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Mezquita de Um al-Qura

Falls Church, Virginia

Dodd se esmeró al máximo para tratar de explicar al jeque Omar que los asesinos profesionales no mataban indiscriminadamente. Mataban solo cuando era necesario. Pero fue un ejercicio vano. Aunque Omar era un hombre piadoso y extremadamente inteligente, era incapaz de captar sutilezas.

Él y Waleed detestaban a los infieles más que a cualquier otra cosa; y en ellos se incluía a los musulmanes que no seguían su interpretación purista del Corán. A los infieles se les consideraba kuffar y merecían morir.

Waleed era más pragmático y habría comprendido los riesgos intrínsecos de intentar buscar a tientas en una casa oscura y desconocida para tratar de matar a alguien. Sin embargo, ninguno de los dos habría comprendido por qué Dodd decidió golpear a un objetivo en la nuca con la culata de la pistola en lugar de matarlo. De manera que les mintió.

El jeque Omar estaba sentado ante su escritorio haciendo girar los discos del cilindro de Thomas Jefferson, colocado encima del Quijote.

—¿Qué ha sido de los otros que había en la casa? ¿Están muertos?

—Con el tiempo que tenía, no fue posible —respondió el asesino.

Waleed dejó de hojear las páginas.

—Tuviste toda la noche.

—Aunque hubiera tenido dos noches. Habría seguido siendo muy problemático.

Omar enarcó las cejas.

—¿Por qué?

—Quienesquiera que sean, son agentes bien entrenados.

—Aun así —interrumpió Waleed.

Dodd levantó la voz y acalló sus palabras:

—No espero que comprendas lo que significa conciencia de la situación.

—No tenían ni idea de que ibas. Eso dijiste tú mismo.

Al asesino nunca le había agradado Abdul Waleed. Nada le habría hecho más feliz que machacarle la tráquea.

—Matar a un profesional requiere mucho cuidado y atención a los detalles, sobre todo cuando te propones matarlo en su terreno. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal si no estás adecuadamente preparado.

—Así que, según reconoces tú mismo, no es imposible —afirmó Waleed como si hubiera ganado un punto decisivo de la argumentación.

Dodd volvió la vista hacia Omar.

—Ahora lo tenemos todo. Ellos no tienen nada. Esa era mi misión y la he cumplido.

—No —dijo Waleed desde el sillón—. El encargo era…

—Tranquilízate —ordenó Omar levantando la mano. Luego, dejó de mirar el cilindro para dirigir la vista a Dodd—. La caravana avanza, por mucho que los perros ladren.

El asesino le miró.

—Lo que significa…

—Significa que no se puede eliminar de su mente lo que ya han aprendido. No des por supuesto que por haberles arrebatado el material les has despojado de su voluntad. Seguirán intentándolo.

Dodd trató de interrumpir, pero Omar le detuvo.

—¿Cómo sabes que siguen necesitando ese material? Tal vez ya tengan todo lo necesario para localizar la revelación final.

El asesino no tenía que mirar a Waleed para saber que el hombre estaba deleitándose.

—Tenemos que averiguar con toda certeza —dijo Omar— que la amenaza ha sido neutralizada por completo.

—¿Qué quieres que hagamos?

Mientras le entregaba todo lo que se había llevado de Bishop’s Gate, el jeque dijo:

—Tienes que resolver este misterio y asegurarte de que no aparece nunca la revelación final.

Dodd extendió las manos para coger el material pero, cuando trató de hacerlo, Omar lo retuvo un instante más.

—Asegúrate de que no hay errores —añadió mientras lo soltaba.