20

LA CHICA QUE LO TENÍA TODO A SU FAVOR

Durante un rato se oyen ruidos de forcejeo y lucha procedentes de arriba, con golpes tremebundos que parecen sacudir toda la fortaleza. Luego hay un silencio inquietante, solo roto por el zumbido de las máquinas del Doctor Imposible. Hasta que, de pronto, oigo pasos que se acercan y pienso que finalmente estoy a punto de conocer a Fuego Esencial. Pero, por supuesto, no es él. Es la Nueva Campeona que faltaba.

—Así que aquí es donde se reúnen los chicos más populares del barrio —bromea Lily a modo de saludo.

—¿Cómo has entrado? —pregunta Lobo Negro—. ¿No estarás…?

—Sé lo que parece, pero no, no estoy conchabada con él. —Se detiene a mirarnos uno a uno—. Pero tampoco fui del todo sincera con vosotros… en lo tocante a Fuego Esencial.

—Sé que está vivo —afirma Lobo Negro—. El Faraón iba a por él, así que fingió su propia muerte.

—¿De qué coño hablas?

Damisela vuelve la cabeza bruscamente en su dirección. Por una vez, la han pillado desprevenida. Hasta Míster Místico farfulla algo ininteligible a causa de la mordaza.

—¿Eso es lo que te contó? —pregunta Lily en tono incrédulo—. Acaba de caer derrotado, ¿lo sabíais? El Doctor le ha dado una paliza de muerte. Lo ha dejado literalmente para el arrastre.

—Espera un segundo, ¿tú no eras la novia de Fuego Esencial? ¿O eso también era mentira? —Lobo Negro suena enfadado, pero me pregunto si es solo porque, por una vez, lo han dejado en evidencia—. ¿Llevas todo este tiempo trabajando para el Doctor Imposible?

—¡Claro que no, por Dios! —contesta Lily con gesto exasperado—. Escuchad, todo esto ha sido un estúpido error. Quería contároslo, pero no creía que me fuerais a escuchar. ¿Queréis saber qué le pasó realmente a Fuego Esencial? ¿A vuestro amigo?

Nos vuelve a mirar a todos, lentamente. No era mi amigo, tengo ganas de recordarle. Ni siquiera lo he visto en persona.

—Nos conocimos en una fiesta en Londres, un viejo almacén reconvertido en sala de fiestas donde se reúnen superdotados de toda calaña, ya sabéis a qué clase de local me refiero. Supongo que él había salido a dar una vuelta con unos amigos a los que yo no conocía. Yo ya tenía claro que quería cambiar de bando, y aquella noche estuvimos hablando un poco. Fuego Esencial quería hacer una escapada el fin de semana a un lugar que conocía en Costa Rica. Me dijo que podía llevarme volando, que no tardaríamos más que un par de horas. En fin, el caso es que acepté la invitación. Al fin y al cabo, quería convertirme en superheroína…

»Nos fuimos a un complejo turístico que él conocía. Estaba abandonado, pero supongo que seguía siendo un lugar con encanto para llevar a las chicas. Lo que pasa es que, al llegar allí, se hizo obvio que alguien más había descubierto el lugar. Cuando descubrimos que se trataba del Faraón, creí que le daría algo de tanto reírse. Ya sabéis a quién me refiero, ese villano de los años setenta que llevaba encima kilos de maquillaje. Era evidente que iba a haber una pelea entre superhéroes, y yo me disponía a hacer méritos para pasar a ser una de los vuestros. Todos solíamos reírnos de él y de sus despistes, como aquella vez que no lograba encontrar su propio sarcófago en el Museo Metropolitano. El plan era detenerlo, encerrarlo en la cárcel durante unos días y de paso asegurarme un lugar al sol, entre los superhéroes.

—Espera un momento. Jason dijo que fue el Doctor Impos… —Por una vez, Lobo Negro parece totalmente desconcertado—. Maldita sea.

—Ya me lo suponía. —Lily no habla en tono prepotente, ni mucho menos, pero se nota que lleva tiempo queriendo sacarse todo esto de dentro—. El caso es que nos separamos. Fuego Esencial me dejó en lo alto de una colina cercana y me dijo que me limitara a contemplar el espectáculo, a ver cómo lo hacía un profesional. Solo me acerqué al final de todo. Para entonces, el Faraón estaba cansado. No había tenido tiempo de ponerse el maquillaje dorado y llevaba horas blandiendo la maza aquella. Su pelo ralo y canoso se veía todo apelmazado y tenía la barba empapada en sudor, al igual que la piel bajo la armadura. Me miró de un modo especial, como si supiera por qué estaba allí. Habíamos coincidido un par de veces.

