PERO ANTES DE QUE TE MATE…
—Bueno, bueno, bueno… Fuego Esencial.
Llevo más de media vida esperando este momento.
Fuego Esencial yace en el suelo con los brazos esposados a un grupo de columnas centrales. Hace eso tan estúpido de fingir que está durmiendo, como si estuviéramos en un campamento de verano. En fin, que haga lo que quiera. Pero ojalá se dignara abrir los ojos y ver esto porque, la verdad, es toda una hazaña. Algo espectacular.
Sigo hablando, pero tengo la mente en otra parte. Debo concentrarme en conquistar el mundo.
—Ahora que te tengo a mis pies, indefenso. Ahora que todos tus esfuerzos se han revelado inútiles. Ahora que estás a mi merced. Ahora que no hay nada que puedas hacer para detenerme. Ahora que estás a cientos de kilómetros de toda posibilidad de ayuda. Ahora que no hay posibilidad de escapar. Ahora que has perdido, final e irremediablemente.
Aunque mi experimento fuera un fracaso.
—Ahora que los ejércitos del mundo nada pueden contra mí. Contra mis rayos láser. Y mis campos energéticos. Y mi ejército de soldados robots, dotados de sus propios campos energéticos y visión de rayos láser.
Aunque no consiguiera a la chica.
—Ahora que tu derrota es total e inapelable. Ahora que te he vencido del modo más absoluto e indiscutible. Y que reinaré para siempre como poder supremo. Ahora que he ganado.
Aunque nunca seré como tú.
Sí, fingió su propia muerte. Todavía no sé cómo. Tendré que sonsacárselo.
* * *
Los generadores solo son el centro de la red de fuerzas que he montado, y cuyo alcance va bastante más allá de la órbita lunar. Todo se basa en la generación gravitacional y la perfecta reflexión de la energía. Nadie sino yo puede aprehenderlo de un modo completo, nadie alcanza a comprender la dimensión del proyecto, un inmenso y oscuro galeón que surca los grandes mares del éter con infinita lentitud, con infinita pesadez, arrastrado por incontables hilos y capas.
No es algo que se pueda lograr de la noche a la mañana, sino que solo es posible gracias a una constante aplicación del ímpetu. Detrás de todo esto hay una teoría matemática absolutamente genial, un problema lingüístico de extensión barroca y proporciones novelísticas, una matriz cambiante de ángulos de incidencia, velocidades de giro, fuerza bruta… Manipular una masa inimaginablemente pesada de roca y barro, océanos y mares, autobuses y pianos de cola flotando en medio del espacio era como poner a una hormiga a remolcar a un transatlántico. A mi espalda se elevan las máquinas, hilera tras hilera, hasta el lejano techo.
Podía haberlo conseguido años atrás si me hubiesen dejado acabar aquel experimento. ¡Malditos metomentodo! Si tan solo hubiese podido redactar mi tesis doctoral en condiciones… Si tan solo la hubiese podido terminar… Pero aun así necesitaba que tú desaparecieras
Los zarcillos de energía salen dando latigazos y cargan los cinco postes adicionales, y todo el aparato empieza a girar, muy, muy despacio, con enorme esfuerzo, desviando la Tierra de su curso sin resquebrajarla. Haciendo entrar en vereda de un modo lento y casi imperceptible su pesadísima masa, su intrincado mecanismo de relojería cósmica. Por un segundo, me alzo en el centro mismo de la Creación.
Dios, qué infeliz me siento.
* * *
Cuando saltó aquella alarma de némesis, apenas podía dar crédito a mis ojos. Las puse en marcha tiempo atrás para escanear el cielo en busca de objetos superdensos de dimensiones humanas que se movieran a gran velocidad. En otras palabras, para buscarlo a él.
Debí suponerlo al ver toda la publicidad, todo el espectáculo lacrimógeno que rodeó su muerte. Me pregunto si habría algo siquiera dentro de aquel féretro. Seguramente varias personas, desternillándose de risa. Y pensar que me lo tragué, ¡yo, el Doctor Imposible! Que me dejé engañar por un pigmeo mental. Y sin embargo era tan evidente… Era exactamente la clase de idea casi ingeniosa que suele tener esta gente, como la de fingir que han perdido el conocimiento, como toda la historia de las identidades secretas. ¡Como si no supiéramos qué aspecto tienen!
A lo mejor quería obligarme a salir de mi escondrijo. Ya no quedaba nadie que se atreviera a hacerle frente, y quizá estaba aburrido. Con su mera existencia, Fuego Esencial lo cambia todo. Nada en él es normal. Solo sus sentidos suponen una diferencia abismal entre lo que uno puede o no puede intentar mientras está presente en el planeta.
Tuve cerca de noventa minutos, noventa minutos para recalcularlo todo, para poner mi inmensa inteligencia a funcionar a pleno rendimiento. Pero es mejor así. Los Campeones nunca han estado a su altura. Derrotarlos sin Fuego Esencial es casi como hacer trampa.
Pero no tenéis ni idea de lo que supone enfrentarse a alguien así, a un ser absolutamente invencible. Es fuerte, demasiado fuerte como para molestarse en esquivar las balas. Dispararle sería tan eficaz como apuntarle con una linterna. Y no ha hecho sino volverse más fuerte con el paso de los años. A estas alturas del campeonato, el universo de los materiales sólidos debe de ser como la niebla para él.
