LOS SUPERHÉROES MÁS PODEROSOS DE LA TIERRA
Cuando vuelvo a entrar en la que fuera la habitación de Galatea, me encuentro un traje tendido sobre la cama. Es un mono amarillo y naranja, los colores del equipo. Supongo que es su modo de decirme que ya formo parte de los Campeones. De los Nuevos Campeones, para ser exactos.
Me dejo caer sobre la cama. Estoy un poco desconcertada. Mejor dicho, no salgo de mi asombro. Cierro los ojos por unos instantes. Creo que, en el fondo, no tenía demasiadas esperanzas de que mi aventura como superheroína fuera a durar demasiado tiempo. Pero esto sí que no me lo esperaba. Esto no figuraba en el guión.
Me paso un buen rato con el traje en las manos, dejando que su tela de tecnología punta se deslice entre mis manos. En algunas zonas es rígida al tacto, seguramente debido a algún sistema de circuitos incorporado. La urdimbre es perfecta.
Empiezo a ponérmelo, pero me detengo a media operación. Verme desnuda en el espejo me produce una sensación dolorosa. Se distinguen claramente las zonas dañadas por el accidente. Y se ven todos los añadidos que solo se intuyen cuando voy vestida, todos los puntos en los que mi carne de mujer se funde con el plástico y el metal. Queda perfectamente expuesto el cambio radical que convirtió las heridas atroces en otra cosa. Lo que perdí en el accidente me fue devuelto en forma de plata y cromo, titanio y silicona, el mapa de la catástrofe.
Me lo pruebo con un punto de cautela. Es un traje único, fabricado a medida para adaptarse a mis cualidades cibernéticas y complementarlas, incluidos los puertos periféricos de mi muslo derecho. De hecho, yo diría que resalta lo mejor de mi carrocería. Nunca he sido especialmente delgada —seguramente no era una Damisela ni siquiera antes de las mejoras—, pero cuando me lo pongo me doy cuenta de que me sienta como un guante, tal como siempre había soñado. Me asomo a la ventana y me tomo un momento para deleitarme con las vistas de Manhattan, que se extiende a mis pies, apenas real.
Esto no se parece en nada a los pantalones de chándal y la camiseta sin mangas que llevo habitualmente. Es un verdadero traje de superheroína, como el que usa Damisela. Me produce la inquietante sensación de ir desnuda, pero al menos nadie me tomará por un robot.
Me paro a mirarme en el espejo y veo un híbrido de mujer y máquina enfundado en una malla de cuerpo entero. Se supone que los ciborgs femeninos deben ser criaturas despampanantes con cintura de avispa, pero lo cierto es que hace falta un gran armazón metálico para sostener un reactor en miniatura y todo el hardware que llevo encima. Mido metro noventa y dos, más que la mayoría de los hombres, soy muy ancha de hombros y tengo muslos largos. Incluso cuando llevo el pelo suelto, resulto más temible que hermosa, en el sentido tradicional de la palabra.
El uniforme no es especialmente recatado, y no estoy acostumbrada a verme tanta piel al descubierto alrededor de los hombros y por encima de las rodillas, pero el estampado casa bastante bien con el plateado y el tono melocotón de mi piel, así que el efecto final no es desagradable. Hasta se podría decir que resulta halagador.
Deslizo una mano por mi propio costado, notando el metal frío y luego la piel, y me da por pensar en la de tiempo que hace que no… Desde el accidente no ha habido nada, pero ¿y antes? Ni siquiera lo sé. Solo sé que no soy virgen. Eso es todo.
Vuelvo a mirarme, y veo a Fatale de los Campeones. No puedo evitar sentirme un poco orgullosa. Me peino el pelo hacia atrás con la mano y ensayo una pose sensual para una cámara imaginaria.
* * *
Oigo aplausos aislados cuando entro en la cocina. Alguien silba. Hay un pastel con mi nombre escrito, y también el de Lily, que se une al grupo con expresión de desconcierto. Todo el mundo me estrecha la mano. Lobo Negro lo explica: al parecer, los miembros fundadores del equipo se reunieron en secreto y lo sometieron a votación. Tengo un nuevo pase de seguridad y una tarjeta de identificación oficial.
—¿Te gusta el traje? Lo diseñó Damisela. —Lobo Negro hace las veces de anfitrión, repartiendo copas de champán.
—Es perfecto. —Lo digo de corazón. Y me emociono un poco, pensando que Damisela ha pasado tanto tiempo a solas pensando en mí.
—Dicen que se me da bien. Escucha, has estado muy bien antes, en el bar. Espero que te quedes con nosotros.
—Pues… sí, me encantaría. —De pronto, eso es lo que siento. Apuro mi copa de un trago. Damisela poco menos que me salvó la vida cuando me pidió que me sumara al equipo. Ahora me siento fatal por no conseguir que me caiga bien—. Oye, sé que venimos de mundos… muy distintos.
—A mí me educaron como a cualquier otra niña, por si no lo sabías. Hasta los dieciséis no supe lo que eran los superpoderes, así que era de lo más normal y corriente.
—Pero… yo creía que… en fin, por genética…
—Un día de estos te lo contaré con pelos y señales. ¿Te va bien el traje?
—Me queda un poco ceñido.
—Te acostumbrarás. A mí me pasó.
