Poplar Forest se encontraba en el condado de Bedford, justo al suroeste de la ciudad de Lynchburg, en Virginia. Aun pisando fuerte, a Harvath le costó bastante reducir el efecto de la hora punta de tráfico para recorrer los casi ciento treinta kilómetros de distancia.
Mientras iban, Nichols les informó de los aspectos generales que él conocía sobre Poplar Forest.
—Jefferson se refería a Poplar Forest como su «propiedad más valiosa» y empezó a construir la casa allí en 1806, poco después de la primera guerra bereber.
»Era su lugar de retiro cuando tenía tiempo para dedicarse a sus quehaceres predilectos: reflexionar, estudiar y leer. El salón, que además duplicaba la superficie de su estudio, albergaba más de seiscientos libros en diversos idiomas, obras de autores como Esopo, Homero, Platón, Virgilio, Shakespeare y Molière.
»La vivienda de Poplar Forest se consideró la cima del genio arquitectónico de Jefferson. Inspirándose en los principios constructivos de Andrea Palladio, Jefferson hizo edificar la casa enteramente de ladrillo con la planta de un octógono regular casi perfecto, lo que saciaba su adoración por la matemática. En el interior, la casa se dividía en cuatro salas octogonales en torno a un comedor de planta cuadrada perfecta.
»El lugar estaba inundado de luz gracias a unas ventanas de triple cerco de suelo a techo y a un lucernario de casi cinco metros de diámetro que había en el centro. Y aunque su idea era crear un lugar de retiro campestre informal y sencillo, el conjunto de la edificación, hasta la cocina, fue una obra maestra absolutamente novedosa.
El hecho de que Poplar Forest cerrara los lunes no habría detenido a Harvath para encontrar un modo de entrar, pero Susan Ferguson había llamado al director del recinto, Jonathan Moss, que aceptó acudir en coche desde Roanoke y reunirse con ellos allí.
Tras girar inmediatamente a la derecha en Bateman Bridge Road a la entrada de Poplar Forest, Harvath siguió el largo camino durante más de un kilómetro y medio hasta llegar a las inmediaciones de la fachada del edificio. El suyo era el único vehículo que había.
—Parece que hemos llegado primero —afirmó Nichols—. ¿Deberíamos echar un vistazo?
Los tres saltaron del todoterreno, se estiraron para desentumecerse y, acto seguido, empezaron a caminar. Mientras rodeaban el edificio principal y la recién construida ala de servicios, el profesor compartió el puñado de detalles contemporáneos adicionales que sabía sobre Poplar Forest. Concretamente, explicó cómo se había degradado rápidamente hasta 1983, momento en que se creó una iniciativa sin ánimo de lucro para adquirirla, junto con las más de doscientas hectáreas circundantes. Durante los veinticinco años siguientes, la empresa se esforzó por investigar y restaurar la propiedad para devolverla a su estado original.
Al cabo de quince minutos de turismo, oyeron el portazo de un coche. Había llegado el director de Poplar Forest. Dejando a Nichols y a Ozbek tras de sí, Harvath se dio la vuelta y se dirigió a donde habían aparcado.
Jonathan Moss era la persona más delgada que había visto Harvath en su vida. Con su metro ochenta de estatura, su pelo negro y una nuez muy prominente, parecía tener unos cincuenta años, y le recordó a Harvath al Ichabod Grane de Washington Irving[10].
Moss recogió unos paquetes de información del maletero de su coche, cerró el portón y ascendió caminando hasta el pórtico septentrional, donde Anthony Nichols se presentó y se ocupó del resto de las presentaciones.
Una vez cumplido el ritual de estrechar manos, Moss entregó un paquete de información sobre Poplar Forest a cada uno de sus visitantes.
—Confío en que su viaje no resulte una pérdida de tiempo —subrayó mientras los conducía hacia las puertas de pino de la entrada principal, que habían sido pintadas para reproducir el color y la textura de la caoba, exactamente igual que en la época de Jefferson—. Como creo que les explicaron, gran parte de la casa fue devastada por el fuego en la primera década del siglo XIX. Creo que hemos realizado una labor de restauración excepcional, pero no sé de cuánta ayuda les va a resultar. La totalidad de la madera original se quemó, incluidas las chimeneas.
Moss abrió las puertas y, cuando todos estaban dentro, pidió a sus invitados que lo siguieran a través del angosto pasillo hasta el comedor, en el centro del edificio.
Harvath levantó la vista hacia la luz tamizada por las láminas de cristal del lucernario. El friso representaba un bucráneo y gran variedad de rostros humanos, pero no tenían el aspecto de sus dibujos arquitectónicos.
El profesor sacó los documentos y los colocó sobre la mesa para que Moss los examinara. Cuando concluyó, Nichols le formuló las mismas preguntas que había planteado a Susan Ferguson en Monticello.
—No sé qué decirles de los engranajes —comentó Moss—. Aquí tenemos unos cuantos artilugios mecánicos diseñados por Jefferson, como el polígrafo para realizar copias de las cartas que escribía; pero nada con un sistema de engranajes tan complejo como este.
—¿Algún instrumento islámico como relojes o cualquier otro dispositivo procedente del mundo musulmán? —preguntó Nichols.
El director negó con la cabeza.
—Para nada.
Moss siguió respondiendo negativamente a las preguntas sobre el teniente O’Bannon, al-Jazari o cualquier otra cosa que tuviera que ver con la primera guerra bereber.
Exactamente igual que hiciera Paul Gilbertson, el profesor de Monticello, Moss sugirió que tal vez hubiera alguna respuesta en la abundante correspondencia de Jefferson, compuesta por más de veinte mil cartas escritas durante toda su vida.
Nichols ya había exprimido al máximo la correspondencia de Jefferson. También había tenido acceso a objetos que Moss no había visto ni vería jamás. Si se podía encontrar alguna respuesta, era allí. Tenía que ser allí.
—¿Y los dibujos arquitectónicos?
Moss colocó la hoja delante de sí y, tras examinarla un instante, afirmó:
—Susan dijo que uno de sus profesores creía que era un diagrama de parte de una repisa de una chimenea, ¿no es así?
—Correcto.
—Durante el proceso de restauración que llevamos a cabo reconstruimos catorce de las quince chimeneas de ladrillo.
—Y la decimoquinta, ¿por qué no?
—Era la única que no lo necesitó.
—¿Dónde está? —preguntó Harvath.
Moss levantó el dibujo arquitectónico de Jefferson y respondió:
—En la misma habitación cuyo friso representaba cabezas de buey y la diosa romana de la sabiduría y el aprendizaje, Minerva. —A continuación, señaló a la puerta que tenían delante y dijo—: En el salón.