Cuando Harvath le explicó lo que quería hacer, a Moss se le salieron los ojos tanto como sobresalía su nuez.
—Lo lamento —dijo el director—, pero la Fundación de Poplar Forest jamás lo permitiría.
Nichols sacó la cartera del bolsillo.
—¿Qué pasaría si estuviera dispuesto a pagar después los gastos de volver a colocar todo exactamente igual que estaba?
—Lo siento, profesor, pero no podemos permitir que se arranque de la pared ni una sola de las repisas de las chimeneas.
—Además, estaría dispuesto a realizar una aportación —dijo Nichols.
Moss apretó los labios mientras se lo pensaba. Al mirar el documento arquitectónico que el profesor tenía en la mano, preguntó:
—¿Qué tal eso?
El profesor lo levantó:
—¿Qué pasa con esto?
—Sabiendo que guarda una relación muy estrecha con Poplar Forest, ¿cuántas posibilidades hay de que fuera donado a nuestra colección?
—Creo que podría convencer a su propietario de que considerara la posibilidad de realizar una cesión por un periodo muy largo.
—¿Y el otro documento? —preguntó el director—. ¿El del texto árabe?
—Dependería de su colaboración.
—Muy bien —respondió Moss—. Es imprescindible que la repisa se retire con la máxima delicadeza. ¿De acuerdo?
—Por supuesto.
—Vamos a necesitar algunas herramientas —dijo Harvath.
—Tenemos infinidad de ellas —respondió Moss—. Sígame.
Media hora más tarde de que Moss dejara de quejarse por los daños que Harvath y Ozbek estaban ocasionando en la repisa y en el yeso de su alrededor, habían conseguido retirarla y apoyarla en la pared adyacente.
Nichols y Harvath estaban uno al lado del otro y examinaron la mampostería de la chimenea.
—Permítame ver de nuevo el esquema —dijo Harvath.
El profesor se lo entregó mientras Harvath frotaba con el dedo un agujero de uno de los ladrillos, relleno con argamasa.
—¿Qué le induce a creer que está aquí? —preguntó encogiéndose de hombros—. Tal vez fuera un anclaje de la propia repisa.
—Esos son estos de aquí —dijo Harvath señalando otros anclajes similares a ambos lados del hueco de la chimenea.
Retrocediendo hacia las herramientas que Moss les había ayudado a reunir, Harvath extrajo un taladro inalámbrico e insertó una broca de cemento.
—Solo hablamos de retirar la repisa —objetó Moss—. No hemos hablado de taladrar los ladrillos.
Harvath miró a Ozbek, que estaba cerca de Moss. El antiguo soldado de las Fuerzas Especiales puso la mano sobre el hombro del director y dijo:
—Seamos un poco indulgentes con él.
Cuando fijó la broca, Harvath se puso manos a la obra perforando el cemento.
Tardó más de diez minutos y, cuando el agujero estuvo completamente limpio, dos cosas se hicieron visibles de inmediato. No solo no era un punto de anclaje, sino que el agujero era profundo, muy profundo.
Harvath envió a Ozbek y a Moss a buscar algo sólido que pudieran introducir en el agujero para sondearlo. Regresaron a los cinco minutos con una varilla de roble de un centímetro de diámetro.
Harvath colocó la punta en el interior del agujero y la empujó hasta introducirla al máximo. La agarró con ambas manos y trató de empujarla más, pero no sucedió nada.
Ozbek se acercó a la caja de herramientas, extrajo un martillo y se lo llevó a Harvath.
Harvath sujetó la varilla con una mano y golpeó con el martillo. Como no sucedió nada, asestó otro golpe, al que siguió otro más, cada cual más fuerte, pero en vano.
—¿Qué trata de hacer exactamente?… —empezó a decir Moss.
Pero Nichols le interrumpió haciéndole una seña para que guardara silencio.
Harvath volvió a tomar impulso con el martillo y descargó otro golpe con una fuerza considerable.
Se oyó un crujido cuando el martillo astilló la varilla, pero también sucedió algo más: sonó un leve ruido de un choque de ladrillos y la parte trasera de la chimenea pivotó sobre un eje central, exactamente igual que la puerta giratoria de servicio del comedor de Monticello.