Todos han cambiado de aspecto a lo largo de los años. Elfina sigue llevando su traje «tradicional» sospechosamente prerrafaelita, pero le ha añadido un brazalete que la identifica como integrante de los Campeones. Lobo Negro no ha cambiado, pero mantiene un tipo de relación con su traje de lobo por la que temo preguntar, mientras que el de Damisela parece un cruce entre el de su padre y el mío.
Somos un equipo, por lo menos en lo que al atuendo se refiere. Oficialmente, hemos surgido en respuesta a la desaparición de Fuego Esencial y la fuga del Doctor Imposible. La propia Damisela así lo anuncia esta noche en una rueda de prensa mientras los demás permanecemos de pie a su espalda. La formación del equipo debe notificarse a la ciudad, al Departamento de Estado y a las Naciones Unidas. El símbolo que había perdido su brillo tras casi diez años de olvido reluce ahora en lo alto del edificio de los Campeones, desde el que domina toda la ciudad. Somos la comidilla de los monólogos en los principales programas de entrevistas de la noche. No paran de llegar llamadas y felicitaciones de parte de otros superequipos.
Mañana nos iremos todos a la isla del Doctor Imposible, diez horas a bordo del Lobobarco, para enfrentarnos a un supervillano de los grandes. Si tienen razón, estará allí esperándonos, con Dios sabe qué descabellados artefactos a punto para el ataque. Ni siquiera tenemos un científico a bordo. Ni a Fuego Esencial.
* * *
Cuando se acaba la fiesta, todo el mundo se va por su lado, a la azotea o al gimnasio. Mis ojos siguen a Lobo Negro hasta la calle. Lily se da cuenta y arquea discretamente una de sus cejas plateadas, pero me esfuerzo por hacer caso omiso de su gesto.
Me quedo por allí un rato más, contemplando la ciudad. Podría aprovechar y acostarme ya para levantarme descansada mañana, pero tengo algo que hacer.
Arriba, en la sala de ordenadores, hay una pequeña biblioteca con un fondo documental que incluye películas. Subo dando un pequeño rodeo y, con gesto furtivo, saco de la estantería el DVD Los seis de Titán. Nadie le había quitado aún el envoltorio de plástico. Seguramente cometo un error típico de novata solo con mirarlo.
El documental salió a la luz al año siguiente de la separación del equipo y es un popurrí en el que se mezclan cinco horas de imágenes de archivo de los informativos, metraje de muy diversa procedencia y vídeos gubernamentales obtenidos gracias a la Ley para la Libertad de Información. Nadie del equipo accedió a dar su testimonio ante las cámaras, pero aun así sus autores lo venden como la verdadera historia del mayor equipo de superhéroes que ha existido jamás. No es eso, exactamente, pero sí un punto de partida.
No sé qué estoy buscando. Saber algo más de Fuego Esencial, supongo. Todos lo conocían personalmente, pero yo solo he visto unos cuantos discursos suyos en la tele. Quería ser detective, pero soy la única aquí dentro que no tiene una sola pista sobre el desaparecido.
* * *
Introduzco el disco en el lector de DVD y me acomodo en el sofá. Una solemne voz en off presenta a los tres componentes iniciales del equipo, jóvenes superhéroes en los albores de sus carreras.
Tras los créditos, aparecen imágenes de archivo de principios de los años ochenta en las que se ve a Damisela dando su primera rueda de prensa a la tierna edad de dieciséis años, cuando sus poderes empezaron a manifestarse. El padre de esta y el resto del Superescuadrón aparecen de pie a su espalda, sonriendo encantados. Luego aparece revoloteando de acá para allá enfundada en un traje blanco el día que cumplió dieciocho años. Lo que sigue es una breve toma de Damisela junto a su madre, antes de que esta abandonara la Tierra. Las imágenes tienen el tono amarillento de las películas caseras. Luego veo a un desgarbado adolescente al que reconozco como Lobo Negro barriendo a sus competidores en la final del campeonato nacional de gimnasia olímpica, aunque por entonces nada hacía sospechar que sería algo más que un precoz becario de la Universidad de Oxford. También se ve a Fuego Esencial con su uniforme del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva, haciendo el ganso con sus compañeros de dormitorio tan solo unos días antes del accidente.
Tras los obligados apuntes biográficos, los presentadores cuentan la archiconocida historia de la primera reunión del equipo. Quiso el azar que coincidieran los tres en las operaciones de busca y captura de una red de narcotraficantes especialmente violentos que se habían refugiado en las alcantarillas de la ciudad, y que bajaran a buscarlos la misma noche siguiendo la misma pista policial. Debió de ser una experiencia de lo más extraña, encontrarse cara a cara en las acuosas entrañas de la ciudad, dos hombres y una mujer, todos ellos enmascarados, ninguno mayor de veinticuatro años. Damisela, la princesa heredera del reino de los superhéroes, con su campo energético de color verde reluciendo en todo su esplendor, arrojando profundas sombras sobre el agua de los canales. Fuego Esencial había arrancado de cuajo la reja protectora de otra alcantarilla, haciendo saltar media docena de alarmas. Lobo Negro permanecía agachado, oculto en un conducto de desagüe, con las gafas de visión nocturna abrochadas sobre el antifaz.
* * *
Nunca sabremos exactamente de qué hablaron, ni cuánto tiempo duró la conversación. Ni siquiera sé si intercambiaron sus identidades secretas en aquel momento o lo hicieron más tarde.
