PRÓLOGO

Monumento a Jefferson

Washington, D. C.

Domingo por la noche

Andrew Salam apareció desde detrás de la estatua de bronce de Thomas Jefferson y preguntó:

—¿Estás sola?

Nura Khalifa, de veintitrés años, asintió con un gesto.

El pelo abundante y oscuro le caía sobre los hombros para detenerse justo sobre los pechos. Andrew pudo adivinar las curvas de su cuerpo y la delgadez de su cintura bajo la chaqueta fina que llevaba. Durante un instante creyó incluso ser capaz de inhalar su fragancia, aunque más bien parecía el aroma de flor de cerezo arrastrado por una leve brisa desde el otro lado de la ensenada. No debería verla así, de noche y a solas. Era un error.

En realidad, el error era permitir que el deseo que sentía hacia ella le nublara el juicio. Salam lo sabía. Era una mujer espléndida y atractiva, pero también era su agente. La había reclutado él, y él era responsable del desarrollo de su relación. Pero no podía venirse abajo, por idóneos que considerara que eran el uno para el otro y aunque, solo por una vez, quisiera a toda costa sentir sus labios y su cuerpo apretado contra el suyo mientras hundía la nariz en su nuca y se empapaba de su aroma. Los agentes del FBI tenían que controlar sus emociones y no dejarse llevar por ellas.

Andrew Salam ahuyentó el deseo y guardó la compostura profesional.

—¿Por qué me has llamado?

—Porque tenía que verte —contestó Nura mientras avanzaba hacia él.

Pensó en tenderle la mano para detenerla. Temía no ser capaz de controlarse si se acercaba un poco más. Luego vio que tenía el rostro surcado de lágrimas y, sin pensarlo, le abrió los brazos.

Nura se aproximó a él y la estrechó contra su pecho. Mientras ella sollozaba, dejó descansar la cabeza sobre su coronilla y se permitió rozarle el cabello con la cara. Estaba jugando con fuego.

Nada más permitir que se abrazara a él supo que era un error, y la apartó con delicadeza hasta sostener su cuerpo por los hombros guardando cierta distancia.

—¿Qué ha pasado?

—El objetivo es mi tío —balbució.

Salam estaba anonadado.

—¿Estás segura?

—Creo que ya han contratado a un asesino.

—Espera, Nura. La gente no va por ahí contratando asesinos —empezó a decir.

Pero ella le interrumpió.

—Dicen que la amenaza es demasiado importante y que hay que afrontarla ya.

Salam se inclinó para mirarla a los ojos.

—¿Mencionaron el nombre de tu tío?

—No, pero no lo necesitaban. que él es el blanco.

—¿Cómo lo sabes?

—Han hecho un montón de preguntas sobre él y han estado averiguando a qué se dedica. Tenemos que hacer algo, Andrew. Tenemos que encontrarlo y advertirle. Por favor.

—Lo haremos —dijo Salam mirando a su alrededor—. Te lo prometo. Pero primero tengo que saber todo lo que has oído, por insignificante que sea.

Nura temblaba.

—¿Cómo has venido? —preguntó Andrew mientras se quitaba el abrigo y se lo ponía a ella sobre los hombros.

—En metro, ¿por qué?

Aunque a esa hora de la noche la pareja tenía todo el monumento para ellos solos, a Salam le incomodaba estar al aire libre. Tenía la extraña sensación de que los observaban.

—Me sentiría mejor si fuéramos a cualquier otro sitio. He aparcado el coche cerca. ¿Estás en condiciones de dar un paseo?

Nura afirmó con la cabeza y Salam la rodeó con un brazo mientras abandonaban el templete que albergaba la estatua.

Mientras caminaban, Nura empezó a apabullarlo con lo que había averiguado. Salam escuchaba, pero su mente vagaba sin rumbo.

Si hubiera prestado atención a algo más que a lo bien que se sentía ella apretándose a él, quizá hubiera tenido tiempo de reaccionar ante los dos hombres que surgieron de entre las sombras.