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Arrancados de Triana por las mismas manos que trazan la especulación inmobiliaria, los fueron desperdigando a la orilla de la ciudad. Con estas maneras, a los gitanos se les distribuiría en una sucesión de bolsas con nombre propio: Polígono del Sur. Es curioso comprobar cómo la misma ciudad que un día conquistó el héroe paso a paso, cuando aún era llamado por su primer nombre, Melkart, la misma ciudad hoy se conquista desde los despachos. Almenas impenetrables donde los nuevos héroes llevan corbatas de Hermès y utilizan colonias con marcas que remiten a la mitología clásica.

Pero los factores de segregación, el diseño de núcleos chabolistas con su eco de latas vacías y de lumbre encendida, no pudieron acabar con la espontaneidad de los hermanos Rafael y Raimundo Amador. Dos gitanos que escuchaban a Hendrix meando sobre las hogueras que calientan los márgenes. El chisporroteo de sus guitarras se escuchó por primera vez en el disco de Veneno. Se presentaba con una portada que era toda un placote de polen rubio, de ese que se fuma y que entra dulzón a los pulmones. Había pasado la época de la psicodelia y ahora una nueva corriente sexual, más dura, vestida con la severidad del cuero, se había convertido en fenómeno musical: el punk-rock.

Envueltos en vómito y gargajo, escatológicos y desafinados, los grupos de punk arrasaban el mundo occidental. De hecho, hasta Franco había muerto hacía poco, en la cama, con heces sangrientas en forma de melena. Mirándolo por el lado poético, ningún miembro de grupo punk habría conseguido un cadáver con tanta plástica. Pero no me quiero despistar, no vengo aquí a hablar de política, tampoco de música, sino de mitología. De una mitología amasada desde los márgenes de Sevilla con levadura hebrea, gitana y morisca y que fue llevada al horno del rhythm&blues por obra y gracia del grupo Veneno.

El grupo de marras lo formaban los hermanos Amador y un payo catalán de nombre Kiko, un pájaro inquieto y cantor que tuvo que viajar a Estados Unidos para descubrir el flamenco. Así lo cuenta él mismo, cuando confesó que allí veneraban a un tal Diego del Gastor, guitarrista afincado en Morón y cuyas falsetas tenían una caída sentimental cercana al blues. Y así quiso la historia que el Kiko se plantara en Sevilla a conocer a fondo el flamenco donde se juntaría con los hermanos Amador, unos gitanicos que venían de hacerse leguas tocando la guitarra con la familia Montoya. Y para celebrar el encuentro, se pusieron a fumar como jipos y a tocar al Hendrix y a la Janis Joplin.

Luego vino la parte contratada de la parte contratante, o sea la producción, que corrió a cargo de Ricardo Pachón, introductor del LSD y también del marxismo en el estudio de grabación. Ricardo consiguió en su tiempo que un palmero cobrase lo mismo que la primera figura. Y luego vino la portada, un placote de polen rubio con el nombre del grupo grabado a fuego: Veneno. La cubierta de Santiago Monforte se censuró, cambiándola por una aún más explícita. Cosas que pasaban entonces y que hoy ya no cuelan. Pero no vine aquí a decir que cualquier tiempo pasado fue mejor sino todo lo contrario.

Por lo pronto, música grabada hace años pero convertida en memoria viva del tiempo presente y del que aún está por venir, me explico, pues si bien en este disco andan los versos surrealistas del Kiko Veneno adobados con guitarras de palo al estilo Hendrix junto a la rebeldía punk mezclada con los blues de Muddy Waters y la psicodelia de Pink Floyd, sobre todo lo demás está la semilla de esos grupos que aún no se han formado y que tendrán que mamar del citado disco como pezón saliente del flamenco moderno.

Sevilla, años después de que Melkart buscase por sus rincones a una mujer con cuerpo de diosa, paso a paso, unos gitanos y un payo que no podía cantar mejor, pues peor no sabía, encontraron el flujo de los dioses. Tres héroes modernos, con el espíritu elevado por la risa de una época que tuvo su chispa en las drogas visionarias, tres héroes que cantan a la vida y tocan las guitarras desde paisajes de desolación. Con los pies sobre los márgenes más castigados, alumbran un disco cargado de iconos y de rabia.

Me cruzo con toda clase de delincuentes,

a veces comen en frío y otras en caliente.

Roban todos los días dos coches,

uno por la mañana y otro por la noche.

Me es muy familiar su ternura,

la facilidad con que divisan la basura.