Un hombre llamado Frederick Allen ocupaba a la sazón el cargo de subdirector de Asuntos Metahumanos, y fue bajo sus auspicios como nació el equipo. Allen esperaba reunir bajo su influencia un grupo de jóvenes superhéroes atractivos y populares que se hicieran querer por la gente y a la vez acataran las decisiones políticas del gobierno estadounidense. Todos parecen coincidir en que el nombre fue idea suya.
Y así nacieron los Campeones. Cuando se cerró la lista de componentes, la franja de edades oscilaba entre los veinte añitos de Lobo Negro y los más de mil que afirma tener Elfina. Eran muy jóvenes y estaban un poco deslumbrados por toda la atención que se les dispensaba. Aceptaron la oferta y se convirtieron en un equipo oficial de superhéroes a sueldo del gobierno.
¿Por qué? Quizá por su padre, en el caso de Damisela. Lobo Negro porque necesitaba legitimidad, y tal vez también —aunque jamás lo admitiría— tener a unos cuantos superpoderes de su parte. El caso de Fuego Esencial es más difícil de descifrar. ¿Quizá porque había querido formar parte del Superescuadrón pero este se había desmembrado antes de que estuviera preparado para hacerlo? Tenía todo lo demás, una biografía de superhéroe perfecta: los superpoderes, la diabólica némesis, todo lo que podría esperarse, incluida una novia escritora a la que debía rescatar cada dos por tres. Siempre cumplía las expectativas ajenas, como si nunca hubiese tenido que molestarse en tomar una decisión.
* * *
Son casi las diez cuando Lily entra en la sala como quien no quiere la cosa. Se queda merodeando a mi espalda con una bolsa de patatas fritas en la mano. La veo sin necesidad de volverme, tengo accesorios que me lo permiten.
—He traído un tentempié. ¿Te importa que me quede?
—No, siéntate. —No he podido evitar darme cuenta de que no le han dado un traje como el mío, así que se lo pregunto directamente.
—Jamás llevo ropa. Hemos acordado que me pondré unas calcomanías, como las de las ventanillas de los coches.
—Bueno, pues enhorabuena de todos modos.
—Gracias. Lo mismo digo.
Nos estrechamos la mano con torpeza. En la pantalla, los superhéroes se dedican a frustrar juntos por primera vez un atraco bancario. Fuego Esencial vuelca el coche que los ladrones habían dispuesto para la fuga, y una lluvia de balas rebota contra su cuerpo.
—Me gusta cómo te mueves.
—Reducir al Augur no tiene gran mérito.
—Me refiero a cuando te enfrentaste a Elfina. No es nada fácil asestarle un golpe, créeme, lo sé de sobra.
—Debe de ser raro formar parte del equipo después de… bueno, de todo lo que pasó.
—¿Después de haber sido una supervillana, quieres decir? No pasa nada. Todo el mundo quiere ser la chica mala de la película, aunque solo sea durante un rato.
* * *
Un superequipo necesita ciertas cosas para funcionar: una combinación acertada de personalidades, una buena interacción en el campo de batalla, algo que nadie puede predecir o reproducir. Dos de ellos sabían volar y detener las balas, mientras que el tercero era el mejor detective y atleta del mundo. Pero necesitaban apuntalar el equipo.
Allen recurrió al mundo de los superhéroes. Los candidatos con más posibilidades vivían bajo identidades secretas, y algunos de ellos ni siquiera habían fijado su residencia en la Tierra, o bien estaban en el hospital. Les llevó meses seleccionarlos a todos.
La reunión de reclutamiento tiene lugar en la sala de juntas de un edificio de oficinas cualquiera de Washington. Los autores del documental lograron recabar varios documentos sonoros y visuales de aquel primer encuentro. Allen se vale de un retroproyector para ir repasando una lista de puntos clave, estadísticas relacionadas con la delincuencia y posibles amenazas extraplanetarias que le ayudan a exponer sus argumentos. Tiene ante sí a once jóvenes superhéroes, la flor y nata del gremio, luciendo sus mejores galas y escuchando con ademán desafiante.
La cámara hace un barrido lento, y Lily se inclina hacia delante para observar mejor todos los rostros.
—Fíjate en toda esa gente. Invitaron al Hombre Muelle, ¿te lo puedes creer? Y a Anne de Siècle. ¡Vaya un hatajo de segundones! Debí entrar mientras aún estaba a tiempo. Ambas debimos hacerlo.
—Gracias, pero yo tenía seis años, y aún no tenía ningún chisme de estos.
Lily observa detenidamente el esqueleto metálico de mis pantorrillas, mis antebrazos.
—Supongo que tuviste algún tipo de accidente.
—Así es.
Allí está Galatea, una perfecta desconocida todavía. Ni siquiera de dan cuenta de que es un robot. Lobo Negro, más chulo que un ocho, en la cresta de la ola tras haber protagonizado un espectacular salvamento de rehenes. El Capitán Kelvin gotea agua sobre la alfombra mientras sus tuberías de enfriamiento se llenan de escarcha. Aún no hay rastro de Elfina, pero Míster Místico sí está, acribillando con la mirada a Pontífex, un supuesto vidente más tarde desenmascarado. Hay caras que no me suenan de nada: un hombre con bigote y cota de malla con una espada pegada al costado, un joven de aspecto vampírico que permanece alejado de las ventanas, una mujer con aparatosas gafas de aviador que sostiene lo que parece una máquina del tiempo de principios del siglo XX.
