El reloj que había sobre la mesa de Perry Mason marcaba las dos treinta y cinco. Paul Drake, director de la agencia de detectives Drake, estaba sentado, cruzado, en la butaca, con las piernas echadas sobre uno de los brazos y la espalda apoyada contra el otro. Tenía las comisuras de los labios torcidas hacia arriba, lo que prestaba cierta expresión humorística a su semblante. Era como si estuviera a punto de romper a sonreír. Sus ojos eran grandes, saltones y vidriosos.
—¿Qué ocurre esta vez? —preguntó—. No me había enterado de que hubiese ocurrido asesinato alguno.
—No se trata de un asesinato, Paul. Se trata de un gato.
—¿De un qué?
—De un gato…, un gato de Angora.
El detective suspiró y dijo:
—Bueno; un gato. Y…, ¿qué pasa?
—Peter Laxter —explicó Perry—, probablemente un avaro, tenía un palacio en la ciudad en el que se negaba a vivir. Vivía en su residencia del campo: una quinta situada en Carmencita. La quinta se incendió y Laxter ardió con ella. Dejó tres nietos: Samuel C. Laxter y Frank Oafley, que son sus herederos, y Winifred Laxter, a la que desheredó. El testamento contenía una cláusula en que se estipulaba que a Carl Ashton, su portero, se le había de dar empleo permanente de por vida. Ashton tenía un gato. Quería conservar el gato a su lado. Sam Laxter le dijo que se deshiciera de él. Me condolí de Ashton, le escribí a Laxter una carta y le dije que dejara el gato en paz. Laxter fue a ver a Nat Shuster. Shuster vio ocasión de embolsarse unos honorarios crecidos y le dijo a Laxter que lo que yo pretendía era impugnar el testamento. A mí me exigió la mar de condiciones imposibles para llegar a un arreglo, y cuando no quise cumplirlas porque me era imposible hacerlo, sacó todo el producto que pudo de mi negativa. Supongo que se había hecho pagar una cantidad bastante crecida para retener sus servicios.
—¿Qué desea usted?
—Voy a hacer papilla ese testamento —contestó Mason, sombrío.
El detective encendió un cigarrillo e inquirió, arrastrando las sílabas:
—¿Va usted a hacer migas el testamento por un gato, Perry?
—Por un gato —asintió el interpelado—; pero en realidad, voy a hacer migas a Shuster al mismo tiempo. Shuster se las ha estado dando de criminalista. Estoy harto. Es un picapleitos, un perjuro y fomentador del perjurio y un sobornador de jurados. Cuando tiene algún cliente, no sólo procura salvarle, sino que fabrica deliberadamente pruebas que señalen a alguna persona inocente, a fin de que parezca aún menos culpable su defendido. Ha andado jactándose por ahí de que, si alguna vez se encuentra frente a frente conmigo, va a demostrar todo lo listo que es. Estoy harto de él.
—¿Tiene usted copia del testamento? —inquirió Drake.
—No; aún no. He mandado sacar una del Registro.
—¿Ha sido admitido ya para su probanza?
—Tengo entendido que sí. Sin embargo, puede impugnarse igual antes que después de admitido.
—¿Dónde encajo yo en el asunto?
—En primer lugar, busque usted a Winifred. Luego averigüe todo lo que pueda de Peter Laxter y de los dos nietos que heredan sus bienes.
—¿Me pongo a trabajar de la forma corriente o quiere usted que desarrolle toda la actividad posible?
—Quiero que desarrolle toda la actividad posible.
Los ojos vidriosos de Paul Drake dirigieron una mirada especuladora al abogado.
—Debe de haber la mar de dinero en gastos —murmuró.
El rostro de Mason se tornó grave.
—Es muy posible que haya ocasión de ganar algún dinero, Paul. Evidentemente, Peter Laxter era un avaro. No se fiaba mucho de los bancos. Poco antes de morir, vendió acciones, obligaciones y papel de Estado por valor de un millón de dólares aproximadamente. Después de su muerte, los herederos no pudieron encontrar el dinero.
—¿Y si se hubiera quemado con él en la quinta? Lo tendría en billetes con toda seguridad.
Es posible que se haya quemado; pero también es posible que no haya ocurrido tal cosa. Cuando Ashton salió de mi despacho un hombre le seguía los pasos… un hombre que conducía un «Packard» verde, nuevo.
—¿Sabe quién era ese hombre?
—No. Le vi desde la ventana. No pude distinguir su cara. Vi un sombrero de fieltro claro y un traje oscuro. El «Packard» era tipo sedán. Claro está que a lo mejor la cosa carecerá de importancia; pero… ¡cualquiera sabe! Sea como fuere, Winifred Laxter está de suerte, porque voy a hacer que se anule ese testamento. Shuster ha estado hablando de lo que me hará si se encuentra alguna vez enfrentado conmigo ante el tribunal y yo le voy a proporcionar la ocasión de cumplir su palabra.