Hay que trabajar en varios niveles. Y se requiere astucia. Yo solía enfrentarme a Go-Man, el hombre bólido del Superescuadrón, con un desprecio total hacia la fricción atmosférica, la inercia y otras cosas de esas que nosotros, los mortales, consideramos los pilares de la Física. Rara vez tenía ocasión de ver su cuerpo real, perdido en el centro de un torbellino perpetuo, como el ala de un colibrí o las aspas de un helicóptero, invisiblemente rápido.
Me las vi con él por primera vez en Berlín, y tuve que inventar una nueva clase de mecanismos de defensa para enfrentarme a sus habilidades especiales: cables trampa, gases, espumas paralizantes, zonas del recinto que podía cerrar a cal y canto en un momento ante la mínima sospecha de que él estaba en su interior. Luego le echaba encima todo lo que se me ocurría —venenos, vibraciones sónicas, abejas mutantes— hasta dar con algo que funcionaba, hasta que se desplomaba en el suelo y dejaba de moverse o se desvanecía en el aire como un espíritu.
Enfrentarse a Fuego Esencial significa superar todos estos retos y más, con la dificultad añadida de que conoce mis trucos más antiguos. No es como si pudiera lanzar una bomba de humo, perderme en una habitación de espejos y huir entre risas. No hay nada comparable a él ahora mismo, al menos no en la Tierra.
* * *
Descendió suavemente hasta el patio en ruinas. No había nadie esperándolo. En un caso así de nada sirven las fuerzas de choque. Y mejor no hablar de las fuerzas de choque.
—¡Madre mía, este sitio está hecho un asco!
Capullo.
Esperé durante unos momentos en silencio, y luego encendí las luces. Si lo sorprendí, no se le notó. Estuvo un rato inspeccionando los alrededores. De haber conocido mi ubicación exacta, podía haber entrado directamente a por mí excavando un túnel en la roca. Podía haber recorrido la fortaleza a doscientos por hora de haber querido, pero iba a tomárselo con calma, al igual que yo.
Se había vuelto perezoso, de eso me di cuenta. Ni siquiera se molestó en utilizar la visión de rayos X. Hacía demasiado tiempo que nada lograba hacerle un rasguño. Entonces explotó la primera mina, y el sonido de la detonación retumbó por todo el edificio como un trueno distante. Gracias a las cámaras, pude comprobar que Fuego Esencial había resultado ileso, pero habló por primera vez.
—No ha estado mal.
Me acerqué al micrófono. Había llegado el momento de decir tonterías.
—No creerías que vuestras cárceles podían detenerme, ¿verdad? Sabías que volvería. Yo… el Doctor Imposible.
Era una manera como cualquier otra de ganar tiempo.
* * *
Todos los superhéroes tienen un origen. Es algo obligatorio, ¿verdad? Un fogonazo de procedencia misteriosa, un accidente de consecuencias imprevistas. Pero ¿qué podía haber dado origen a algo como tú, Fuego Esencial? Tan divinamente poderoso, tan perfecto. Apenas has envejecido, ¿te has dado cuenta? Podrías vivir mil años. Hay quien piensa que eres un alienígena. Otros creen que eres el mismísimo Caín, condenado a vagar por la Tierra durante toda la eternidad, intocable. ¿O quizá hayas venido del futuro? Un futuro nada halagüeño, como el de Lily, que te ha hecho volver atrás para enmendar el pasado. Pero no, yo he estado en el futuro, en muchos futuros, y no he visto nada que se te parezca, excepto tú. He visto futuros en los que te habías pasado al otro bando, a mi bando, y futuros en los que eras un rey todopoderoso. He visitado realidades paralelas en las que el accidente que te dio los poderes no te ocurrió a ti sino a Erica, o al profesor Burke, o al chico que estaba de pie a tu lado, o a mí… pero no a mi verdadero yo.
Es una de las incógnitas que más me ha intrigado a lo largo de la vida. Yo estaba allí, y he empleado todos los medios a mi alcance para intentar despejar esa incógnita, para resolver el misterio de tu origen, el secreto de tu fuerza. Ha llovido mucho desde las clases del profesor Burke. Pero tú nunca has sido demasiado brillante como científico, ¿verdad, Jason? ¿Acaso se ha olvidado todo el mundo del rayo zeta? Yo, desde luego, no lo he olvidado.
* * *
—Mmm… me huelo una trampa —dijo asomando la cabeza por la puerta del vestíbulo.
No bien hubo entrado, las puertas se cerraron de golpe a su espalda y el aire de la habitación se enrareció a causa de una niebla ácida. Por supuesto que era una trampa. No había más que trampas, por todas partes. En el pasillo contiguo le esperaban afiladísimos rayos láser que proyectaban chillonas sombras verdes y rojas en las paredes. Luego vibraciones sónicas, luego microondas. Fuego Esencial evaluó la situación de un vistazo y abrió la puerta que conducía a la siguiente estancia.
