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Ozbek no esperó a ver si el tirador empezaba a dispararle. Sabía que su temperatura corporal comenzaría a subir enseguida.

Irrumpió en el salón con la pistola en ristre y preparada. En la puerta, se agachó y estiró la mano izquierda para agarrar el picaporte.

Cuando la puerta cedió, se incorporó despacio, lo justo para escurrirse entre medias, y luego giró hacia el vestíbulo.

Encontró al tirador en medio, con el aparato de visión térmica sobre el rostro. Ozbek apretó el gatillo. Cuando el hombre saltó hacia atrás mientras el aparato de visión caía al suelo, Ozbek vio la cara de Matthew Dodd.

Volvió a apretar el gatillo y otras dos balas impactaron en el chaleco antibalas y lo empujaron hacia atrás.

Cuando Dodd cayó, apretó el gatillo de su arma y astilló el marco de la puerta, justo encima de la cabeza de Ozbek.

Ozbek se lanzó rodando al interior del apartamento y pidió a Rasmussen que acudiera a cubrirle. Se arriesgó a mirar en el vestíbulo y volvió a esconder la cabeza justo cuando otras dos balas de Dodd salieron disparadas hacia él.

Ozbek esperó un instante y, a continuación, sacó la pistola por el marco de la puerta y apretó el gatillo.

Una vez más, llamó a Rasmussen y, otra vez, asomó la cabeza al vestíbulo. En esta ocasión, vio a Dodd salir corriendo por la escalera trasera. Ozbek disparó, pero el hombre ya había desaparecido de la vista.

Cuando Ozbek volvió a mirar al apartamento y vio el estado en que estaba Rasmussen, sabía que tenía que conseguirle un médico pronto. También había que pensar en Stephanie Whitcomb. Por lo que sabía, podría seguir viva fuera, aferrándose apenas a la vida.

Aun así, Matthew Dodd estaba demasiado cerca para dejarle escapar.

Ozbek miró a Rasmussen y dijo: «Volveré enseguida», mientras daba un salto e irrumpía en el vestíbulo.

Llegó a la escalera trasera y bajó los escalones de tres en tres. Cayó con fuerza en el primer descansillo y se asomó por la esquina. No había señales de Dodd, y Ozbek acometió el siguiente tramo de escalones.

Hasta que llegó al descansillo del segundo piso no reparó en la poca iluminación que había. «Dodd había destrozado la iluminación de ambiente».

Corrió hacia un sembrado de cristales rotos, y hacia una posible emboscada, agarró el pasamanos y trató de frenar su trayectoria.

Perdió el equilibrio mientras se deslizaba por un costado de las escaleras. Aterrizó con fuerza en el descansillo del segundo piso, donde los cristales rotos se le clavaron en la pierna y el hombro izquierdos.

Hizo caso omiso del dolor y bajó la pistola durante el siguiente tramo de escaleras sin dejar de moverse. Cuando llegó a la planta baja, abrió con cuidado la puerta de atrás y se asomó. No había señales del asesino.

Ozbek quería seguir persiguiéndolo, pero no tenía ni idea de la dirección en que había huido y también tenía dos agentes caídos.

Extrajo los trozos de cristal que tenía clavados y corrió escaleras arriba hasta el apartamento de Dodd. Tenía que llevar a Rasmussen a un hospital y rogaba a Dios que no hubiera que llevar a Stephanie Whitcomb a la morgue.