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El mismo Camarón, cliente asiduo del Ventorrillo el Chato, contaba en vida que su propietario tenía excavado un túnel, bajo la mar, que llegaba hasta la costa africana. Hasta el moro, decía Camarón. Cosas del hijo de un pueblo que no se harta de su afición por fabular. Bien documentado, el Camarón no andaba muy lejano en lo del túnel, pues lo que en su día separase Hércules se ha intentado comunicar en más de una ocasión.

Así, desde los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera sobre las espaldas del castigado pueblo español, el proyecto de un túnel submarino que uniese Europa con África ha sufrido diversas bofetadas. Será con la llegada de la República cuando parece que la teoría se va a poner en práctica, pues la comisión encargada de las obras intensifica la labor informativa al respecto, editando folletos y promoviendo conferencias, incluso haciendo un documental que se exhibe en las pantallas de los cines de toda España.

Sin embargo, la Guerra Civil no solo amputa la vida de miles de personas, sino que también trunca el proyecto, imposibilitando la comunicación entre los dos continentes. Será en 1979 cuando se reemprendan los trabajos hercúleos de sondeo y de trazado con una longitud total de cincuenta y cuatro kilómetros, de los cuales veintiocho constituirían el tramo submarino, situando el corredor de enlace entre Punta Paloma, en Tarifa, y el cabo de Malabata, en Marruecos. Se construiría una galería principal con dos vías de ida y vuelta y una galería de servicio, de tal forma que se pudiesen trasladar viajeros y vehículos.

A día de hoy, utilizando la ingeniería del túnel submarino, se ha conseguido una vía de transporte entre los dos continentes para la utilización de esa fuente energética que conocemos como gas natural. La construcción de un gasoducto en Tánger, iniciada a primeros de 1995, se fue ampliando con el despliegue en el Estrecho de un tendido localizado a cuatrocientos metros de profundidad donde, sin respetar la morfología de los fondos ni tampoco la riqueza de la fauna, se ha desafiado a Hércules en beneficio de los bolsillos de los políticos que aprobaron tal invento. A esto se vino a sumar el cable tarifeño, un cable submarino de alta tensión que pone en pelibro la fauna marítima pero que llenó de billetes los bolsillos de los mandas.

El acondicionamiento del fondo marino dividió al pueblo de Tarifa y la selección del trazado tuvo un impacto medioambiental que se tradujo en la escasez de la pesca y en el deterioro del microclima. Todo esto convierte la zona mitológica en un lugar para salir corriendo o, mejor, salir nadando y alcanzar la otra orilla donde, en este sentido, nos llevan unos años de atraso. Sin ir más lejos, el pueblo atlántico de Asilah, en la costa marroquina, aún conserva el encanto que en su día pudiesen tener Zahora, Los Caños y Conil, pueblos del litoral gaditano todos ellos castigados por los desperdicios urbanísticos.

El poblado de Asilah es de un blanco irritante para la vista pues la luz del sol rebota en sus fachadas con una violencia que ciega los ojos. Se encuentra situado a unos treinta kilómetros al sur de Tánger y sus gentes viven de la pesca y de la artesanía. La pieza más habitual en su vestir es la chilaba, que se combina con unos pantalones de hechuras desvergonzadas y caídas en la entrepierna. Pareciese como si los de este poblado no hubiesen abandonado la infancia y aún llevasen pañales. Se trata de un pueblo pesquero, todo él envuelto en la más dulce de las perezas y donde las olas embisten contra sus murallas, leprosas por tantos siglos de erosión.

De color arcilloso, son igual a un recortable de cartón colocado por la mano inocente de un niño, como si de un juego de construcción infantil se tratase, levantado allí mismito donde las palmeras parecen de papel y se doblan con el soplido inocente del que apaga las velas de cumpleaños. Asilah es un pueblo fabuloso en el que las gaviotas preñan de chillidos el ambiente, como si nuestro héroe continuase vivo y hubiese destapado una caja de música mitológica. A la noche, y desde la muralla, podemos contemplar la costa española, toda ella ribeteada de luces y lo más parecido a un gusano fosforescente y de grandes dimensiones. Ya dijimos que al viento de levante en el norte africano lo llaman el «cherqui» y la locura que provoca su silbido viene a ser una bendición de Alá. Es posible imaginar que Hércules anduviese por estos lugares, al poco de robar las manzanas del jardín de las Hespérides y después de fundar la ciudad más bella y descoyuntada de la costa atlántica en honor de una mujer de nombre Tingeria.