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Ozbek se acercó y recogió el expediente. El programa ultrasecreto Crucero era responsable de crear los asesinos más competentes que la Agencia Central de Inteligencia tenía en nómina. Y como el gobierno estadounidense y la CIA no autorizaban asesinar, técnicamente el programa Crucero no existía.

—Selleck quiere que te ocupes de esto personalmente —dijo Rasmussen mientras tomaba el intrincado puzle de madera que Ozbek tenía sobre la mesa.

Era el director del Servicio de Operaciones Clandestinas. Ozbek enarcó las cejas mientras examinaba el informe.

—¿Por qué yo?

—Porque es complicado.

—Es evidente, pero ¿dónde está la complicación?

—El domingo por la noche se cometió un asesinato en el monumento a Jefferson —explicó Rasmussen.

Ozbek terminó de ojear el expediente y se lo devolvió a su colega.

—¿Y?

—Alguien dio una paliza a un empleado de la Fundación de Amistad Islamo-Estadounidense. ¿Sabes quiénes son?

Ozbek lo sabía. La Fundación de Amistad Islamo-Estadounidense, conocida con ironía por sus siglas, FAIR[2], y financiada por el gobierno saudí, era una de las organizaciones islamistas más combativas de Estados Unidos. Tenía sedes por todo el país y representantes que comparecían a toda prisa ante los micrófonos cada vez que se acusaba a un musulmán de algo. Reaccionaban como por un acto reflejo y recitaban de memoria la infamia intimidatoria de la islamofobia antes de indagar en las circunstancias de un caso.

¿Detenían a unos musulmanes con el maletero lleno de explosivos de fabricación casera hechos a base de tubos de acero? Los tubos eran solo para fuegos artificiales y el policía encargado de velar por el cumplimiento de la ley no era más que un islamófobo intolerante.

¿Había unos imanes a bordo de un vuelo rezando a voz en grito ante la puerta de embarque, mofándose de Estados Unidos en árabe, cambiándose de asiento para colocarse como iban los secuestradores del 11 de septiembre y, aunque no eran particularmente corpulentos, pedían para sus cinturones de seguridad unos extensores que podrían utilizarse como arma y, sencillamente, los dejaban bajo el asiento? Estos pobres hombres no eran culpables de nada más que de volar siendo musulmanes. Y la FAIR colaborará para coordinar las demandas judiciales de los imanes contra los pasajeros islamófobos que se asustaron sin razón y denunciaron ante la tripulación unos actos absolutamente normales.

El quehacer de la FAIR tenía un efecto espeluznante por todo el país. Se atacaba abiertamente al FBI por publicar las fotografías de varones de Oriente Próximo en busca y captura por su relación con unas labores de vigilancia inusuales en los transbordadores del estado de Washington. El cobarde diario Chico Enterprise Record se negaba a publicar más descripción que la edad de infinidad de hombres que se dedicaron a vigilar activamente con cámaras, videocámaras y cuadernos de notas los parques de bomberos de todo el norte de California. Cuando los bomberos les preguntaron qué diablos estaban haciendo, aquellos individuos de Oriente Próximo huyeron en unos vehículos que los estaban aguardando.

A juicio de Ozbek, la Fundación de Amistad Islamo-Estadounidense no tenía nada de «estadounidense», por lo que sería mejor eliminar ese término de su nombre. Era una organización supremacista islámica pura y dura que quería ver al gobierno estadounidense derrocado y sustituido por otro musulmán regido por la ley islámica. Igual que a la mayoría abrumadora de musulmanes responsables y respetuosos con la ley, le ponían enfermo.

Es más, estaban absolutamente bien relacionados en Washington. Si bien Ozbek no podía demostrarlo, estaba seguro de que el presidente de la FAIR, Abdul Waleed, había desempeñado un papel estratégico en uno de los escándalos más atroces destapado en el Pentágono en las últimas décadas.

El asesor exclusivo del Departamento de Defensa sobre asuntos relacionados con la ley y el extremismo islámicos había sido destituido recientemente porque a un oficial de alta graduación del Pentágono, que resultaba ser musulmán, le parecía que sus opiniones sobre el islam eran demasiado críticas. Era como despedir al único asesor del gobierno en asuntos de nazismo justo en mitad de la segunda guerra mundial, o como largar a su único asesor sobre comunismo en medio de la guerra fría, solo porque un alemán o un ruso del personal se ofendiera porque el asesor no moderaba sus opiniones acerca del enemigo o de lo que le impulsaba.

Ozbek había visto demasiadas fotografías del presidente de la FAIR con Imad Ramadan, el oficial musulmán del Pentágono, como para no suponer que el cese del experto en ley islámica no llevara impresas de algún modo oscuro las huellas dactilares de la FAIR.

Todo aquel asunto era una insensatez, incluso en el lodazal políticamente correcto que era la política de Washington.

Pero, en cualquier caso, Ozbek no entendía qué tenía que ver la FAIR o un asesinato en el monumento a Jefferson con la División de Actividades Especiales.

