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—Un paquete para vos, archimago —dijo un aprendiz, que se había parado respetuosamente en la puerta que conducía al estudio de Par-Salian—. Acaba de traerlo un mensajero desde Flotsam. —Dejó el paquete sobre la mesa y se marchó tras hacer una reverencia.

Par-Salian lo cogió y lo observó con curiosidad. Iba dirigido a Antimodes, quien aparentemente se lo había remitido a él. El jefe del Cónclave examinó la caligrafía de la dirección: trazos rápidos, impacientes, vehementes; letras mayúsculas muy grandes; creatividad ostensible; un trazo nervioso en la curva inferior de las «eses». La escritura se inclinaba a la izquierda y el carácter puntiagudo de las letras recordaba una lanza. En su mente se formó una imagen de quien había escrito aquello y no se sorprendió al descubrir, cuando abrió la carta que había dentro, de que había sido Raistlin Majere.

El jefe del Cónclave tomó asiento y leyó con interés, con creciente asombro, el informe directo, escueto y desapasionado de los encuentros habidos entre Raistlin y un hechicero al que describía como un renegado, un mago que se hacía llamar Immolatus.

Immolatus. El nombre le sonaba familiar a Par-Salian, que terminó su detenida lectura de la misiva y volvió a leerla dos veces más. Después examinó el pequeño libro encuadernado en cuero. Entendió sus secretos de inmediato, y no era de extrañar. Los magos que residían en la Torre de la Alta Hechicería veían a menudo a Par-Salian de pie ante la ventana, bañado por la plateada luz de la luna, sus labios moviéndose en una conversación mantenida con un interlocutor invisible. Todos sabían que entraba en una comunión íntima y directa con Solinari.

Al jefe del Cónclave le dio un vuelco el corazón y sus manos se quedaron heladas y temblaron cuando el mago comprendió el terrible peligro, la horrible tragedia que había estado a punto de acontecer; una tragedia de la que se habían salvado gracias al valor de un caballero muerto, el coraje inadvertido de un joven mago y a la venganza sustentada a lo largo de siglos por un cayado.

Par-Salian era de la opinión, como le ocurría a Horkin y tal vez con mayor motivo, de que todo ocurría por una razón. Aun así, aquel informe le resultaba asombroso, impresionante, aterrador.

No le cabía la menor duda de que quien quiera que hubiese ordenado el ataque a la ciudad Última Esperanza estaba enterado del tesoro oculto en el interior de la montaña, que había elegido esa ciudad para el ataque a fin de hacerse con el tesoro. Sin embargo no alcanzaba a imaginar por qué razón, con qué oscuro propósito. Lo más probable era la destrucción de los huevos, pero existían argumentos en contra de tal deducción. ¿Por qué complicarse y tomarse la molestia de atacar y ocupar una ciudad amurallada con un ejército, cuando unos cuantos hombres curtidos, equipados con picos, podrían realizar el trabajo con iguales resultados?

Un mes había pasado desde que el joven Majere escribió la carta que ahora había llegado a Wayreth. En ese tiempo, a Par-Salian le había llegado la noticia de que el rey de Yelmo de Blode, Wilhelm, había sido hallado encerrado en las mazmorras de su propio castillo, que había sido hecho prisionero por gentes siniestras, las cuales habían dirigido los asuntos del reino en su nombre. También tenía información de que esas gentes habían huido a la llegada del barón Ivor de Arbolongar y su ejército, los cuales habían entrado en Vantai y habían puesto cerco al castillo. El barón en persona había liberado al desdichado rey. En aquel momento Par-Salian no había dado demasiada importancia a la noticia, pero ahora la veía con alarma.

Había fuerzas actuando en el mundo; fuerzas oscuras. Aún no se habían dado a conocer, pero Par-Salian las conocía, conocía su nombre. Lo que le recordaba otra cosa: Immolatus. Ese nombre le resultaba indudablemente familiar. El jefe del Cónclave abrió un compartimiento secreto de un cajón disimulado y sacó un libro que había estado leyendo cuando Raistlin Majere abandonó la Torre de la Alta Hechicería.

Cuando Par-Salian leía un libro no recordaba simplemente lo esencial, sino todas y cada una de sus páginas, como si el texto hubiese quedado impreso en su mente. Sólo tenía que pasar las páginas de un millar de libros catalogados en su cerebro hasta dar con la que buscaba. Evocó la página que recordaba y al punto la tuvo ante sí:

La lista de los enemigos desplegados contra Huma era formidable y estaba compuesta por los dragones de su Oscura Majestad más fuertes, poderosos, crueles y terribles. En sus filas se contaban Rayo, el gran Azul; Charr, el Negro; Hielo Mortal, el Blanco; y el favorito de la Reina Oscura, el Rojo conocido como Immolatus…

—Immolatus —musitó Par-Salian, que se estremeció—. De modo que ha empezado. Así comienza el largo viaje a la Oscuridad.

Volvió a mirar la carta escrita por aquella mano rápida, nerviosa y concisa y que firmaba al pie de la página: «Raistlin Majere, Mago».

Par-Salian cogió la misiva, pronunció una palabra mágica e hizo que el fuego la consumiera.

—Al menos, no caminamos solos —dijo.