Fred Allen trató de reunir al mayor número de superhéroes disponible, y el resultado es algo que bien podría pasar por la junta directiva del País de los Juguetes. Fuego Esencial flota al fondo de la sala, a todas luces impaciente con el proceso de selección.
—Debemos enfrentarnos a estas amenazas poco convencionales de un modo organizado. Ante personas como el Doctor Imposible, no podemos limitarnos a las conjeturas y los buenos deseos. Necesitamos tener nuestros propios efectivos sobre el terreno. —Allen hace una pausa y respira hondo—. Dadas las circunstancias, y de cara a la imagen pública del equipo, creo que Damisela debe ser elegida portavoz.
No hay más que mirar a Damisela para darse cuenta de que no le gusta el modo en que se está manejando la situación.
La reacción de los demás no tarda en hacerse notar, hay un ostensible intercambio de miradas. El vampiro resopla discretamente.
—¿No deberíamos ser nosotros quienes tomáramos esa clase de decisiones? —interviene la mujer de blanco y rojo, que no debió de durar mucho en el grupo de preseleccionados.
Damisela se hace oír por encima del vocerío. Ya se reconoce el timbre de voz que más tarde se haría famoso por sus declaraciones ante el Senado.
—No pienso dedicarme a dar órdenes. No he pedido nada de esto.
—Sí, pero ya sabes cómo lo van a interpretar… —repone Allen, echando balones fuera al tiempo que mira fugazmente a la cámara con gesto nervioso, como si ya supiera que están haciendo historia.
—Con mi experiencia en el terreno militar… —empieza Lobo Negro.
—Que, como comprenderás, no debe trascender en ningún momento —ataja Allen—. En este equipo te limitarás a ser Lobo Negro.
—Un momento… ¿es que acaso es algo más?
Damisela le lanza una mirada fulminante. Una mirada rara y a la vez familiar. Vuelvo a pasar las imágenes y juraría que estos dos se conocían de algo, se conocían de antes. Aquí hay gato encerrado.
—No necesitas saberlo.
—¿Qué es lo que no necesito saber? Se supone que estamos hablando de mi equipo, maldita sea.
—Escucha. La razón de ser de todo esto es volver a tener un superequipo con legitimidad institucional. Un equipo en el que la gente pueda confiar, y no una panda de friquis que se pirran por salir a la calle disfrazados.
La cámara pasa de las declaraciones de Allen a imágenes de archivo de Elfina dando una rueda de prensa. Se la ve examinando una grapadora con gesto fascinado.
—Habrá cambios. Hasta aquí, la mayor parte de vosotros habéis trabajado solos. Os ofrezco respaldo económico gubernamental y todos los recursos que ello supone. Pases de seguridad siempre que estén justificados, medios de transporte e instalaciones dotadas de la tecnología más avanzada. Legitimidad. La oportunidad de hacer el bien y dejar de trabajar en la sombra.
—Algunos de nosotros nos sentimos más cómodos en la sombra, señor Allen.
Incluso en vídeo, la voz de Míster Místico resuena, grave y poderosa. Nadie lo diría, pero dos años antes dormía en un contenedor de basura en la parte de atrás de un Walgreens. Se oye un golpe, y luego todo el mundo empieza a hablar a la vez.
—¿Significa eso que vamos a tener que revelar nuestros nombres reales? Porque yo no estoy dispuesto a…
—Siempre se ha dicho que el nombre es poder…
Míster Místico se lanza a hacer alguna puntualización sobre las leyes que rigen el mundo de la magia.
—Juré fidelidad a la reina Titania. No puedo romper mi juramento. Y, en la práctica, no soy ciudadana estadounidense. Soy un hada.
—Yo no tengo carnet de conducir…
—Yo no tengo nombre real.
Damisela se levanta.
—Gracias, subdirector Allen. A ver, si sois tan amables de seguirme hasta la otra sala cuando os llame por vuestro nombre en clave… Esto no es una prueba, sino más bien una reunión para intercambiar información.
Ya entonces tenía dotes de liderazgo.
* * *
Eligieron cuidadosamente a los candidatos. Las cualidades de Galatea eran impresionantes, y aportaba al grupo un punto de alta tecnología del que hasta entonces había carecido. Míster Místico era el hechicero más famoso del planeta, conocedor de misterios que se habían perdido generaciones atrás. Y en cuanto a Elfina… sabe Dios de dónde la sacarían, la única hada guerrera que seguía viviendo en el mundo de los hombres.
En las imágenes de una de las primeras ruedas de prensa de aquella época se ve claramente cómo captaron la imaginación de la gente. Lobo Negro posee un carisma indiscutible, y la fuerza de Fuego Esencial es sencillamente sobrehumana. Todo el mundo mira boquiabierto mientras una Galatea más bien escasa de ropa flota por encima de la multitud irradiando su energía dorada. Míster Místico, por su parte, parece resplandecer investido con la oscura autoridad de un hipnotizador.
Magia y tecnología de última generación, superpoderes, atletismo e indomable fuerza de voluntad, y una leyenda de tiempos pasados transplantada al presente. ¡Una vez que Elfina se unió al grupo, pasaron a tener una auténtica hada madrina! La energía que desprendía el grupo era palpable. Allí estaban quienes iban a salvar el mundo.
