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Pasaron varias horas hasta que Ozbek se tomó un descanso del montón de páginas de documentos árabes de la memoria USB que estaba analizando y acudió a la cocina.

—¿Qué tal va eso? —preguntó Harvath.

Estaba sentado en la mesa de la cocina estudiando cierta información que Nichols le había llevado para que la examinara. Le explicó que Lawlor había resuelto las cosas finalmente en la academia y que estaba de regreso. Había tomado declaración al mensajero, pero no parecía que el tipo fuera a suministrar nada de utilidad.

Ozbek sacó una cerveza del frigorífico y Harvath le indicó que él también tomaría otra. Sabía que el hecho de que uno de los agentes de Ozbek hubiera muerto y otro estuviera en el hospital con una herida de bala muy grave le debía de haber afectado mucho. Los boinas verdes eran duros, pero también eran seres humanos y se preocupaban mucho por los compañeros con los que luchaban y servían.

—Definitivamente, Khalifa había encontrado algo —dijo Ozbek cuando acompañó a Harvath en la mesa refiriéndose a los documentos impresos de la memoria USB—. El problema es que la información es incompleta. Habla de determinados fragmentos de manuscritos, pero no tienen respaldo, ni fuente.

—¿Le sorprende? —dijo Harvath mientras daba un sorbo.

—En realidad, no. Es la información justa para despertar la sed, pero no hay ningún lugar cercano donde saciarla.

—Un caluroso «que os den por culo» del señor Dodd y sus amigos islamistas.

Ozbek asintió con un gesto y dio un trago a la cerveza.

—Teniendo en cuenta que el edificio de los Archivos del Estado de Italia quedó hecho cenizas, probablemente lo único que nos quede sean las copias de Khalifa del hallazgo de Sana. Así que si Dodd tiene el ordenador de Khalifa, podemos olvidarnos de que alguna de ellas llegue a ver la luz del día.

—Lo cual vuelve aún más importante el trabajo del profesor.

—¿Sabe? —dijo Ozbek mientras se recostaba en la silla y estiraba las piernas—, toda esta historia de Jefferson es apasionante. De ser así, la labor de Khalifa no hubiera importado en modo alguno. Quiero decir que habría sido un complemento bonito, pero una revelación desaparecida del Corán que afirmara que los colaboradores más estrechos de Mahoma lo asesinaron habría causado suficiente conmoción por sí sola.

Harvath asintió.

—Si se maneja de la forma adecuada, podría contener a los fundamentalistas y catapultar a los moderados hacia el control verdadero de su religión. La guerra contra el terrorismo estaría prácticamente ganada.

Ozbek hizo un gesto de asentimiento y dio un sorbo a la cerveza.

—A pesar de lo confusa y contradictoria que me parece esa religión, he trabajado con montones de musulmanes que eran buenas personas. Francamente, no creo que se pueda extirpar jamás el cáncer del islam sin que explote una bomba inmensa desde su interior. Confío de todo corazón en que el profesor Nichols encuentre lo que anda buscando.

—A propósito de lo cual —respondió Harvath mientras cogía varias páginas que Nichols había descifrado y le había entregado—, creo que está acercándose mucho. ¿Ha oído hablar alguna vez de un inventor musulmán llamado al-Jazari?