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EL GOLPE DEL DÍA DE NOCHEBUENA

Antonio Asensio quemó sus naves con el Gobierno de José María Aznar el 17 de diciembre de 1996. Ese día, el editor, recibido en el Palacio de La Moncloa, no dijo la verdad al presidente.

—Mira, Antonio, que me dicen que estás en tratos con otra gente…

—Que no, José María, que no es verdad. ¿Y con qué gente te han dicho que. estoy?

—Con Polanco.

—Ni hablar. ¿Tú crees que después de lo que ha pasado entre nosotros, que me han llamado de todo, voy a querer tener tratos con él? Jamás. Te reitero una vez más mi voluntad de permanecer al lado de este Gobierno en el campo de la comunicación.

—Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué no firmáis?

—Porque estoy esperando a que Juan reaccione y tome una decisión definitiva.

El lunes 23 de diciembre por la tarde, Juan Villalonga, presidente de Telefónica, se entrevistó con Asensio. El dueño del Grupo Zeta y de Antena 3 le contó que había decidido, por fin, vender los derechos del fútbol de su propiedad a Jesús Polanco, y Villalonga le respondió que le parecía estupendo, casi le dio las gracias, me liberas de un compromiso, Antonio, ya sabes que no he terminado de ver nunca esto del fútbol y su utilidad para Telefónica, un problema menos a la vista, mira, y puesto que eso ya se ha solucionado, te voy a pedir un favor, y es que me prepares un almuerzo con Jesús para mañana mismo.

—¡Uy, Juan, qué cosas dices! No creo que quiera, ¡está contigo como una pantera!

—Anda, hazme ese favor, hay que olvidar lo que ha pasado y cerrar heridas.

Villalonga, súbitamente liberado de un peso, encantado de haberse conocido, hizo una llamada telefónica a su amigo Aldo Olcese, presidente de Fincorp:

—Aldito, tengo que darte una gran noticia: ¡por fin me he quitado al Asensio de encima! ¡Me acaba de decir que ha firmado con Polanco!

—Hombre, eso está muy bien, Juan, pero habrá que ver si el presidente del Gobierno se alegra tanto como tú, porque puede que le hayas creado un problema de cojones a tu amigo.

Ese mismo 23 de diciembre, Juan Villalonga y señora cenaron en casa de Pedro Pérez, en la urbanización Fuente del Fresno, en compañía de Florentino Pérez, presidente de la constructora ACS, y del secretario de Estado para el Deporte, Pedro Antonio Martín Marín, con sus respectivas mujeres. Y cuando Pérez, con cierto retraso, apareció ante sus invitados, se encontró con la sorpresa de un Villalonga que, copa en mano, estaba explicando a Florentino Pérez lo feliz que se sentía tras haberse sacudido el lío de la televisión digital, un asunto que estaba enturbiando sus relaciones con los socios bancarios de Telefónica.

—¡Asensio me acaba de hacer el regalo de Navidad!

Al día siguiente, 24 de diciembre, día de Nochebuena, Juan Villalonga fue recibido a primera hora en Moncloa por José María Aznar. La tormenta no había hecho más que estallar, porque el presidente intuyó enseguida el problema que se le venía encima. La falta de visión política de que había hecho gala su amigo iba a permitir a Jesús Polanco, el gran enemigo del PP, blindar su poder. A primera hora de la tarde, en la Fundación Santillana, se iba a firmar un acuerdo que dejaba al Gobierno en una posición delicadísima, evidenciando una falta de apoyos casi total entre las fuerzas vivas del país. Una sensación de frustración se apoderó aquella mañana del recinto presidencial.

En un momento del encuentro, Aznar llamó a su despacho a Miguel Ángel Rodríguez («MAR»). El secretario de Estado de la Comunicación creía que la batalla estaba perdida. Asensio se había pasado al enemigo y Telefónica aparecía como la gran responsable del desastre.

—Pero, ¿qué ha ocurrido, Juan? —preguntó el presidente.

—Pues lo que te dije ayer, José María, que este tío me ha pedido 10.000 millones para él, aparte de los 30.000 que me cuesta el fútbol, y le he dicho que no, joder, que no estoy dispuesto a dárselos…

—¿Y qué va a hacer?

—Me temo que pactar con Polanco.

El ambiente se fue caldeando y algunas palabras más altas que otras comenzaron a sobrevolar la reunión.

—¡Amenazas no, ¿eh?! —exclamó un Villalonga dispuesto a no aceptar los reproches de MAR.

El presidente del Gobierno se mantenía en silencio mientras sus dos interlocutores intercambiaban frases cargadas de despecho. A la capacidad para la introversión de Aznar se unía el asombro que le producía el hecho de que Asensio, que una semana antes le había reiterado su vocación de «hombre del PP en los medios de comunicación», estuviera a punto de protagonizar tan espectacular cabriola.

El de Telefónica salió de Moncloa con la cabeza gacha, abrumado por la responsabilidad asumida. Lo había echado todo a perder, y sólo entonces era consciente de hasta qué punto. De vuelta en su despacho, lo primero que hizo fue llamar a Antonio Asensio para rogarle que suspendiera el almuerzo con Polanco. «Con la que está cayendo, sólo falta que me vean confraternizando con él».

Ese día, Villalonga fue a comer al Club 31 con Guillermo de la Dehesa y, a punto de terminar su almuerzo, recibió en su móvil una llamada de Asensio confirmándole que acababa de firmar con Polanco, no he tenido más remedio que irme con ellos, Juan, tú lo sabes, y Juan, por primera vez frío como una anguila, le contestó que ya eres mayorcito, Antonio, y sabrás lo que haces. El de Telefónica transmitió al editor un recado:

—Te va a llamar Miguel Ángel Rodríguez.

Y, en efecto, Rodríguez, casi a cara de perro, llamó al editor:

—Antonio, te va a llamar Luis María Ansón para hacerte una oferta de parte de Televisa.

—¿Y por qué no me llama Ansón directamente? ¿Por qué tienes que hacer tú de intermediario?

Al catalán, curado de espantos, le parecía extraño ver al Gobierno convertido en broker de Televisa, es que no entiendo nada, Miguel Ángel, porque, ¿cómo explicaríamos el hecho de que un grupo de comunicación extranjero se quedara con la exclusiva del fútbol español?

Ansón llamó a Asensio para, en nombre de Azcárraga (el dueño de Televisa), ofrecerle 200 millones de dólares (unos 30.000 millones de pesetas) por la compra de los derechos televisivos de los trece clubes que eran propiedad del editor catalán. La oferta se confirmó a través de un fax que el periodista remitió al editor con la cifra señalada. Sin embargo, poco después Ansón telefoneó a MAR para hacerle partícipe del fracaso de su gestión. Y entonces Rodríguez, a la desesperada, descolgó el teléfono para proferir ante Asensio la famosa amenaza que, meses más tarde, se convertiría en gran tormenta parlamentaria.

—Te vas a enterar; te garantizo que me voy a encargar personalmente de que vayas a parar al sitio donde tenías que estar hace tiempo…

—¡Vete a tomar por el culo!…

* * *

La historia había comenzado meses atrás. El 5 de mayo de 1996, Juan Villalonga había aparecido por la presidencia de Telefónica como un extraterrestre, obligado a tomar decisiones rápidas sobre problemas nuevos cuya naturaleza en gran medida desconocía. Al margen de los retos propios de la actividad básica de la compañía, el nuevo caporal se dio de bruces con el proyecto de Cablevisión, auspiciado por un grupo mediático tan poderoso como Prisa, enemigo mortal del Gobierno Aznar, pero aún empeñado en hacer de la operadora su partner para todo tipo de negocios futuros; se topó, también, con un Antonio Asensio decidido a venderle los derechos televisivos sobre una serie de clubes de fútbol y, finalmente, tropezó con TVE y Televisa, un dúo que trataba de hacer business con Asensio y la televisión digital a costa del dinero de Telefónica. Ante panorama tan complejo, Villalonga, bien pertrechado de sentido común, se aferró a su regla de oro para casos de desconcierto: se trataba de «darle hilo a la cometa», es decir, comprar tiempo con todos.

El proyecto de una televisión digital venía rodado desde finales de marzo, cuando ya era una evidencia que José María Aznar, a pesar de los desvelos de Prisa, iba a lograr formar Gobierno. Miguel Ángel Rodríguez, coordinador del área de Comunicación del PP desde el año 93 y portavoz del Gobierno, siempre interesado en los temas de la digitalización, se había echado sobre sus modestos hombros la hercúlea tarea de lanzar una llamada «plataforma digital», cuya filosofía última consistía en la creación de un grupo de comunicación alternativo al de Jesús Polanco pero que, de puertas afuera, debía venderse como un proyecto abierto a la participación de todas las empresas que tuvieran algo que ver con ese mundo. Así de bonito se lo vendió Rodríguez a Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, en un desayuno mantenido mano a mano a mediados de marzo del 96, justo después de ganar las elecciones, en la sede de Prisa, Gran Vía 32, ocho y media de la mañana.

Se trataba de crear una plataforma en la que pudieran participar todas las empresas de televisión españolas públicas y privadas, empezando por TVE, en unión de un potente socio del mundo de la comunicación de habla hispana que, a juicio del Gobierno, debería ser Televisa, pero que podía ser Televisa, más Direct TV, más los Cisneros.

El dueño de la cadena mexicana, Emilio Azcárraga, era un hombre devorado por una obsesión que nunca llegaría a ver hecha realidad, puesto que la muerte le privó de su victoria cuando la meta estaba ya al alcance de su mano: estar presente en España, hacer televisión en España, triunfar en España de la mano de su Televisa. Varias veces lo había intentado y otras tantas se había estrellado por la oposición de Polanco y Felipe González. España se había convertido en el permanente objeto del deseo del «Tigre» Azcárraga.

La victoria electoral de José María Aznar no hizo sino renovar ese impulso. El magnate mexicano realizó gestos inmediatos hacia el líder del PP, justo en el momento en que el nuevo Gobierno se estaba planteando la posibilidad de lanzar una plataforma de televisión digital que oponer a la de Polanco. Azcárraga, que ya poseía una en México y otra en los Estados Unidos y tenía intereses en otras de Argentina y Chile, formuló al Ejecutivo «popular» un planteamiento muy claro basado en la reciprocidad territorial: «Yo les abro a ustedes mis plataformas a condición de que ustedes me abran la suya. Sentémonos a hablar y pongámonos de acuerdo en los términos de la operación».

El acuerdo inicial, firmado a principios del verano del 96 entre Televisión Española y Televisa, respondía a aquel planteamiento: TVE abría su futura plataforma a Televisa, y Televisa hacía lo propio con las suyas respecto a TVE.

Dicho lo cual, el Gobierno, según Rodríguez, tenía poco más que decir. «Pónganse ustedes de acuerdo en los porcentajes, porque eso nos da igual», decía la doctrina oficial. Cada canal era autónomo para ganar su propio dinero con la emisión de contenidos. Lo que hacía falta era contar con el respaldo financiero suficiente para acometer los costes del proyecto. Para Juan Luis Cebrián, sin embargo, MAR ya había dicho bastante: aquélla era una iniciativa del Gobierno y, por lo tanto, un proyecto político, es decir, politizado, y debía ser analizado en consecuencia.

Prisa puso pegas desde el principio. La primera era Televisa. A los Polancos no les gustaba la cadena mexicana. Azcárraga no era un buen socio porque, entre otras cosas, apoyaba dictaduras tipo PRI. Ellos preferían a Direct TV, lo cual no dejaba de ser curioso, puesto que la cadena norteamericana pertenece a la multinacional General Motors, que, como todo el mundo sabe, se ha dedicado siempre a hacer obras de caridad en Iberoamérica. Tampoco se entendía muy bien la diferencia, a efectos ideológicos, entre Azcárraga y los hermanos Cisneros, exiliados en Miami huyendo de la Justicia venezolana.

