SALVAR EL MUNDO
Se ha ido. Hemos perdido al superhéroe más fuerte y rápido del mundo, seguramente el mejor de cuantos han pisado la faz de la Tierra. El paradigma del superhéroe. El funeral resulta extraño, surrealista. Ocupo un asiento en la zona VIP sintiéndome como una impostora con mi traje de los Nuevos Campeones, una versión remozada del mismo traje que él solía usar. La gente que lo conocía de verdad ha llorado. Yo me he limitado a permanecer allí sentada, sintiéndome como una turista. En las fotos a las que se aferran los asistentes a la ceremonia, Fuego Esencial sigue exhibiendo su sonrisa juvenil, la de un hombre que jamás habría esperado semejante desenlace.
Tomo asiento en primera fila, junto al resto del equipo, pero nunca me he sentido tan alejada de ellos. Han visto a Fuego Esencial encogerse de hombros ante misiles tierra aire, o zambullirse en un mar de lava a cuerpo gentil. A nadie se le hubiese ocurrido temer por su vida. Todos daban por sentado que saldría ileso de cualquier trance, que encajaría sin inmutarse golpes que los demás miembros del equipo no hubiesen soportado.
Es una parte de sus vidas a la que yo no tengo acceso, y hace que mi flamante y recién adquirida condición de supercampeona suene a broma de mal gusto. Creo que si el equipo se vino abajo después de lo de Titán fue en parte porque no soportaban la idea de perder a nadie más. Y luego está el hecho de que Fuego Esencial haya muerto a manos del Doctor Imposible, al que habían derrotado tantas veces en el pasado. Conocían de sobra sus intenciones pero nunca lo imaginaron capaz de semejante proeza, lo que no hace sino empeorar las cosas.
La noticia los afecta a todos de un modo distinto. Lobo Negro está enfurruñado y mastica en silencio una ira colosal. Nunca lo había visto tan enfadado. Elfina adopta un aire solemne muy propio de un hada, lo más cercano a la quietud que he visto en ella. Salvaje es inescrutable, pero huele a alcohol. Damisela se repliega más aún tras su máscara de líder solitaria.
Me marcho tan pronto como puedo, abriéndome paso entre un enjambre de periodistas hasta uno de los coches alquilados que nos han traído hasta aquí. Unos pocos reporteros gritan mi nombre con la esperanza de lograr una instantánea. Un par de ellos hasta lo pronuncian bien.
* * *
Al día siguiente llega la vieja guardia, dispuesta a poner las cosas en su sitio. Me refiero a Nube de Tormenta y Regina, los únicos supervivientes del Superescuadrón, padre y madrastra de Damisela, respectivamente. Son las 11.31 de la mañana según el reloj digital que nunca deja de parpadear en el interior de mi ojo izquierdo. Seguramente hay un modo de apagarlo, pero esa información se desvaneció junto con el resto de la empresa Protheon.
Lobo Negro se enfureció cuando se enteró de que iban a venir. Se supone que tendrían que dejarnos hacer las cosas a nuestro modo. Damisela habla unos minutos en privado con Nube de Tormenta a su llegada al cuartel general, pero mantiene una actitud claramente distante respecto a Regina. No sé qué le pasó a su madre biológica, pero da la impresión de que nunca ha aceptado demasiado bien a la sustituta.
Su llegada se convierte en poco menos que una visita de Estado. Nunca he visto al Superescuadrón de cerca. Damisela y Lobo Negro son famosos, pero esta gente fundó el concepto de superhéroe. Nube de Tormenta se sostiene en el aire, inmóvil, los pies ligeramente en punta, descansando todo su peso en la nada, como si estuviera dentro de una redoma de cristal. Son pocos los que saben guardar la compostura mientras vuelan, la mayoría no para de mover las piernas. No sé cómo lo hace; no es un efecto del suelo, al menos que yo alcance a ver, y tampoco hay ninguna radiación extraña ni nada que se le parezca. Regina no tiene nada que ver con él, es como una pieza de ajedrez animada que empuña el Cetro del País de los Elfos, un arma capaz de derrotar a cualquier enemigo mortal si damos por buena la leyenda.
