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La almadraba tiene su origen en el Neolítico y es arte rudimentario que consiste en pescar atún con sistema elemental de redes. Por el mes de mayo, grandes atunes de carne roja y abundante grasa llegan a las costas del litoral gaditano, calando los pescadores trampas para hacerse con este fabuloso pez que, ya de antiguo, en los tiempos romanos, era animal sagrado y aparecía representado en el reverso de las monedas. Las almadrabas tenían su asiento en las costas, en el espacio comprendido entre el cabo de Troche, hoy Roche y situado en Conil de la Frontera, Barbate, la ensenada de Bolonia y las playas de Tarifa. A esta ruta era a la que los pícaros de nuestro Siglo de Oro denominaban la «vía de Tarifa».

Por aquel entonces, el que tenía verdadera vocación de pícaro y deseaba progresar en la jacarandina, se consideraba obligado a hacer una especie de servicio militar de dos años en la academia de la pesca de los atunes. Era servicio forzoso para conseguir entrar en el reino de Tunia o país de los tunantes. Para entrar en el reino de Tunia había que salir por la vía de Tarifa, expresión que significabahuir de la justicia, pues los tunantes que tomaban esta vía lo hacían como una salvación, no existiendo agente del orden alguno que osase seguir al pícaro por este camino. La citada vía tenía también sus descansaderos, como Conil o Zahora. De estos pueblos hablaremos después, ahora sigamos con el atún, pez que debido a su carne es lo más comparable al cerdo de mar. Sabemos que los romanos disfrutaron de toda una industria levantada alrededor de este pez, siendo en Baelo Claudia donde todavía quedan los vestigios. Situada en la ensenada de Bolonia, la ciudad romana se dedicaba por entero a su pesca y salazón, calculándose una producción mensual en esa época de mil metros cúbicos. Fueron ellos, los romanos, los que originaron el garum, una salsa espesa a partir de las tripas y de las sangres de este pez sagrado. Hoy no se conoce a ciencia exacta la receta y, si el viajero que llega al litoral gaditano pregunta por el garum, lo más seguro es que le manden a un bar de carretera, refugio de pícaros y situado a la entrada de Conil, allí donde chicas de color, subsaharianas ataviadas con bañador y tacones, sirven copas a precios altos. Pero dejémoslas ahora con sus trabajos y sigamos con nuestro héroe, que aunque representó la individualidad, anduvo toda la vida esclavo de reyes y rameras. Y no hablamos de balde. Sabemos que Hércules llegó a estos parajes gaditanos contratado por Euristeo, rey de Micenas. Y lo hizo con el encargo de robar el ganado de Gerión, rey de la Bética.

Así lo quiso una leyenda que trajeron los fenicios y que fue pasando de boca en boca durante imperios y generaciones. De esta forma Melkart, dios campero y agrícola con cuerpo de corredor de fondo y al que los griegos inflaron de musculatura y trabajo, bautizándolo como Heracles, acabaría con atributos guerreros cuando los romanos lo convirtieron en Hércules. Pero en el origen era un dios fibroso y siempre audaz que aparece representado con el pie echado hacia delante, personificando el arrojo de un pueblo mediterráneo, el de los fenicios, que trajo el alfabeto a estas tierras picadas con la sal de la historia.

A decir de unos y otros, Melkart fue un osado navegante fenicio que llegó hasta el estrecho de Gibraltar y, alcanzando la desembocadura del Guadalquivir, decidió remontar las aguas del río hasta lo que hoy se conoce como Sevilla. Allí estableció una colonia comercial que llevó el nombre de Híspalis. Pero en esta leyenda también hay una mujer, una diosa fecunda y un pez cuyos huesos son curativos y recibe el nombre de corvina.