Polanco se sentía demasiado fuerte para compartir algo con los demás[4]. El 20 de junio del 96, el cántabro anunciaba en la Junta de Accionistas de Prisa que Sogecable, de la que era presidente, iniciaría antes de un año sus operaciones de televisión digital, con una oferta superior a los veinticinco canales que operarían por cable y por satélite. El editor aprovechaba la ocasión para lanzar una advertencia al Gobierno: «Estableceremos las alianzas cuando y con quienes nuestro grupo considere oportuno, sin aceptar (y espero que estas palabras no ofrezcan dudas de interpretación) servidumbres ni imposiciones exteriores que puedan coartar nuestra independencia».

El juego de cada uno estaba claro. Sin embargo, Cebrián volvió a recibir a Rodríguez en su despacho de Gran Vía antes del verano. Fue un encuentro plagado de trampas, orientado por el deseo de Juan Luis de proveerse de munición con la que zaherir a posteriori el descarado intervencionismo del Gobierno popular. Pero el portavoz mantuvo el tipo. El Gobierno, según él, no tenía el menor interés en controlar políticamente un acuerdo que debía ser empresarial. El Ejecutivo sólo pretendía apoyar el lanzamiento de una plataforma digital capaz de cubrir el área iberoamericana, para no depender de las plataformas de otros países europeos que se aprovechaban del idioma y la creatividad españoles.

Los desvelos de MAR resultaron vanos. Prisa jamás participaría en una operación que no controlara y jamás se aliaría con otro socio que no fuera Telefónica, el gregario ideal por tecnología y músculo financiero. Un socio con el que Prisa seguía manteniendo vivo, a pesar de las zancadillas del Gobierno Aznar, el proyecto de Cablevisión.

* * *

La alianza suscrita entre Telefónica y el Grupo Prisa para la explotación del negocio del cable había sido el más escandaloso de los «favores» efectuados por Felipe González a Jesús Polanco. Un regalo realizado en el último minuto, casi a uña de caballo, cuando los clarines de marzo del 96 estaban ya sonando a las puertas de la ciudadela electoral. El acuerdo significaba poner en manos privadas un bien público, poner graciosamente a disposición del cántabro la mejor —y casi única— red de cable existente en España gracias a las cuantiosas inversiones acometidas por una empresa pública como Telefónica. En palabras de un ex ministro socialista, Miguel Boyer, «era como poner la Renfe al servicio de Seur, y que por las vías de Renfe sólo pudieran circular las mercancías de Seur». Era «el acuerdo más inmoral de la historia de la democracia española», según el ministro de Fomento, Rafael Arias-Salgado.

Un espectáculo de sinvergonzonería política sin parangón, que le fue impuesto al presidente de la compañía, Cándido Velázquez, por el ministro Rubalcaba, el adelantado de Prisa en el Gobierno, como el propio Velázquez manifestaría días antes de dejar el cargo en la sede de CEOE: «Yo soy una víctima de Pérez Rubalcaba y de un acuerdo político que se hizo a mis espaldas».

El Partido Popular, a través del control que ejercía sobre buena parte de los grandes municipios españoles, decidió dinamitar por su cuenta el proyecto de Cablevisión meses antes de llegar al Gobierno, sacando a concurso público el cable en las grandes capitales gobernadas por el partido. Algunas gentes dentro del PP decían que aquélla era una estrategia equivocada, porque Polanco cambiaría de bando en cuanto el PP ganara las elecciones, pero la mayoría, por una vez, se atuvo a los principios: no era un asunto de bandos, sino una cuestión de ética. Simplemente, aquello no se podía consentir.

Pero el proyecto de Cablevisión seguía vivo cuando Villalonga aterrizó en Telefónica. En realidad, Cablevisión era «el problema» de Villalonga. «Es posible que ese negocio tuviera su pecado original, pero, cuando llegué a Gran Vía 28, Prisa era socio de Telefónica y yo traté siempre de comportarme con ellos de forma leal».

A finales de julio del 96, sin embargo, el negocio pergeñado por el gran Rubalcaba recibió una notificación de la Comisión Europea anunciando la apertura de un expediente de concentración y dando a los socios un plazo para realizar alegaciones, cosa que hicieron a mediados de agosto. «Nos dimos cuenta entonces de que iba a resultar muy difícil sacar aquello adelante».

* * *

El Gobierno debía seguir con el proyecto de televisión digital sin contar con Prisa. El 29 de julio del 96, dos días después de que, recién llegado de Atlanta, en cuyos Juegos Olímpicos había participado con el equipo español de hípica, Javier Revuelta fuera nombrado secretario general de Telefónica, Villalonga lo cogió de la mano y lo llevó a un almuerzo en la sede de Antena 3 para hablar de los derechos del fútbol con Antonio Asensio y su vicepresidente, Manuel Campo Vidal. Era la primera zambullida de Revuelta en el proceloso mundo de las telecomunicaciones. Sobre la mesa quedó planteado el objeto de la querella de meses venideros: Telefónica tenía que comprar los derechos del fútbol que eran propiedad de Asensio.

Tanto a Villalonga como a Revuelta la compra de esos derechos les resultaba un asunto tan extemporáneo como extraño, y la misma sensación se había apoderado de Andrés Tejero, director general de Relaciones Institucionales, primero, y de Juan Perea, director general de Planificación Estratégica, después, que habían escurrido el bulto cuando se toparon con el problema. Nadie quería asumir esa responsabilidad. Alguien, en la pizarra de algún despacho político, había dibujado una brillante jugada de fútbol de salón colocando a Antonio Asensio de delantero centro.

«La operación de compra por parte de Asensio de esos derechos se vio con buenos ojos desde el Partido Popular, porque ello suponía romper el monopolio de Polanco. ¿Ayudas efectivas? La fundamental, desde el Gobierno, fue permitir la retransmisión de los partidos del lunes en Antena 3 a partir de septiembre del 96, lo que equivalía a admitir que la jornada de Liga terminara en lunes en vez de en domingo».

Lo demás fue resultado de las negociaciones que el propio Asensio mantuvo con los distintos presidentes de comunidades autónomas. Evidentemente, lo que los clubes buscaban era dinero. Si, además, podían quedar bien con el presidente de comunidad autónoma respectiva, caso de Valencia, mucho mejor, pero si venían mal dadas, caso de Lendoiro y el Coruña, pues se quedaba mal con Fraga y a otra cosa. La política podía poco frente al dinero. El caso es que Asensio, con mucha habilidad y algún apoyo oficial, se hizo con los derechos de retransmisión de los trece clubes más importantes del país.

Y es que Asensio iba a ser el hombre del PP en los medios de comunicación. «Me han tirado a matar todos menos Antonio —había dicho José María Aznar—. Él también me ha dado lo suyo, cierto, pero al menos me ha dejado explicarme el 20 por 100 de las veces, mientras el resto me ha masacrado al cien por cien. Y le estoy agradecido. Vamos a jugar la carta de Antonio».

El del fútbol era un negocio de mucho dinero, aunque muy pocos comprendían entonces la dimensión exacta del fenómeno. Ocurría, sin embargo, que Asensio no disponía de «gasolina» suficiente para atender los pagos comprometidos con los clubes. Había que liberarlo de esos compromisos, asegurando su fidelidad como editor afecto al nuevo Gobierno. ¿Quién podía pagar la cuenta de esa operación política? Nadie mejor que Telefónica.

Pero Villalonga tenía su opinión al respecto. Mejor dicho, no tenía opinión, pero le sobraba sensatez para intuir que no debía pillarse los dedos con un negocio que no entendía y cuya rentabilidad para la compañía estaba por descubrir. Sobre todo cuando las pretensiones de Asensio parecían totalmente desmesuradas. El dueño de Zeta hablaba, en efecto, de 30.000 millones de pesetas por la venta del fútbol de su propiedad durante un período de cinco años, que era el plazo que abarcaban sus derechos.

Asensio no entendía las precauciones —que él creía prejuicios de un novato situado a los mandos de un portaaviones como Telefónica— de Juan Villalonga. Él sabía de sobra que el Gobierno estaba alentando el lanzamiento de una plataforma de televisión digital y que el fútbol televisado era, sobre todo en España, un killing content, un factor determinante en el éxito del proyecto, y sabía también que Telefónica podía y debía ser una pieza decisiva a la hora de hacer realidad esa idea. Él también quería estar en ese proyecto: «No quiero tener que llegar a un acuerdo con Prisa —sostenía Asensio—, porque estoy a muerte con ellos y creo que el socio adecuado es Telefónica…».

* * *

En agosto del 96, la expresión «televisión digital» comenzó a aparecer en los medios de comunicación españoles, y ello ligado a la posibilidad de una alianza entre Telefónica y el magnate de la comunicación alemán Leo Kirch, que pronto quedó en agua de borrajas.

La operadora tenía por delante un hueso tan duro de roer como Cablevisión. Javier Revuelta viajó a Bruselas el 4 de septiembre, en la primera de sus peregrinaciones a la capital belga para defender el acuerdo y tratar de conseguir el visto bueno de la Comisión a la alianza con Polanco para la explotación del cable, «que era lo que nosotros, en principio, queríamos».

El comisario europeo Van Miert planteó la exigencia de un descodificador de la señal en abierto, de modo que los abonados pudieran utilizarlo en sus domicilios para recibir la señal de cualquier otro potencial suministrador de contenidos por cable. Una exigencia que llama poderosamente la atención a la luz del escandaloso cambio de criterio protagonizado meses después por el propio Van Miert con motivo del contencioso entre Vía Digital y Canal Satélite Digital, y que pone de manifiesto que un buen lobby puede ser capaz de lograr que los burócratas de Bruselas digan «digo» donde dijeron «Diego».

El escándalo, en realidad, tenía raíces más profundas, porque para Villalonga y su equipo resultaba inconcebible que entre las prerrogativas de Canal Plus figurara la elección de un descodificador cuando era obvio que un asunto de naturaleza técnica como ése debía corresponder a la operadora. ¿Es que no había en Telefónica ingenieros de telecomunicaciones? Era una situación que revelaba la naturaleza política de un acuerdo hecho a espaldas de la operadora y sus intereses. Cablevisión era un negocio de Canal Plus, y Telefónica no tenía nada que decir, salvo actuar de convidado de piedra.

Es evidente que un acuerdo de ese tipo en condiciones de igual a igual hubiera resultado imbatible en el mercado español. Era el casamiento perfecto: la alianza de un socio financiero y tecnológico como Telefónica con el primer operador de televisión de pago habría significado un listón imposible de superar para cualquier otro potencial competidor. Ocurría, sin embargo, que el de Cablevisión distaba mucho de ser un acuerdo entre iguales. El control de abonados, los contenidos, la facturación, el sistema de acceso… todo estaba en manos de Canal Plus.

Además de la exigencia del descodificador en abierto frente al «simulcrypt», la segunda modificación demandada por Bruselas apuntaba directamente al corazón del negocio televisivo de Polanco, puesto que la Comisión exigía que los contenidos del Plus tenían que ofrecerse, sin discriminación de ningún tipo, a cualquier otro competidor de cable que lo solicitara y estuviera dispuesto a pagar el correspondiente canon, como forma de evitar un abuso de posición dominante.