Nos sentamos en torno a la mesa de reuniones en forma de herradura. Nube de Tormenta se alza en el centro y se vuelve de vez en cuando para señalar algo en las pantallas de la pared. Su lenguaje corporal se reduce a la mínima expresión, algún ademán suelto aquí y allá para enfatizar un punto de vista. Tiene el pelo blanco y su traje es una malla de cuerpo entero blanca y plateada con un sencillo logotipo azul y amarillo en el pecho, un diamante dentro de un círculo, que debe de tener un significado trascendental para la élite extragaláctica con la que se codea.
Regina permanece a su lado con su traje de ceremonia, los pies en el suelo pero irradiando una autoridad propia de una reina. La contrariedad de Damisela salta a la vista. Me pregunto si Regina se ponía la corona para estar por casa.
Los componentes del Superescuadrón no se dejan ver en público a menudo. De hecho, Nube de Tormenta pasa la mayor parte del tiempo fuera del sistema solar. En el pasado, contaban con la colosal ventaja de los proyectos científicos a gran escala de la época, como los reactores de fisión y los cohetes Saturno V. Al igual que los avances científicos de los años de la Guerra Fría que dieron origen al Superescuadrón, se han quedado algo desfasados.
Los primeros superhéroes surgieron durante la Segunda Guerra Mundial de la mano del gobierno, con la colaboración de una agencia del ejército estadounidense que se encargaba de seleccionar decenas de miles de reclutas que reunían determinadas cualidades. Corría el rumor de que a algunos los sacaban de los campamentos militares para someterlos a programas especiales. Con la llegada de la paz, aquellos hombres se dedicaron a luchar contra la delincuencia y a ejercer de portavoces del gobierno.
Pero se había abierto la caja de Pandora. La Segunda Guerra Mundial trajo consigo una docena de nuevas tecnologías y desencadenó el saqueo generalizado del Viejo Mundo. La gente cambió. Algunos de los que sufrieron cambios irreversibles eran militares, el resultado de los programas para la obtención de supersoldados que se llevaron a cabo en uno y otro bando. La destrucción de Europa y del Extremo Oriente trajo consigo cosas aún más extrañas y terribles, seres que nacieron de ese cruce de culturas o bien se vieron obligados a abandonar sus escondrijos cuando se arrasaron ciudades enteras y se evacuó a todos sus habitantes.
Nunca había existido nada similar al Superescuadrón. El primero de todos fue el Faraón, un arqueólogo convertido en cruzado. Luego vino Onda Luminosa, un ser que era pura energía, apenas humano después de traducirlo a información radiante. Nube de Tormenta también estaba allí, el prototipo de atleta olímpico convertido en un tornado viviente, al igual que Regina, una poderosa central energética envuelta en un aura mística. Go-Man, el hombre más rápido del mundo, y Parangón, la llama viviente. Todos ellos se agruparon apresuradamente bajo la etiqueta de equipo nacional de superhéroes y se les encomendó la tarea de defender el estilo de vida estadounidense.
A principios de los años sesenta, a medida que sus poderes iban madurando, alcanzaron una dimensión diferente, casi sobrehumana. Habían sido elegidos por su lealtad, no se caracterizaban por poseer una imaginación desbordante, pero no podían evitar que todo lo que habían visto produjera algunos cambios en su interior. Era algo que se notaba en sus rostros. Hechiceros que se reían a carcajadas desde dimensiones calidoscópicas, seductoras princesas alienígenas, civilizaciones del futuro lejano… todas aquellas experiencias iban dejando su huella. Parecían eternos, arquetípicos, extragalácticos. Era como ver a los Beatles pasar de Revolver a Let It Be. Sus apariciones públicas se fueron haciendo cada vez menos frecuentes. Hacia 1976, solo una amenaza a gran escala lograba sacarlos a la calle.