—¿Ya está?…
A menudo me pregunto qué habría hecho Einstein en mi lugar. En Peterson, tenía un póster suyo en mi habitación, aquel que pone «La imaginación es más importante que el conocimiento». Einstein era listo, puede incluso que tanto como Laserator, pero carecía de audacia. También es verdad que nunca tuvo que esquivar un lanzagarfios…
Me gusta creer que habría disfrutado con mi trabajo, si hubiese podido verlo. Pero nadie ve nada de lo que hago yo, o al menos no hasta que empieza a planear sobre Chicago, por así decirlo.
Todas las habitaciones estaban llenas de trampas, pero él seguía avanzando como un héroe legendario. Lo convertí en un bloque de hielo, y lo derritió. Es capaz de enfriar la lava con su aliento, y hacerla añicos. Descargas eléctricas, dardos venenosos, vudú. Lo he intentado todo, solo por probar. Los rayos láser dejaron marcas rojas en su piel que se desvanecieron al cabo de unos segundos, un pequeño y atípico efecto secundario. Fuego Esencial empezaba a perder la paciencia. Ambos habíamos vivido todo aquello antes.
Entonces franqueó la última puerta, sacudiéndose de encima unos cuantos cables electrificados, reminiscencias de un proyecto de electrochoque que no acabó de cuajar.
Y ahora nada nos separa excepto el aire. Estoy a tan solo veinte metros de distancia de él, sentado en el trono que habéis visto en mis comunicados.
—Hola, Fuego Esencial. Te crees muy listo, ¿verdad?
—Nunca te saldrás con la tuya —replica en tono desabrido.
—¡Despierta de una vez! Ya lo he hecho. Lo que pasa es que te lo has perdido porque estabas jugando a hacerte el muerto.
—Te voy a partir la boca.
—Muy bien. Adelante. Venga.
En un visto y no visto, vence los escalones que conducen al estrado, medio volando, dispuesto a lanzar un golpe capaz de resquebrajar un diamante. Pero su puño atraviesa el holograma en silencio y, en ese preciso instante, mis carcajadas llenan la estancia.
—Lo siento. No he podido resistir la tentación.
El verdadero trono se ilumina. Levanto las manos justo a tiempo, y lo tengo encima.
* * *
Hemos luchado tantas veces… bajo el agua, en el espacio exterior, en salas de control envueltas en llamas, naves espaciales a punto de estrellarse y templos ancestrales, en Marte y en el centro de la Tierra. Y he salido derrotado en todas y cada una de esas ocasiones.
Alguna vez he estado a punto de ganar, conste. Pero cualquiera que sea la fuente de su fuerza es inagotable, alguna extraña clase de vórtice de energía zeta que jamás he logrado desentrañar. Se comporta como si fuera superdenso y a la vez ligero como una pompa de jabón. Desbarajusta todos los principios de la Física convencional.
Nuestras primeras batallas eran de lo más aparatosas, con mucho robot y mucho rayo láser. Yo confiaba en el hierro y el láser, convencido de que antes o después podríamos con él. Pero Fuego Esencial reducía a chatarra aquellas pobres víctimas de una concepción equivocada. Yo podía fabricar cualquier cosa con metal, pero él siempre era más fuerte que cualquier metal.
En los setenta me volví más sofisticado. Empecé a emplear la psicología. Hice rehenes, secuestré a sus amigos, mujeres y perros. Erica y yo empezamos a pasar más tiempo juntos, en trenes, en cuevas, pero jamás me quité el antifaz en su presencia, y ella nunca adivinó mi verdadera identidad. Descubrí que podía confundir a Fuego Esencial mediante espejos, sustancias estupefacientes o descabellados juegos de lógica. Se dejaba engañar por réplicas androides, hologramas, telepatía y aparatos de control mental, aunque no por mucho tiempo. Antes o después se daba cuenta del engaño y yo volvía a notar sus puños sobre mí.
Con los años ochenta llegó la magia y la nueva cibernética, pero yo siempre acababa perdiendo, golpeado hasta perder el conocimiento. Soy bastante duro de pelar, pero también tengo mis límites. Sin embargo, si algún sentido tiene mi trayectoria, es que a la larga he demostrado ser mejor que la gente como él.
* * *
Lo primero que pierdo es el báculo, que sale volando de mi mano y rueda sobre el suelo de mármol. Tampoco es que lo lamente demasiado. Funcionaba con energía zeta, lo que significa que es inútil contra mi oponente. Intento golpearlo, pero me ve venir y me asesta un puñetazo que retumba en el interior de mi casco. No es fácil luchar con el traje puesto, pero me juré a mí mismo que no iba a caer en vaqueros y camiseta. Saco el bláster y le atizo una buena descarga, en nombre de los viejos tiempos. Espero que le duela.
Sé que no es intocable. Lo he visto sangrar, y aquella vez que un gladiador alienígena se presentó en la Tierra para desafiarlo acabó con un ojo a la funerala. Creo que en cierta ocasión hasta le rompí la nariz.
Fuego Esencial coge el bláster y lo aplasta entre los dedos. Luego me agarra por el cuello y me arroja contra la pared, a unos diez metros de distancia. Me estrello con fuerza, y pasan unos segundos hasta que consigo respirar de nuevo. Mi contrincante parece confuso y resignado a la vez, como si se preguntara por qué le hago hacer todo esto. Pero viene a por mí de nuevo.