Prisa se negó en redondo a admitir esas dos exigencias, y esa negativa fue lo que determinó que Bruselas prohibiera la aventura del cable. «Fuimos socios leales e hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano para que el proyecto fuera autorizado, pero la posición absolutamente rígida de los Polancos hizo encallar Cablevisión», señala Revuelta.

Polanco se resistía a aceptar la liquidación ordenada del proyecto, como parecía aconsejar la inminencia de la prohibición, acompañada además de una fuerte multa. Para el «ciudadano Kane» español resultaba doloroso renunciar, por un mero cambio de Gobierno, a un negocio de proporciones gigantescas (120.000 millones de pesetas de beneficio bruto al año), que le hubiera convertido, de lejos, en el hombre más rico de España a la par que el más influyente. Había que resistir, y recurrir, y presionar, y tratar de influir en Bruselas. Y si todos los esfuerzos resultaran vanos, entonces el Ejecutivo popular, que había osado poner en riesgo el gran business del cable, debía pagar un precio. Polanco pensaba exigir una indemnización multimillonaria. Campeón del favor político, consideraba que disponía de un derecho reconocido que le permitía exigir la correspondiente compensación a un Gobierno que había aprobado —aunque se tratara de un regalo concedido en el último minuto— una operación que Bruselas prohibía.

En la sede de Telefónica sospechaban que tras el rosario de recursos que Polanco planteaba se escondía una estrategia inconfesable, y es que, mientras la disputa se mantuviera viva en el plano legal, la operadora tendría las manos atadas a la espalda para recobrar su libertad y desarrollar de forma independiente sus propios proyectos de cable. Retrasar el cable significaba salvaguardar el monopolio de Canal Plus como única fórmula de televisión de pago existente en España, lo que explica que los Polancos nunca tuvieron una actitud activa en el contencioso con Bruselas a propósito de Cablevisión.

El jueves 26 de septiembre, Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián acudieron a desayunar a la sede de Gran Vía 28. Ambos se resistían a soltar la presa, tratando de convencer a Villalonga de que el mejor socio posible para él seguía siendo Canal Plus. Pero, en aquel desayuno, el amigo de Aznar adelantó a sus invitados un mensaje que no esperaban: «Telefónica va a recuperar su libertad».

La liquidación de Cablevisión, un episodio que se plasmó ante notario y corredor de comercio en torno al 18 de octubre, no provocó la ruptura de relaciones entre Prisa y la operadora, «Conseguimos salvar los muebles», asegura Revuelta. Los Polancos, sin embargo, no debieron pensar lo mismo, porque, pasado el tiempo, Cebrián les echó en cara su convencimiento de que la voladura del proyecto del cable había sido una operación impuesta por el Gobierno.

* * *

Mientras sé libraba la batalla de Cablevisión, la idea de una plataforma digital pilotada en la sombra por Miguel Ángel Rodríguez progresaba con enorme dificultad. Más que un proyecto en marcha, aquello era una nave botada al mar y abandonada «en la soledad de los vastos desiertos marinos», que diría William Hodgson. Un relato de terror plagado de voluntarismo, ineficacia y contradicciones.

En principio parecía lógico que aquella embarcación, con marinería perteneciente a varias empresas, estuviera comandada por RTVE. ¿Quién podía desarrollar una plataforma digital de televisión en España? Nadie mejor que Televisión Española. De cajón. Aquél era un proyecto que debía, pues, ser liderado por el director general de la televisión pública, idea que recibió el apoyo incondicional de Televisa. Telefónica era vista entonces como un mero socio tecnológico, que podría llegar a contar con una participación minoritaria.

Pero, al frente de un tinglado como el de RTVE, Rodríguez, en un gesto de notable insensatez, había promovido a una joven tan delicadamente naïf como inexperta: Mónica Ridruejo.

Hacía muy poco que Villalonga había conocido a la Ridruejo, imperial en su determinación al anunciar, en el despacho que correspondió a Cándido Velázquez en Gran Vía 28, que «tengo el encargo del Gobierno para liderar este proyecto y sacarlo adelante, y lo voy a hacer», magnífica la pose, y ese leve matiz de indiferencia con el que trataba de disimular la falta de confianza de quien dice una cosa y, si se ve cuestionada, es capaz de argumentar la contraria.

Javier Revuelta la saludó por primera vez en septiembre, en el despacho de Villalonga, y por detrás de su esquiva altivez descubrió enseguida los miedos de una mujer-niña que, parapetada tras la aureola del cargo, quería hablar exclusivamente con Juan Villalonga, La directora general de Televisión Española sólo trataba con el presidente de Telefónica.

¿Qué ocurrió? Que a Mónica le vino grande el asunto. Mónica es una mujer inteligente y capaz, pero no entendió nunca lo que era la televisión digital, ni el calado de la operación que se le había encomendado. Desprovista de la formación específica adecuada, se había rodeado de un grupo de abogados dispuestos a poner toda clase de pegas. Más que protegerla, la tenían maniatada. Para cada solución había un problema. Y para cada problema, una serie de informes, análisis, prospecciones… Una forma de trabajo absolutamente correcta en el mundo empresarial, pero no tanto en la situación política que se vivía en aquellos momentos, con un Gobierno cuestionado que exigía la toma de decisiones rápidas.

Y llegó un momento, hacia mediados de septiembre, en que la tripulación se dio cuenta de que el barco no avanzaba, de modo que, como en el motín de la Bounty, parte de la oficialidad convino en que era necesario cambiar de capitán. Fue entonces, en torno al 10 de septiembre, cuando MAR planteó el desembarco personal de Ansón en la operación. A Luis María, todavía director de ABC, le halagaba la idea de pilotar tamaño portaaviones. Su etapa al frente del periódico estaba terminada, se había comprometido con Televisa y contaba con nombre, contactos y fuerza suficiente para afrontar el reto.

* * *

El domingo 20 de octubre del 96, el teléfono sonó pasadas las once y media de la noche en casa de Javier Revuelta. Lo cogió el dueño de la casa, medio dormido. Al otro lado del hilo estaba Juan Villalonga, Javier, quiero que te vengas ahora mismo, acabo de hablar con el number one y tenemos que reunimos de inmediato con Miguel Ángel para hablar de la televisión digital. Con gesto perplejo, Revuelta anunció a su mujer la novedad, tengo que salir, una reunión inaplazable, el jefe quiere verme, ¿a las once de la noche de un domingo?, sí, mujer, a las once de la noche de un domingo, ¿qué quieres que le haga?, vente conmigo si quieres, no me apetece nada, pero no tengo más remedio. Marta Blasco, nieta de Marita Villalonga e hija de los propietarios de la antigua cuadra Rosales, una gran fortuna en ejercicio, terminó consintiendo no sin una sombra de duda, ¿una reunión de trabajo a estas horas?

Javier Revuelta iba a conocer a Miguel Ángel Rodríguez, el famoso MAR, en una reunión que le impresionaría, entre otras cosas, por lo inusual del marco elegido, un bar del paseo de Rosales[5], en un domingo desapacible de octubre, un recinto casi desierto y al fondo, en un rincón, tres hombres que parecían llevar la manija de algún asunto trascendente.

Cuando llegó a Rosales 20, el reloj había rebasado ya la media noche. Nada más otear el panorama, Revuelta descubrió a Villalonga sentado al lado de Rodríguez. El portavoz estaba exponiendo los propósitos del Gobierno. Revuelta, lego en las lides de la política, se sentía impresionado por la aplastante seguridad con la que hablaba aquel hombre, nada menos que el secretario del Estado de la Comunicación, ¡joder!, esto debe ser palabra de Dios…

«La estructura del proyecto se basa en los siguientes principios —recitaba MAR—. Queremos una plataforma digital igual que la del Grupo Prisa, pero, primero, no me fío de Televisión Española; segundo, tampoco me fío de Telefónica, y tercero, sólo me fío de Televisa. Por tanto, Televisa gestionará la plataforma y tendrá el control mayoritario. El resto deberá conformarse con una participación minoritaria. Otra cosa, Antonio Asensio es nuestro hombre en el mundo de la comunicación y va a tomar una participación en el proyecto, lo que significa que hay que llegar a un acuerdo con él sobre los derechos del fútbol. Y hay que buscar un banco para que actúe como socio financiero, y ése debe ser el Santander, el único del que me fío. La sociedad tiene que estar constituida antes de finales de noviembre, de modo que hay que ponerse a trabajar en firme para la consecución del acuerdo…».

A la salida de tan singular reunión, tanto Villalonga como Revuelta, que no había parado de tomar notas, parecían ciertamente impactados por la tajante determinación con que Rodríguez había impartido su doctrina.

Hasta entonces, Telefónica había sido un simple compañero de viaje en el proyecto de la televisión digital, un actor secundario en la trama, que simplemente debía limitarse a oír, ver y callar. Y, seguramente, a poner dinero.

La idea de Ansón como líder del proyecto, sin embargo, duró un suspiro. Alguien en el recinto de Moncloa se dio cuenta de que el periodista no podía desembarcar como Televisa. Una empresa extranjera no podía liderar una plataforma española. Eso habría sido considerado un escándalo que hubiera terminado volviéndose contra el proyecto entero.

El protagonismo de Ansón, sin embargo, era más que evidente, como lo eran sus choques con una Ridruejo que, a pesar de todo, se resistía a ceder el control. La actitud de Mónica hacia Ansón cambió el día en que descubrió que tanto él como Asensio la estaban desplazando de una posición que inicialmente creía suya.

Y hubo un episodio ciertamente duro, que es buen ejemplo de la caída en picado de Mónica, y que tuvo por escenario el despacho de MAR en Moncloa. Ocurrió que el portavoz del Gobierno citó a los miembros de la plataforma para proceder a la firma de un determinado documento y, ante testigos varios, la directora de TVE, que desde hacía unas semanas venía dando largas, se negó en redondo a estampar su firma:

—¡Es una orden, Mónica! —la conminó Rodríguez.

—Pues muy bien, esa orden me la das por escrito.

—Mira, guapa, yo por escrito sólo hablo en el Boletín Oficial del Estado…

Y diciendo esto, estampó una sonora palmada sobre su mesa de trabajo y la echó del despacho.

Allí se produjo la liquidación de la Ridruejo, hasta el punto de que, de no haber llevado apenas tres meses al frente de RTVE, habría sido destituida de forma fulminante. Estaba, sin embargo, sentenciada. No obstante, con buen criterio, alguien decidió que tenía que aguantar y, puesto que estaba quemada, hacerle firmar lo que menester fuere antes de cesarla.

* * *

Fue entonces cuando se acudió a Villalonga, que aceptó el guante que le tendían. «Juan entró en el proyecto como un torrente, hasta el punto de que, dada la potencia de fuego de Telefónica, hubo un momento en que tanto RTVE como Televisa se sintieron avasalladas por su empuje», asegura Ansón.

Pero en Moncloa entendían que la potencia financiera de Telefónica no era suficiente para sacar adelante una televisión digital y que, dada la actitud negativa de TVE, era necesario dar entrada en el proyecto a alguien que tuviera experiencia en televisión. ¿Quién podía ser ese hombre? Asensio. Había que echar mano de Asensio. «Y entonces es cuando el Gobierno me dice: “Luis María, entiéndete con Asensio”», asegura Ansón.

La aparición en escena del propietario de Antena 3 —que podría haber llegado a ser, sin duda, el presidente de la plataforma digital— no era en absoluto casual. Enfrentado a un panorama informativo abrumadoramente volcado a favor del PSOE, el Gobierno Aznar comprendió enseguida la importancia de reequilibrar la balanza. ¿A través de quién? Del único editor más o menos independiente que no pastaba en las praderas del felipismo.