Dieron ruedas de prensa, se prodigaron en apariciones públicas y entrenaron juntos tanto como se lo permitían sus desiguales cualidades. Elfina compartió secretos de la antigua lucha céltica con Lobo Negro, mientras que este la familiarizó con el manejo del bo y la vara de tres secciones. En el extremo superior de la escala de poder, Damisela y Fuego Esencial se enfrentaban con fuerza demoledora por encima del Washington Mall.
Pero eran los tres grandes, aquella singular mezcla de personalidades y poder, los que mantenían al grupo unido. La disciplina y capacidad de liderazgo de Damisela, por un lado, unidas a su glamour y autoridad; Fuego Esencial, rubio paradigma del superhéroe americano, aportaba genialidad, seguridad en sí mismo y una fuerza sin límites que se veía equilibrada por la imprevisible inteligencia de Lobo Negro y su oscuro carisma. Eran imparables.
Desde su céntrico y lujosamente equipado cuartel general, salían a luchar contra la delincuencia y a reparar las injusticias del mundo. Allá donde fueran los reconocían por sus uniformes. Al cabo de un tiempo, era casi normal verlos volando de vuelta a casa con los primeros rayos de sol tras una dura noche de trabajo, como lo era ver a Damisela remolcando un buque de carga atrapado en un arrecife de coral, o a Elfina deteniendo un tornado que se cernía sobre Oklahoma City.
Los retratos de familia de aquella época muestran a un grupo de jóvenes amigos excepcionalmente bien avenidos. Me pregunto qué pasaría después.
* * *
Quizá la crisis somalí tuviera algo que ver. Los Campeones siempre habían tenido apoyo económico por parte del gobierno, pero algún genio del Departamento de Estado cuya identidad jamás trascendió llegó a la brillante conclusión de que sería rentable y conveniente desde el punto de vista diplomático convertirlos en una suerte de brazo armado secreto del ejército estadounidense.
Aquello les olió a encerrona. Hubo una reunión de la que no queda constancia, pero que quizá fuera el verdadero momento fundacional de los Campeones. En aquella reunión se planeó la primera infiltración de Lobo Negro en el Pentágono. Este se paseó, ataviado con su traje de superhéroe, por los pasillos del edificio más seguro del mundo mientras Galatea aterrizaba en un satélite estadounidense y hackeaba su sistema informático en plena órbita. Volvieron con toda la información existente sobre los ambiciosos planes de Fred Allen para el superequipo más famoso de Estados Unidos.
La cadena C-SPAN se hizo eco del silencio sepulcral, seguido de un murmullo creciente, que acogió a Damisela cuando entró en el Senado, con su traje de los Campeones y un aplomo que solo poseen los verdaderamente poderosos, para depositar toda la documentación sobre el caso Allen en el regazo del vicepresidente mientras los murmullos se elevaban hasta convertirse en un clamor de aprobación. Su discurso, y luego su célebre salida de la cámara, no dejaban lugar a dudas: eran un equipo entregado a su misión, no un instrumento al servicio del poder. El gobierno estadounidense retiró discretamente los fondos que les había asignado, y llegó el momento de buscar un nuevo patrocinador y un nuevo paradigma de superequipo.
* * *
Pero los problemas no habían hecho más que empezar. Los Campeones siempre habían vivido a la sombra del Superescuadrón, y quizá fuera inevitable que ambos equipos acabaran enfrentándose. Persistía la sensación de que los superhéroes de la nueva generación eran meros suplentes de la generación anterior. Damisela fue la que más tuvo que cargar con ese sambenito. Todo indicaba que nunca se librarían de la tutela del Superescuadrón, algunos de cuyos componentes ni siquiera parecían acusar el paso del tiempo.
Pero todo cambió el día en que Parangón se pasó al otro bando. En sus mejores tiempos, Fuego Esencial había tenido en él un compañero a su altura, quizá incluso más que eso, pero el hombre que ardía entre las llamas de un fuego mágico había acabado perdiendo el control. Nunca descubrimos de dónde había salido el zafiro estelar —era la clase de gema que podía haber desaparecido de cualquier museo europeo—, pero resultaba evidente que había dejado de funcionar como era debido.
Parangón se había medio retirado una década antes, pero fueron surgiendo rumores inquietantes en torno a él. Se decía que sus poderes habían cambiado, fermentado en su interior, como si el largo desuso los hubiese afectado de alguna manera. Su campo de fuerza antaño invisible, limpio, era ahora un parpadeo azul y perfectamente reconocible a simple vista. Cuando golpeaba, desprendía un claro destello azul y un olor a ozono. Además, lucía traje nuevo y se hacía llamar Celeste, aunque más tarde sustituiría ese nombre por el de Luz de Gas. Pero el cambio seguía operándose en su interior.
Era mayor de lo que parecía. La fuerza maligna del zafiro volvía para atormentarlo, para cambiarlo. Fuera lo que fuera aquel objeto que encontró en su día, había pasado tanto tiempo que apenas si lo recordaba. No era más que un cabo de diecinueve años cuando sus superiores le ordenaron poner en marcha algo que ni él ni nadie acertaría a comprender jamás.
