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Scot dio a Susan Ferguson todos los detalles que se atrevió a contarle y, mientras hablaba, la conservadora de Monticello estaba fascinada.

Cuando acabó, había, como es natural, un millón de preguntas que ella quería hacerle, pero Ferguson no se desvió del tema.

—Así que lo que buscan es un objeto mecánico accionado mediante engranajes, concebido por ese tal al-Jazari, y que le trajeron a Jefferson los marines que intervinieron en la batalla de Derna de 1805, ¿es así?

Todo el mundo asintió mientras la conservadora tomaba el otro documento y decía:

—También tenemos un segundo grupo de dibujos que tiene aspecto de ser alguna clase de detalle arquitectónico.

—¿Alguna labor de carpintería? —dijo Harvath.

—Sin duda, carpintería.

—¿Te resulta familiar por alguna razón? —preguntó Nichols.

Ferguson volvió a examinarlo con la lupa.

—Monticello era el paraíso del carpintero. Jefferson diseñó cada friso, cada cornisa y cada frontón. Los hay por todas partes.

—¿De modo que no los reconoces?

La conservadora buscó un libro titulado Les Édifices antiques de Rome y lo abrió por la página cincuenta.

—Este es un detalle del templo corintio de Antonino y Faustina, en Roma. Jefferson se inspiró en este diseño para el friso del vestíbulo principal.

Harvath miró con atención el dibujo de Jefferson y la página del libro.

—Son casi idénticos.

Ferguson asintió.

—¿Dijo usted que ese inventor del islam era célebre por sus clepsidras?

—Sí —respondió Harvath—. ¿Por qué?

—Porque en el vestíbulo principal —respondió Nichols— es donde está el Gran Reloj de Jefferson.

Ferguson le miró.

—Que no ha sido desmontado nunca de Monticello desde que se instaló en 1805.

—Tenemos que ver ese reloj —dijo Harvath.

—Pero no fue obra de un inventor del islam. Fue construido por un relojero de Filadelfia llamado Peter Spruck.

Nichols reconoció un libro sobre Monticello que estaba en la mesa y lo cogió. Pasó algunas páginas hasta que encontró el capítulo dedicado al Gran Reloj.

—Quizá lo construyera Spruck —replicó—, pero lo diseñó Jefferson, de arriba abajo, hasta el tamaño de los engranajes y cuántos dientes debía tener cada uno.

—¿Cuándo se construyó? —preguntó Harvath.

Nichols buscó la fecha exacta.

—En 1792. Tres años después de que regresara de París.

Harvath volvió a mirar a Susan Ferguson y repitió:

—De verdad tenemos que ver ese reloj.

La conservadora miró el de su muñeca.

—Monticello se abre al público dentro de media hora. Tenemos que ser muy rápidos.