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El Hotel d’Aubusson estaba en la Rue Dauphin, en el barrio de St. Germain des Prés de París. Harvath y Tracy se detuvieron en unos grandes almacenes próximos y compraron ropa, que tenían ya puesta al salir de la propia tienda.

Llevaban la ropa anterior en las bolsas que les dieron en los grandes almacenes. Aunque seguramente en el hotel no les habrían impedido pasar del vestíbulo, Harvath creía que llevando las bolsas parecerían aún más huéspedes del hotel.

Para asegurarse, Harvath llevaba la llave electrónica de Anthony Nichols en la mano, a la vista, mientras atravesaba el vestíbulo de piedra del Hotel d’Aubusson y se dirigía al ascensor. La única interacción que apreciaron fue una sonrisa apresurada de un empleado de recepción atribulado.

Harvath y Tracy salieron del ascensor en la tercera planta y recorrieron la mitad del pasillo para llegar a la habitación de Nichols. Habían decidido que Tracy llamara haciéndose pasar por una empleada del hotel que le traía un fax desde recepción. Si Nichols abría la puerta, Harvath se haría cargo de la situación. Si no, Harvath utilizaría la llave para entrar.

Tras tratar de escuchar a través de la puerta si había indicios de vida, Tracy dio tres golpes secos a la puerta. Anunció en francés y en un inglés con un leve acento que le traía un fax. No hubo respuesta. Repitió la interpretación una vez más y, luego, se retiró.

Harvath introdujo la llave en el lector. El mecanismo emitió dos pitidos y la puerta se abrió. Despacio, la empujó y entró.

El cuarto de baño estaba a la derecha, con la puerta entreabierta. Harvath le dio una patada suave y, de inmediato, su mirada se vio atraída por el tocador de mármol. En lo alto de una bolsa de plástico de una farmacia había una botella de antiséptico, unos paquetes de gasas, una caja de vendas y una caja abierta de tiritas. Evidentemente, Nichols había regresado a su habitación, y hacía poco.

Pero, si era así, la llave no debería haber funcionado.

Cualquier llave nueva expedida en recepción habría llevado un código nuevo, lo que desactivaría la anterior. Harvath estaba preguntándose cómo diablos había podido volver a su habitación cuando oyó gritar a Tracy.

Se volvió justo a tiempo de ver caer la lámpara. Levantó el brazo izquierdo y amortiguó el golpe con el antebrazo mientras la lámpara se hacía añicos contra él. Instintivamente, la mano derecha se replegó para formar un puño y salió a pasear, conectó con la mandíbula de su agresor y envió a Anthony Nichols al suelo del cuarto de baño.

Ambos lo miraron.

—Es verdad que pelea como un profesor de historia —dijo finalmente Tracy mientras arrancaba el cable de la lámpara y le ataba las manos a Nichols a la espalda.

Harvath la ayudó a sentarlo en una silla, en cuyo respaldo le trabaron los brazos y a cuyas patas fijaron los pies con corbatas. Tracy encontró un albornoz colgado en la puerta del cuarto de baño y utilizó el cinturón como mordaza.

Una vez inmovilizado, Harvath se asomó al pasillo para asegurarse de que nadie había oído el alboroto. Convencido de que estaban a salvo, colgó en la puerta el cartel de «No molestar», encendió la televisión y se dispuso a interrogar al hombre llamado Anthony Nichols.