Cuando llegaron los Campeones, era demasiado tarde para hacer nada que no fuera zanjar el problema de raíz, pero el Superescuadrón no iba a consentirlo. Fuego Esencial se puso de su parte, y todo hacía presagiar un enfrentamiento encarnizado: Nube de Tormenta contra Damisela, Fuego Esencial contra Lobo Negro, Regina contra Míster Místico. En el último momento, Parangón logró zafarse de las cadenas de Místico y los atacó, decidiendo así su propia suerte. Fue duro para todos, pero aquel episodio concedió a los Campeones la legitimidad de la que carecían hasta entonces. El halo invencible del Superescuadrón cayó por tierra y empezó el reinado de los Campeones. Sin embargo, ya de vuelta en el cuartel general, estoy segura de que ninguno de ellos ha olvidado aquel momento, justo antes de que Parangón se les echara encima. No puedo evitar preguntarme qué habría pasado si no lo hubiera hecho.
* * *
En la pantalla se suceden imágenes de la era dorada. En un montaje de titulares de diario, los supervillanos caen como moscas ante los Campeones. Gente como el Señor del Lodo o Semblante pasaron una buena temporada sin ver la luz del sol.
—¿Te preocupa lo de mañana? —me pregunta Lily mientras come palomitas. Por suerte, se vuelven transparentes casi en el mismo momento en que les hinca el diente. ¿Serán las enzimas de su saliva?
—Un poco. Estoy acostumbrada a vérmelas con narcotraficantes, no con extrañas y sofisticadas máquinas.
—Hombre, algo acostumbrada estarás a las máquinas extrañas y sofisticadas… Pero no creo que la sangre llegue al río, la verdad.
—¿Estás segura? Lobo Negro cree que esta vez va en serio.
—Créeme. Todo esto se ve muy distinto desde el otro lado.
Hasta el Doctor Imposible hubo de rendirse ante ellos una y otra vez. Su rostro invade la pantalla, luciendo aquel casco con cresta que gastaba a principios de los ochenta. Ahora nos deleitan con un montaje de todas las detenciones de Imposible. El supervillano aparece con las manos en el aire en una sucesión de escenas que tienen como telón de fondo diversos centros de operaciones, cabinas de mando y calles. Hago acopio de valor y, por una vez, pregunto lo que realmente deseo saber.
—¿De veras te enamoraste de él, Lily?
Lily suspira.
—Es difícil explicarlo. Es muy inteligente, ¿sabes? Y me hacía reír.
* * *
Ponemos el tercer disco de la serie. Los episodios cuarto y quinto se centran en los años de madurez del equipo, cuando las crisis importantes solían centrarse en uno solo de sus miembros. Repasamos la incursión interdimensional de un poderoso demonio al que Míster Místico había humillado más veces de la cuenta; una ancestral maldición de las hadas que solo Elfina podía romper; un poderoso criminal del pasado de Lobo Negro, quizá relacionado con la desaparición de su hermano; un alienígena con malas pulgas que pretendía hacer pagar a Damisela la derrota que le había infligido el padre de esta tiempo atrás en alguna galaxia lejana; y luego estaban, por supuesto, los interminables enfrentamientos entre Fuego Esencial y el Doctor Imposible.
Debe de haber habido otros momentos, momentos que las cámaras no pudieron registrar. Sigo teniendo la impresión de que me pierdo algo, la verdadera historia de los Campeones: la primera vez que se confesaron unos a otros sus identidades secretas, el momento en que descubrieron la verdadera naturaleza de Galatea o la secreta vulnerabilidad de Fuego Esencial. Intento mirar con ojos de sabueso, desenterrar lo que permanece oculto.
¿En qué momento se enamoraron Lobo Negro y Damisela? Fuego Esencial y ella hubiesen formado la pareja ideal, equiparables en fama y poder, y supongo que era lo que todo el mundo esperaba. Pasan bastante tiempo juntos desde el primer momento, siempre alzando el vuelo por encima de los demás, charlando, entrenándose. Uno no puede evitar preguntarse por qué no cuajó la relación entre ambos, sobre todo a partir del momento en que la novia de Fuego Esencial desaparece del mapa. Además… ¿son invenciones mías, o me parece percibir cierta incomodidad entre ambos? Tal vez no sea más que una secuela del caso Parangón y la ruptura que supuso en el seno del equipo.
Me detengo a contemplar el famoso rostro de Fuego Esencial. Es guapo en el sentido más clásico de la palabra: barbilla prominente, ni un pelo fuera de su sitio. Siempre pronunciaba las palabras adecuadas para cada momento, siempre sabía qué hacer. Pese a lo que podría sugerir su portentosa musculatura, era un tipo inteligente. Cierto es que carecía del sentido del humor de Lobo Negro y de su visión estratégica, pero jamás vacilaba, siempre hacía lo correcto. Con tanto poder, podría haber sido el peor supervillano de la historia, pero eligió la verdad y la justicia.
* * *
Damisela entra desde la azotea y cruza la estancia.
—No puedo creer que estéis viendo esto. Por Dios, vaya peinado más ochentero llevaba.
Pero no tarda en marcharse. Yo también lo haría, sabiendo lo que viene a continuación.
Me tienta la idea de saltarme las imágenes de la boda, pero Lily me obliga a ver el empalagoso espectáculo de cabo a rabo. Todo el país se detuvo aquel día, pero ahora resulta triste ver el modo en que se miraban a los ojos. Fuego Esencial era el padrino y Galatea la dama de honor.
