Desde la cumbre del Jebel Muza, podemos contemplar la crestería del peñón de Gibraltar, también el brazo de mar resultante de lo que en su día separó Hércules. Son las espumosas aguas del Estrecho, con sus bancos de delfines listados, sus calderones de frente bulbosa e incluso algún que otro cachalote de piel arrugada circundando uno de los tantos islotes. De algunos de estos islotes vamos a hablar a continuación, empezando por el más conocido, el islote de Perejil, o isla de Taura para los moros y que, según algunos estudiosos, se correspondería con la isla donde Ulises estuvo retenido en La odisea.
Según cuenta Homero, y tras ser juguete de las olas, Ulises llegó a esta isla donde Calipso lo enamoró y retuvo durante diez años. La citada isla se encuentra situada entre las puntas de Almanza y Leona, a una milla de ambas y a seis de la plaza de Ceuta. Es de forma triangular y su dimensión es de una milla de bojeo, alcanzando en algunos sitios los setenta y cuatro metros de elevación. El agua a sus pies llega a alcanzar los treinta metros de hondo. La isla Perejil es isla deshabitada y cuenta con una cueva de amplio tamaño, pudiéndose albergar en ella hasta doscientas personas.
En la actualidad, además de dar cobijo al sueño de los murciélagos, sirve para alijar mercancía procedente del narcotráfico. Es posible imaginar que esta es una de las tantas rocas que se desprendieron el aciago día en el que Hércules separó las tierras de los dos continentes, lo mismo pasa con la isla de las Palomas, situada en Tarifa, o esa otra, la enigmática isla Espartel, sumergida al sur de Cádiz, en el Atlántico, y desaparecida bajo el mar unos 9.000 años antes de Cristo. Según recientes investigaciones, esta isla podría tratarse de la Atlántida, la misma que citaba Platón en sus Diálogos, la misma a la que intentó poner música Manuel de Falla.
En resumidas cuentas, que tenemos de todo, desde islas sumergidas hasta poemas homéricos, pasando por libretos inacabados, y eso sin olvidar todas las pateras que se pierden en la noche del Estrecho. Aquí todo convive y, sobre todo ello, se levanta como una autoridad el deseo de entender y de buscar significados que van más allá de la superficie espumosa de las aguas y de las fronteras. Para lo mismo, no queda otra que repasar algunos capítulos de lo que se conoce como historia mitológica y que, bien mirado, no es otra cosa que historia natural de los pueblos, pues el culto al héroe clásico se hace necesario para resaltar y recordar capítulos de la historia y de la geografía de este viaje. A día de hoy, los héroes son nombres de colonias, marcas de corbatas o casas de masajes, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que el mito fue la tapadera que utilizaron los viajeros ingleses para llegar a nuestra península.
Recordemos que hasta comienzos del XIX, España no figuraba en el Gentleman’s tour pues, para todo caballero que se preciara de serlo, se hacía necesaria en su formación la práctica de un viaje por aquellos países donde se conservasen vestigios de las civilizaciones clásicas. Y siguiendo las huellas del ciclo del héroe, por el territorio español recalaron algunos de ellos. Pero ya dijimos que esto no era más que una tapadera para los aspirantes a caballeros y que lo que en realidad perseguían era emborracharse con los vinos de la región, ensanchar barriga, tostarse con los soles de la costa y retozar con la mujer andaluza, hembra de negrísimas pestañas, pechos magnánimos y entrepierna rumbosa e incansable.
De algunos de estos viajeros hemos dado cuenta siguiendo con el ciclo de Hércules en la península Ibérica. Según la leyenda, Hércules se nos presenta barbado y cubierto por la piel de león de Nemea. Sus pies huelen a camino y en una de sus manos empuña una maza, atributo viril que representa, además de la victoria, la aniquilación del enemigo. Fue idolatrado de tal modo, que incluso se levantaron templos en su honor como el gaditano templo de Heracles, situado en lo que hoy es la isla de Sancti Petri.
Según Estrabón y Filóstrato, muchos viajeros ilustres visitaron este templo. Sin ir más lejos, Amílcar Barca, padre de Aníbal, llegó al templo a jurar odio eterno a los romanos, y Julio César derramó lágrimas de envidia ante la estatua de Alejandro Magno que había levantada dentro, pues nunca alcanzaría la gloria del gran Alejandro. Fue Estrabón el que, en el siglo I a.C., escribió que los tirios fundaron Gadeira y que alzaron su santuario en la parte oriental de la isla. Aquí, en este templo, se decía que estaba enterrado el héroe y según escribió Silio Itálico, también en el siglo I a.C., en el frontispicio del templo aparecían representados los doce trabajos. Estrabón, por otra parte, cuenta cómo a la entrada del templo existían dos columnas de bronce, pero todos estos datos no son más que conjeturas, pues de este templo hoy no quedan ni las ruinas aunque, debido a las corrientes atlánticas, del fondo del océano han ido apareciendo estatuas que son representaciones del héroe.