La presencia de Nube de Tormenta me recuerda una vez más lo abajo que estoy en la escala de poder. Es impermeable a cualquier escáner que le pueda hacer, y su cuerpo aparece como una gran mancha blanca y opaca bajo los rayos X, como si fuera un agujero negro o un campo energético. No lograría arañarlo siquiera con todo el arsenal que llevo encima. Los mejores hallazgos de la biotecnología del siglo XX no significan nada para él, son simples trucos, cachivaches, baratijas, mitad mujer, mitad reloj de cuco. Es poco menos que un dios.
A su espalda, el rostro del Doctor Imposible nos observa desde tres pantallas, en un primer plano sacado seguramente de una de sus diatribas públicas en el que aparece con el pelo oscuro recogido y peinado hacia atrás.
—Esta vez sí que la habéis hecho buena. Esté donde esté, el Doctor Imposible es una amenaza para todos y cada uno de quienes habitamos este planeta.
Nube de Tormenta sigue perorando con su impecable tono de presentador de telediario, enumerando pautas de ataque y puntos de origen. Lobo Negro le replica unas pocas veces para defender nuestros esfuerzos, y hay algo ligeramente galante en su actitud. Damisela debe de estar pasándolo mal. Lily se repantiga junto a mí al fondo de la sala, los brazos cruzados. Nube de Tormenta ni siquiera la mira.
La sala relampaguea y resplandece mientras recorro el espectro de arriba abajo con mis distintos tipos de visión. En la gama más alta del espectro, Nube de Tormenta arroja resultados contradictorios, es ultradenso pero irradia energía, centellea como un cuerpo celeste.
Fuera, el cielo pasa de negro a blanco resplandeciente ribeteado de rojo y azul.
Miro a mi alrededor, y por primera vez me doy cuenta de algo: Lily no es transparente a todas las longitudes de onda de la luz. Sé que los rayos láser la traspasan como si nada, e incluso las microondas, pero mi registro sensorial es muy amplio. Nadie se fija en mí, así que aprovecho para ir subiendo de longitud de onda hasta llegar a las gamas más altas, en las que por fin destaca, opaca y sólida, como cualquier otro mortal.
Debo de ser la única persona que ha tenido ocasión de mirarla a la cara de este modo. Normalmente, con sus rasgos transparentes, Lily es una amenaza reluciente y apenas visible, pero tal como la veo yo ahora es en realidad una mujer de aspecto tirando a corriente y nada desagradable, con un rostro hermoso y redondeado. Le hago una foto y la guardo.
Cuando se acaba el sermón, salimos de la sala en fila india. Damisela se va a la azotea, Lobo Negro al gimnasio. Todos tenemos que reflexionar sobre algunas cosas, si es que aspiramos a ser un verdadero equipo.
* * *
Pasan diecinueve minutos de las doce en el edificio de los Campeones, pero supongo que trasnochar es algo propio de los superhéroes. Solo estamos los residentes, además de Míster Místico, que nos honra con su presencia absurdamente solemne. Al parecer, tampoco es de los que se acuestan pronto. No es que haya una reunión propiamente dicha, sino que hemos acabado todos en la cocina y hemos empezado a hablar.
Y así es como yo me lo había imaginado, ¿sabéis?: unas pocas almas valientes que pasan la noche en vela tratando de salvar al mundo de una inminente hecatombe. Las luces del techo prestan calidez a la estancia. Lily y yo nos hemos sentado en sendos taburetes; Místico permanece de pie, mientras que Damisela se ha encaramado a la encimera y come fideos chinos sin parar de hablar. El aire está cargado. El vapor de los fideos de Damisela se condensa en la parte externa del brazo de Lily, que acaba de descorchar una botella de vino.
—Ha sido agotador. —Lobo Negro hace equilibrios con uno de los cuchillos de cocina, manteniéndolo erguido sobre la yema del dedo, y luego lo blande como si fuera a arrojarlo.
Damisela se encoge de hombros.