Ahora todo se reduce a un combate cuerpo a cuerpo. Un momento borroso, jadeante, en el que medimos nuestras fuerzas y noto su aliento en mi mejilla. Al final siempre acabamos así, pese a todas mis precauciones, mis estratagemas, mis artimañas. Noto en la boca un sabor familiar, una mezcla de sangre, sudor y derrota.
Sigue siendo el superhéroe más poderoso al que me he enfrentado nunca. Intenta atraparme en una llave de cabeza, pero me escabullo con la capa revoloteando por encima de mí. Volvemos a estar separados. Lanzo un par de granadas de luz solo para ganar tiempo.
Le asesto un puñetazo en el ojo, pero es como golpear mármol. Su cabeza apenas se mueve.
—¿Ya has tenido bastante? —pregunta, con el ingenio que lo caracteriza. Ni tan siquiera se ha despeinado.
Sonríe, luego se vuelve borroso, y apenas veo venir el golpe. Me caigo al suelo, y me apoyo en las manos y las rodillas. La habitación no da vueltas, pero se mueve un poco mientras me incorporo. La cicatriz que tiempo atrás me dejó en el rostro empieza a dolerme, lo que significa que estoy sometido a un gran estrés.
Sus ojos cambian de color por un segundo y las prendas externas de mi traje empiezan a arder. Me las quito y me vuelvo a poner en guardia. Fuego Esencial intenta cogerme del cuello, pero atrapo su brazo y lo tumbo de espaldas sobre la alfombra, lo que me da tiempo para sacar la maza de Ra.
No debería haber esperado tanto. En cuanto toqué la maza supe lo que podía hacer. Está rota, pero conserva la energía suficiente. Durante unos minutos, puedo ser invencible.
Susurro aquella palabra irrepetible, impronunciable, y noto cómo la fuerza emana de la maza hacia mi cuerpo. Me siento ligero y rápido. A mi alrededor, el mundo va más despacio. Doblo una mano y noto la fuerza de una montaña en ella. Es una sensación maravillosa. Es como hacer trampas. Por unos minutos, soy Fuego Esencial. Soy mejor que Fuego Esencial, soy el Doctor Imposible.
Tomo impulso y lo golpeo en la barbilla justo cuando se está levantando. Fuego Esencial gira sobre sí mismo y vuelve a caer al suelo. El estruendo del impacto resuena por toda la habitación. Parece un poco sorprendido, como si no creyera que yo pudiese asestar semejante golpe. Me ha ganado la partida demasiadas veces para esperar nada nuevo. Pero todavía no está asustado.
—Recuerdos de Nelson Gerard.
Bajo el escalón de un salto, me afirmo y lo vuelvo a golpear, esta vez más fuerte. ¡Patapam! El eco rebota en el techo abovedado. Sé qué está sintiendo, porque es lo que siempre me pasa a mí dos minutos antes de volver a la cárcel. Está aturdido, tratando de sacudirse el mareo de encima.
—¿Qué…? —farfulla, intentando formular una pregunta.
—¿Has visto? ¿Quién es el invencible ahora?
Lo golpeo de nuevo, y para mi propia sorpresa sale volando y no para hasta estrellarse en la otra punta de la habitación. Su rostro empieza a tomar un aspecto abotargado, como nunca lo había visto. Está aprendiendo algo, tal como me pasó a mí en el pasado. Y yo también estoy aprendiendo. Qué tonto he sido, atacándolo con los artilugios más sofisticados, cuando al final todo se acaba reduciendo a una pelea a puñetazo limpio. ¡Pam! Los superhéroes llevan todo este tiempo enseñándome cómo se hace. ¿Por qué no les haría caso?
Apenas logra mantener el equilibrio. Levanta las manos, intenta cerrar los puños. Vuelvo a ponerme en posición, tomándome mi tiempo. Uno, dos, tres, ¡pam! ¿Quién fue la primera persona que te golpeó, Fuego Esencial? Fui yo.
Lo golpeo una y otra vez y lo saco a patadas hasta el patio. La carga acaba agotándose, claro está, pero Fuego Esencial pierde el conocimiento poco antes del fin, tal como solía sucederme a mí. Y entonces, por un momento absolutamente plácido y perfecto, he conquistado el mundo.
Lo arrastro de vuelta al laboratorio principal y lo encadeno a una columna. No se me ocurre otro sitio donde dejarlo.
* * *
Aprovecho para dormitar un poco mientras espero a que las máquinas se carguen. Todavía hay muchas cosas que no comprendo de aquella noche lejana. La memoria no funciona como debiera, las imágenes no se suceden de principio a fin como en una película, sino que me vienen a la mente de vez en cuando, fragmentos del insoluble misterio del pasado. Erica de nuevo. Estábamos haciendo la colada juntos. Recuerdo el zumbido de los fluorescentes y el repiqueteo de las secadoras, increíblemente estridentes. En el sótano se respiraba un aire cálido y viciado. Erica ladeó la cabeza, la inclinó levemente hacia la mía y algo en la calidad del aire cambió de pronto. Por un segundo, pensé que iba a besarme. Me ruboricé. Aquí viene, pensé. Hasta creí sentir sus labios, cálidos sobre los míos, antes de apartarse. Así es como ocurre, como se convierte uno en otra persona, como crece.
