56

Lawlor era un maestro con la cafetera francesa de Tracy, a la que Harvath nunca había cogido el tranquillo. No sabía si se debía a que era demasiado perezoso para molestarse con ella o si, sencillamente, le gustaba ver a la joven hacer el esfuerzo por él.

En cualquier caso, cuando Harvath entró en la cocina, Lawlor estaba sirviendo tres tazas de café recién hecho y humeante. Cogió la suya y se sentó en la mesa, donde le acompañaron Nichols y Lawlor.

Nichols fue el primero en hablar:

—Así que entiendo que este es ahora mi nuevo hogar.

—Por el momento —contestó Harvath dando un sorbo al café.

—¿Qué pasa con mi material de investigación? ¿Y mis libros? ¿O mi cepillo de dientes, incluso?

—Haga una lista y se lo traeremos —dijo Lawlor.

Harvath levantó la mano tras soltar la taza de café.

—Ese Dodd es bueno, Gary, muy bueno. No tengo ni idea de dónde está ni para quién trabaja. Por lo que sabemos, podría haber salido de París ya y estar de camino aquí. El profesor Nichols tiene que estar protegido las veinticuatro horas del día.

Lawlor asintió.

—Tienes razón —dijo, y, volviéndose hacia Nichols, añadió—: Scot le traerá todo lo que necesite. Usted y yo nos quedaremos aquí.

—También tenemos que dejar claras unas cuantas normas básicas —añadió Harvath.

El profesor le miró.

—¿Como por ejemplo?

—Para empezar, nada de llamadas telefónicas, sin excepción. Gary le dará acceso a un servidor seguro para el correo electrónico. Siga sus pautas y no se aparte ni un milímetro.

»Segundo, no puede salir de este edificio bajo ninguna circunstancia. Si quiere dar un paseo, Gary o yo le acompañaremos. Tenemos que saber dónde está en todo momento. ¿Entendido?

Nichols hizo un gesto afirmativo.

—Bien —dijo Harvath—. Puede trabajar en mi estudio. Gary le ayudará a instalarse. Mientras tanto —añadió inclinándose sobre un mueble y sacando un bloc y un bolígrafo de uno de los cajones—, vayamos con la lista de cosas que necesita de su apartamento y de su despacho de Charlottesville. Cuanto antes me quite de encima ese viaje, mejor me sentiré.

Nichols todavía estaba confeccionando la lista cuando Harvath le rellenó la taza de café y le dejó en la cocina con Lawlor.

Scot recorrió el angosto pasillo de piedra que salía de la rectoría y se introdujo por una de las discretas puertas laterales que daban a la pequeña iglesia.

En su época, Bishop’s Gate debió de haber sido un auténtico paraíso del espionaje, pues bajo sus robustos cimientos estaba repleta de salas y pasadizos secretos. A Harvath le extrañaba que la ONI no los hubiera descubierto jamás. O quizá sí, pero, por respeto, los habían dejado intactos.

Con todo, Harvath había visto el fabuloso potencial que tenían y había dado uso al mejor pasadizo y cámara subterránea.

Los descubrió al tratar de trasladar la pila bautismal a la otra nave de la iglesia. La pila contenía un intrincado mecanismo de cierre que Harvath tardó toda una semana en reparar. Cuando logró hacerlo funcionar, descubrió que el altar de piedra de la iglesia podía desplazarse cuarenta y cinco grados, lo que dejaba a la vista una escalera de caracol estrecha que conducía a una zona a la que Harvath se refería cariñosamente como su «cripta».

Harvath hizo un gesto de dolor mientras se deslizaba por las escaleras y recordó el soberano golpe que se dio en el culo cuando bajó allí todo el material. Pero había valido la pena. Aquí almacenaba las herramientas de su oficio.

Un sistema de ventilación oculto aseguraba el flujo constante de aire que mantenía secos y activos los deshumidificadores. La cripta tenía una temperatura constante y la electricidad llegaba a través de un conjunto de baterías navales recargables que suministraban energía a la iluminación del techo.

Harvath accionó el interruptor y la sala ligeramente rectangular y alargada quedó bañada con destellos de fluorescentes. Había estantes de acero alineados en las paredes, mientras que el centro de la sala estaba ocupado por una mesa ancha de acero inoxidable.

Scot Harvath tenía muchos amigos, tanto dentro de la comunidad de agentes especiales como en la de quienes suministraban a los más destacados de Estados Unidos todo el equipo y el material necesarios para que realizaran su labor e hicieran bien su trabajo.

