Harvath se despertó al oír girar lentamente el pomo de su puerta. Cogió la pistola de la mesilla de noche, saltó de la cama y atravesó la habitación disparado hacia la pared contigua a la puerta.
Pegándose a ella, vio cómo dejaba de girar y la puerta empezaba a abrirse muy despacio. Giró el torso, se llevó la pistola al pecho y tanteó con la mano izquierda estirada ligeramente por delante de su cuerpo.
Cuando apareció un contorno entre las jambas de la puerta, Harvath lo agarró por el puño de la camisa, colocó la pistola delante de la cara del hombre y lo arrojó contra la misma pared en la que él se apoyaba girando el cuerpo ciento ochenta grados. La pared crujió al recibir el impacto. En ese momento, se dio cuenta de repente de quién era.
—¿Está loco? —le espetó Harvath mientras soltaba a Nichols—. Le advertí expresamente que no hiciera nada así. Podría haberle matado.
El profesor estaba viendo las estrellas, pero las ignoró.
—Gary ha caído —dijo con un susurro espantado.
De inmediato, la actitud de Harvath volvió a ser de máxima alerta.
—¿Dónde está?
—En la cocina. El suelo está lleno de sangre.
Harvath estaba a punto de responder cuando oyó el crujido de una tabla del suelo, fuera de la habitación. Se llevó el dedo índice a los labios y levantó la mano para indicar a Nichols que no se moviera. El hombre asintió con un gesto y se apretó contra la pared.
Harvath oyó otro gemido de una tabla. En esta ocasión, más cerca. Levantó la pistola y se preparó para disparar.
Unas décimas de segundo después, Ozbek atravesó la puerta con la pistola en alto y listo para disparar. Cuando vio a Harvath, bajó el arma.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó.
—Han dado a Gary en la cocina —respondió Harvath.
Ozbek se retiró para dejar pasar a Harvath.
—Vamos.
Harvath ordenó a Nichols que se quedara allí y cerrara la puerta con llave. Luego, él y Ozbek se dirigieron a la escalera.
No podía por menos de acordarse una y otra vez del ataque a Tracy, y Harvath se esforzó por evitar que acudieran a su mente las imágenes de cuando bajó el mismo tramo de escaleras para encontrarla en medio de un charco de sangre. Había una amenaza en su casa y, si no la eliminaba, iban a matarle.
Harvath cerró con fuerza en su mente una compuerta de hierro y se concentró en lo que había que hacer.
Él y Ozbek se cubrían mutuamente mientras bajaban las escaleras. En el vestíbulo, reparó en que no solo la puerta principal estaba entreabierta, sino que el panel principal de la alarma indicaba que el sistema estaba listo y activo. Evidentemente, no era así.
Con cuidado, los dos hombres entraron lentamente en la cocina vigilando todos los rincones posibles donde pudiera haber alguien oculto, hasta que confirmaron que estaba despejado. Luego, Ozbek hizo guardia mientras Harvath corría hacia Lawlor.
En el suelo, bajo la cabeza, se había extendido un charco de sangre. A Harvath se le hizo un nudo en la garganta cuando buscó la carótida de Gary con la esperanza de encontrar pulso.
Lo encontró y respiró aliviado. Bajó la cabeza y percibió que todavía respiraba.
Harvath le examinó la cara y el cuello lo mejor que pudo en busca de algún orificio de entrada o salida. No había ninguno. Agarró un paño de cocina de la puerta del horno y lo colocó con delicadeza bajo la cabeza del herido. No podía hacer nada más por su amigo hasta que atraparan a quien estuviera en su casa.
Se levantó y vio el rifle táctico apoyado en la encimera. Le habían sacado el cargador y lo habían dejado al lado, además de la bala que había en la recámara. «Qué extraño», se dijo.
Harvath agarró la bala y se guardó el cargador en el bolsillo trasero para que no pudieran utilizar el arma contra ellos. Luego, se unió a Ozbek y, ambos, registraron el resto de la casa.
Al llegar al estudio, supo que, quienquiera que hubiese entrado, hacía mucho que se había ido. El escritorio en el que había trabajado Nichols estaba casi completamente vacío. Todos los documentos, el portátil de Nichols, sus notas y la caja secreta de Jefferson con el rodillo habían desaparecido. Lo único que quedaba era una pila de libros de consulta generales sobre Jefferson.
Harvath no tuvo que ver nada más para saber lo que había sucedido. Matthew Dodd había encontrado su casa. La única pregunta que se hacía en ese momento era cómo.
Sin embargo, tendría que esperar. Harvath dejó a Gary con Ozbek y Nichols, cogió una linterna y salió de la casa. Los materiales que se habían llevado no tenían precio. Aun cuando estuviera seguro de que hacía mucho tiempo que Dodd se había ido, quizá hubiera dejado alguna clase de pista. Habiendo tanto en juego, no podía permitir que desapareciera sin más.
Harvath recorrió todo el terreno hasta que encontró una zona de hierba y maleza aplastada donde el asesino debió de haberse ocultado. Estaba perfectamente limpio y no quedaba allí nada valioso.
Siguió el rastro del hombre por el camino de acceso principal hasta el lugar desde donde debió de haber manipulado el sistema de alarma de Bishop’s Gate. Aunque Harvath pudiera haber mandado a alguien a que buscara huellas por allí, dudaba de que Dodd hubiera cometido la imprudencia de dejar alguna. Además, no necesitaba que ningún técnico le dijera lo que ya sabía. Matthew Dodd había entrado en su casa, estaba seguro. La información que más necesitaba Harvath en ese momento era saber adónde había ido.
Continuó buscando hasta que llegó la ambulancia de Gary, pero no encontró más. Dodd había desaparecido.
Ahora que les habían robado todo el material de Jefferson, Harvath y sus colegas habían sufrido un contratiempo espectacular… y Estados Unidos mucho más.