»Del Faraón se pueden decir muchas cosas, pero hay que reconocer que era duro de pelar. La fuerza de Fuego Esencial era irresistible, pero la maza del Faraón lo hacía absolutamente inmune a todo mal.

»Solíamos hacer cábalas sobre quién resultaría vencedor en un combate cuerpo a cuerpo. Bloqueo frente al Diamante Viviente, Nick Napalm frente a Aguamarina, Caja de Sorpresas frente al Manitas. El desenlace de un hipotético enfrentamiento entre Fuego Esencial y el Faraón era una incógnita para todos. ¿Cómo se calcula algo así? Energía zeta contra una reliquia dotada de poderes mágicos. El Faraón siempre había sido muy fuerte, más de lo que nadie se había molestado en averiguar, y si se lo hubiese propuesto podía haber sido una amenaza real y no solo un chiste. Cada uno de ellos poseía una fuerza interna en la que residía su poder, y estábamos a punto de averiguar cuál de los dos era más fuerte. Cuando se enfrentaron… algo salió mal.

»Inicialmente, el combate ocupaba una extensión de cerca de kilómetro y medio, con avances y retrocesos. Luego, fueron bajando hasta la playa. La maza refulgía, y los rubíes engastados parecían incandescentes. Era a todas luces lo único que lo mantenía en pie. Había grandes boquetes en el paisaje allí donde Fuego Esencial había asestado golpes pero fallado el objetivo. Se le estaba cayendo la capa de pintura que la cubría, y debajo de esta se adivinaban símbolos grabados. Fuego Esencial no parecía preocupado, sino más bien perplejo. Frustrado, incluso. Un gesto de confusión se iba adueñando de su rostro. ¿Por qué se resistía tanto aquel desgraciado? Le dolían las manos de tanto golpearlo, y estaba hasta las narices de que la maza de Ra volviera una y otra vez para darle en la cara delante de aquella chica.

»Fue entonces cuando el Faraón, Nelson, lo golpeó de lleno en el pecho, obligándolo a retroceder unos cuantos pasos y a apoyarse en una rodilla. Miré a Fuego Esencial en ese momento y pensé "Oh, no, va a matarlo".

»Eché a correr hacia allá. Fuego Esencial se elevó unos pocos metros por encima del suelo y se tomó su tiempo antes de descargar su viejo golpe de gracia, un derechazo tremendo, con una potencia que normalmente no se hubiese atrevido a emplear contra ningún ser viviente, por muy superdotado que fuera. Era más bien el tipo de golpe que solía utilizar para destrozar un asteroide o hundir un barco. El Faraón paró el golpe sosteniendo la maza con las dos manos, y esta… se rompió. Se agrietó de arriba abajo. En ese momento se oyó un crujido estridente que parecía venir de todas las direcciones a la vez, y un extraño olor, propio de alienígenas o dioses, impregnó el aire.

»La maza era el núcleo de una explosión lenta, un frío despliegue de energía negativa, como si se tratara de un líquido. Se había astillado, y uno de los fragmentos se había clavado en el brazo de Fuego Esencial, que estaba sangrando. Fuera cual fuera la tecnología o la locura que hacía al Faraón invencible, ya no había nada que la contuviera, y sus efectos empezaban a extenderse. Notaba cómo tiraba de mí, y parecía absorber hasta la luz y el color. Un minuto más y quizá nos hubiese engullido a todos. De pronto, tuve la sensación de que se tragaría el mundo entero, toda nuestra dimensión. Quizá Míster Místico sepa de qué estoy hablando.

»El Faraón me dijo a voz en grito que me largara de allí. Estaba murmurando su palabra mágica, pero me parece que no funcionaba. No miré atrás.

»Ya sabéis que no puedo volar, pero sí correr bastante rápido cuando me lo propongo. Sinceramente, no sé qué ocurrió después. Para entonces, todo el valle se había convertido en una inmensa masa helada que se extendía mar adentro. La verdad, me fui de allí pensando que había empezado el fin del mundo.

»Hubo otra explosión. Fuego Esencial salió despedido hacia arriba, a kilómetros de distancia, y debió de resultar malherido. Supongo que fue la explosión lo que le provocó el coma. Pensé que estaba muerto. Supongo que de ahí sacaría la brillante idea de fingir su propia muerte. A no ser que fuera cosa tuya, Marc. La verdad es que suena a una de tus ocurrencias.