El hecho cierto es que cuando, a caballo entre septiembre y octubre, Asensio se sentó en la mesa de negociación con Telefónica, Televisa y TVE, el editor era ya un hombre muy fuerte, y no sólo porque sobre la mesa ponía la propiedad de Antena 3, sino fundamentalmente porque aportaba el fútbol, y era el fútbol lo que le daba su fuerza negociadora.

En esta odisea de meses, que revela el grado de improvisación que, en ésta como en tantas otras materias, acompañó la llegada del PP al poder, nadie tenía las ideas claras. Tampoco Telefónica. El equipo de Juan Villalonga recelaba de un negocio que desconocía: «Esto de la televisión digital, nos decíamos, va a requerir inversiones muy fuertes en un negocio que no es el nuestro. ¿Qué se nos ha perdido a nosotros en la televisión por satélite? Lo nuestro es el cable, y, además, está el problema del fútbol de por medio, porque seguro que nos van a hacer cargar con el mochuelo de los derechos del fútbol. Definitivamente, esto es un follón: vamos a darle hilo a la cometa…».

Y estuvieron dándole «hilo a la cometa» durante algunas semanas con la esperanza de que el panorama se clarificara lo suficiente como para poder tomar un decisión. Sin embargo, en la segunda quincena de octubre el impasse hizo crisis. Era el momento más bajo del Gobierno. A excepción del diario El Mundo y la cadena COPE, que por otro lado prestaban un apoyo crítico, el Gobierno no contaba con ayuda mediática alguna, porque hasta la televisión pública, poblada de afectos al felipismo, pretendía jugar la baza de una neutralidad que había ignorado hasta entonces.

Mientras esto ocurría entre las huestes de MAR, en la acera de Polanco su proyecto de televisión digital avanzaba a pasos agigantados. El 10 de octubre, Rodríguez y Juan Luis Cebrián habían mantenido una última reunión, esta vez en el despacho de Moncloa del primero.

Cebrián llegó con un ultimátum bajo el brazo:

—O entramos con el 51 por 100, o nada. La respuesta de Rodríguez fue igualmente contundente:

—Yo no puedo garantizarte ni el 51 ni el 45. Habla con el resto de los socios, pero tengo la sensación de que te van a mandar a paseo, y si pides que el Gobierno intervenga para que se te adjudique un porcentaje determinado, ya te adelanto que no lo vas a conseguir ni de mí ni de nadie.

Rodríguez no entendía la insistencia de Cebrián en negociar apelando a la intervención del Gobierno:

—Hazlo de otra manera. Acepta el 20 por 100 del capital, lo que sea, y negocia los canales, porque nadie va a decir «no» al que tiene el conocimiento del negocio. Y vende tus listados.

—No, yo no puedo vender los listados, porque no puedo ir al Consejo de Administración a decir que hemos perdido el control sobre la televisión de pago.

—Pero ¿de qué control me estás hablando, si en dos años nadie va a controlar la televisión de pago?

No lo entendió, y ahí se terminaron las conversaciones con Prisa, conversaciones que, siguiendo las instrucciones de Rodríguez, se habían iniciado a buen ritmo en la sede de Telefónica para tratar de constituir el consorcio de accionistas de la futura Vía Digital.

* * *

Revuelta no olvidará fácilmente la primera reunión conjunta, 5 de noviembre del 96, que las «fuerzas vivas» del futuro consorcio celebraron en Gran Vía 28, con asistencia de Luis María Ansón, Antonio Asensio y Mónica Ridruejo.

Juan Villalonga y Javier Revuelta, con Eduardo Alonso (que, al frente de Telefónica Multimedia, era el que sabía algo del asunto) al teléfono, se encargaron de recibir al trío de ases. Pronto se vio que Asensio y Ansón llegaban muy de la mano, con la lección bien aprendida y mejor ensayada. «Yo no sé si estaban confabulados, pero lo cierto es que se daban el relevo perfectamente. Ansón hablaba y Asensio asentía, hasta el punto de que Antena 3 y Televisa, Asensio y Ansón, eran la misma cosa».

Y allí, en el noble recinto de la biblioteca de Telefónica, donde normalmente se reúne el Comité Ejecutivo, seguramente inspirado por lugar tan cargado de sabiduría, Ansón pronunció un discurso inenarrable, una filípica ejemplar, quiero que quede claro que estoy aquí por encargo del presidente del Gobierno, y que ese encargo ha empezado con mi pase a Televisa (…), y eso es así porque Aznar ha ganado las elecciones gracias a mí y a este señor que está a mi lado, Antonio Asensio, y conviene que no lo olvidéis nunca, que el Partido Popular está gobernando gracias a nosotros…

Los de Telefónica le miraban aturdidos porque Luis María Ansón les estaba diciendo en sus barbas, con una arrogancia sin límites, que le debían el puesto que ocupaban, «todo se lo debíamos a él, y eso, en definitiva, quería decir que tenía que ser compensado de alguna manera».

El planteamiento del periodista y académico, que parecía hablar investido de toda autoridad, era que había que constituir una plataforma digital de la que Telefónica formaría parte, por supuesto, pero que no podría dirigir nunca porque esa función quedaba en manos de Televisa. El segundo punto a considerar era que había que comprar los derechos del fútbol al señor Asensio al precio que fuere, a cualquier precio, y que quien tenía que comprarlo era Telefónica.

El de Ansón era un discurso de una politización casi obscena. Allí estaba él «para cumplir un encargo del presidente del Gobierno», un encargo difícil de creer, porque «cualquiera que conozca mínimamente al presidente del Gobierno sabe que jamás hablaría en esos términos», asegura Villalonga.

Superada por las circunstancias, la Ridruejo callaba y asentía, apoyando los argumentos de Ansón, desbordada por Ansón. Tampoco hablaban en demasía los «telefónicos», ciertamente impresionados por el verbo convincente y fluido del académico, debe ser verdad, tiene que ser cierto que cuenta con todas las bendiciones, habrá que atenerse a lo que él diga, pero ¿y si no lo fuera así?, ¿y si estuviéramos ante un charlatán de feria? ¡Joder!, es que no sabíamos el terreno que pisábamos, estábamos diciendo, oye, tendrá razón, será un enviado de Aznar, y creo que hasta el propio Juan, que lo conoce bien, se lo planteaba, sobrado de dudas, ¿será o no verdad? Tiene cojones la cosa… Y Ansón decía algo y Asensio lo corroboraba con absoluta determinación, con entusiasmo incluso, había que comprar el fútbol a cualquier precio, lo que Asensio diga, ¿eh?, porque el fútbol es el elemento desequilibrante, y tiene que comprarlo Telefónica, claro, y Telefónica a poner el dinero y a callar, sin rechistar, y todo nos pareció como absolutamente surrealista, alucinante…

Tardaron varios días antes de que les desapareciera la cara de susto. «Teníamos la impresión de estar pisando arenas movedizas —asegura Revuelta—. Yo no sabía si había que hacer caso a Asensio, ni qué importancia tenía Ansón, ni qué papel jugaba TVE, porque todos venían como embajadores de La Moncloa. Es cierto que habíamos recibido una consigna de MAR, pero yo, que llevaba la negociación, no sabía si había que apretarles las tuercas o, simplemente, ponerse a sus órdenes y decirles: señores, pasen y elijan lo que ustedes quieran».

Pedro Arrióla, asesor presidencial, que poco después pasaría a serlo también de Villalonga en Telefónica, contribuyó a poner cierto orden en el caos mental que se apoderó de los telefónicos. Buen conocedor de los entresijos de Moncloa, fue poniendo a cada uno en su sitio, aclarando ideas, punteando un who's who que se, antojaba esencial para saber de quién había o no que fiarse, quién tenía o no autoridad para hablar y exigir.

«Yo creo que Arrióla, que se conocía a todos los personajes, rebajó mucho el caché del elenco de actores, desdramatizando la opinión de gente como Rodríguez, lo cual nos ayudó a encajar las piezas y a relativizar la importancia de algunas manifestaciones llenas de engolada afectación».

A Villalonga le habían embarcado en una chalupa de la que ya no podía apearse. Tenía que continuar hacia adelante, patada a seguir, pero, tras la reunión en la biblioteca, una idea comenzó a abrirse tímidamente paso entre su gente: si la compañía iba a tener que poner la «pasta», ¿por qué no controlar y liderar el proyecto?

* * *

En torno a la reunión descrita, Telefónica empezó a contactar con los potenciales socios de la plataforma digital auspiciada por el Gobierno. Javier Revuelta quedó definitivamente encargado de las negociaciones para sacar el proyecto adelante. Dieron así comienzo una serie de contactos con los distintos grupos interesados, TVE, Asensio y su Antena 3, por supuesto con Ansón y Televisa, Tele 5, el Grupo Correo, la norteamericana Direct TV y el grupo japonés Hitochu, aparecido de repente como caído del cielo.

Todas las tardes, a partir de las siete y hasta cerca de las diez de la noche, el despacho de Revuelta se llenaba de personajes, todos teóricamente expertos en televisión, dispuestos a oír las sabias palabras de un lego en la materia como él. Hasta que una lluviosa tarde de noviembre, sin testigos incómodos, el equipo directivo de Gran Vía 28 empezó a diseñar la composición del accionariado, venga, hagámoslo como un ejercicio teórico, un esquema general de reparto, y bueno, ¿cuánto para Telefónica? Pues el 30 por ciento, y ¿por qué no el 35? «Y surgió así, casi como un juego, se trataba de ver cómo repartíamos eso, algo bastante complicado porque no sabíamos con qué socios íbamos a contar, ni en qué escenario nos íbamos a mover».

Todavía más complicado por cuanto que no se habían roto los contactos con Jesús Polanco. Los de Prisa se negaban a aceptar la idea de perder a Telefónica como socio de su plataforma digital, y lo hacían por idénticos motivos que Ansón y Asensio, porque todos sabían que el cash flow de la operadora permitía pagar las rondas de casi todas las fiestas que pudieran darse en España. Y Villalonga, enmascarando la obligación de unirse al carro que en Rosales 20 había aparejado MAR, daba «hilo a la cometa», estamos estudiando qué hacer con ese tema, pero todavía no lo tenemos claro, no sabemos por dónde tirar…

Hasta que el viernes 15 de noviembre, en Gran Vía 28, tuvo lugar una reunión que ni Villalonga ni Revuelta olvidarán fácilmente mientras vivan. Aquel día, el consejero delegado tenía previsto volar a Barcelona por la tarde, pero antes del almuerzo Villalonga le pidió que suspendiera el viaje, porque «van a venir Polanco y Cebrián para hablar de la televisión digital».

A la hora anunciada, los capos de Prisa tomaban asiento en torno a la mesa redonda que presidía el horrendo despacho (pan de oro conformando una barroca y decadente estética franquista), que fue de Cándido Velázquez y sus antecesores. Polanco lo tenía claro: Telefónica es el socio ideal para Sogecable y estamos dispuestos a todo con tal de contar con vosotros en nuestro proyecto de televisión digital, pero ese «todo» no es gran cosa, o eso piensa Juan Villalonga, decidido a templar gaitas, estoy convencido de lo mismo, de que Sogecable es el mejor socio potencial para Telefónica, porque ambas empresas son complementarias, pero para nosotros es muy importante tener el mismo porcentaje de capital que vosotros, es decir, una compañía como la nuestra no puede tener una participación inferior a la de Sogecable.

¿Paridad? Ni por asomo. Polanco no estaba dispuesto. El tenía su propio diseño del negocio, un diseño no exento de racionalidad: nosotros el 51 por 100 y vosotros el 49 restante, y, desde luego, la gestión, nuestra; el control de los abonados, nuestro, y la facturación, también… Telefónica pone la tecnología, porque vosotros sois un carrier, vosotros transmitís la señal, que es lo que sabéis hacer, y además lo hacéis muy bien, y nosotros nos ocupamos de los contenidos y de la gestión. Cada uno a lo suyo.