Entonces sonó el temporizador y Erica levantó la vista, sobresaltada. Ahora vuelvo a estar en el viejo laboratorio. Es hora de comprobar la mezcla. Enfilo el largo pasillo alumbrado por fluorescentes y percibo aquel olor ligeramente acre, medio asqueroso, medio reconfortante. Así empezó todo. Luego vino la explosión, y el largo, larguísimo duelo que le siguió.
* * *
—Sé que estás despierto. —Es increíble todo lo que hace falta para contener a alguien como Fuego Esencial. Me llevó un buen rato—. De acuerdo. Sigue fingiendo. En tan solo unos minutos, voy a convertirme en el mayor supervillano de todos los tiempos. Pensé que te gustaría verlo. Por lo menos abre los ojos. Estoy justo delante de ti.
Lo hace, finalmente.
—No está mal, ¿verdad? De hecho, creo que es lo mejorcito que he hecho hasta la fecha. Deberías apreciar más mi trabajo. Eres el único que tiene ocasión de verlo.
No hay respuesta.
—¿Nada? Bueno. Lo he intentado.
Fuego Esencial suelta un largo y pesado suspiro, como si lo estuviera aburriendo. En voz baja, pregunta:
—¿Tendrás el detalle, al menos, de explicarme de qué va todo esto?
—¿Que de qué va? Cómo me alegro de que me hagas esa pregunta. —Uno las palmas de las manos y me toco los labios con las yemas de los dedos. No puedo evitarlo. Qué bien sienta ser un supervillano de vez en cuando—. Verás, hubo un momento de mi vida en el que, como tú, desarrollé ciertos poderes. Podía haber hecho lo mismo que tú. No lo hice, pero ¿sabes una cosa? Casi puedo imaginar lo que habrás sentido. La primera vez, mientras esperabas a que el sol se pusiera, no antes de las ocho de la noche en los meses de verano. Aguardabas en tu habitación haciendo unos cuantos estiramientos mientras las calles se iban quedando desiertas. Estabas, quizá, en tu piso de Nueva York.
»Entonces abriste la ventana de par en par, apoyaste el pie izquierdo en el alféizar, sacaste la cabeza y te incorporaste en el vano. Inclinándote un poco hacia fuera, con una mano aún aferrada al interior, dejaste que tu cuerpo se estirara y colgara ligeramente. El aire nocturno olía a bosque; la brisa se colaba bajo tu camiseta. La luna estaba casi llena, alumbrando la noche, invitándote a escalar. Y lo hiciste. Tus dedos iban encontrando huecos en la fachada, en el muro lateral del edificio, como si hubiera una escalera por la que ibas trepando sin la menor dificultad.
»Desde allá arriba, en la azotea, podías ver toda la ciudad, percibir su olor. Soplaba un aire cálido y envolvente, y el viento de la bahía sabía a salitre. Corriste de un lado a otro varias veces, y luego te asomaste al borde de la azotea para comprobar la distancia que te separaba del edificio que se alzaba al otro lado del callejón. Había un abismo de casi cinco metros de ancho y otros tantos pisos de altura. Sin darte tiempo para pensarlo, echaste a correr, saltaste desde el murete y te permitiste el lujo de dar una voltereta en el aire antes de aterrizar, con los brazos estirados, sin tambalearte siquiera. Perfecto. El accidente que te concedió poderes no se llevó nada a cambio; seguías siendo fuerte y veloz, con músculos de acero y piel de teflón.
»Pronto le habías cogido el truco, diez pasos y allá ibas, sobrevolando el centro de la ciudad. Una o dos veces tuviste que colgarte de una cornisa para no caer, o dar unos cuantos saltos a la derecha o la izquierda, pero al final habías recorrido casi un kilómetro sin tocar el suelo. La oblicua luz del atardecer teñía tu cuerpo de dorado.
»Por la noche, recorrías la ciudad de cabo a rabo: Harlem, el SoHo, Wall Street. Merodeabas por los barrios a la espera de encontrar a alguien trapicheando droga o dando un tirón. Qué sensación, cuando de pronto abandonabas la sombra de una escalera. Los delincuentes pensaban que no eras más que un mocoso con algo en el rostro. Se echaban a reír sin imaginar lo que les esperaba. Luego venían los gritos de pánico, la impagable expresión de pavor en sus rostros. Y la gratitud de las víctimas. A mí nadie me ha dado las gracias jamás por todas mis maquinaciones.
»Tú has tenido una experiencia muy distinta, claro está. Pero es que tú sabías volar. Te elevabas a placer desde los tejados para surcar el cálido aire nocturno. Luego descendías un poco hasta que avistabas a algún desventurado malhechor. Debía de ser maravilloso, que el mundo entero te adorara de aquella manera. ¿Y a cambio de qué? De unirte al equipo ganador. Así de fácil. Pero esta vez no será así… Jason.
Por primera vez, provoco una reacción.
—¿Qué? ¿Cómo sabes mi nombre?
Lo noto incluso un poco nervioso. Tiene motivos para estarlo. Me regodeo con cada sílaba que pronuncia.