Lobo Negro se encoge de hombros. Vaya, vaya.

—Quería contároslo antes, pero… si se corría la voz de que había estado allí, todo el mundo pensaría que había sido yo el que lo había matado. Supongo que quería saber qué se sentía al ser el bueno de la película, para variar. Antes o después, me hubieseis descubierto. Fatale lo hubiese hecho, estoy seguro.

—¿Y qué hacemos ahora? —pregunto. ¿Hemos ganado o perdido?

—Yo me voy arriba, a asegurarme de que ese cretino no conquista el mundo. Para cuando salgáis de vuestras celdas, ya me habré marchado. Solo quería… daros las gracias por haberme concedido la oportunidad de ser otra persona durante un tiempo.

—Lily… —Quiero decirle que no se marche. Que la necesitamos.

—Espera.

Se dirige a la pared en la que se encuentra apoyada la lanza de Elfina, la coge como si la sopesara y se la arroja a su propietaria a través de los barrotes de la celda.

—Si estáis pensando en ir a por mí cuando todo esto se haya acabado, olvidadlo.

Nos da la espalda y se marcha.

Le deseo suerte a voz en grito, porque alguien tenía que hacerlo. Al fin y al cabo, era de los nuestros. Se vuelve a medias, asiente en silencio y desaparece en el pasillo.

Elfina coge su lanza y me mira con gesto dubitativo. Me levanto y extiendo los brazos.

—Adelante —le digo—. Esta vez estoy preparada.

Sé cuál es su plan, y creo que funcionará. Si su puntería sigue siendo tan buena como la última vez, podrá tirar de la lanza para sacarme del campo energético que me tiene atrapada. Nuestras celdas no están tan lejos la una de la otra.

Elfina frunce el ceño y apunta. La lanza me traspasa, como la otra vez, y las púas se enganchan en mi interior, pero ni siquiera duele. Debo reconocer que es buena. Dejo que tire de mí hasta atravesar el campo. De pronto, todos mis sistemas se vienen abajo. Pierdo el conocimiento durante un segundo, pero cuando lo recobro estoy fuera de la celda, y todos los demás me miran fijamente. Por un momento, soy la única superheroína en la sala, y los demás esperan que los rescate. Doblo los barrotes de la jaula de Elfina, ciego a tiros las lámparas que iluminan la celda de Damisela y arranco de cuajo las ataduras de Lobo Negro y Arco Iris. Ahora mismo me siento como un poder supremo auxiliando a los necesitados, los olvidados y los indefensos en un lugar remoto.

Cuando alcanzamos la superficie, todo se ha terminado ya. Lily se ha ido, y hay maquinaria aplastada y fragmentos de espejo por todas partes. La maza de Ra descansa en el suelo, rota e inútil. Debe de haber sido una pelea de las que hacen historia.

Y allí están, atados espalda con espalda a la columna central, Fuego Esencial y el Doctor Imposible, el mayor superhéroe y el mayor supervillano de nuestra era. Por una vez, ninguno de los dos tiene nada que decir.

* * *

Lily se desvaneció en la lluvia tras la batalla. Debe de tener otro medio de locomoción, porque no está en la isla. Lo sé porque Damisela y yo nos encargamos de peinarla de arriba abajo. Por votación, decidimos no ir en su busca. Todos estamos bastante tocados, la verdad.

Conocer a Fuego Esencial me resulta quizá un poco decepcionante. Cuando oí el trueno apenas podía creerlo, y ahora que lo tengo delante hasta lo encuentro entrañable. Es incluso más grande de lo que esperaba; liberado de sus ataduras, me saca varias cabezas. Para alguien que ha vuelto de entre los muertos, no está muy hablador que digamos.

Algo que Fuego Esencial sí hace es enseñarme uno de los archivos secretos del Doctor Imposible. No sé cómo lo ha averiguado, pero resulta que allí está la información que llevo buscando todo este tiempo: el expediente original de Protheon sobre mi persona, que hasta incluye una imagen escaneada de mi pasaporte. El expediente en sí no es demasiado completo, pero por lo menos contiene un nombre, un historial médico y hasta una evaluación psiquiátrica. Al fin conozco mis orígenes.

No dispongo de mucho tiempo para curiosear entre los documentos, porque nos tenemos que marchar. Hay cosas técnicas de las que nunca había oído hablar, unas pocas pistas sobre habilidades que ni siquiera he probado y datos biométricos que explican por qué era una buena candidata desde el primer momento.