—Al menos no te toca sufrirlo cada año por Navidad.
—Tu padre nunca me ha tragado. Es un elitista de los superpoderes.
—Déjalo ya, cari.
—¿Crees que tu padre tiene razón? —pregunto.
—Aunque la tenga, ¿qué podemos hacer al respecto? Si algo se le da bien al Doctor Imposible es desaparecer. Estará escondido en alguna parte, seguramente a quinientos metros bajo tierra, desternillándose de risa, hablando con sus robots.
Salvaje levanta la mirada.
—Es evidente que estamos ante una venganza. Los supervillanos no son tan complejos.
—Discrepo. —Damisela blande sus palillos en el aire—. No ha dejado de moverse desde que se ha escapado de la cárcel. Está preparando el terreno para algo.
—Si es él —apunta Lily tímidamente—, está metido en algo nuevo. Tiene que estarlo. De lo contrario, no habría podido… ya sabéis.
—Esto es absurdo. Estamos hablando de un genio, por malvado que sea. No podemos anticiparnos a sus acciones. ¿Recordáis el monstruo del espacio? Nadie lo vio venir. ¿Recordáis el ejército de hongos?
—Sí, no hay duda de que estamos ante un poderoso enemigo. Lo que busca es poder, ¿verdad? Tierras y siervos.
Elfina se posa sobre la encimera como una cacatúa gigante. Se hace el silencio.
—Elfina, ¿qué concepto tienes exactamente del Doctor Imposible? —pregunta Lobo Negro.
—¿Un mago? Un monarca malvado o… Vale, no lo sé.
—Habrá un leitmotiv. Ranas, sombreros, no tengo ni idea.
Lily levanta la mano.
—Odio ser yo quien lo dice, pero no tenemos ninguna prueba de que el Doctor Imposible haya tomado parte en esto.
Lobo Negro se levanta.
—Lo que ha pasado no es obra de un carterista. Hace falta un genio para acabar con Fuego Esencial.
Lily también se ha puesto en pie, y de pronto aquel cuchillo vuelve a relucir en la mano de Lobo Negro, que lo sujeta ágilmente con tres dedos.
—Bueno… es verdad que estaba en la cárcel cuando pasó todo —intervengo; no quiero tener que tomar partido en una pelea entre Lily y Lobo Negro, al menos no en la cocina—. ¿Cómo se come eso?
—Puede que le tendiera una trampa a distancia —apunta Damisela—. No es tan descabellado, ¿verdad?
—Vale, ¿y Fuego Esencial cayó en la trampa así, sin más? —Lily ha empezado a caminar de aquí para allá.
—Bueno, no era precisamente un genio —replica Damisela, y casi logra sonreír—. Pero aún no nos habéis dicho cómo lo hizo.
—Vale —contesto—. Intentemos ponernos en su piel por un momento. ¿Cómo lo haríamos? Me refiero a derrotar a Fuego Esencial.
Miro de soslayo a Lobo Negro. Si alguien conoce la respuesta, es él.
No tengo que esperar mucho. Parece casi demasiado deseoso de contestar a la pregunta.
—La autopsia no reveló nada, y eso que pedí a unos cuantos de los nuestros que lo escanearan. Lo miramos con rayos X, buscamos rastros microscópicos, trazas de iridio… en vano.
Damisela empieza a descartar posibilidades.
—No se le podía quemar. No se le podía aplastar ni cortar. Era prácticamente imposible hacerle daño. Yo quizá podría haberlo derrotado.
—Yo lo hice en una ocasión —señala Lobo Negro discretamente. No es una fanfarronada.
—Suerte que tienes una buena coartada.
—¿Y qué hay de los enderri? —pregunto.
—No se atreven a entrar en el sistema solar. Si lo hicieran, lo sabríamos.
—¿Y si se oculta en el pasado? ¿Y si se dedica a matar a nuestros antepasados? —sugiere Salvaje, mirando fijamente al techo.
—No caerá esa breva —masculla Lobo Negro.
Damisela resopla.