—Vaya, vaya… Buena pregunta. ¿Nunca se te ocurrió pensar en lo que le había pasado a tu viejo amigo, el que te hizo, el que te convirtió en lo que eres y a la vez tu mayor enemigo? Tantos años después, ni siquiera has sospechado que podía ser yo.
Fuego Esencial se queda boquiabierto.
—¿Quién? ¿No serás… el profesor Burke?
Joder.
—No… soy el que te hizo, Jason.
Me mira desconcertado.
—No acabo de comprender qué tratas de decirme.
—Vale, te propongo un trato. Te dejaré marchar con la única condición de que pronuncies mi nombre real. —Nada. Decido ponérselo fácil—. Quizá esto te refresque la memoria.
Me quito el antifaz y le dejo observar mi rostro, al tiempo que observo el suyo, estupefacto, mirándome con ojos desorbitados. Por fin. Parece que hayan pasado mil años.
Fuego Esencial se aclara la garganta nerviosamente.
—Lo siento…
—De la facultad, ya sabes. De Peterson. El que te seguía a todas partes, el que te admiraba. El que te creó. El que te ha derrotado. ¿Lo pillas ya?
Mi interlocutor niega lentamente con la cabeza, sin salir de su estupor.
—Vale, de acuerdo. No importa. Al fin y al cabo, cuando sea el amo y señor del mundo entero, sabrán quién soy. Y llegarán incluso a venerarme, incluida… ¡Erica!
Busco alguna reacción. Sé que no es demasiado original. Sé que todo ocurrió hace mucho tiempo.
—¿Quién? —pregunta.
—Erica. —Enfatizo su nombre, por espolear su memoria, pero debo reconocer que parece igual de perdido que antes—. Ya sabes, la escritora.
Fuego Esencial menea la cabeza, más como quien se disculpa que como quien responde negativamente.
—Sí, supongo. Quiero decir, la recuerdo, sé quién es y todo eso, por supuesto. Pero… eh… ¿de qué la conoces tú?
¡Por el amor de Dios! No es que esperara que me pidiera perdón de rodillas, pero sí al menos que recordara quién soy. Bueno. No pasa nada. De hecho, es fantástico. El anhelo de toda una vida pisoteado sin compasión. Pero en el fondo da igual. Si te esperas un segundo, voy a destruir el mundo con esta máquina que he construido.
—Al carajo todo —murmuro, al tiempo que acciono el interruptor principal. A mi espalda los gigantescos motores empiezan a funcionar a toda máquina, con un zumbido más agudo. Por primera vez, creo que lo veo un poco asustado. Sigo hablando mientras trabajo—. Doctor Imposible. Mi nombre es Doctor Imposible. Al menos podías haber dicho eso. Bueno, es una lástima, Jason… has desperdiciado tu oportunidad de salvar el mundo. Esta vez no habrá otra oportunidad. Espero que te hayas percatado de que la Luna se ve un poco más grande de lo habitual. Pronto nadie en este miserable planeta podrá olvidar mi nombre. Mi verdadero nombre, Doctor Imposible.
»Voy a conquistar el mundo, y tú lo vas a ver… ¡Ja, ja, ja!… ¡Ja, ja,ja,ja,ja,ja!
* * *
Me río, pero el proceso de conquista mundial es de una enorme complejidad. Os daréis cuenta de eso si alguna vez lo intentáis. El control casa por casa y nación por nación es pesado y difícil de llevar a cabo. Las islas son especialmente difíciles de manejar. Cabe la posibilidad de utilizar el control mental, si se poseen los medios necesarios, pero es poco práctico. No resulta muy estimulante tener que despertar a todo el mundo por la mañana, un día tras otro, y decirles que se cepillen los dientes. Se puede hacer de forma indirecta, infiltrándome subrepticiamente en los gobiernos de los principales países, pero entonces nadie reconocería mis méritos.
Seguramente el plan más infalible consiste en descubrir un modo de destruir el mundo y luego hacer saber a todos sus habitantes que estás dispuesto a usarlo. Y a partir de ahí te puedes echar a dormir sobre tu arma de destrucción total mientras te dejen, a sabiendas de que antes o después alguien vendrá a buscarte las cosquillas, tengas o no los arrestos necesarios para apretar el botón.
Pero esta vez todo será distinto. Esto es algo que nadie había previsto. No necesito destruir la Tierra, me basta con enfriarla un poco. Pronto la temperatura caerá diez o veinte grados centígrados de golpe. El hielo empezará a extenderse desde los polos, y el color predominantemente blanco de la Tierra empezará a repeler cada vez más el calor, devolviéndolo al espacio, lo que hará que la temperatura descienda más aún. El calentamiento global se convertirá en un grato recuerdo.
Esto es lo que nos deparará el Imperio del Hielo, uno de los conceptos mejor trabados del Barón, aunque seré yo quien lo lleve a la práctica, quien gobernará el mundo desde una inmensa ciudad de hielo a la que acudirán cada año los grandes potentados del planeta a suplicarme unos pocos grados más. Necesitarán mi tecnología zeta para sobrevivir, lo que no deja de ser un efecto colateral de lo más satisfactorio, y finalmente podré decirle al maldito comité Nobel lo que tiene que hacer. A todo esto hay que añadir el encanto del concepto, que supone una inmensa conquista estética: castillos de hielo que se elevan por encima de ciudades heladas, cuevas subterráneas dotadas de conductos de ventilación térmicos. Esquí de fondo, bosques de pinos… y creo que hasta clonaré algunos mamuts y lobos para completar la estampa invernal. ¡Tendremos una blanca Navidad cada año!