También hay fotos mías, copias escaneadas de las polaroids que alguien sacó en sus vacaciones. Apenas reconozco a la chica de la imagen. Como mucho, diría que somos hermanastras, pero me podría haber cruzado con ella por la calle sin detenerme. Lleva puesto un jersey peludo y sonríe a la persona que está sacando la foto. Parece perdida pero esperanzada. No conservo ningún recuerdo, las Navidades de los años ochenta, las clases de francés del instituto, nada, pero no creo que aquella chica fuera demasiado feliz. Me paso un rato en el banco de datos, descargando la información.

Cuando salgo, casi me doy de bruces con Lobo Negro y Damisela, que se están besuqueando bajo la lluvia como dos adolescentes. Se me cae el alma a los pies, y reconozco esa sensación que, pese a la amnesia, sé sin sombra de duda que he vivido antes. Pero esta vez duele más, porque demuestra hasta qué punto me había estado engañando. Y aunque es seguramente la estampa más romántica que he visto en mi vida, no disfruto demasiado contemplándola. Podría decirles más de lo que saben, sobre quién es Lily o lo que deberían hacer con el Doctor Imposible, pero no parecen demasiado interesados en conversar.

Ni siquiera se percatan de mi presencia, y me esfuerzo por comportarme con naturalidad, como si nunca me hubiese importado. Todo el mundo finge no ver que los veo. Elfina está realizando algún ritual céltico de celebración, así que Místico y yo nos limitamos a contemplarla durante un rato. Hasta me ofrece su capa de mago para resguardarme de la lluvia, pero rechazo amablemente la oferta. Tiene un punto cortés y melancólico que no deja de resultar un poco triste.

Luego sacan al Doctor Imposible. Arco Iris lo sujeta por el cuello del traje. Nadie está listo para marcharse todavía, así que lo dejan allí de pie durante un rato, atado de pies y manos, contemplando lo que queda de su fortaleza. La lluvia le entra en los ojos y hay en su rostro un extraño amago de sonrisa, pero sigue siendo el mismo de siempre. Eso sí, sin el casco, con el pelo alborotado y un ojo a la funerala no parece demasiado maquiavélico, que digamos.

Me planto ante él, mirándolo directamente, y dejo que me eche un buen vistazo. Quiero cogerlo por el cuello, sacudirlo, obligarle a que me hable, pero ¿qué se puede decir en semejante trance? Un superhéroe de verdad haría toda clase de observaciones brillantes. Yo también las pensé en un momento dado, pero no logro recordar ni una palabra del maldito discurso que había preparado para la ocasión. Es mi némesis, supongo, si es que quiero tener una. También podría verlo como mi creador, mi salvador, el que hizo posible mi existencia o lo que quiera que fuese. Todas estas mejoras que llevo incorporadas, todo lo que me ha ocurrido, no es más que una secuela de un plan estrafalario e improvisado, pero no por ello menos brillante, del que nunca llegué a oír hablar. Lo miro y veo toda mi vida en sus manos. ¿Qué se puede decir en una situación así?

Es mi ordenador de combate el que me da la respuesta. Empieza como un gruñido que se convierte en grito y termina en un tremendo derechazo cuyo impacto hace vibrar todo mi esqueleto. Dudo que Fuego Esencial lo hubiese hecho mucho mejor. Mi creador rueda sobre sí mismo hasta dar una vuelta casi completa con la cabeza echada hacia atrás y el pelo esparciendo agua en todas las direcciones. Hasta Triunfo del Arco Iris se queda boquiabierta, y oigo aplausos, de Lobo Negro, tal vez, o de Fuego Esencial.

He terminado. Creo que el Doctor farfulla un «Lo siento», pero no lo sé con seguridad porque ya estoy lejos cuando lo dice.

* * *

No sé qué ocurre a continuación, porque llegados a este punto salgo a dar una vuelta por la isla y no estoy por la labor de averiguarlo. Acabo bajando hasta la costa, a lo que parece un pequeño puerto con un par de grúas de carga y un espigón. Debió de construirlo nada más llegar a la isla, pero no parece que haya tenido mucho uso. Sigue lloviendo a cántaros.

