con escalo» cuando se entra ilegalmente en un sitio con intención de llevar a cabo un acto criminal.

—Esas distinciones resultan demasiado rebuscadas para mí —confesó Drake—. Dejo a cargo de usted el que no caigamos en la cárcel. Me parece que puedo ya correr los mismos riesgos que usted. Vamos.

El coche de Drake era decididamente poco conspicuo en color, modelo y forma. Mason suspiró resignado al ponerse el automóvil en movimiento.

—¿Figura Keene como sospechoso en algo? —inquirió el detective.

—Por eso vamos a su casa… Es preciso que lleguemos antes que nadie.

—¿Quiere usted decir con eso que entrará en escena más adelante?

Mason no respondió a la pregunta y Drake añadió:

—Deduzco que eso significa que lo que no sé no puede hacerme daño.

Un cuarto de hora más tarde paró el coche junto a una acera desierta, miró de un lado a otro de la calle, apagó los faros y cerró el coche.

—Tenemos que recorrer a pie dos manzanas —observó—. Esto es lo más cerca que se puede dejar el automóvil en un asunto de esta clase…

—Si se tratase de un robo de verdad —comentó Mason—, supongo que lo hubiera dejado usted a una milla.

Drake afirmó enfáticamente con la cabeza.

—Y, además, me hubiera quedado sentado al volante —asintió—. Ustedes, los abogados, corren demasiados riesgos con la ley para mi gusto.

—Yo no soy abogado —rió Mason— más que como diversión. Mi verdadera profesión es la de aventurero.

Los dos hombres caminaron juntos, aprisa, sin decir una palabra; pero sus ojos, inquietos, andaban alerta, buscando coches de la brigada volante de la policía, que pudieran andar por allí. Doblaron la esquina, caminaron las tres cuartas partes de una manzana y Drake dio un codazo al abogado.

—Ya hemos llegado —dijo.

—La puerta exterior debiera de ser fácil —dijo Mason.

—Sencillísima —asintió Drake con optimismo—. Están construidas estas puertas para poderlas abrir con llave maestra. Casi cualquier cosa las abre. ¿Viene alguien por las cercanías?

—No se ve un alma.

—Bueno, ábrase el gabán de forma que oculte la luz de mi lámpara de bolsillo.

Un momento después se abría la puerta y los dos hombres la franqueaban.

—¿Qué piso? —preguntó Drake.

—El tercero.

—¿Qué puerta?

—La 308.

—Más vale que subamos por la escalera.

Subieron la escalera silenciosamente. En el tercer piso, Drake echó una mirada profesional a la cerradura de las puertas.

—Son de las que se cierran de golpe —observó.

Encontró la 308, se detuvo y preguntó en un susurro:

—¿Y si llamáramos?

Mason movió negativamente la cabeza.

Drake suspiró:

—Iríamos más aprisa descorriendo el picaporte.

Mason contestó lacónicamente:

—Vayamos aprisa, pues.

Había una ranura muy pequeña entre la puerta y el marco. El detective extrajo un estuche de cuero del bolsillo y sacó de él un instrumento que se parecía mucho a la larga y delgada espátula que usan los pintores.

—Coja usted la lámpara, Perry.

Mason obedeció. Drake introducía la hoja de acero cuando el abogado le asió por la muñeca.

—¿Qué es eso?

Drake miró las singulares huellas que le indicaba Perry Mason.

—Alguien se nos ha adelantado —dijo—. A lo mejor aún están ahí dentro.

Ambos hombres miraron al punto en que se había aplastado ligeramente la madera.

—Un trabajo bastante mal hecho —observó Drake.

—Entremos —contestó Mason.

—Usted manda.

E introdujo la hoja de acero. La manipuló unos instantes. La cerradura se abrió.

—Haga girar el pomo y abra la puerta, Perry —dijo el detective, sujetando la lengüeta de la cerradura para que ésta no volviera a cerrarse.

Perry Mason obedeció y ambos entraron en la casa.

—¿Luz? —inquirió Drake.

Mason asintió y dio el interruptor.

—Es el sitio más indicado para no dejar huellas digitales, Paul —dijo.

Drake le miró con cierta extrañeza que acentuó el aspecto humorístico de sus facciones.

—¿Me dice usted eso a ? —inquirió.

