Hubo un tiempo en que estos mismos caminos que hoy recorro se poblaron de viajeros ingleses. Buscaban desahogo para su romanticismo. La intención era pasear su flema por parajes salteados de bandoleros, gitanos y ventas vestidas por la más olorosa de las penumbras. Venta tiene su origen en el latín, vendita, y hace referencia a una casa situada en el campo, cerca del camino real, allí donde los viajeros suelen parar a hacer noche.
Según Richard Ford, que transitó los caminos del sur de España durante tres años, era práctica habitual del ventero dar gato por liebre. El viajero inglés, además de esta, realizó otra serie de apreciaciones dignas de tener en cuenta, como las referentes a las comodidades. Según Ford, los animales disfrutaban más que el propio ser humano de lo que tenían de confortable dichas estancias. No contento con tal apreciación, Richard Ford siguió maldiciendo todas las posadas que iba encontrando a su paso, asombrado por los usos y costumbres de los venteros. Sirva como ejemplo que, para pinchar, se daba más uso al cuchillo que al tenedor. También señaló Ford cómo se mojaba pan en las fuentes de comida y también se quedó sorprendido de la caradura de los encargados de las posadas, pues si el viajero se quejaba y llamaba su atención acerca del vino servido, diciendo que en vez de vino aquello era vinagre, entonces el ventero replicaba muy serio que eso no podía ser, pues tanto el vino como el vinagre salían del mismo barril. Tampoco Ford dejó de hacer alusión en su periplo a todos los salteadores que aguardaban al viajero. No fue el único.
Sin ir más lejos, el capitán Rochfort Scott, que recorrió la ruta de Hércules, de Cádiz a Gibraltar, en fechas cercanas a las de Richard Ford, describe este camino como una vereda profusa de peligros y asaltantes. Hoy no hay bandoleros, pero sí podemos encontrar patrullas de jóvenes que recorren las carreteras detrás de la Guardia Civil. Son los llamados «buscamanis», palabreja esta que aún no ha sido aceptada por la academia de la lengua y que es degeneración de las voces busca y mano, pues en un principio el cometido de los citados era el de simples busqueros que iban a la caza de todos esos gayumbos o fardos de hachís sin dueño que la mar escupe en la costa. Gayumberos o, lo que es lo mismo, muchachos en edad escolar que a finales de los años noventa, rayando el fin de siglo, con el auge de las nuevas tecnologías, con teléfonos móviles y mensajes SMS, evolucionaron y, a lomos de motos trucadas, se dedicaban a comer el culo a las patrullas que vigilan la costa. Su cometido: avisar de los movimientos para que así los narcos sepan qué playa está fuera de peligro a la hora de alijar.
No cometen ningún delito contemplado en el Código Penal y, por lo tanto, la Guardia Civil tiene que aguantarlos todo el día detrás. Originales de Barbate, los buscamanis se han extendido por la vía de Tarifa, siendo, a día de hoy, una profesión en auge para todo aquel muchacho con anhelos. Lo que ayer era un camino salteado de pícaros y bandoleros a caballo, en nuestros gloriosos días es una carretera donde las fuerzas de seguridad del Estado se sienten amenazadas por estos nuevos tunantes. Si Richard Ford levantara la cabeza, se sorprendería por la evolución, como también se sorprendería H.D. Inglis, otro viajero, otro inglés olvidado, que nos contaba en sus escritos cómo era el camino que transitó de Cádiz a Gibraltar, un camino en forma de herradura que recorrería en 1830, haciendo referencia no solo a los salteadores sino también a las miserables ventas que encontró a su paso. De todas estas hoy no queda ni su sombra, pues la llegada del ferrocarril, a mediados del XIX, supuso la decadencia de esos establecimientos aunque un siglo después, y con la mejora en la red de carreteras, nacerá un nuevo tipo de posadas, algo así como un alto en la ruta para estirar las piernas y tomar un cafelito. Siguiendo por la huella jonda del héroe, hay que dar cuenta de las más significativas.
La Venta de Vargas, en San Fernando, Cádiz, Spain, tal vez sea la más conocida de la zona, pero hay otras, tales como la Venta el Colorado, situada en la carretera de Cádiz a Málaga y que es venta añeja con más de un siglo en sus muros. Se trata de un local con mucho ajetreo de camiones y cafelitos cuyo plato estrella son los gambones al ajillo; una especie de gamba atigrada y de tamaño excesivo. Siguiendo unos kilómetros más adelante nos encontramos con la Venta el Canario, allí donde en los veranos se dan cita las sudorosas familias que van y vienen de las playas conileñas. Volviendo hacia atrás está el Ventorrillo el Chato, una venta situada en la misma playa, en la carretera que va de Cádiz a San Fernando y toda una institución en el arte del buen yantar. Construida en 1780, por allí pasaron parroquianos de todo fuste y pelaje, desde Fernando VII a José María Pemán, Paco de Lucía y el mismísimo Camarón. Quiso el tiempo y la leyenda que fuese aquí, y no en otro lugar, donde Camarón y Paco de Lucía se emborrachasen juntos por última vez, antes de que el primero muriese.