Por lo menos coincidimos en pasar deprisa una serie de bochornosas intervenciones en Saturday Night Live. No había manera humana de arrancarle una ocurrencia graciosa a Galatea. Lo mejor de todo es ver a John Belushi ataviado con una malla roja de cuerpo entero y una capa de plástico, escupiendo puré de patatas a la cara de Fuego Esencial, que sonríe con deportividad. Creo que se hacía pasar por el Doctor Imposible.
Todo esto es muy divertido, pero los superequipos se basan en las distintas personalidades de sus componentes y el modo en que se relacionan entre sí, y no puedo evitar darme cuenta de que, con el paso del tiempo, se han ido formando pequeños grupúsculos en el seno del equipo: Lobo Negro y Damisela; Elfina y Míster Místico. Fuego Esencial y Galatea pasaban cada vez más tiempo a solas.
* * *
Entonces la banda sonora se vuelve más sombría. Ahora toca hablar de los sucesos de Titán, e incluso la voz en off guarda silencio por fin. Lily debe de ser la única que no lo ha vivido de pequeña, pero aun así observa la pantalla con aire circunspecto.
Damisela habla a los medios desde el edificio de las Naciones Unidas.
—La amenaza es real. Afecta a toda la galaxia. Necesitamos el equipo al completo.
Fuego Esencial volvió a toda prisa desde Cabo San Lucas, mientras que Míster Místico dejó a medias una misteriosa misión en Jartum.
Las guerras galácticas de las que solíamos oír hablar por el Superescuadrón habían llegado a la Tierra. Los pangeanos y los enderri gobernaban cerca del 15 por ciento de la Vía Láctea, pero se hallaban engarzados en una incomprensible y eterna contienda alienígena. En el pasado, los superhéroes terrícolas habían apoyado a uno u otro bando, pero el dominio del planeta azul nunca había estado en juego. Ahora todo llevaba a suponer que los enderri habían decidido involucrarnos en el conflicto.
Damisela pasó una serie de diapositivas en la Sala de Crisis, imágenes de la sonda espacial que había captado una insólita masa oscura en las inmediaciones de Saturno. La ampliación de las imágenes y el análisis espectral arrojaron resultados difíciles de creer en un primer momento, pero la confirmación no tardó en llegar desde fuentes extraplanetarias gracias a los viejos contactos del Superescuadrón.
Para cuando los Campeones se presentaron en el lugar de los hechos, la flota enderri llevaba días reuniendo sus efectivos al amparo de la inmensa sombra de Saturno. Llegaron en son de paz y fueron recibidos por el jefe del ejército enderri. Los Campeones eran nuestros embajadores planetarios. Damisela hizo gala de su legendaria serenidad, acaso una herencia de su linaje alienígena, pero fue Lobo Negro quien descubrió e invocó un ignoto artículo del código marcial enderri por el que exigió la celebración de un combate. Seguramente él fue el primero en comprender las consecuencias de aquel desafío. Los seis Campeones en activo se apostaron en la luna más grande de Saturno para enfrentarse a las tropas de tierra de los enderri. Establecieron un campo energético que les aseguraba una atmósfera respirable y una temperatura adecuada mientras quienes se postulaban como sus últimos adversarios empezaban a formar sobre la llanura helada.
Nadie puede olvidar el momento en que cinco portanaves descargaron sobre Titán la fuerza de élite del ejército enderri al completo para enfrentarse a los Campeones. Una de las cámaras ocultas de Lobo Negro captó la escena y se encargó de ir enviando un fotograma a la Tierra cada pocos segundos. En las primeras imágenes, los superhéroes no pueden hacer más que observar mientras el horror alienígena los envuelve. La cámara hace un breve barrido panorámico del grupo en el que se ve a Damisela, puntal del equipo, en guardia frente a un ejército de diez mil guerreros alienígenas. Permanece de pie con la espalda pegada a la de Lobo Negro, que con gesto sombrío se dispone a hacer uso de lo aprendido en las unidades de operaciones especiales del ejército para arrancar las primeras maldiciones a aquella muchedumbre. Por una vez, apenas se adivina el habitual y arrogante aire invencible de Fuego Esencial. Sus pómulos de estrella del celuloide aparecen teñidos de rojo por la luz de los motores de fusión de la flota enemiga. Elfina, la guerrera por antonomasia, se mantiene impasible y empuña su lanza frente a los alienígenas enfundados en sofisticadas armaduras espaciales. Míster Místico se prepara para una actuación digna de recordar. El rostro de Galatea, inescrutable, nada revela sobre lo que está a punto de ocurrir.
La batalla duró tan solo cuarenta y un segundos, pero el director del documental repite los fotogramas uno a uno. Los guerreros enderri medían dos metros y medio cada uno y, a juzgar por su apariencia, eran un híbrido de insecto y máquina. No había manera de mantener un perímetro de seguridad frente a semejante número de enemigos. El grupo fue engullido casi al instante, reducido a seis puntos de resistencia en un mar verde y negro. En las imágenes se ve cómo Damisela y Fuego Esencial repelen la primera oleada de atacantes, que vuelven volando al grueso de la muchedumbre, pero apenas si se nota la diferencia. Lobo Negro aparece como una figura borrosa que reparte mandobles a diestro y siniestro, destrozando las articulaciones alienígenas y resquebrajando sus duros caparazones. Elfina y Míster Místico se mantienen unidos en medio de la multitud; ella flota por encima de los alienígenas y hace estragos con su lanza, cuya punta centellea sin cesar, mientras que él arroja luz con las manos mientras pronuncia lo que solo puede ser una terrible invocación, a sabiendas de que no podrá terminarla. A su espalda, los enderri empiezan a sacar el armamento pesado.
