PRÓLOGO

Todo empezó el 2 de septiembre del 97, con un almuerzo en el Hotel Palace de Madrid con Rafael Borrás y Carmen Fernández de Blas, en representación de la editorial Plaza y Janes.

De aquella cita salió el acuerdo para escribir un libro en torno a la llamada «guerra digital» que por aquel entonces, y desde hacía justamente un año, mantenía ocupados a los ejércitos de Prisa y de Telefónica en singular pelea, bajo la atenta mirada de un Gobierno que, hasta el mes de abril de dicho año, había sido un protagonista más de la batalla.

Pero apenas unos meses después, ya estaba claro que aquélla era una trifulca de cortos vuelos. Villalonga y Polanco se enfadaban y/o abrazaban una vez al mes, más o menos, de acuerdo con los parones y/o acelerones que experimentaban las negociaciones en marcha para la fusión de Vía Digital y Canal Satélite Digital, una operación que el de Telefónica estaba dispuesto a firmar pero que al final resultó imposible por la cabezonería de un Juan Luis Cebrián empeñado en convertir un asunto meramente empresarial en un trágala político.

De modo que en los primeros meses del 98, la idea original de ese libro sobre la «guerra digital» varió de rumbo para convertirse en algo pretendidamente más ambicioso, centrado en la legislatura Aznar o, más concretamente, en el choque de trenes producido por la irrupción del primer Gobierno de la derecha democrática española en el ancho de vía de un Partido Socialista que había descarrilado tras casi 14 años de poder por culpa de la corrupción y el crimen de Estado.

Cuatro años de Gobierno popular en los que la oposición a Aznar iba a correr fundamentalmente a cargo del grupo Prisa, con un PSOE que, sumido en profunda crisis, cambió hasta tres veces de líder en los últimos tres años. ¿Cómo luciría España al final de la primera legislatura Aznar? ¿Que quedaría de aquel paisaje apelmazado y tenso, sin esperanza, que se encontraron los populares en marzo del 96?

Un planteamiento quizá ambicioso en exceso, que pronto se reveló como una carga de trabajo formidable. Lo cierto es que en los dos últimos años he estado varias veces a punto de arrojar la toalla, para dedicarme a menesteres más modestos. Si no lo he hecho ha sido por la férrea determinación de no admitir la derrota y mantenerme fiel a esa fuerza de voluntad heredada de mis ancestros castellanos. No podía rendirme. Pero también, y sobre todo, por no defraudar el apoyo recibido de mi familia, mis amigos y de todos aquellos que me tienen afecto que, por fortuna, son muchos.

Con ellos por muleta he llegado hasta aquí, atravesando las dudas y soledades de uno de los tiempos más difíciles de mi vida. A todos, mil gracias. Gracias a mis hijas, María y Ángela, que no han cesado de animarme, a menudo desde un punto de vista mordazmente crítico. Gracias a mi madre y hermanos, que han compartido a ciegas mi preocupación.

Mi agradecimiento más profundo a José Antonio Sánchez y Ángeles López, por quererme… y soportarme.

Gracias mil a Francisco Justicia, compañero y amigo del diario El Mundo, que leyó los textos y aportó un sinnúmero de valiosas sugerencias.

Gracias muy especiales a Nacho Cardero, un joven periodista llamado a ser un gran periodista, que durante dos años me ayudó y fue testigo en mi estudio de Aravaca de las peripecias de una singladura que a veces temí nunca llegaría a puerto.

Mi sincero reconocimiento a los frailes agustinos del monasterio de Santa María de la Vid, machadianas orillas del Duero entre Aranda y el Burgo de Osma, con quienes he compartido este año largos fines de semana, que accedieron a prestarme el silencio de una de sus celdas, gracias al cual este libro recibió empujes esenciales hacia su final.

Gracias también a un buen número de amigos que me ayudaron con aspectos parciales de este trabajo, cuyos nombres omitiré para no hacer demasiado larga la relación y, en algunos casos, no crearles problemas.

Por desgracia, el agradecimiento no puede hacerse extensible a la editorial Plaza y Janes. El 19 de octubre pasado, una apesadumbrada Carmen Fernández de Blas, almorzando en el restaurante «La Paloma» de Madrid, me transmitió la mala nueva: los «jefes», después de haber recibido y analizado los originales de los cuatro primeros capítulos, habían decidido no publicar el libro, a menos que yo consintiera en mutilar alrededor del 50 por 100 de los textos.

Los responsables de la editorial, con sede en Barcelona, Manfred Grebe, director general para el área de España y Latinoamérica, y su segundo, Juan Pascual, director general adjunto, no se andaban con excusas a la hora de explicar su decisión: «no queremos problemas». No los querían con Polanco, ni con la Casa Real, ni con el PSOE, ni con el Gobierno, por lo que gustosamente se avenían a perder el dinero que habían adelantado a la firma del contrato y a ceder el original para que pudiera ser publicado por otro editor.

Tal parece ser la filosofía de Berstelsmann, propietario de Plaza y Janes, cuyo fundador Reinhard Mohn recibió años atrás el premio Príncipe de Asturias de la Comunicación. El poderoso grupo editorial alemán, una potencia también en nuestro país (dueño, entre otros negocios, del Círculo de Lectores), se ha instalado, pues, en España dispuesto a prestar un gran servicio a la libertad de expresión restringiendo descaradamente sus límites. Todo un indicio de los riesgos y limitaciones que hoy conlleva expresarse con libertad en España, al margen de lo políticamente correcto. Así están las cosas a las puertas del nuevo milenio.

Por fortuna, había gente dispuesta a correr el riesgo de publicar este libro. Es el caso de Ramón Akal, dueño de la editorial del mismo nombre, con once sumarios del Tribunal de Orden Público (TOP) franquista a sus espaldas. Mi agradecimiento vuela más lejos que las palabras. Va por él.

Aravaca, 25 de noviembre de 1999