Villalonga rechazó este planteamiento. Telefónica no podía ir de segundón en una actividad llamada a convertirse en un negocio estratégico para la compañía, no podía renunciar a coliderar ese proyecto en igualdad de condiciones. La paridad en el reparto accionarial y en la gestión son condiciones inexcusables para cualquier arreglo, enfatizó el telefónico, porque otra cosa no se entendería de una compañía de esta dimensión, llamada a tener un papel destacado en cualquier negocio de comunicación. Pero Polanco seguía firme, inamovible en su argumentación: Telefónica, insistía, debía limitarse a ser un mero socio tecnológico, porque ellos eran los que sabían de televisión, ¿o tienes alguna duda de eso, Juan?

Pero tampoco Villalonga daba su brazo a torcer, no podía admitir ese planteamiento, y como parecía que el acuerdo no iba a ser posible, se atrevió a dar un paso al frente y desvelar sus planes, la oportunidad que estaba esperando de separarse de Polanco, sin herir a Polanco, había llegado rodada, de modo que, sin pensarlo dos veces, anunció que la operadora iba a emprender un camino independiente para desarrollar su propio proyecto de televisión digital, queremos tener el control de la situación y la capacidad de gestión, y no pasa nada, Jesús, si ahora no nos ponemos de acuerdo, porque son casi infinitos los terrenos en los que podremos colaborar en el futuro. El nuestro es un proyecto empresarial que no va contra nadie, y como botón de muestra ahí está el caso del fútbol, no hemos querido comprar el fútbol de Asensio, y si yo hubiera querido ir a por vosotros lo hubiera hecho, porque me sobran recursos para machacaros…

Polanco se sintió agredido. Haciendo evidentes esfuerzos por mantener la calma, comenzó a recordar a sus anfitriones algunas verdades elementales en la España de nuestros días: Juan tenía que ser consciente de la fuerza del Grupo Prisa, «porque tú todavía no sabes lo que es un editorial de El País», y de lo que podía significar que él pusiera sus medios en contra de Telefónica…

La marea iba in crescendo. Jesús Polanco, progresivamente tenso, envarado, casi crispado, advirtió a Villalonga que había hecho todo lo posible por llegar a un acuerdo, porque nosotros somos la televisión de pago en este país, y Telefónica tiene que venir con nosotros para hacer el satélite, pero si Telefónica va por otro lado —decía casi a voz en grito—, si sigues adelante con esa idea de lanzar tu propia televisión digital compitiendo con Sogecable, entonces debes estar preparado, prepárate, sí, prepárate porque, primero, me cargo la próxima OPV, te lo advierto, me cargo la privatización de Telefónica sin dudarlo un momento; segundo, pongo la acción en Bolsa por los suelos, te lo repito, por los suelos, y tercero, te hundo además el valor en Wall Street, porque os hago una campaña en los medios internacionales amigos que duráis dos días al frente de esta compañía…

Juan Villalonga reculó anonadado. Respetuoso y considerado con el editor cántabro, para quien había realizado algunos trabajos en su anterior empleo como representante de Bankers Trust en España, jamás había podido imaginar algo semejante, tamaña exaltación de soberbia, el gesto crispado, rojo de ira, los minúsculos vasos sanguíneos que se dibujan bajo sus pupilas a punto de estallar.

No había más que hablar. Había sido una reunión muy dura, muy desagradable, casi dos horas y media festoneadas por momentos de mucha tensión, en la que se oficializó el divorcio entre Polanco y Villalonga, a pesar de que, a la salida, un Cebrián que se había mantenido en un segundo plano, muy en su papel de componedor de descosidos, trataba de quitarle hierro a lo ocurrido con un par de gracietas intrascendentes.

En el ánimo de Villalonga y Revuelta quedó flotando, como una carga ominosa, la triple amenaza que Polanco formuló aquella tarde contra Telefónica, amenaza que cumpliría casi al pie de la letra en los meses y años siguientes.

* * *

Tras dejar a Polanco y a su segundo, los telefónicos se dirigieron a toda prisa al restaurante Zalacaín. La cabeza de Villalonga era una olla a presión. Nadie le había amenazado nunca de forma tan directa con poner sus medios, que son muchos, para torpedear su gestión, hacer fracasar la colocación en las bolsas y arruinar la cotización, y ello no sólo a través de su Grupo, sino apelando a su capacidad de influencia en medios extranjeros, que estarían dispuestos a seguir sus dictados.

En uno de los reservados del famoso restaurante estaban citados para almorzar con Antonio Asensio y su chico para todo, Manuel Campo Vidal, y abordar el tema de la plataforma digital y los derechos del fútbol. En realidad, al editor le importaba muy poco ese proyecto. Todo su interés estaba centrado en «colocar» los derechos del fútbol y hacerlo a un precio que le permitiera liberarse de los agobios financieros que le tenían a punto de asfixia, y, además, hacerse rico. Y estaba dispuesto a ello porque, al margen del precio como tal, el editor reclamaba una cantidad extra, una especie de peaje de 10.000 millones de pesetas por ceder esos derechos.

Por primera vez los de Telefónica avanzaron la idea de que, en lugar de comprar el fútbol, estarían dispuestos a alquilarlo, de modo que la responsabilidad, los derechos y obligaciones contraídos con los clubes siguieran siendo de Asensio y de su sociedad (GMA), limitando el papel de la operadora a abonar a la citada sociedad una cantidad anual por la emisión de los partidos a través de la futura plataforma.

Desde Zalacaín, la procesión se trasladó a Televisión Española, donde los pesos pesados de la plataforma gubernamental tenían prevista una reunión para las cinco de la tarde al objeto de avanzar en la formación del consorcio y dilucidar el papel que debía desempeñar cada uno de sus miembros. Demasiados gallos para tan poco corral: Villalonga, Asensio, Ansón y Mónica. Todavía Mónica.

En el «Pirulí» de la calle O'Donnell todo el mundo preguntó, con un punto de ansiedad, por la situación del contencioso del fútbol. Y es que todos estaban muy interesados en el acuerdo del fútbol, pero pagando Telefónica. Era el problema de Villalonga, obligado a vérselas con grandes estrategas, cada uno de los cuales pretendía alcanzar una posición mayoritaria en el proyecto aunque, como de costumbre, con los duros de la operadora.

Y entonces Juan Villalonga dio una palmada sobre la mesa y enseñó por primera vez sus cartas. Se acabó lo que se daba: si Telefónica entraba en la plataforma digital tenía que ser liderando el proyecto y, por tanto, con una participación mayoritaria en él. Que quedara claro. Tanto Ansón como Mónica Ridruejo entendieron entonces que la operadora no se limitaría nunca a desempeñar un papel pasivo, actuando de mero financiador del futuro proyecto de televisión digital.

Había llegado el momento en que las personas mayores tomaran la dirección del negocio, enviando a los niños al cuarto de los juguetes.

* * *

A partir de ese momento Telefónica cogió las riendas del proyecto. Por fortuna, Javier Revuelta pudo contar enseguida con la ayuda de la consultora McKinsey, contratada para esbozar un business plan, de lo cual se encargaron una serie de especialistas en la materia llegados a España para explicar el negocio y su funcionamiento. Los trabajos de McKinsey sirvieron de presentación para las reuniones de las tardes con los distintos grupos. Revuelta pudo al fin respirar con alivio: ya tenía algo que enseñar a sus visitantes nocturnos.

En la tercera semana de noviembre se presentó ante los medios de comunicación el proyecto de televisión digital auspiciado por el Gobierno, presentación que, realizada en la sede de Telefónica, se sustentó en apenas cuatro ideas cosidas con alfileres, sin haber decidido aún la composición definitiva del accionariado y el porcentaje de cada socio. Lo único que estaba claro era que Telefónica tendría, al menos, una participación del 35 por 100.

Para entonces, los nervios de MAR lucían a flor de piel. Aquél parecía un barco varado en la arena que había que poner a flote a toda prisa porque el rival estaba a punto de hacerse a la mar. Había que firmar el acuerdo societario cuanto antes pero, en el rusb final, Tele 5 se desenganchó de la idea y fue preciso buscar a toda prisa una serie de pequeños accionistas de acompañamiento que, además, dieran cierto lustre pluralista al proyecto.

Se consiguió que entrara Telemadrid, cosa nada fácil a tenor del juego político de Ruiz-Gallardón, y que lo mismo hiciera la televisión valenciana merced a una gestión personal de Villalonga ante Zaplana, intervención que fue aún más importante a la hora de lograr la presencia del Grupo Recoletos. Subsistía la incógnita de TV3, dispuestos a entrar siempre y cuando hubiera acuerdo con Antena 3.

Porque ése seguía siendo el nudo gordiano que Villalonga tenía que deshacer. Con la estructura accionarial prácticamente cerrada, quedaba por resolver el espinoso asunto de los 10.000 millones que reclamaba de fee Antonio Asensio. Entre la espada y la pared, el presidente de Telefónica pidió un favor a su amigo Aldo Olcese:

—Oye, Aldo, tienes que conseguir que Antonio me rebaje un poco esa cifra para que yo pueda venderlo mejor aquí, ya sabes…

—No te preocupes, Juan, yo le voy a decir a Antonio que tiene que hacerte ese favor.

Y Asensio accedió a rebajar la cifra a 9.500 millones. El editor era tan magnánimo que no le importaba perder 500 millones con tal de permitir a Villalonga quedar bien ante su Consejo, y en especial ante el BBV y La Caixa.

Y es que el BBV, socio de Prisa en Canal Plus, se había mantenido en tierra de nadie en pleno fragor de la batalla digital, vigilando de cerca a Villalonga y presionando para que no comprara el fútbol de Asensio, hasta el punto de que en la operadora sentían la presencia del banco como la de un vigilante jurado poco amistoso. Un comportamiento en el que seguramente tenía mucho que ver la falta de confianza de la entidad en la solidez del Gobierno Aznar. Asustado ante la perspectiva de un rápido regreso de Felipe González al poder, Ybarra temía quedar al descubierto apostando por Villalonga en esta batalla, lo que sería tanto como quedar a merced de la poderosa maquinaria mediática polanquil.

El argumento del de Neguri era que Telefónica no estaba para comprar los derechos del fútbol, porque ése no era su negocio. Ybarra, murmuraban en la sede de Gran Vía, remaba en la misma dirección que Polanco.

En la última semana de noviembre, y con el acuerdo de intenciones prácticamente cerrado, Asensio se descolgó con la novedad de que Antena 3 no entraría en el accionariado de la futura plataforma si antes no se resolvía el contencioso del fútbol, de modo que los telefónicos tuvieron que rescatar a toda prisa la vieja fórmula del alquiler de los derechos. Tres días antes de la fecha prevista para la firma, Asensio aceptó un documento, negociado en su nombre por Miguel Roca, con las condiciones del alquiler del fútbol durante cinco años y el pago de los polémicos 10.000 millones de pesetas «extras». Una cifra que quedó dividida, con todo, en varios plazos, el primero de los cuales estaba vinculado a la firma ante notario del acuerdo definitivo de constitución de la nueva plataforma digital (cosa que estaba prevista, como muy tarde, para el 30 de enero del 97), pero no antes, porque podía ocurrir que no llegara a constituirse nunca.

Antonio Asensio se había mostrado de acuerdo con esa caución, pero el 26 de noviembre, apenas cuarenta y ocho horas antes de la fecha fijada para la firma del acuerdo de intenciones, su hombre de confianza, Manuel Campo Vidal, dijo que no, que esa cifra tenía que pagarse el mismo día de la firma del mencionado acuerdo.

