Aunque era sábado, Harvath no logró encontrar aparcamiento a la primera. Como en cualquier otro campus universitario, el aparcamiento de la Universidad de Virginia funcionaba con la norma de que quien llegaba primero, aparcaba. En consecuencia, acabó teniendo que dejar el coche a varias manzanas del Departamento de Historia Corcoran.
No le importaba. Después del trayecto en coche, le apetecía salir y estirar las piernas. También le agradaba volver a encontrarse en un campus universitario. Le sorprendió ver lo ajetreado y vibrante que era, incluso en fin de semana.
Tras un paseo, Harvath llegó al edificio de ladrillo de tres plantas llamado Randall Hall. El despacho de Nichols estaba en el segundo piso, y Harvath utilizó para entrar las llaves que le había entregado el profesor. Le sorprendió mucho lo que encontró. Era muy distinto de como esperaba.
En lugar de estar decorado al estilo académico de época, era bastante elegante. El mobiliario era pulcro y moderno. En las paredes había escenas de los primeros tiempos de Estados Unidos entremezcladas con fotografías en blanco y negro de muy buen gusto. Al parecer, resultaba que Nichols era algo así como un iconoclasta.
El núcleo de atención de la sala era un escritorio Bauhaus deslumbrante, de madera oscura, situado frente a las ventanas y con un sillón de cuero y un rollo de papel secante a juego. El teléfono negro de baquelita de la década de 1930 adaptado para su uso moderno estaba junto a un ordenador Apple muy elegante. El escritorio resplandecía hasta el extremo de que Harvath podía verse incluso reflejado en él.
Unos archivadores de madera recorrían toda la extensión de una pared, mientras que la otra estaba ocupada en su totalidad por librerías. Estaban los prescriptivos textos históricos que se esperaría encontrar en el despacho de un especialista en Jefferson, así como volúmenes de autores demócratas destacados de las últimas décadas. Al extraer un par de ellos, Harvath vio que muchos estaban dedicados. Era una biblioteca impresionante.
Localizó los dos volúmenes de Jefferson que el profesor le había pedido y los introdujo en la bolsa.
En el rincón más apartado de la sala, justo donde Nichols le había dicho, había una bolsa de deporte azul de marca KIVA de la que asomaban una raqueta de tenis e información sobre el Centro de Tenis Snyder de la Universidad de Virginia. Aunque Nichols afirmaba que era el único que tenía llaves de su despacho, a Harvath le preocupaba que el escondite seleccionado para su memoria USB hubiera sido demasiado atractivo para los ladrones.
Tiró de la tapa de plástico de un tubo de pelotas de tenis y las volcó sobre la mano. Tenía que reconocer el mérito del profesor. En la práctica, era ciertamente un modo bastante ingenioso de esconder el lápiz de memoria. Seguramente, Harvath jamás habría mirado ahí. Encontró la minúscula incisión en la última pelota y la rompió del todo para abrirla.
La memoria USB encajaba perfectamente en su interior. Estaba tan bien sujeta que cualquiera podría haber botado la pelota sin oír siquiera vibrar nada en su interior. Harvath sacó el lápiz de memoria y se lo guardó en el bolsillo. Le quedaba un trayecto de al menos dos horas en coche y todavía tenía que pasarse por casa de Nichols para recoger su ropa y alguna que otra cosa. Al salir del despacho del profesor, empujó la puerta y la cerró con llave.
Una vez en el exterior, se dirigió hacia la zona central del campus, donde tenía aparcado el todoterreno.
Entró en la espectacular zona común rodeada de columnatas, conocida como el Lawn. En lo más alto se encontraba la Rotunda, el corazón arquitectónico e intelectual de la Universidad de Virginia, diseñado por el propio Jefferson e inspirado en el Panteón de Roma.
Pensar en el Panteón le devolvió a Harvath un torrente de recuerdos. La última vez que lo había visto casi lo matan.
Al reparar en aquello, se apoderó de él un extraño sentimiento. Le costó un instante descubrir que el sentimiento no tenía nada que ver con haber sorteado la muerte hacía todos esos años en Italia. Tenía que ver con algo aquí y ahora.
Cuando el pelo de la nuca se le erizó, la mano de Harvath se deslizó en la bolsa y buscó la culata de su Heckler & Koch.
Alguien le estaba siguiendo.