Un compañero de los SEAL que había fundado Blackhawk Industries, la empresa de equipamiento táctico más destacada del mundo, se aseguraba de que Harvath tuviera cada artículo nuevo que hacían. Harvath les había presentado a un joven doctor de primera categoría que había diseñado un uniforme de combate nuevo con torniquetes incorporados que iba a revolucionar la vestimenta de los militares y miembros de fuerzas de seguridad en las misiones. Blackhawk había reclutado al doctor y, ahora, colgados en una de las jaulas de metal de Harvath, había varios pares de pantalones con torniquetes, de los que cualquier militar experto decía que era la mayor innovación para el campo de batalla desde la armadura.

Además de la colección de ropa de combate y la ropa interior de Blackhawk Industries, y de material de demolición, equipos de comunicaciones, aparatos de visión nocturna y pistolas y cuchillos, Harvath tenía finalmente su equipamiento pesado.

Junto a las armas largas Beretta, Benelli, Remington y Mossberg, había dos rifles inmaculados Robar RC 50 y, junto a estas obras de arte, estaban las armas pesadas.

Como Harvath había realizado muchas aportaciones de diseño a H&K mientras formaba parte del Grupo Especial de Investigación y Desarrollo de los SEAL, tenía uno de casi todos los modelos de ametralladoras y subfusiles fabricados en los últimos veinte años. También tenía variantes de la formidable Viper de M16 Clinic.

Aunque todas eran excepcionales, la pieza más letal, efectiva y precisa de Harvath salió de una tienda sofisticada de Leander, en Texas, llamada LaRue Tactical, que estampaba en todos sus equipos el lema «Vive libre o muere».

Bullet Bob Horrigan, el colega de Harvath y tocayo de su perro, le había puesto en contacto con Mark LaRue y, cualesquiera que fuesen las desmesuradas peticiones que Harvath formulara a su comercio, la gente de LaRue Tactical siempre le presentaba algo superior a lo que había solicitado. Muchos bromeaban diciendo que Mark era la versión texana del agente Q de James Bond, y que, como buen texano orgulloso de serlo, quizá su nombre en clave debiera ser agente BB-Q[8].

Harvath estiró el brazo y cogió el rifle táctico «silencioso» LaRue M4, de cañón corto y hecho a medida. Parecía un arma de asalto normal y corriente, pero no era nada parecido. Era tan increíblemente precisa que, con la óptica avanzada adecuada, Harvath podía hacer disparos con diez centímetros de separación desde seiscientos metros.

Con un sistema de visión y localización de blancos Aimpoint CompM4 para uso continuo, una linterna Xiphos NT incorporada y un láser FSL Laserlyte, el arma era una de sus posesiones más preciadas. En honor del nombre en clave de Harvath, «Escandinavo», Mark LaRue había grabado oportunamente con láser el cargador con el martillo mitológico de Thor, el dios nórdico del trueno.

Para llevar en la cintura, Harvath escogió una H&K USP Tactical de calibre 45, munición Winchester SXT&P 230 y cargadores adicionales, junto con silenciadores Gemtech para ambas armas. Luego extendió un mantel limpio sobre la mesa y se dispuso a limpiar y engrasar ambas para asegurarse de que estaban en perfecto estado de uso.

Después de coger varios cargadores Magpul de polímero negro con munición de veintiocho disparos de Black Hills Mk262 77, metió el rifle táctico, el silenciador correspondiente y los cartuchos en una funda especial, y dejó todo lo demás para una bandolera Blackhawk poco llamativa parecida a la de los carteros. Luego, apagó la luz y abandonó la cripta.

Cuando volvió a situar el altar en su lugar, trasladó el material junto a la puerta principal y volvió a la cocina. El profesor Nichols se encontraba en el fogón batiendo huevos mientras Lawlor estaba sentado en la mesa leyendo la lista que acababa de confeccionar.

—¿Ya está todo? —preguntó Harvath al entrar.

Lawlor empujó el trozo de papel hacia el borde de la mesa y se quitó las gafas.

—Esto es todo —dijo.

—¿Quiere desayunar algo antes de marcharse? —preguntó Nichols al tiempo que levantaba del fogón la sartén de hierro fundido de Tracy.

—Claro —contestó Harvath confiando en no necesitar nada del material que tanto tiempo había dedicado a seleccionar.

Una de las máximas predilectas de Harvath era «Mejor tenerlo y no necesitarlo». En realidad, su máxima favorita era «Mejor tener un montón y no necesitarlo», pero no venía al caso. Si sucedía algo, quería estar seguro de que estaba preparado.