Sí, hemos ganado, desde luego. En general, las cosas pintan bien. Yo todavía no lo sé, pero volveremos a saborear las mieles de la fama, algunos de nosotros por primera vez. La empresa de Lobo Negro se enriquecerá gracias a las patentes sacadas de la isla del Doctor Imposible. Damisela recupera sus poderes, más fuerte que nunca, como si hubiese vuelto a nacer bajo la luz del sol maternal. Nuevos sentidos, y hasta un nuevo poder que hará subir las aguas del océano por encima de las murallas de la fortaleza para arrastrar consigo lo que queda del ejército de robots del Doctor. Su piel es ahora más verde que antes, sus branquias más prominentes y eficaces. Quién sabe, tal vez ahora hasta pueda respirar en el planeta natal de su madre.

El año que viene organizará una expedición a dicho planeta, y hasta ha insinuado que quizá se presente a senadora a la vuelta. Al parecer, no hay ningún artículo en la Constitución que impida la elección de una alienígena como senadora, por lo menos de la asamblea legislativa.

Fuego Esencial decide desaparecer de nuevo durante algún tiempo. Las heridas se le curaron en un par de días, pero todo lo ocurrido —primero su muerte fingida y luego el hecho de que el Doctor Imposible le diera una soberana paliza— ha supuesto una gran merma de su popularidad. Dijo que se largaba al espacio exterior para poder ser él mismo durante un tiempo. Quizá esté en la Luna, o en Titán. Me sorprendió su actitud; lo cierto es que hasta parecía un poco tímido.

Finalmente entregamos al Doctor Imposible a las autoridades. Este tampoco se muestra muy hablador en el camino de vuelta, ni siquiera cuando lo dejamos en manos de un par de agentes del Departamento de Asuntos Metahumanos, quienes nos aseguran que han desarrollado nuevas instalaciones para encarcelarlo, y que esta vez «seguro que no escapará».

* * *

Pero todavía no sé nada de todo esto. Estoy sentada en el muelle, preguntándome si acabaré llenándome de herrumbre, como el resto de la isla del Doctor Imposible. En ese momento llega Elfina. Lleva la maza de Ra, o mejor dicho, la arrastra tras ella. Debe de pesar sus buenos cien kilos. La pintura dorada se cae a jirones, revelando la piedra que hay debajo.

La lluvia empieza a amainar cuando ella llega, lo que no deja de ser un truco resultón. Se encarama a un bloque de hormigón medio destrozado, cuidándose mucho de no tocar los cables de hierro que asoman aquí y allá.

—Sé que deseas dejarnos.

—Pues… —Me quedo sin palabras. Elfina no destaca precisamente por su perspicacia—. Iba a decirlo más adelante. Volveré a trabajar como mercenaria.

—¿Por qué? ¿Porque no eres como Fuego Esencial, invencible?

—No, porque no soy uno de vosotros.

Las nubes se están dispersando y una luna llena se alza, enorme y naranja, por detrás de Elfina. Bajo aquella luz, parece una reina de mayo vestida de plata, posando sobre unas ruinas neogóticas. La luz de la luna se refleja en el agua, perfilando las ondas. El aire no se mueve.

—Ven, quiero que veas algo —me dice, señalando el acantilado sobre el que todavía se alzan las murallas de la fortaleza del Doctor Imposible, cuyo negro perfil se recorta contra el cielo—. Ha desaparecido casi por completo, pero esto fue en tiempos un inmenso continente, del que solo queda esta isla. Aquí se alzaba nuestro castillo, la fortaleza del Reino de Occidente. Antaño, las gentes que poblaban estas tierras nos dejaban ofrendas. Pero todo eso fue mucho antes de la alianza, mucho antes de que nos fuéramos a Inglaterra.

—Mucho antes… ¿Qué edad tienes, Elfina?

Me da la espalda, haciendo caso omiso de mis palabras. Supongo que ha sido una pregunta grosera. Pero hay algo en ella que solo ahora empieza a cobrar sentido para mí. Por primera vez, alcanzo a ver más allá de su aspecto de adolescente perdida y me doy cuenta de lo mayor que es en realidad. Y también veo lo que es, un híbrido de diosa del bosque y animal, un hada. Abandonada a su suerte por todos aquellos a los que conocía, se convirtió en otra cosa, nueva, fuerte y extraña. Eso es lo que Damisela hizo por ella.

Huelo a hierba y a tierra húmeda del bosque. Hace una noche increíblemente cálida y el cielo está cuajado de estrellas (con una capacidad de amplificación de 20X es cuando uno empieza a apreciarlo de verdad). Elfina quiere decirme algo pero, como siempre, no se molesta en ir al grano hasta que pasa un buen rato.

—Necesito tu ayuda.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunto.

