Harvath fue a por una caja de cerillas a la repisa de la chimenea del estudio. Iba a ser una noche fría. Si no encendía lumbre ahora, la habitación no se calentaría jamás. Era al mismo tiempo un inconveniente y parte del encanto de vivir en una estructura con tanta historia.
Una vez encendido el fuego, tomó asiento cerca de la mesa en la que estaba trabajando el profesor, cogió la caja secreta y preguntó:
—Ahora que ya ha descifrado parte de las notas de Jefferson, ¿cómo encaja al-Jazari en todo esto?
Nichols examinó varias páginas que había sobre el escritorio hasta que encontró la que buscaba.
—La obra de al-Jazari era célebre en todo el mundo islámico, y sus inventos eran muy codiciados. Al igual que Da Vinci, al-Jazari dependía para vivir de patronos y encargos.
»Al igual también que Da Vinci, al-Jazari era un hombre de ciencia devoto. Nada menos que en el siglo XII, los científicos y académicos musulmanes eran conscientes de que el Corán contenía muchos errores, como explicaciones incorrectas de Mahoma sobre el funcionamiento del cuerpo humano, cómo era la Tierra, las estrellas o los planetas, que había transmitido como la palabra exacta de Dios. También estaban los versículos satánicos.
Harvath sabía demasiado sobre los versículos satánicos. Mahoma, ansioso por alcanzar la paz con la tribu de su familia, los quraysh, afirmó que era legítimo que los musulmanes rezaran a las tres divinidades paganas de los quraysh como intercesores ante Alá.
Pero cuando Mahoma se dio cuenta de lo que había hecho y que había puesto en peligro el monoteísmo para que la tribu de su familia se adhiriera a él, lo retiró todo y afirmó que había sido el demonio quien había puesto esas palabras en su boca. Para los quraysh, el cambio radical de postura fue como apagar un incendio con gasolina y representó una retractación fascinante que, a lo largo de la historia, ha despertado un interés notable entre muchas personas, incluido Salman Rushdie.
—Se cree que, igual que Da Vinci —prosiguió Nichols—, al-Jazari no creía en la infalibilidad de la fe que presidía la sociedad en la que vivía. Supuestamente, cuando al-Jazari conoció la historia de la revelación final de Mahoma y que había sido excluida del Corán, se obsesionó con encontrarla.
—¿Y lo logró? —preguntó Harvath.
Nichols tomó aliento.
—Según lo que descubrió Thomas Jefferson, sí, lo logró.
Harvath esperó a que el profesor continuara.
—La notoriedad y la celebridad no poco importante que adquirió al-Jazari le facilitó el acceso a toda clase de personas en el mundo musulmán. Viajó por todas partes y se reunió con jefes de Estado musulmanes, así como con sus ministros, científicos y altos cargos de todas las cortes, además de con mercaderes, piratas, comerciantes e infinidad de sabios.
»En la época de al-Jazari, muchos de los que conocían la historia pensaban que la revelación final de Mahoma no era más que un mito; que tenía más de ficción que de realidad. Si de verdad existía algo semejante, ¿por qué no se conocía?
»Al-Jazari suponía que, si en verdad Mahoma hubiera recibido una última revelación que causó su asesinato, entonces en el mundo musulmán podrían seguir existiendo fuerzas que continuaran matando para mantenerla oculta. Si esas mismas fuerzas se apoderaban de ella, la revelación sería destruida, sin lugar a dudas.
»De manera que al-Jazari empezó a buscar entre las personas que con mayor probabilidad conocieran la existencia de la revelación y dónde podría hallarse oculta: los científicos y eruditos de su tiempo. Cuanto más investigaba, más creía que el secreto seguía vivo en alguna parte.
»Le costó muchos años, muchos viajes y muchas intrigas, pero al-Jazari finalmente la localizó: el texto original de la revelación final de Mahoma tal como se la dictó a su secretario mayor y firmada por el propio profeta poco antes de morir.
—¿Dónde la localizó? —preguntó Harvath.
Nichols sacudió la cabeza.
—Todavía no he descifrado esa parte de los comentarios de Jefferson. Sin embargo, lo que he descifrado afirma que al-Jazari estaba tan impresionado por lo que leyó que le llevó a asegurarse de que la revelación se conservara y transmitiera a los sedientos de verdad. La tradición islámica es bastante célebre por el castigo que impone a quienes blasfeman o apostatan de la fe.
—La muerte —apostilló Harvath.
—Exacto. Dentro y fuera de la comunidad musulmana hay muchas personas, tanto inexpertas como eruditas, que sienten que el islam puro y ortodoxo de los fundamentalistas jamás podría sobrevivir al margen del contexto de sus orígenes árabes del siglo VII. Si se le aplica la ciencia, la lógica o el razonamiento humanista del siglo XXI, se resquebraja.
»Creen que esa es la razón por la que el islam siempre recurrió con tanta dureza a la amenaza de la muerte. Duda del islam, calumnia al islam o reniega del islam… y morirás. Es un modus operandi totalitario que acalla toda discrepancia y análisis, con lo que protege a la fe y evita que tenga que justificarse.
»No es de extrañar que quienes supieran algo de la revelación final de Mahoma se cuidaran tanto de no difundirla.