Mason miró a su alrededor.

—No ha sido usada la cama —dijo.

—Está abierta —observó Drake— y la almohada está aplastada.

—A pesar de eso, nadie ha dormido en ella. No hay cosa más difícil de imitar que la clase de arruga que se forma en una sábana con el prolongado contacto de un cuerpo.

El piso era típico de un soltero. Los ceniceros estaban llenos de colillas. Había una botella de whisky, un vaso sucio, un par de cuellos sucios y un sujetador de corbata sobre la mesa. Media docena de corbatas colgaban del soporte del espejo. La puerta de un armario ropero estaba abierta, exhibiendo varios trajes que colgaban de una varilla. Los cajones de la cómoda estaban medio abiertos.

Mason los abrió del todo y los miró, pensativo.

—Una maleta —dijo— hecha a todo correr.

Sacó pañuelos, calcetines, camisas y ropa interior.

—Asomémonos al cuarto de baño, Paul —agregó.

—¿Qué es lo que busca?

—No lo sé. Busco, sencillamente.

Mason abrió la puerta del cuarto de baño y retrocedió bruscamente.

Drake, que se había asomado por encima de su hombro, emitió un silbido y dijo:

—Si es cliente de usted, más vale que le haga confesarse culpable.

Alguien que trabajaba con el frenesí inspirado por el pánico había intentado evidentemente eliminar todo rastro de sangre de la ropa que había en el cuarto de baño, y no había hecho bien el trabajo. El lavabo estaba salpicado de sangre. Habían echado agua al baño, pero no lo habían desaguado después. Era esta agua de un color rojizo achocolatado. Había sido lavado un pantalón y colgado a secar de la varilla de metal de la que colgaba la cortina de la ducha. Habían sido lavados unos zapatos con agua y jabón al parecer y el lavado había sido insuficiente. Aún quedaban manchas en el cuero.

—Echaremos una mirada al armario —dijo Mason.

Y volvieron al armario. La lámpara de Drake iluminó los rincones oscuros y se vio un montón de ropa sucia. Drake quitó la ropa de encima del montón y se detuvo al dar la luz sobre prendas salpicadas de sangre.

—Bueno —dijo—; pues no hay nada más que ver.

Mason volvió a meter la ropa en un rincón de un puntapié.

—Bien, Paul —dijo—: ya hemos acabado aquí.

—Ya lo creo. Oiga, ¿cuál es la definición técnica de lo que estamos haciendo aquí?

—Eso —respondió Mason— depende de si la definición la hago yo o de si la hace el fiscal. Vamos; marchémonos de aquí.

Salieron del piso apagando las luces y cerrando la puerta tras sí.

—Busquemos al cura ése —propuso Mason.

—No saldrá a la puerta —objetó Drake— ni nos dejará entrar nada más que para contestar a nuestras preguntas… a estas horas de la madrugada, por lo menos. Es más probable que llame a la policía.

—Usaremos a Della —dijo Mason—; y le haremos creer que se trata de dos enamorados que se han escapado de casa para casarse.

Hizo que Drake condujera hasta un restaurante donde había teléfono y llamó a Della Street. Oyó su voz soñolienta.

—Empieza a convertirse en costumbre mía eso de despertarla a usted a las tantas de la madrugada —dijo—. ¿Qué tal le sentaría a usted fugarse y casarse a estas horas, Della?

Se oyó una exclamación de asombro.

—Quiero decir —le explicó Mason— hacer creer que huye usted de casa para casarse.

—¡Ah! —respondió ella con voz sin expresión—. ¿Conque es eso, eh?

—Eso es. Vístase, que vamos a buscarla. Será una experiencia nueva para usted. Va usted a ir en un coche que cada vez que toque un bache hará que se le ondule la espina dorsal; conque no se moleste en darse una ducha. Se despabilará usted a fuerza de sacudidas.

Paul Drake bostezaba prodigiosamente al colgar Mason el auricular.

—La primera noche es siempre la más difícil —dijo—; después de eso me acostumbro a pasarme sin dormir hasta el final… cuando se trata de casos de usted. El día menos pensado, Perry, nos van a pescar y nos van a meter en la cárcel. ¿Por qué demonios no se sienta usted en su despacho y aguarda a que le traigan los asuntos, como todos los demás abogados?