Y como Telefónica, firme en su postura, se negara a ceder, Campo Vidal, con instrucciones claras de Asensio, anunció, para sorpresa de todos, que retiraba el documento del fútbol, preferimos no firmar ahora, aseguró con gesto huidizo, ya discutiremos esto más adelante. Asensio se desdecía así del que hasta entonces había sido su gran argumento: que el fútbol y la constitución de la plataforma eran la misma cosa. A Revuelta esa decisión le pareció extraña.

Antonio Asensio estaba ya cocinando la «traición» que el 24 de diciembre le llevaría a cambiar de bando. Agobiado desde el punto de vista financiero, necesitaba ese dinero y lo necesitaba ya, porque en las primeras semanas de diciembre tenía que afrontar una serie de pagos millonarios con los bancos que habían financiado su paquete de Antena 3, y tal y como los hombres de Telefónica habían configurado los documentos, hasta el día 30 de enero no iba a recibir un duro por el fútbol. Y eso no resolvía sus problemas.

* * *

Llegó el ansiado día, jueves 28 de noviembre del 96, de la firma del acuerdo de intenciones sin que los problemas hubieran desaparecido del todo. Con los textos prácticamente cerrados, el hombre que no quería firmar ese acuerdo ni ningún otro iba a aprovechar al máximo un par de asuntos menores que quedaban pendientes para bloquear la firma. Definitivamente, Asensio no quería ceñirse a ningún compromiso, aunque estaba obligado a guardar las apariencias hasta el final.

Javier Revuelta había quedado a las siete y media de la mañana en la sede de Gran Vía con Antonio Asensio y sus abogados al objeto de introducir los últimos retoques al documento. Hora tan temprana venía explicada por la agenda del día: a la una de la tarde la plana mayor de la operadora emprendía viaje, vía Francfort, hacia la lejana Asia, donde Villalonga quería explorar algunas posibilidades de negocio.

A la hora fijada, una secretaria hizo su entrada en el despacho de Revuelta:

—Acaban de llegar unos señores de Barcelona; dicen que son los abogados del señor Asensio y de TV3.

—¡Ah!, muy bien, que esperen fuera —respondió Revuelta.

Esperando quedaron hasta que, casi una hora después, el propio Asensio hizo su entrada en el despacho de Revuelta hecho una fiera:

—¡Esto es una falta de cortesía inadmisible! ¡Habéis despreciado a mis abogados, que llevan ahí una hora encerrados sin que nadie les dirija la palabra!

—Oye, Antonio, que yo había quedado contigo —replicó Revuelta— para negociar el documento. Tú no me dijiste que iban a venir tus abogados, ¿qué quieres que le haga?

—¡Esto es una falta de respeto inaceptable! ¿Y sabes una cosa? ¡Que no estoy dispuesto a firmar ese documento, y no lo voy a hacer de ninguna forma!

La gran representación estaba en marcha. En escena apareció Mónica Ridruejo, dispuesta a contemporizar. Intento vano. Llegó también Ansón, decidido a poner a prueba sus habilidades de componedor. «No firmamos, no firmamos». Y por el edificio corrió como la pólvora la sospecha de que aquello iba a terminar como el rosario de la Aurora, con los medios de comunicación esperando en la planta noble el momento de la foto para el recuerdo y el avión de Iberia listo para salir desde Barajas en dirección Francfort…

«Antonio quería zafarse a última hora —asegura Revuelta—, y la escenita le liberaba de la obligación moral de firmar un acuerdo que no le convenía y que iba a hacer aún más difícil de explicar los pactos que estaba a punto de suscribir con Polanco. Fue una auténtica sesión de teatro».

Había también otros motivos por los que Asensio, y esta vez con razón, se negaba a firmar. Uno de ellos fue la introducción de una cláusula, que no figuraba en el contrato original, por la cual durante los tres primeros años de funcionamiento los socios se obligaban a reponer las pérdidas según se fueran produciendo y no al final de cada período, como hubiera sido razonable, otorgando derecho preferente al resto para cubrir la participación de aquel que no pudiera atender sus compromisos. Esa cláusula, unida al plan de negocio que se había diseñado, parecía abocar a la sociedad a una serie de ampliaciones de capital sucesivas que Asensio difícilmente podría atender. Aquello parecía destinado a estrangular a un hombre situado permanentemente en el filo de la navaja financiera.

Con Asensio al pie del ascensor dispuesto a abandonar el edificio de Gran Vía entre el escándalo del respetable, Villalonga lo cogió por el brazo, oye, Antonio, no me puedes hacer esto, están aquí los fotógrafos, las televisiones, todo el mundo esperando, me partes por la mitad si te vas… El regreso de Asensio al teatro de operaciones supuso borrar de un plumazo la cláusula de marras.

La ansiada firma tuvo lugar, por fin, a las 11,20 de la mañana. Tras la foto de rigor, las gentes de Telefónica salieron de estampida con dirección a Barajas dispuestas todavía a coger el avión que despegaba en menos de media hora.

Aquél fue el beso de Judas de Antonio Asensio. En la foto de familia de los participantes del magno acuerdo faltaba el hombre de confianza de Asensio, «el chico de los recados», que decían en Telefónica, del editor catalán; ¿dónde está Manolo Campo?, preguntaba Javier Revuelta frente a los fotógrafos, doblándose a izquierda y derecha como un junco de ribera, no está, respondía Asensio con cara de circunstancias, se ha tenido que ir a Barcelona porque tiene a su madre muy enferma.

La realidad es que, mientras Asensio firmaba de mala gana el documento, su entonces hombre de confianza, Manuel Campo Vidal, «una persona que nunca vino de frente, siempre con informaciones limitadas y sesgadas», estaba reunido a la misma hora con Juan Luis Cebrián, negociando el cambio de bando. La traición se estaba consumando.

* * *

Tanto habían querido apretarle que, mago del regate y del juego de poker, Antonio Asensio terminó por jugársela a Juan Villalonga en la ruleta de Jesús Polanco, algo que habría resultado inimaginable apenas unos meses antes.

En efecto, a lo largo de septiembre y octubre la querella entre Polanco y Asensio, con el fútbol televisado como punto de fricción, rebasó las páginas de los periódicos para llegar hasta los tribunales de justicia. El editor catalán, con la ayuda del PP antes del 6 de marzo y del propio Gobierno Aznar después, se había colado de rondón en un negocio —esta vez el fútbol de pago— que Polanco, cómo no, consideraba suyo.

Todo había empezado por un exceso de confianza de Prisa que su dueño terminaría pagando muy caro. Casi dos años antes, en el verano del 95, Asensio había reunido a un grupo de directivos del grupo en su casa de Marbella para anunciarles, ante la sorpresa general, que el negocio del futuro, el inesperado caladero de millones donde podrían pescar los más atrevidos, se llamaba fútbol. «Aquello nos pareció una locura», asegura Javier Gimeno, ex consejero delegado de Antena 3.

En efecto, de acuerdo con el mago Asensio, el futuro del negocio audiovisual pasaba por el control del balompié, de modo que había que poner manos a la obra para conseguir cambiar la filosofía de la Liga de Fútbol Profesional y, por ende, la fórmula de contratación audiovisual de los equipos. Merced a su tesón habitual, aquel anuncio se transformó en la creación de la sociedad GMA, como futura titular de los derechos de retransmisión.

Mientras Asensio y sus gentes se dedicaban a la tarea, Polanco y sus «ricoshomes», confiados en que nunca nadie se atrevería a entrar en un jardín que creían suyo, se echaban a dormir la siesta. Cuando quisieron despertarse, Asensio, con la eficaz ayuda del secretario de Estado para el Deporte y los presidentes de algunas comunidades autónomas, se había hecho con los derechos de los más importantes clubes españoles.

El dueño de Zeta reforzó su posición con el acuerdo alcanzado con TV3 gracias a los buenos oficios de su tradicional mentor político, Jordi Pujol. Con ello, Asensio pudo unir a su «escudería» el Fútbol Club Barcelona y el R.C.D. Español, cuyos derechos eran propiedad de la televisión autonómica catalana, lo que terminó por configurar una opción imbatible en el panorama del fútbol televisado.

Asensio le había echado un pulso a Polanco, y eso es algo que en España nunca sale gratis. Sin embargo, el cántabro, asediado por la inminencia de la temporada 96/97, se vio obligado a hacer de tripas corazón. De modo que el 16 de agosto del 96, y a petición del Grupo Prisa, Matías Cortés y Juan Luis Cebrián se sentaron a almorzar con Javier Gimeno y Miguel Roca en el restaurante barcelonés Reno.

Fue un almuerzo que empezó a las dos y acabó a las ocho de la tarde y en el que se establecieron las bases de una futura colaboración entre ambos grupos. Se trataba, en concreto, de unificar criterios para aportar los equipos controlados por cada uno a una bolsa común, como paso previo a la comercialización del producto por las dos plataformas de televisión digital que se perfilaban en el horizonte español. Las relaciones de Asensio con el Gobierno eran entonces excelentes, lo que explica que el editor defendiera una solución que no marginara a la futura Vía Digital.

El encuentro de Barcelona tuvo continuidad diez días después en una cena celebrada en la sede de Prisa, Gran Vía 32. Pero esa noche quebró el vaso de cristal tan laboriosamente tallado en Reno. El principio de acuerdo allí alcanzado saltó en mil pedazos. ¿Razón? La de siempre tratándose de los Polancos: Prisa pretendía el monopolio, de forma que el fútbol sólo pudiera verse a través de su plataforma de pago, Canal Satélite Digital (CSD).

Como quiera que esa pretensión alteraba radicalmente la filosofía de lo pactado en la Ciudad Condal, previa consulta telefónica con Asensio, Roca y Gimeno dieron allí mismo por zanjada la reunión cuando apenas eran las once de la noche.

Habría un nuevo intento, casi a la desesperada, de reanudar las negociaciones en una reunión mantenida, con representantes de menor nivel que los anteriores, en torno al 10 de septiembre en el hotel Villamagna de Madrid. Pero de nuevo las exigencias de Prisa impedirían avanzar un paso.

Aquél fue el pistoletazo de salida para la declaración de guerra de Polanco a las huestes de Asensio. A mediados de septiembre, el dueño de Antena 3 tuvo conocimiento de la presentación de una denuncia secreta contra él ante la Fiscalía Anticorrupción sobre la base argumental de la maraña societaria por él tejida en torno a Antena 3 Televisión. Un episodio que nunca vio la luz en la prensa, y sobre cuya autoría se hicieron todo tipo de conjeturas en el Grupo Zeta, desde que el responsable hubiera sido el productor José Frade hasta, naturalmente, que se tratara del Grupo Prisa, tan bien posicionado en los ambientes judiciales españoles, para, de esa forma tan «amistosa», intentar presionar al editor al objeto de llegar a un acuerdo sobre el fútbol.

La denuncia, que nunca llegó a mayores, sirvió para atizar la hoguera de un enfrentamiento entre ambos grupos que alcanzó una violencia verbal realmente aparatosa. El 18 de septiembre, Antena 3 y Canal Plus llegaron a los tribunales en su disputa por los derechos del fútbol. Fueron tiempos duros. La SER y El País, con la objetividad que les caracteriza cuando los intereses económicos de su propietario están en juego, se lanzaron a fondo por la quebrada de la heterodoxia financiera de Asensio, denunciando el entramado de empresas por él manejadas y su participación en el capital de algunos clubes del fútbol, cosa que vulneraba la Ley del Deporte. Asensio respondió al fuego enemigo con declaraciones muy duras contra Prisa y con comunicados en los que se mofaba de la objetividad e independencia de ese grupo y se acusaba a Polanco de manipular y tergiversar la realidad.