—Se trata de mi misión, la tarea que Titania me encomendó antes de partir. Ha pasado tanto tiempo que he llegado a pensar que este día nunca llegaría. Vamos —me invita, y se baja de un salto.

Me coge de la mano, y dejo que me guíe hasta la orilla, sintiendo que estoy soñando o viviendo un cuento de hadas. A mi lado, parece una niña.

Elfina arrastra la maza del Faraón consigo. Ahora que la chabacana pintura dorada que la recubría se ha caído aquí y allá, el arma rota revela una belleza primitiva. No acierto a descifrar las runas —la maza bloquea mi chip de vídeo—, pero me doy cuenta de que no son jeroglíficos.

—Titania me dijo que sabría cuál era mi misión cuando llegara el momento. Y ha habido momentos en los que he pensado que todo era una mentira, o una broma macabra —confiesa.

—Conozco esa sensación.

—Quiero que me digas cuándo es medianoche exactamente.

Mi reloj interno empieza la lenta cuenta atrás mientras la luna se eleva en el cielo ante nosotras. Ninguna de las dos dice nada, pero por una vez no me siento incómoda. Resulta que no es mal sitio para reflexionar un poco.

Supongo que debería hacer la promesa de perseguirlo por siempre jamás, convertirlo en mi némesis. Pero me temo que eso sería sacar las cosas un poco de quicio. Ni siquiera tendría ocasión de buscarlo y detenerlo, porque estamos a punto de enviarlo a la cárcel. Y ahora que Fuego Esencial ha vuelto, ya tiene su némesis de siempre. Yo tendría que ser plato de segunda mesa. Y puesto que me salvó la vida y me concedió superpoderes, no estoy muy segura de saber por qué debo odiarlo, la verdad. Aunque sí me pregunto qué plan o conspiración estuvo en el origen de mi creación. Se lo tendré que preguntar un día de estos.

Son casi las doce. Codeo suavemente a Elfina y susurro:

—Ya falta poco… ahora.

—Ten —dice, y me pasa la maza—. Quiero que acabes con esto. Tírala lo más lejos que puedas —añade, señalando el mar.

La maza es sorprendentemente pesada, pero una vez que logro despegarla del suelo compruebo que puedo manejarla. Ningún ser humano normal podría haberla levantado siquiera. Me afianzo, cojo la maza por el mango y la hago girar una vez, luego otra. Las fuerzas implicadas son enormes, pero mi esqueleto se ajusta a la presión y pivota suavemente, como si hubiese sido diseñado para esto.

La maza corta el aire con un zumbido, inmensa, y se produce una concentración de energía tal que hasta me intimida un poco. Por primera vez, me pregunto si debería estar haciendo esto.

Ruedo por tercera vez, notando cómo mis músculos y mi esqueleto metálico se tensan al máximo para aumentar la velocidad de desplazamiento, y luego, con un gruñido que se convierte inesperadamente en grito, la suelto por fin, arrojándola más lejos de lo que hubiese creído posible sobre el océano. La maza desaparece en la oscuridad y espero en vano el sonido del impacto en el agua, que nunca llega, por increíble que parezca. Luego, al cabo de unos instantes, se oye el estallido de un trueno a lo lejos. Durante un buen rato, nos quedamos inmóviles y en silencio frente a la orilla, certificando el final de algo. Elfina es libre al fin, y yo estoy llorando de nuevo.

Cuando pienso en la chica de la foto, esa que solía ser yo, una extraña ahora mismo, me doy cuenta de lo mucho que la echo de menos, y de que tampoco entonces era feliz. Sigo sin saber qué la llevó hasta Brasil, si se puso delante de un camión de la basura aposta o no.

Pero seguramente no podía ver en la oscuridad, ni caminar por el fondo del océano, ni encajar un buen puñetazo, ni mucho menos propinarlo. Puede que no todo cambie a peor. Puede que me convirtiera en lo que necesitaba ser para sobrevivir. Echo de menos a la chica que fui, y ojalá pudiera decírselo, pero le hicieron mucho daño, y llevo todo este tiempo esperando a que se ponga bien otra vez.

Apuesto a que nunca soñó que viviría tanto tiempo, ni que haría las cosas que ahora puede hacer. Ojalá hubiese podido explicarle en qué se convertiría, en lo extraña, hermosa y desconcertante que sería. Seguramente se hubiese sentido mucho mejor de haberlo sabido. El cielo y las estrellas brillan con intensidad, y pienso en lo mucho que le hubiese gustado estar aquí.