Y las cosas tampoco tendrán por qué ser tan distintas. Unas cuantas celebraciones festivas, quizá. Nueva York pasará a llamarse Nueva Imposible, o Imposibleápolis. Tal vez funde también algún que otro Etergrado. Y siempre tendré la posibilidad de inclinar un poco la órbita de la Tierra en sentido contrario para que tengamos un día de sol de vez en cuando. Tampoco hay que pasarse.
Les suelto un pequeño discurso a los Campeones, que me escuchan desde sus celdas, y luego vuelvo los ojos hacia la silueta postrada en el suelo con aire desesperado entre las columnas que sostienen el edificio.
Me siento tan bien que tengo que decirlo:
—Hasta aquí hemos llegado, Fuego Esencial. ¡Hasta aquí hemos llegado, malditos Campeones!
Y entonces, justo detrás de mí, alguien carraspea, y siento que la sangre se me hiela en las venas.
—Bueno, casi.
* * *
No sé cómo se las ha arreglado para entrar, aunque es verdad que Lily nunca ha sido fácil de ver. Fuego Esencial se anima un poco al verla, él que siempre había sido su valiente salvador.
—Hola, Jonathan —saluda—. Me alegro de volver a verte.
—Lily, Me encanta tu traje. —Intento mantener la serenidad. No estoy preparado para esto. Aún lleva puesto el traje de los Nuevos Campeones. Le dedico una reverencia irónica, con la esperanza de aparentar una tranquilidad que estoy lejos de sentir. Lily se encoge de hombros y da un paso en mi dirección—. ¡No te muevas! —Intento sonar firme y saco el bláster de nuevo, aunque no apunto directamente a ella.
—Vale, vale. —Lily levanta las manos, fingiendo rendirse—. ¿Me quedo aquí quietecita?
—Haz lo que quieras. Pero no creas que vas a detenerme.
—Sí, ya lo sé. Nadie puede detenerte, Jonathan.
—Para ti soy el Doctor Imposible. No intentes liberarlo, te lo advierto. —De momento, todo se queda en un pulso. Lo cierto es que no estoy seguro de poder pararle los pies. Nunca he tenido que intentarlo—. ¿Así que ahora eres esto, de verdad? —le pregunto, al tiempo que señalo con la cabeza a Fuego Esencial, encadenado en el suelo. En serio, por lo menos podía mostrarse un poco avergonzada.
—Venga ya, Jonathan.
—Doctor Imposible, ya te lo he dicho. ¿Qué crees que estás haciendo aquí, Lily?
—Ah, no sé. Se me ocurrió venir a ver qué pasaba. Hace dos días que no formo parte de los Nuevos Campeones, sabrás. ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué es exactamente lo que te traes entre manos?
—Pues resulta que estoy a punto de conquistar el mundo. Una eternidad de hielo y nieve, yo como la única fuente de energía, ese tipo de cosas. Todo el mundo deberá jurarme lealtad o morir, incluida tú.
Fuego Esencial no nos quita ojo, a la espera de que uno de los dos pase a la acción.
—¿Una nueva Edad del Hielo? Ah.
—¿Pasa algo? ¿Acaso te has quedado un poco… helada?
—Esperaba algo más imaginativo, la verdad. ¿Eso de la nueva Edad del Hielo no era una idea del Barón? —pregunta.
—¡Cierra el pico! Se llama el Imperio del Hielo, y va a funcionar a la perfección.
—Ya no, me temo.
Lily da otro paso. Le apunto de nuevo con el bláster, aunque no parece importarle lo más mínimo.
—¡Eso es, Imposible! —gruñe Fuego Esencial, envalentonado—. ¡Se acabó!
—Tú cállate, gilipollas —le ordena Lily, sin ni siquiera molestarse en darse la vuelta—. Te tengo bien calado.
Trazo una línea imaginaria en el suelo con el pie.
—Lo digo en serio. ¡Podría arrojar este planeta al Sol en cualquier momento! Si te acercas un poco más, quiero decir.
—Escucha, no te lo tomes como algo personal. Lo que ocurre es sencillamente que no me apetece pasarme el resto de la vida en tu Edad del Hielo o cómo se llame. Por el poder que me ha sido concedido por los Nuevos Campeones, me dispongo a salvar el mundo y te ordeno que te alejes de ese artefacto.
Intento disuadirla blandiendo el bláster delante de ella, sin apartar la otra mano de la palanca.
—No cruces esa línea. Lo digo en serio. Esta cosa funciona de verdad.
¿Por qué nadie tiene miedo de mi bláster?
Lily da otro paso al frente, tomándose su tiempo. Toco la maza de Ra, que cuelga de mi cinturón, pero está fría y muda. Ya no es más que un bastón con una piedra engastada.
Lily alza los puños.
