11

Pericón de Cádiz fue cantaor payo que empezó su carrera a principios del siglo pasado. Siendo un niño quería ser picador, y por esta aspiración lucía sombrero castoreño, llamándose a sí mismo «pericaón», que, por defecto o por exceso, acabo en Pericón. Armado como un picador o «pericaón», se subía a cantar en los pescantes de los carromatos de la época. Con el paso de los años se convertiría en cantaor de renombre, teniendo la buena estrella de haber sido de los pocos artistas españoles homenajeados en vida con una placa en la calle donde nació. Calle Vea Murguía, número 22, barrio gaditano del Mentidero, famoso, entre otras cosas por sus portalones abiertos a patios recién regados, invadidos de macetas y voces que entonan cancioncillas populares que nunca hablan de quien las ha compuesto ni tampoco de quien las está cantando en ese momento, pues siempre hablan de quien las escucha.

Del uso reiterado, hasta obsesionante, de una misma nota, daría cuenta Manuel de Falla en sus escritos, siendo para él lo más parecido a un mantra, procedimiento propio de ciertas fórmulas de encantamiento oriental y que destruye toda sensación de ritmo métrico produciendo la impresión de una prosa cantada cuando en realidad son versos los que forman su texto literario. Pero estas son apreciaciones técnicas, apreciaciones intelectuales, pues lo verdadero es que el flamenco es, ante todo, sentimiento local con pellizco universal, cosmopolita pongamos, tal y como se dice ahora. Es curioso cómo de todos los folclores de nuestra Península ha sido el único en evolucionar, en saber mestizarse con otras músicas sin perder la pureza.

Por decirlo de manera coloquial, en los barrios gaditanos se conservan los sonidos negros en estado puro y eso es debido a que nunca se cerró a la influencia de otras músicas. Sus calles, que tienen más de doscientos años, atesoran cierta gracia caribeña y cuando uno las recorre tiene la impresión de encontrarse al otro lado del charco, poco más o menos. Son barrios para recorrer al detalle sin prisas ni relojes. Parecen hechos a medida para los que, al igual que yo, buscan algo y no saben bien qué es.

Volviendo a la calle Vea Murguía, por donde las primeras luces de la mañana rebotan en el blanco de sus fachadas, encontramos la placa, que dice así:

En esta casa nació el 20 de septiembre de 1901 don Juan Martínez Vilches, para el arte «Pericón de Cádiz». La Tertulia Flamenca de la Sociedad Española de Radiodifusión en su homenaje. Cádiz, agosto 1969.

En los años en los que se puso esta placa había una barbería a cada paso y las aceras atardecían llenas de pelos recién cortados. La calle de los barberos, como se la conocía entonces, fue testigo de una noche que los más viejos recuerdan como imborrable.

La placa de mármol dedicada a Pericón se descubrió con el sonido de la guitarra de Paco de Lucía, tocando tarantas apoyado en un portal. A su lado, Félix Grande y Rancapino y Francisca Aguirre y Carmen Martín Gaite y Fernando Quiñones, figuras todas de un coro artístico que daría sus mejores obras años después de una Guerra Civil que acabaría con todo. Eran tiempos en los que literatura y flamenco estaban más unidos que ahora y una generación de escritores dignificaba la cultura popular sobre los escombros de la guerra.

Si aquella generación de escritores tenía algo en común, era el gusto por lo popular. Sin duda alguna, fue la generación perdida que mejor interpretó a Hemingway, sirvan como ejemplo Fernando Sánchez Dragó con su prosa de nervio e idea o ese otro, vasco y prematuro en su muerte: Ignacio Aldecoa. A algunos de ellos, con el tiempo, los llegué a tratar, y en este nido de envidias y mondongo económico al que han quedado reducidas nuestras letras, son para mí gente de respeto. Cuando la mitología falsa de los salones literarios ha invadido los escaparates de las librerías y apenas se habla de ellos, me siguen pareciendo místicos del rito literario más entregado, hermanados todos con el sentir flamenco y con ese viento de levante tan gaditano como viento del mundo, antes de que el mundo fuese mundo tal y como lo conocemos ahora. Pero no me quiero despistar pues no vengo aquí a hablar de mí ni de ellos. Tampoco del viento de levante. Vengo a hablar de lo sucedido la noche aquella en la que descubrieron una placa en la calle donde nació Pericón de Cádiz.