—A Shuster no puede usted enfadarle luchando con él; eso es lo que está deseando. Usted lucha para salvar a sus clientes; él lucha para cobrar buenos honorarios.
—No puede cobrar honorarios si sus clientes pierden todo lo que tienen. Un testamento anterior lega toda la fortuna a Winifred. Si yo hago anular el último, el válido será el anterior.
—¿Va usted a representar a Winifred?
Mason movió negativamente la cabeza.
—A quien yo represento es a un gato. Tal vez necesite a Winifred como testigo.
Drake se puso en pie.
—Conociéndole a usted como le conozco —dijo—, supongo que eso significa que quiere usted que desarrolle una actividad pasmosa.
Mason asintió.
—Y quiero que se ponga a trabajar a toda prisa. Consígame informes sobre todos los aspectos que descubra: bienes, facultades mentales, influencia indebida, todo.
Al cerrar Drake la puerta del despacho tras sí, Jackson llamó con los nudillos y entró con unas hojas de papel tamaño folio, escritas a máquina.
—He hecho sacar una copia del testamento y lo he repasado cuidadosamente —dijo—. La cláusula referente al gato es un poco débil. Desde luego, no es condición para la herencia de los bienes y hasta es posible que ni siquiera pueda cargársele el coste de su manutención a la fortuna del difunto. Con toda seguridad no se trata más que de la expresión de un deseo del testador.
En el rostro de Mason se leyó un desencanto.
—¿Hay alguna otra cosa más? —preguntó.
Al parecer, fue el propio Peter Laxter quien redactó el testamento. Tengo entendido que ejerció la profesión de abogado durante varios años en un Estado del Este. Como testamento en general, está demasiado bien redactado para que se le pueda impugnar; pero contiene un párrafo algo raro. Tal vez podamos hacer algo con ese párrafo si la cosa va a parar a los tribunales.
—¿Qué párrafo es ése? —inquirió Mason.
Jackson cogió la copia del testamento y leyó:
—«Durante mi vida me he visto rodeado del afecto y los cuidados, no sólo de mis parientes, sino de aquellos que, al parecer, esperaban que alguna circunstancia fortuita les incluiría en la lista de los beneficiados. Nunca he podido poner en claro qué cantidad de dicho afecto era genuino y qué cantidad tenía por objeto alisar el camino para una posible herencia. Si el motivo del afecto exteriorizado era este último, mucho me temo que mis herederos van a llevarse un chasco para ellos. Sin embargo, tengo un pensamiento que ofrecerles como condolencia, y al propio tiempo, una sugestión. Mientras que aquellos que aguardaron con impaciencia mi muerte para repartirse mi fortuna van a quedar desilusionados, a los que me profesaban un afecto sincero no les ocurrirá lo propio».
Mason frunció el entrecejo y dijo:
—¿Qué mil diablos quiere decir con eso? Desheredó a Winifred y dejó todos sus bienes a los otros dos nietos para que se los repartieran. No hay nada en este párrafo que pueda cambiar eso.
—No, señor —asintió Jackson.
—Ocultó un millón de dólares aproximadamente, poco antes de su muerte; pero aun cuando se descubriera ese dinero, seguirá teniendo que ir a engrosar la fortuna mueble e inmueble.
—Sí, señor.
—A no ser que haya hecho una especie de regalo antes de su muerte. En tal caso, pertenecería a la persona a quien le hubiera sido hecho.
—Es una cláusula singular —observó Jackson—. Puede muy bien haber hecho un regalo en usufructo, en administración o algo así.
Mason dijo lentamente:
—No puedo menos de acordarme del fajo de billetes que llevaba Carl Ashton en el bolsillo cuando ofreció una cantidad en depósito para retener mis servicios… Sea como fuere Jackson, si Peter Laxter le dio dinero a Ashton… bueno, pues va a librarse una verdadera batalla campal para adueñarse de él, esté el dinero en depósito o no.
—Sí, señor —asintió Jackson.
Mason, moviendo afirmativa y lentamente la cabeza, descolgó el teléfono que comunicaba con el despacho de Della Street y, cuando oyó su voz, dijo:
—Della, póngase en comunicación con Drake y dígale que incluya a Carl Ashton en sus investigaciones. Me interesa especialmente averiguar algo de la situación económica de Ashton… quiero saber si tiene cuenta corriente en algún Banco, si ha hecho alguna declaración al fisco; si posee alguna finca; si tiene dinero entregado a crédito; cómo está clasificado en Hacienda y cualquier otra cosa que pueda averiguar Paul.
—Está bien. ¿Tiene usted prisa por saber todo eso?
—Mucha.
—La línea de vapores «Dollar» dice que le reservará el camarote hasta mañana por la mañana a las diez y media —observó Della.
Y luego colgó el auricular, cortando la comunicación, mientras Perry Mason sonreía, mirando al teléfono.