—¿De veras quieres hacer esto? —pregunto, al tiempo que le dedico mi mirada especial, esa que parece decir «¡Atrás, que estoy loco de verdad!»—. Es tu última oportunidad. Soy más fuerte de lo que crees.
Lily cruza la línea. A partir de ese momento todo se resuelve con bastante rapidez, y en realidad preferiría no tener que explicarlo. Digamos tan solo que soy lo bastante sensato para rendirme tras un par de asaltos. Lily me deja atado a la otra columna, al lado de Fuego Esencial. Ojalá él no hubiese estado allí. Lily ni siquiera ha sudado.
Entonces centra su atención en la máquina. Con una pizca de admiración, o eso quiero creer, y una pizca de lástima por lo que se dispone a hacer. Ambos la observamos atentamente.
Intento retrasar lo inevitable.
—No esperarás que te den una medalla por esto, ¿verdad? Como mucho, quizá recuperes a tu novio.
Lily hace caso omiso de mis palabras. Está pensando en otra cosa, y al cabo de unos instantes empieza a hablar en voz baja. Al principio, ni siquiera estoy seguro de saber a quién se dirige.
—Te habrás preguntado qué fue de mí. ¿O no? Se supone que eres listo.
Suena casi enfadada. Nos da la espalda mientras intenta decidir qué romper primero. Empieza por arrancar de cuajo cables situados en puntos estratégicos. El zumbido de la turbina se va haciendo cada vez más grave, en un diminuendo cósmico. Mi olfato me dice que algo se está quemando.
—Ocurrió cuando el Barón Éter unió sus fuerzas al Diamante Viviente. Yo seguía escribiendo, pero ya me había dado cuenta de que aquello era un callejón sin salida. Mis relatos eran un asco, y dedicaba más tiempo de la cuenta a escribir sobre los superhéroes para poder llegar a fin de mes. Me había visto reducida a la chica de Fuego Esencial. Necesitaba una nueva perspectiva.
»Descubrí dónde se escondían los dos por pura casualidad. Llamaron preguntando por Fuego Esencial, yo cogí el teléfono y apunté la dirección. Los seguí hasta una fábrica de productos químicos abandonada y me colé en su interior con mi cámara y mis zapatos más cómodos.
Y entonces ve la lente reflectante de Laserator. Solo de pensarlo, se me ponen los pelos de punta.
—Era la oportunidad que estaba esperando, una historia real que podía publicar en primicia, pero fui un poco demasiado lejos y me pillaron. Eché a correr, como siempre, pero tropecé y perdí el equilibrio, como siempre. Me caí desde una pasarela y fui a parar al interior de una cuba llena de un líquido asqueroso que aquellos dos acababan de mezclar.
»Me fui a casa y me di una ducha enseguida, pero ya había empezado a notar algo, como un hervor en la sangre. Un poder. Me fui a mi habitación y allí me quedé, asomada a la ventana que daba a la calle, a las casas blancas. La primavera acababa de llegar, y entraba una brisa fresca. Pensé en Jason, en si debía llamarlo o no, pero no lo hice.
»Permanecí de pie en el centro de la habitación. Aquella sensación fue a más, hasta que me noté ardiendo. Toqué las cortinas y les prendí fuego con mi tacto. Iba quemando la moqueta a cada paso que daba, recortando huellas de mis pies descalzos. Desnuda, enfilé muy lentamente el pasillo hasta llegar a la sala de estar, y luego salí al jardín.
»Me miré y me vi cambiada, transparente e invulnerable. Me quedé allí un buen rato mientras mi piel endurecida se enfriaba, palpitando en la luz vespertina. No pensaba volver a casa.
»Era de justicia que yo desarrollara superpoderes. Si el rayo zeta me hubiese alcanzado a mí, tal vez tendría los poderes de Fuego Esencial, ¿lo habías pensado alguna vez? Sabía que debía tomar una decisión, la misma que tú tomaste en su día, Jason. No tenía por qué seguir siendo Erica, la patosa novia del héroe. Así que decidí convertirme en Lily, la salvación del siglo treinta y cinco, la chica del futuro, carente de pasado.
Lily contempla las ruinas de mi artilugio, como si quisiera asegurarse de que no hay manera humana de repararlo. No la hay.
—Una última cosa. Sí que viajé al futuro en una ocasión, para que lo sepas, y presencié la Plaga. Fue real. ¿Y sabes de dónde salió? De Costa Rica. Fue esa estúpida maza la que desencadenó todo el lío cuando se rompió.
—Pero… no ha habido ninguna plaga. Yo moví la maza. Yo la desconecté.
—Lo sé. Supongo que has acabado salvando el mundo, mira por dónde. Cuídate, Doctor Imposible.
Me besa en la mejilla, y luego me mira a los ojos un instante, casi sonriendo. Se queda de pie en el umbral de la puerta unos segundos, mientras el agua de la lluvia rebota en su espalda, y luego se desvanece en la oscuridad de la noche.
Fuego Esencial también la sigue con la mirada, y en su rostro hay ahora un gesto extraño, un gesto que nunca le había visto, casi meditabundo. No se me ocurre nada que decir, y al parecer él está en las mismas, así que nos limitamos a quedarnos allí sentados, atado cada uno a su columna. Y así nos encuentran los Nuevos Campeones cuando por fin logran huir de mi mazmorra.