Entonces Galatea se eleva en el aire, y el último fotograma es un terrible fogonazo blanco. Quienquiera que la fabricó incluyó en su interior un mecanismo de autodestrucción, y ella sabía perfectamente cómo funcionaba y el alcance de la explosión que produciría. Galatea se había ido para siempre, y los enderri se batieron en retirada, derrotados y acobardados, para no volver jamás.
* * *
Después de lo de Titán, el equipo se resquebrajó en grupos de dos y tres. Se formaron camarillas. Damisela y Fuego Esencial trabajaban juntos, por lo general junto a Elfina, pero también había muchas misiones que se llevaban a cabo en solitario. Cada vez que el gobierno requería los servicios de los Campeones, se presentaban en el mejor de los casos cuatro superhéroes de ánimo irascible que cumplían su cometido sin intercambiar más que las palabras estrictamente necesarias y luego se iban cada uno por su lado. Hasta que un día Damisela convocó una reunión, sometió a votación la existencia del equipo y todo se acabó.
La última vez que estuvieron todos juntos en la misma habitación fue durante la rueda de prensa en la que Damisela anunció la disolución del equipo en un breve comunicado. A las pocas semanas, Fuego Esencial apareció en público luciendo su nuevo traje de superhéroe, y así llegó a su fin la era de los Campeones. Unos pocos equipos de segunda fila intensificaron su presencia en las calles para llenar el vacío que ellos habían dejado. El documental dedica algunos minutos a las carreras en solitario de los integrantes del equipo, pero lo cierto es que no hay mucho que decir. Damisela se ausentó de la Tierra durante algún tiempo, supuestamente para buscar a su madre, pero volvió meses después sin haber cumplido su objetivo. Se unió durante una temporada a los Reformadores mientras los demás seguían trabajando por su cuenta. Lobo Negro volvió a la lucha solitaria contra la delincuencia y Elfina saboreó brevemente la fama como buque insignia de un movimiento New Age.
El divorcio se hizo público cinco meses después, y cundió la sensación de que se trataba de una consecuencia del desmembramiento del equipo. Un año más tarde, Elfina, Fuego Esencial y Damisela se reagruparon brevemente para derrotar a Antitrón IV, pero nunca hubo la intención de formar un nuevo equipo, no hasta ahora. Las editoriales se apresuraron a ofrecerles verdaderas millonadas por sus memorias, pero ninguno de ellos aceptó jamás. Fuego Esencial participó junto a Damisela en un par de actos de recaudación de fondos para obras benéficas, pero la cosa no fue mucho más allá.
Lily bosteza.
—¿Falta mucho para que se acabe? Mañana tenemos que seguir buscando a Dudley de la montaña.
—Ahora sí que la has… ¿y tú veías esos dibujos animados en el futuro?
—No, los descubrí en clase, en la asignatura de Civilizaciones Antiguas. Era un hacha.
—Sabes que vamos a ir a esa isla, ¿verdad? ¿No te pone un poco nerviosa saber que vas a volver a ver a tu ex novio?
—No estará allí. Es demasiado listo para dejarse coger así como así.
—Lobo Negro parecía muy seguro.
—Ningún villano vuelve directamente a su fortaleza cuando sale de la cárcel. Está escondido en otro sitio. Créeme, lo sé.
Lily se va a la cama, y yo recojo las palomitas mientras el documental llega a su fin. Nadie del equipo accedió a hablar siquiera con los directores, así que Los seis de Titán concluye con una serie de falsas entrevistas, un pastiche de declaraciones seleccionadas para dar la sensación de que los protagonistas del documental contestan a las preguntas de la omnipresente voz en off.
Incluso teniendo en cuenta que los cortes sonoros proceden de décadas y ruedas de prensa distintas, el conjunto suena bastante embrollado. Elfina sale parloteando sobre Oberón y el resto de sus amigos del mundo de las hadas, Damisela improvisando un socorrido discurso retórico sobre la verdad y la justicia, Míster Místico soltando un incomprensible galimatías en su tono más solemne. Lobo Negro es el más huidizo, debieron de pillarlo justo después del divorcio. Después de ver algo así, uno no puede por menos de preguntarse cómo fue posible que pasaran no ya diez años, sino ni tan siquiera diez minutos juntos. O cómo pueden aspirar a derrotar al hombre más listo del mundo sin Fuego Esencial.
Cuando se acaba el documental, rebobino para volver a ver un par de secuencias, y esta vez tengo la impresión de que la ruptura empezó a fraguarse antes. Habían dejado de sonreírse embelesadamente mucho antes de lo de Titán. Al oírlas por segunda vez, algunas de las bromas que se hacen entre ellos suenan terriblemente forzadas. Vuelvo una y otra vez a aquel rostro apolíneo y enigmático. Siempre sonriente en las fotos de familia, serio y formal en un discurso ante las Naciones Unidas, grave y decidido en combate, dando sopas con hondas al Doctor Imposible y a cualquiera que se le pusiera por delante. Aquella inquebrantable seguridad en sí mismo que salvaba al equipo una y otra vez. Nadie perdía jamás la fe en él, así lo demuestran las estadísticas. Pero entonces, ¿qué le pasó al superhéroe perfecto?