Una pelea sin cuartel, como siempre que hay mucho dinero en juego. El 20 de octubre, El País descubría el Mediterráneo con una historia maravillosa: «Jordi Pujol, el poder detrás de Asensio». En efecto, hasta la llegada de Aznar a Moncloa, Pujol había sido el baluarte político, el escudo protector de Antonio Asensio, tanto en Cataluña como en el resto de España. Y no por casualidad. Paradojas del nacionalismo étnico, Pujol era y es un político cogido, en lo que a prensa escrita se refiere, por la tenaza de El Periódico de Catalunya (Asensio) y La Vanguardia (conde de Godó), un apoyo que siempre le ha resultado fundamental desde el punto de vista electoral frente a Pascual Maragall.

Y el 27 de octubre, Pedrojota terciaba en la disputa en su homilía dominical de El Mundo: «Lucifer regatea a Belcebú», o el relato de cómo Asensio había burlado la posición hegemónica de Polanco en el fútbol.

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Echarle un pulso a Polanco parecía especialmente arriesgado para un hombre como Asensio, siempre a punto de la asfixia financiera. Pero vivir peligrosamente al borde de la quiebra se había convertido para él en un estilo, casi en un arte. Durante años su estrategia había consistido en ganar tiempo. La mayoría de las veces el nuevo plazo se reducía a unos pocos meses de vida, que ese mismo tiempo se encargaba pronto de consumir para renovar las angustias de un poderoso con pies de barro que vivía del dinero ajeno, el gambeteo y el regate en corto. Estaba claro que esa situación no podría alargarse indefinidamente.

El artista, en todo caso, ha contado siempre con la benevolente complicidad de sus banqueros financiadores, tradicionalmente dos grandes bancos, Banesto y BCH, y la mayor caja del país, La Caixa. En torno a los hechos relatados, las obligaciones de Asensio con sus acreedores se elevaban a la suma de 42.000 millones de pesetas.

A principios de 1995, Javier Gimeno, ante las dificultades con las que chocaba la cadena para obtener nueva financiación entre la banca española, convenció a Asensio de la necesidad de acudir al mercado internacional, con la idea de iniciar una reestructuración sensata de esa deuda que le permitiera vivir sin agobios.

Claudio Aguirre, responsable para España de Merrill Lynch y amigo personal de Gimeno, aceptó lidiar con ese toro, aunque exigió meterse en las tripas de Antena 3 durante seis meses. El escrutinio al que él y sus analistas la sometieron concluyó con un préstamo sindicado, dirigido por el citado banco de negocios, por importe de 15.000 millones de pesetas a seis años y con un más que aceptable tipo de interés, préstamo que Asensio y Gimeno firmaron en Londres en diciembre del 95. Una operación que ciertamente dio media vida al editor.

Se cumplía así uno de los objetivos que Aldo Olcese y su sociedad, Fincorp, se habían fijado para la reestructuración de la deuda de Antena 3. Ligado toda su vida al mundo financiero, Olcese se había convertido en el broker, el asesor, el consultor, y, sobre todo, el amigo de Asensio.

Otro de tales objetivos, quizá el más importante, era la salida a Bolsa, contando con la promesa de que el nuevo Gobierno iba a revocar la limitación legal establecida en la Ley de Televisión Privada, según la cual una misma persona no podía ser propietaria de más del 25 por 100 de una cadena. Era uno más de los topes que Asensio se saltaba a la torera con la piadosa connivencia del Gobierno, primero del PSOE y después del PP, dispuestos a mirar hacia otro lado.

Más grave era el caso de las sociedades tapadera utilizadas por el editor para facturar a Antena 3, sociedades que, se sospechaba, actuaban como centros de beneficios mientras las pérdidas, si las hubiere, terminaban aflorando en la cadena.

Para hincarle el diente a ambos problemas, Olcese convenció a Asensio en el transcurso del 96 de la necesidad de meter en la casa a un banco de negocios de prestigio, S.G. Warburg, con la misión de colocar entre inversores internacionales parte de las acciones por él controladas a través de fiducias varias. Teóricamente esa operación parecía posible, puesto que la compañía ya había dado beneficios auditados durante el 95, pero era imprescindible desentrañar la maraña financiera de la cadena como paso previo a la salida al mercado en busca de nuevos recursos. Dos objetivos por el precio de uno. Se trataba de poner orden en la casa y dar cierta credibilidad a sus cuentas de cara a los potenciales nuevos inversores.

Warburg entró, pues, en escena con la misión de realizar un due diligence, mientras Aldo Olcese, en tareas de asesor y confesor de Asensio, realizaba funciones de contraste de lo que el banco de negocios iba decidiendo.

Las peleas de Asensio con el equipo de Warburg resultaron dignas de una historia del disparate.

Reñido con la más elemental ortodoxia financiera, el editor había firmado la compra de los derechos del fútbol sirviéndose para el pago de un crédito de 6.500 millones que le dio… ¡la propia Antena 3! Olcese se echaba las manos a la cabeza:

—¡Pero eso no se puede hacer, Antonio, no me jodas! Si quieres, reestructurar la deuda y salir al mercado en busca de capital nuevo no puedes andar haciendo este tipo de cosas, porque eso no es de recibo.

—¿Cómo que no, si Antena 3 es mía?…

—Precisamente por eso, porque no es cien por cien tuya, que tienes ahí unos socios minoritarios a los que debes alguna explicación.

—¡Ah!, es que pienso devolver ese dinero hasta la última peseta, y con sus intereses.

—¡Nos ha jodido, es que sólo faltaba…! Es que, además de devolver el préstamo con sus intereses, tendrías que ceder a Antena 3 un porcentaje de los beneficios futuros.

Era una pelea agotadora que se repetía milimétricamente un día sí y otro también, consecuencia de la forma de ser de un hombre acostumbrado a vivir al borde del precipicio.

* * *

El private placement de Warburg se cerró alrededor del 16 de diciembre del 96, con la colocación del 12 por ciento de Antena 3 y el aval del propio Asensio. Se trataba de una operación realizada mediante la fórmula de los GDR, acciones sin voto con títulos depósito (el Bank of New York actuaba como depositario), pero cuyos tenedores finales eran fondos de primera categoría, caso de Alliance, Capital, J. P. Morgan, etc.

La colocación, que en España levantó sospechas de que se trataba de una nueva fiducia, permitió la entrada de alrededor de 14.000 millones de pesetas, de los cuales casi la mitad eran plusvalías destinadas al pago de la deuda con Banesto. Al día siguiente de la firma, en efecto, Asensio extendió un talón por casi 7.000 millones de pesetas saldando la deuda que mantenía con el banco. Su nuevo dueño, Emilio Botín, que no daba un duro por el éxito de la operación, no podía creer tamaño milagro.

Pero Asensio, con independencia de su inteligencia y su demostrada capacidad de supervivencia en las condiciones más extremas, es hombre que si algo tiene de sobra es baraka, suerte, mucha suerte. La de Warburg, una operación casi mágica para él, era la mejor demostración. La colocación de aquel paquete se hizo en el momento oportuno, con la gente oportuna y al precio oportuno y, de no haber sido por ella, el editor lo habría pasado realmente mal.

Como broche obligado de la operación, no tuvo más remedio que desprenderse de sus sociedades tapadera. En diciembre del 96, pocas semanas antes de que la revista Época saliera denunciando el entramado, la situación quedó regularizada con la compra por Antena 3 de la totalidad de esas empresas.

Saldada la deuda con Banesto, su posición con el BCH era mucho más cómoda, ya que nunca había tenido que soportar ninguna gran presión de Amusátegui para ponerse al corriente con la entidad.

De manera que la situación de Antonio Asensio a finales del 96 no era tan desesperada como se decía, aunque la deuda, en torno a los 40.000 millones de pesetas (21.000 con el propio BCH, 8.000 con La Caixa) seguía siendo muy importante. En cualquier caso, su posición había quedado aliviada hasta el mes de junio del 97, una circunstancia que desconocía Juan Villalonga en los prolegómenos del 24 de diciembre.

Salvado por la campana. Salvado incluso del instinto depredador de Botín, que meses atrás había estado a punto de desplazarlo de la cadena para colocar a su frente a uno de sus hombres de confianza: Eugenio Galdón.

Del instinto depredador de Botín lo salvó, en realidad, una discreta gestión de José María Aznar cerca del banquero santanderino. Asensio iba a ser el hombre del PP en el mundo audiovisual y no era cuestión de cargárselo por un quítame allá unos miles de millones de pesetas. Algo había cambiado de modo radical para Asensio tras la jornada electoral de marzo del 96. «Cada gobierno tiene el Polanco que se merece», diría después con cierta y brillante sorna el propio Eugenio Galdón.

El propio Aznar, sin embargo, había dejado clara la naturaleza de esa nueva relación en el curso de un almuerzo en Moncloa con Federico Jiménez Losantos, Antonio y Luis Herrero:

—Pero, ¿cómo os habéis podido echar en brazos de un tipo como Asensio? —preguntó uno de los periodistas.

—¡Pues porque nada más formar Gobierno vino Pujol y me dijo que teníamos que elegir entre un quinqui y un granuja…!

El «granuja», sin embargo, tenía que pagar un precio por el favor del Gobierno que a veces resultaba francamente insoportable. Algunos, caso de MAR, creían que eso daba derecho a todo. El secretario de Estado de la Comunicación estaba, en efecto, empeñado en que Asensio cambiara la línea editorial de su grupo, muy proclive al Gobierno en lo que a Antena 3 se refiere. El propio editor había consensuado con Moncloa el perfil del director de informativos de la cadena, cargo para el que fue nombrado Pepe Oneto, director de Tiempo, Sin embargo, MAR se quejaba de que los periódicos controlados por Zeta «no dejan de darnos leña». «Pero es que yo no puedo decirle al director de La Voz de Asturias que hable bien del alcalde de Oviedo, que no puedo, ¡coño!…», se desesperaba Asensio.

* * *

En contra de los intereses del Gobierno Aznar remaba Manuel Campo Vidal, un hombre que, en la longitud de onda del felipismo, no cejaba de ponderar la bondad de un acercamiento a Polanco, ojo, Antonio, que éstos no te quieren, que lo que buscan es llevarte al huerto, acuérdate de lo que te digo…

Con la tenacidad que le caracteriza, Campo Vidal mantenía ante Asensio la tesis de que Villalonga no era de fiar. Empeñado, en estrecho contacto con Cebrián —dos buenos periodistas oficiando de malos gestores de empresa—, en llevar a Asensio al redil de Polanco, se dedicó a desacreditar las posibilidades de pacto con Telefónica, «Te van a ir dando largas, pero no vas a ver un duro, Antonio».

La siembra de Campo Vidal, tratando de defender una opción ideológica por encima de los intereses comerciales de su patrón, terminó por caer en el campo abonado de un Asensio necesitado de cash y tentado a pegar un verdadero «pelotazo» con los derechos del fútbol.

El 17 de noviembre, Asensio llamó a Miguel Ángel Rodríguez a primera hora de la tarde. Necesitaba verle con urgencia.

—Pero, ¿de qué se trata, Antonio? ¿A qué vienen estas prisas?

—Es que quiero verte antes de la cena que voy a tener esta noche con Polanco.

