Según las sagradas escrituras, los ángeles se presentan como enviados benévolos de un Dios siempre universal. Por marcar diferencias, también pintan ángeles malos. Tal es el caso de Satán, aunque no conviene olvidar que Satán está sujeto al arbitrio de un Dios envidioso que nunca permitió que ningún ángel le hiciera sombra. De ahí que, en las sagradas escrituras, se presente a algunos como ángeles caídos por haber usurpado el lugar de Dios en el cielo. Es decir, que si estos seres celestiales, superiores a Dios y a los humanos, tienen tan mala prensa es porque siempre fueron más brillantes que los demás, incluido Dios, al que se rebelaron. Lo hicieron por no querer recibir órdenes, por negarse a ser intermediarios entre tierra y cielo.
Puestos a decir verdades, conviene remitirse a Federico García Lorca cuando escribió sobre ellos. Así, el ángel del camino de Damasco y el que entra por la rendija del balconcillo de Asís son ángeles marimandones y que las sagradas escrituras presentan como benévolos, pero nada más lejos de la indulgencia pues son ángeles que ordenan y no hay modo de oponerse a sus luces. Son enviados del orden divino, un orden que, como todo orden, es peligroso. No lo consienten y no dejan sitio para la lucha. Con ángeles así, no está permitido el duende, la lucha interior que todo artista ha de librar para dar a luz a su obra.
Según contaba Federico García Lorca, Nietszche se volvió loco porque no supo perseguir el duende. Porque el duende que él perseguía había saltado de los misterios de la mitología griega a las bailarinas gaditanas y al dionisiaco grito desollado de la seguiriya de Silverio, y también, si uno se apura, al pase de magia de un buen capotazo que engaña y burla a la muerte representada por el toro. Porque los toros son ángeles que llevan cuernos, tal y como dejó escrito Picasso en su dibujo de trazo rápido que cuelga de uno de los muros de la Venta de Vargas, San Fernando, Cádiz, Spain. Ese ángel celestial, caído al ruedo, hecho a medida para que el torero libre su batalla personal contenida en un drama religioso donde, según Federico García Lorca, se sacrifica a un dios.
Es aquí, en la tauromaquia, donde el duende adquiere sus acentos más impresionantes porque el torero tiene que luchar, por un lado, con la muerte disfrazada de ángel y, por otro lado, con la geometría, con la medida de un error que puede causar la muerte. Saber pasar con ligereza de bailarina por el vértice del terrible juego mientras se lucha con el propio duende que se disfraza de miedo, en eso consiste el toreo. Jugarse la vida está alcance de cualquiera, pero los toreros alejan esa facilidad haciendo de su oficio un arte de difícil ejecución. Flamenco y toros han estado siempre muy ligados, sirva como anécdota la tarde mágica en la que a Camarón de la Isla le rindieron homenaje poco después de morir.
Fue cuando José Mari Manzanares estaba aplicado a la faena de ejecutar la suerte que empezó a llover. Fue una llovizna que anunció un arco iris como una señal divina. Camarón estaba presente y no sólo en la memoria de todos los allí congregados. Las voces y exclamaciones desde los tendidos con las que animaron el milagro tienen también origen en la costumbre que se observa para casos análogos en las razas de origen oriental.