Washington, D. C.
Andrew Salam y su perro entraron para resguardarse de la lluvia y él buscó en el ropero la toalla raída que utilizaba para limpiar las patas del animal. Cuando le quitó todo el barro, se deshizo de las zapatillas y le siguió hasta la cocina, donde le llenó los cuencos con comida y agua fresca.
Sacó una botella de Evian del frigorífico, desenroscó el tapón y engulló la mitad de un largo trago. Era agradable estar en casa otra vez, y más aún ahora que su vida empezaba a volver a la normalidad.
El FBI le había pedido que trabajara para ellos, pero el corazón de Salam no estaba preparado. No ahora, al menos.
Cogió el mando a distancia, encendió el televisor de la cocina y sintonizó uno de los nuevos canales por cable. Había un analista político soltando una perorata sobre el «cambio» y las próximas elecciones presidenciales. Salam no le prestó atención. Solo quería tener la televisión encendida para tener ruido de fondo.
Cruzó la habitación y se sentó en la mesa de la cocina, donde se llevó la botella de agua. Tenía una pila de correo que todavía no había revisado y que no dejaba de aumentar con el paso de los días. La mayoría era propaganda, pero seguramente también habría facturas, y presumía de saldar las deudas en plazo.
Cuando empezó a ojearlo le llamó la atención un sobre poco común. Tenía por remitente una dirección de un hotel del que jamás había oído hablar y llevaba matasellos de las islas Vírgenes Británicas.
Abrió el sobre con cuidado y sacó un trozo de papel. Pegado en el centro había una especie de llave y, debajo, una nota. La caligrafía le resultó familiar y, al leer el texto, le dio un vuelco el corazón.
Andrew, sé que harás con esto lo que corresponde.
Matthew Dodd (alias Sean Riley)