—Lo de viajar en el tiempo me pone enferma —refunfuña.
—A ti todo te pone enferma —replica Lobo Negro, volviendo a levantarse.
—No, Imposible habría querido un enfrentamiento cara a cara. Otra cosa no, pero predecible lo es un rato. Además, eso no habría dejado un cadáver. Yo vi el de Jason, y no tenía una sola marca. Nada de nada. Fuego Esencial era la cosa más indestructible que ha pisado la Tierra jamás, con diferencia. Es algo demostrable.
—Bueno, la verdad es que discrepo sobre ese particular.
—¿Te refieres a que tenía un talón de Aquiles? ¿Su mente, quizá? —Estoy tratando de abordar esto como un homicidio cualquiera.
—Fuego Esencial era inmune a los poderes mentales —sostiene Salvaje.
Bueno, al menos me toman en serio.
—Pero Imposible lo ha logrado —prosigue Lobo Negro—. Ha logrado lo que parecía imposible.
—Y ahora, sin Fuego Esencial de por medio, ha decidido ir a por todas.
Lobo Negro me mira directamente, sosteniéndome la mirada.
—No hace falta ser un genio para darse cuenta de que Imposible está intentando resolver problemas convencionalmente imposibles empleando medios poco convencionales. ¿Adónde nos conduce eso?
Entonces mira de reojo hacia el rincón del fregadero. Míster Místico lleva todo este tiempo observándonos y escuchando, las palmas de las manos unidas por las yemas de los dedos en un gesto reflexivo, esperando que llegáramos hasta aquí.
—Ya sabéis lo que significa.
* * *
Aunque es tarde cuando nos separamos, no puedo conciliar el sueño. Lobo Negro, Míster Místico, Damisela y Elfina se han pasado una hora hablando de artilugios mágicos, demonios escapados de otras dimensiones, semidioses con los que han luchado o se han ido de copas.
Al final, hemos confeccionado una lista y la hemos apuntado en una servilleta. No hay tantos objetos capaces de proporcionar el grado de poder mágico del que estamos hablando, y que además se puedan transportar fácilmente: Durandarte, la Estrella Nocturna, el Ojo de la Fortuna, la Esmeralda Fundente, el Cetro del País de los Elfos. Se trata de objetos tan poderosos que, empleando la clase de visión adecuada, se pueden ver desde el espacio. Creíamos saber dónde estaban, pero uno de ellos debió de extraviarse.
Si encontramos el artilugio en cuestión, hallaremos al Doctor Imposible y podremos apartarlo de la circulación. Elfina y Místico se sienten como peces en el agua con el nuevo cariz que van tomando los acontecimientos, pero a mí todo esto me resulta extraño. Los mutantes, las máquinas y los alienígenas tendrán sus cosas, pero siguen perteneciendo al mundo de la ciencia. Te las puedes ver con ellos sin trastocar demasiado ningún sistema de creencias. Pero a mí, la verdad, se me hace rarísimo el mero hecho de estar en la misma habitación que una persona a la que supuestamente tocó la reina Ginebra.
Doy vueltas en mi habitación durante un rato y luego salgo a deambular por los pasillos mientras los datos se van sucediendo en mi pantalla interna: mapas, hojas de cálculo, ficheros de casos, últimos paraderos conocidos y montones de cifras, valoraciones de las capacidades de cada sujeto, auras supernaturales traducidas a ergios y kilovatios. Hay un par de fichas que aparecen sombreadas en gris, lo que significa que los sujetos correspondientes están en paradero desconocido o han sido destruidos. También hay unas pocas que aparecen en rojo o azul, lo que indica maldición o bien un estado de inconsciencia. Dejo que mi cerebro artificial lo asimile todo, se le da mejor que al mío, y de este modo la información seguirá ahí cuando la necesite.
Lobo Negro está esperando el ascensor, equipado para una de sus patrullas nocturnas, con botes de gas nervioso colgando del cinturón. Apenas hemos hablado desde el funeral.