—Pero al-Jazari lo hizo —dijo Harvath—, ¿no es así?
—Sí —respondió el profesor—. Aun cuando no llegara a difundirse de forma generalizada, al-Jazari quería asegurarse de que los musulmanes que buscaran la verdad sobre su religión y su patriarca lograran encontrarla siempre; aunque tuvieran que realizar esfuerzos ímprobos.
—Empiezo a imaginar que Jefferson también tuvo que esforzarse mucho.
—A juzgar por sus diarios —prosiguió Nichols—, la tarea fue extremadamente difícil. Sin embargo, dispuso de uno de los mejores recursos del mundo: el cuerpo de Marines de Estados Unidos.
—«Hasta las costas de Trípoli» —dijo Harvath aludiendo a la conversación que mantuvieron en París.
—Precisamente —respondió Nichols—. En su diario, Jefferson refería que en 1805 envió al oficial de la Armada William Eaton, junto con un contingente de marines al mando del teniente Presley O’Bannon, a atacar Trípoli y derrocar al bajá, que había declarado la guerra a Estados Unidos. Fue la primera batalla que libró Estados Unidos en territorio extranjero.
»Eaton reclutó a Hamet, hermano del bajá de Trípoli exiliado en Egipto y legítimo heredero al trono de Trípoli, para que le ayudara con un pequeño cambio de régimen en el siglo XVIII. El objetivo era la acaudalada y fortificada ciudad portuaria de Derna.
»Tras una hora de bombardeo intenso desde los buques de la Marina estadounidense Nautilus, Hornet y Argus, al mando del capitán Isaac Hull, Hamet comandó a sus soldados hacia el suroeste para cortar el acceso a Trípoli, mientras que los marines y el resto de los mercenarios reclutados atacaban la fortaleza del puerto.
»Muchos de los soldados musulmanes de Derna tenían miedo a los marines y se rindieron enseguida, sin llegar a disparar siquiera los cañones y mosquetes.
»En medio del caos y el desconcierto de las calles, una pequeña unidad de marines se separó de sus compatriotas para llevar a cabo un encargo secreto del presidente Jefferson. Su misión consistía en infiltrarse en el palacio del gobernador. Sin embargo, había un pequeño inconveniente.
»Pese a las objeciones del teniente O’Bannon, cuando se hicieron con el control del camino a Trípoli, Hamet y sus mercenarios árabes habían establecido como segundo objetivo el palacio del gobernador.
»Informaron al contingente de marines de O’Bannon de que tenían que introducirse en él y abandonarlo antes de que llegaran Hamet y sus hombres. Su misión consistía en recuperar un objeto muy importante para el presidente.
—Déjeme que lo adivine —dijo Harvath—. Ese objeto tan importante tenía algo que ver con al-Jazari.
Nichols hizo un gesto afirmativo.
—Los marines libraron escaramuzas y batallaron cuerpo a cuerpo hasta llegar al palacio del gobernador. Al igual que la de los camaradas que combatían en el puerto, su valentía no tuvo parangón y marcaría la pauta ordinaria para todas las intervenciones de los marines a partir de ese momento.
»En menos de una hora y quince minutos desde el ataque terrestre inicial, el teniente O’Bannon izó la bandera estadounidense en la fortaleza del puerto. Fue la primera vez que las barras y estrellas ondearon en almenas ajenas al Atlántico. Poco después, la unidad secreta de los marines de O’Bannon regresó con éxito de la misión.
»Tras conservar la ciudad en su poder y repeler un contraataque, Eaton quiso adentrarse más en Trípoli, pero Jefferson le hizo retroceder, pues prefería formalizar un tratado de paz y garantizar la liberación de todos los estadounidenses retenidos en Trípoli, sobre todo la tripulación del buque Filadelfia, que había encallado en el puerto de Trípoli dieciocho meses antes.
»Aunque Eaton regresó a Estados Unidos siendo un héroe, como también les sucedió a O’Bannon y sus marines, siempre sintió que Jefferson le había vendido. Nunca supo nada de la operación encubierta de los marines ni de la verdadera razón para atacar Derna.
»Tras la victoria, el príncipe Hamet regaló al teniente O’Bannon una cimitarra utilizada por su tribu en agradecimiento a su coraje y el de sus marines, lo que constituye una curiosa nota a pie de página. Se trata del modelo de sable que los marines siguen utilizando hasta la fecha.
Harvath se puso de pie, depositó la caja secreta sobre la mesa y fue a añadir otro leño al fuego.
—Aun siendo un hombre de la Marina —dijo—, puedo reconocer perfectamente que los marines tienen un linaje imponente. Pese a todo, lo interesante es que nunca he oído hablar de la operación encubierta de Derna.
—Nadie tiene conocimiento de ella —apuntó Nichols—. Ni siquiera el Congreso. Acabo de descifrar los escritos de Jefferson al respecto. Siguiendo sus órdenes, los marines se llevaron el secreto a la tumba.
—¿Y qué hay del objeto que les encargó recuperar del palacio del gobernador de Derna? ¿Qué fue de él?
El profesor extendió la mano sobre sus notas y respondió:
—Ese es el misterio que tenemos que desentrañar.