—¿Qué tiene que ver todo esto con la CIA y el programa Crucero? —preguntó.

—Ahí es donde se complica —respondió Rasmussen—. En primer lugar, el sospechoso detenido en el lugar del crimen, un tal Andrew Salam, afirma que no lo hizo. Dice que le han tendido una trampa.

Ozbek puso los ojos en blanco.

Rasmussen dejó el puzle y levantó las palmas de las manos.

—Ya sé. Ya sé. Pero escucha esto. Dice que es un agente secreto sin cobertura del FBI.

La CIA utilizaba el acrónimo inglés NOC, siglas de non official cover, para referirse a estos agentes sin cobertura oficial. Se designaba así a un agente encubierto que no tuviera vínculos oficiales con el gobierno al que servía. El problema era que el FBI no utilizaba este tipo de agentes.

—Déjame que lo adivine —dijo Ozbek—. El FBI niega tener conocimiento de este sujeto.

—Según ellos, Andrew Salam nunca ha tenido ningún tipo de relación con su oficina.

—Tal vez se lo esté inventando todo. No sería el primer imitador de agente al que se detiene. Quizá el tipo delire.

—No sé —replicó Rasmussen—. Hizo las prácticas en la sección de Oriente Próximo de la Biblioteca del Congreso y fue el número uno de su promoción en el Centro de Estudios Árabes de Georgetown.

Ozbek conocía el programa de estudios árabes de Georgetown. Era un semillero de reclutamiento excelente para muchas agencias de inteligencia, sobre todo de la CIA; pero eso no significaba que el tipo no pudiera estar desequilibrado.

—Avanza hasta donde entra en juego en este asunto el programa Crucero —le apremió.

—Salam dice que ha estado llevando a cabo una operación autorizada por el FBI para infiltrarse y realizar labores de inteligencia en mezquitas y grupos islamistas radicales de todo el país.

»Uno de los grupos en los que se infiltró fue la Fundación de Amistad Islamo-Estadounidense. Había introducido en la organización a una empleada y estaba reunida con ella en el monumento a Jefferson.

—Donde la hirieron de muerte —dijo Ozbek.

—Él afirma que ambos, su «infiltrada» y él, fueron atacados —replicó Rasmussen.

—Y él sobrevivió.

—Dice que cuando los agresores vieron aproximarse a la policía de parques de Estados Unidos salieron disparados antes de que pudieran liquidarlo.

—Tuvo suerte. ¿Pudo verlos?

Rasmussen negó con la cabeza.

—Al parecer, llevaban careta.

—¿Y qué pasa con las grabaciones de las cámaras de seguridad? La policía de parques tiene cámaras en el monumento a Jefferson.

—Estaban desconectadas en el momento del crimen. Están «haciendo averiguaciones».

Ozbek iba adquiriendo interés.

—¿Alguna historia de amor entre él y la víctima?

—Los detectives también están investigando eso.

—¿Qué más tienes?

—La policía de parques está segura de que lo sorprendieron in flagrante delicto; con manchas de sangre en las manos, la ropa…, por todas partes —dijo Rasmussen—. Salam dice que estaba tratando de salvar la vida a la víctima.

—¿Apareció el arma?

—Un cuchillo, pero estaba impoluto. Sin huellas. La policía local de Washington, D. C, ha estado trabajando en ello desde que lo trajeron. Se ha encerrado más que una almeja y, justo cuando creían que estaba a punto de derrumbarse, es cuando ha salido la historia del agente encubierto.

—¿Para qué se reunía con esa supuesta informante? —preguntó Ozbek.

—Según Salam, se había topado con algo bastante importante. Aparentemente, la FAIR había contratado a un sicario.

—¿Y este asesino se graduó en el programa Crucero?

Rasmussen asintió con la cabeza.

—Esté o no lleno de mierda este tipo, mencionó Crucero; y sabes tan bien como yo que ese programa es un secreto muy bien guardado. No pudo habérselo inventado.

—No. No pudo. Evidentemente, alguien ha estado hablando de cosas que no debe.

—Te diré algo más. Quizá a la policía de Washington, D. C, no le impresione demasiado este tipo, pero habla realmente como un agente de inteligencia.

Ozbek miró a su colega.

—Tal vez pensara que, en efecto, trabajaba para el FBI.

Rasmussen volvió a asentir con un gesto.

—He hablado con nuestros contactos en el FBI y con otro de la policía local de Washington, D. C, que está a cargo de la investigación. Como la agencia se ha presentado en el interrogatorio y ellos no logran entender al tipo, están dispuestos a permitirnos acceder a él.

—¿Cuándo?

—En cuanto queramos.

—De acuerdo —respondió Ozbek—. Saquemos todo lo que tenemos sobre la Fundación de Amistad Islamo-Estadounidense, Andrew Salam y, sobre todo, el programa Crucero.

Rasmussen recogió el expediente.

—Está bien; pero para el FBI, la policía local de Washington, D. C, y ese tal Salam, nosotros nunca hemos oído hablar del programa Crucero. Por orden de las altas esferas.