—Hola, Fatale. A ver si podemos quedar más tarde, tengo unos pocos datos que me gustaría que procesaras.
—De acuerdo. O sea, ningún problema, pero… solo quería decir que lo siento. Me refiero a lo de Fuego Esencial. Todo esto. Ojalá pudiera hacer algo. —Me hago un lío, y eso que un momento antes lo había ensayado.
Hago ademán de tocarle el hombro, pero me contengo. Al fin y al cabo, se trata de Lobo Negro. Azote de criminales. Me devuelve la mirada, enmarcada por su elegante antifaz lobuno, y emite uno de sus característicos gruñidos.
—Tú no lo conocías —dice, y aparta los ojos.
—Lo siento —añado al cabo de unos instantes.
—Te lo agradezco, pero… no lo conocías.
—Lo sé. Y también sé que no puedo aspirar a saber por lo que estáis pasando, pero… —¿Y qué?, pienso para mis adentros.
—No pasa nada, de verdad —repone, y eso es casi la peor cosa que podría decirme ahora mismo. De hecho, empiezo a mosquearme.
—Sí, sí que pasa. Escucha, no soy Galatea. No soy un robot, ¿está claro? Aunque todo el mundo parezca pensar lo contrario. Soy vuestra compañera.
—Yo… No. —Lobo Negro habla ahora en un tono sumamente frío, como de ira contenida.
—No, ¿qué? —Espero a que prosiga.
—Lo que quería decir es que Fuego Esencial era un capullo.
Las puertas del ascensor se abren y él entra.
—Lobo Negro, yo…
—No pasa nada. Olvídalo —farfulla mientras las puertas se cierran entre nosotros.
* * *
Me voy arriba, a la Sala de Crisis, y me pongo a repasar los archivos de Fuego Esencial. Tengo la corazonada de que nada de esto es tan sencillo como parece a primera vista. Reflexiono sobre lo que ha dicho Lily, que quizá el Doctor Imposible no esté detrás de la muerte de Fuego Esencial. De hecho, si algo sabemos acerca del Doctor Imposible, es que nunca ha salido bien parado de sus enfrentamientos con él. Visto así, es casi la última persona de la que sospechar.
Fuego Esencial adquirió todos sus poderes a raíz de un accidente de laboratorio. Un accidente irrepetible, claro está. El problema es que se podría acusar a casi cualquier supervillano de querer verlo muerto. Y lo que es peor, ninguno de ellos posee los medios necesarios para hacerlo. Si uno busca en su ficha qué poderes tenía, el término empleado es «invencibilidad», y se pueden contar con los dedos de una mano las veces que esa palabra se repite a lo largo de las más de quinientas fichas incluidas en la base de datos metahumana. De acuerdo, hay un asterisco junto a la palabra «iridio», pero esa pista no nos ha llevado a ningún sitio de momento.
Invencibles. Es lo que todos se jactan de ser. No solo duros de pelar, sino directamente invulnerables. Damisela casi lo es, y Lily no le va a la zaga, pero cualquiera de las dos acabaría sucumbiendo ante un enemigo que no diera tregua. Ha ocurrido antes. Yo misma tengo una buena armadura, pero allá donde el metal no llega soy una mujer normal y corriente.
Tienen archivado prácticamente todo lo que alguna vez se ha escrito sobre Fuego Esencial. Ni siquiera una máquina como yo podría procesar tanta información de golpe. Hago una búsqueda por palabra clave para tratar de averiguar si hay alguien más en la base de datos merecedor del adjetivo supremo. Solo sale uno, el Faraón, un supervillano de recursos más bien limitados que se empeña en lucir un ridículo tocado. Vuelvo a la ficha de Fuego Esencial y me aplico una vez más a la tarea de buscar algo inusual, en vano. Todo parece indicar que era un hombre sin dobleces. No hay más que fijarse en su semblante anodino, en su mentón prominente. La vida se lo había puesto tan fácil que nadie se atrevería a sospechar siquiera que pudiera hacer trampas.