En el despacho del secretario de Estado, el editor comentó que el amo de Prisa le había llamado para invitarle a cenar, en un último intento por llegar a un acuerdo para compartir el fútbol, «pero quiero que sepas que voy de oyente y que nunca se me ocurrirá hacer nada con él», cosa lógica, por otro lado, en un hombre que todavía tenía esperanzas de ser nombrado presidente de la futura plataforma auspiciada por el Gobierno, para lo que contaba con el apoyo de Ansón.

A la hora de las despedidas, MAR, entre bromas y veras, trató de asegurar la fidelidad del editor:

—Bueno, espero que no hagas ninguna tontería esta noche…

—Nunca jamás, puedes estar seguro: nunca pactaré con Polanco.

«Sospecho que esa noche pactó con él —sostiene MAR—, porque, ¿qué sentido tenía aquella innecesaria visita? El vino a mi despacho a testar si definitivamente tenía alguna posibilidad de ser presidente de la plataforma digital plural, y al no recibir respuesta, optó por sentarse con Polanco».

* * *

La negociación con Prisa, vaciadas las arcas de los insultos mutuos en la prensa y en los tribunales de Justicia, tomó cuerpo en la última decena de noviembre. «Yo me enteré a primeros de diciembre de que se habían reanudado los contactos con Prisa, y de que Campo Vidal y Cebrián, que se veían con asiduidad, avanzaban a marchas forzadas», asegura uno de los hombres de Asensio.

En torno al miércoles 18 de diciembre, el editor convocó a su staff para anunciar una sorpresa: estaba obligado a tomar una decisión definitiva en torno al fútbol, y aunque no era la solución que más le entusiasmaba, no tenía más remedio que firmar con Prisa, «porque necesito el dinero y Telefónica no está dispuesta a dármelo. Campo Vidal ya ha desbrozado el camino con Cebrián, de modo que se trata de ir mañana a una reunión en el hotel Barajas para dar el impulso definitivo al acuerdo». Asensio enfatizó la necesidad de mantener la negociación en el mayor de los secretos.

El Grupo Prisa, con la única excepción de Polanco, destacó al hotel Barajas a sus primeros espadas: Juan Luis Cebrián, Miguel Satrústegui, José María Aranaz, Ricardo Diez Hochtleiner, Carlos Abad y Ele Juárez. Por parte de Antena 3 asistieron Javier Gimeno, el propio Campo Vidal, Javier López, John Gibons (uno de los asesores de Asensio para temas económicos), Francisco Matosas y Francesca Garrigues (abogada del Grupo Zeta y ex mujer de Campo Vidal). A la reunión acudieron también Luis Oriva y Jordi Villajoana en representación de TV3. Allí estaban, pues, las tres patas del banco que sería presentado en público el 24-D.

Los reunidos, constituidos en dos equipos de trabajo, uno jurídico y otro económico, con Cebrián y Campo Vidal como coordinadores respectivos, avanzaron a uña de caballo en la dirección que les había sido encomendada: la de dejar listo un acuerdo marco para la creación de una sociedad conjunta (que luego sería bautizada como Audiovisual Sport S.A.) a la que se aportarían los respectivos derechos del fútbol. Pero se habló también de la integración de la propia Antena 3 en Canal Satélite Digital, la plataforma de Polanco, vulnerando de esta forma los pactos que Asensio había suscrito el 28 de noviembre en la sede de Telefónica.

Los acuerdos del hotel Barajas culminaron en maratonianas reuniones de perfeccionamiento los días 22 y 23 de diciembre en la sede del Grupo Zeta, calle O'Donnell de Madrid, en las que participaron ambos grupos al completo, más los abogados de Prisa, más el inevitable Miguel Roca, verdadera sombra de Asensio, más el propio Asensio en su despacho y Polanco en su «castillo» de Méndez Núñez, ambos en permanente contacto telefónico.

El acuerdo dependía al final de la generosidad de Polanco a la hora de valorar las sociedades propietarias de los derechos del fútbol, Gesport y GMA.

—¿Cuánto más vale tu fútbol que el mío?… —preguntó Polanco a Asensio.

—Digamos que 5.700 millones de pesetas más —respondió Asensio.

—De acuerdo. Ahí van.

A continuación, ambas empresas aportaron sus activos (los mencionados derechos) a la sociedad Audiovisual Sport, de la que cada uno tendría el 40 por 100 del capital, quedando el 20 por 100 restante en manos de TV3.

Inmediatamente después, Audiovisual Sport los vendió en exclusiva a Canal Satélite Digital (CSD) para su explotación en régimen de pay per view, derechos por los que CSD pagaría 15.000 millones, de los cuales el 40 por 100 correspondía a Asensio, es decir, otros 6.000 millones, de forma que el editor catalán se embolsaba de una tacada 11.700 millones de pesetas.

Tamaño tráfago culminó con el famoso «pacto de Nochebuena», firmado el 24 de diciembre pasadas las 3 de la tarde en la Fundación Santillana, con ojeras en todos los rostros por culpa de las noches de café e insomnio vividas en las dos últimas agotadoras jornadas, y nerviosas miradas al reloj por doquier, porque todo el mundo quería salir pitando para celebrar la Nochebuena con los suyos, y había viajes en avión programados, y coches casi en marcha esperando con el equipaje a bordo, y eso sin contar los estómagos vacíos, circunstancia que el mejor Polanco se afanó en aliviar con un buen surtido de canapés, tortilla de patata, «buenísima» por cierto, aunque el cántabro se superó con las croquetas, «finísimas», y un buen champán francés para celebrar el jaque mate que él, el hombre más poderoso del Reino, le acababa de endosar al Gobierno legítimo de la nación.

Polanco, copa de fino cristal de Bohemia en la mano, se mostraba especialmente educado con Asensio, particularmente atento, solícito en exceso con el hombre al que apenas un par de meses antes había tachado poco menos que de estafador, en una pelea que había sacado a la superficie los instintos más bajos de dos mercaderes del dinero. El dueño del Grupo Prisa era aquel atardecer de diciembre un gran actor dispuesto a perseverar en la farsa el tiempo necesario para explotar a fondo las bazas que le ofrecía tan inesperado aliado.

Lo más llamativo del caso es que nadie quisiera dar publicidad al acuerdo que se acababa de firmar, síntoma evidente de la mala conciencia que, a pesar de todo, embargaba a los protagonistas del affaire. Algunos, empezando por Campo Vidal, un hombre asustado en la hora de su gran triunfo, querían dejar cerrado bajo siete llaves un pacto que involucraba a cinco empresas (Prisa, Antena 3, GMA, Gesport y TV3) y que, como todo lo que atañe al fútbol, tenía una evidente relevancia social.

Hasta que alguien del Grupo Zeta, en un gesto torero, planteó una objeción muy fundada:

—Pero ¿es que hemos hecho algo de lo que nos tengamos que avergonzar? ¿No se trata de un acuerdo empresarial? Si lo es, pensar en mantenerlo oculto es cosa de locos. A lo hecho, pecho. Yo, como Antena 3, puedo defender el interés legítimo de la cadena en este acuerdo, y espero que el resto pueda hacer otro tanto. Mantenerlo en secreto sería un grave error.

La tesis prosperó porque Polanco, haciéndose con las riendas, sentenció:

—Lo que dice Javier tiene razón, ¡coño! Polanco, encantado de la vida y Asensio, como Campo Vidal, nervioso e íntimamente asustado por las consecuencias del pacto con Prisa. Preocupado y con ganas de salir corriendo, que fue lo que hizo a primera hora del día de Navidad, poniendo rumbo a Nueva York y Las Vegas con el obvio deseo de quitarse de en medio durante un tiempo. La tormenta estaba a punto de estallar sobre Madrid.

Antes de abandonar la Fundación Santillana, Asensio se metió en el bolsillo un talón del Banco Urquijo por importe de 6.666 millones de pesetas, talón que a continuación entregó a Javier Gimeno, consejero delegado de Antena 3, para saldar la deuda que GMA tenía contraída con la cadena.

* * *

Los poderes fácticos, con la mayoría de los banqueros a la cabeza, se apresuraron a tirar de teléfono para felicitar a Polanco por el éxito alcanzado; tal fue el caso de José María Amusátegui. Durante los meses en que Asensio y Polanco se arreaban a matar, el presidente del BCH recibió el encargo de Felipe González de mediar y acercar posturas, encargo que llevó a efecto con escasa fortuna, «por eso, cuando en Navidad me llamó Asensio y me dijo que había firmado con Polanco, yo dije que estupendo, que me parecía magnífico que se entendieran, porque eso era mucho más de lo que me habían pedido a mí, aunque luego resultó, claro, que eso le abría un boquete enorme al Gobierno del PP».

Había hombres felices, como Amusátegui, y hombres profundamente enfadados, como Jesús Gil y Gil, a quien Canal Plus había ofrecido 5.000 millones por los derechos del Atlético de Madrid, que GIL no había querido aceptar por lealtad a Asensio, «y ahora resulta que los 2.000 kilos que yo he dejado de ganar se los ha embolsado él…».

Ninguno tan feliz como el propio Polanco, que no sólo obtenía los derechos de todos los equipos de fútbol de la Primera División, sino que iba a poder comercializarlos en exclusiva a través de su propia plataforma digital. Polanco, inveterado enemigo de la libre competencia, iba a consolidar de esta forma su monopolio sobre la televisión de pago.

Un negocio que por sí solo podía dejarle unos rendimientos netos muy superiores a los del Grupo Prisa. El caso de Rupert Murdoch y los devastadores efectos de su poderío sobre la prensa libre anglosajona acudía a muchas memorias. El magnate australiano, dueño de un imperio muy diversificado de libros, periódicos, emisoras de radio, cadenas de televisión, operadoras de cable, etc., acababa de reducir a la mitad el precio de sus diarios en Gran Bretaña con la intención de doblegar a sus principales competidores. Murdoch se permitía el lujo de perder con la prensa escrita un dinero que recuperaba con largueza en sus negocios audiovisuales.

Las críticas contra la actitud timorata de Villalonga no se hicieron esperar. «Su negativa a pagar la mordida que le pedía Asensio fue el mayor error estratégico cometido en esta historia —asegura MAR—, sin el cual nos hubiéramos ahorrado la guerra digital y el desgaste que supuso para el Gobierno».

El interesado se defendería argumentando que «si hubiera recibido una llamada del presidente del Gobierno diciéndome que comprara los derechos del fútbol, habría tenido dos alternativas: cumplir la orden o dejar la compañía, es decir, ser considerado un mamporrero del Gobierno o salir de Telefónica. En cualquier caso, hubiera destrozado mi carrera profesional».

El «pacto de Nochebuena» produjo en Moncloa un profundo desgarro. Asensio había tomado el pelo al Gobierno.

El «pacto de Nochebuena» supuso para el Gobierno Aznar un desastre sin paliativos. Una sensación de pánico se instaló en muchos sectores sociales que habían apoyado el cambio. Los catorce años de «Felipe el Soberbio» podían ir seguidos por al menos cuatro años de «Felipe el Vengativo», de modo que aquellos que se habían atrevido a hacerle frente en marzo del 96 podían ir atándose los machos.

El Gobierno popular ardía en deseos de revancha contra el editor catalán, aunque, en términos de país, el problema no era Asensio, sino Polanco y el poder de su práctico monopolio. La situación podía hacerse particularmente irrespirable en el sector de los medios de comunicación, «porque éstos son de los que aplican la ley de fugas con el enemigo, éstos son nazismo en estado puro», aseguraba el consejero delegado de un importante medio de comunicación madrileño.

La erosión de autoridad del Gobierno, en general, y de Aznar, en particular, era inevitable. Nadie con dos dedos de frente iba a querer embarcarse en una operación con ese Gobierno a partir del «pacto de Nochebuena».