7

Mucho antes de Cristo, cuando dioses y hombres estaban unidos por la misma fatalidad y la misma religión, apareció Hércules en la isla de Eritia, donde un tal Euritión estaba al cargo de una manada de toros color púrpura. A Euritión le acompañaba su perro policía, de nombre Orto, que ladraba la ley de la propiedad a todo aquel que se acercase a las lindes. Sin duda alguna, la mitología todo lo tiene previsto. Guau. Guau.

Pero Hércules no tuvo piedad con el perro. Lo mató a mazazos y sin concesiones. También hizo lo mismo con Euritión cuando este, al escuchar ladridos, salió a ver qué. No es de extrañar que el alboroto llegase a oídos de Gerión, el gigante, que se retorció en sus tres cuerpos al enterarse de que le habían robado el ganado. Fue cuando el gigante se dispuso para la lucha contra el forastero. Sería a muerte. Según unos y otros, durante el combate hubo toda clase de tretas y marrullerías. Como corresponde en las luchas a muerte, las malicias y los trucos fueron por ambas partes.

También hubo un momento en que Gerión arrancó un olivo de cuajo, con el que atacó a Hércules y que acabó hecho astillas, así fue, al chocar contra los pectorales de bronce que lucía nuestro héroe. Ante la avalancha de maderas y ramas de olivo, el gigante Gerión tuvo que cubrirse con las manos. Momento que Hércules aprovechó para huir al bosque. Cuando Gerión se hubo repuesto, salió en busca y captura de Hércules, pero este le paró la ruta, lanzando una de sus flechas, banderilla envenenada que traspasaría los tres corazones del gigante, que no tardó en caer al suelo fulminado. Ocurrió llegando a lo que es hoy la ciudad de Cádiz. De la sangre de la herida de Gerión brotó un árbol místico: el drago.

La mitología lo tiene todo previsto pues es el mismo árbol que la leyenda identifica con el que hay plantado en el patio de la facultad de Medicina de Cádiz*. Bajo él estoy sentado, tratando de encontrar las preguntas a la respuesta de mi cuerpo. Espero a una niña que es estudiante de medicina, tiene un nombre difícil de pronunciar, por ser ruso, y lleva el cabello largo, recogido en una coleta, dejando un rastro de pelusilla de melocotón sobre la nuca dispuesta para el mordisco. Ella lo sabe, por eso a veces se adelanta un poco por los pasillos de la facultad.

Le cito a Nietszche, por ser suya la definición de salud más literaria que he encontrado. Para Nietzsche salud no es otra cosa que buena disposición ante el veneno. A continuación le digo que vengo a hacerle una consulta. Ella se hace la interesante y también la interesada. ¿Qué te pasa?, pregunta con cierta malicia. Que ya no me sientan bien los porros, le contesto. Algo me está ocurriendo pues no es muy normal, le sigo diciendo. Es cuando ella, de seguido, me habla de neurotransmisores. Denominaciones científicas como dopamina, serotonina, apomorfina, nombres herméticos de los que solo son posibles en bocas que no tienen alma. Los neurotransmisores son iniciadores, o mejor, son mensajeros que llevan la señal desde el hipotálamo a las terminaciones nerviosas. Cuando le digo que no creo en esas cosas, pero que como soy un hombre curioso las pregunto por no ofender, ella se ríe y me explica que ciencia y literatura van unidas y que unidas estaban hasta el Renacimiento.

*El drago de la facultad de Medicina de Cádiz fue abatido la noche del 7 de marzo de 1991 por un temporal de levante y fue sustituido, años después, por otro donado por los antiguos alumnos canarios de la facultad.

Según ella, luego se divorciaron, pues la ciencia tuvo temor de la literatura aunque luego los científicos digan que se separaron por apartar lo que no estaba incluido en la ciencia. Al final me resuelve la duda diciéndome que la culpa de todo la tuvo la religión, y que la ciencia se blindó ante ella pues no le quedó otra ante el oscurantismo religioso, ante el confusionismo escolástico de la época. Así que ciencia y literatura van unidas, igual que amor y sexo, me dice. Mientras camina con su cuello por delante, ofreciéndome el mordisco de su nuca, me doy cuenta de que solo las mujeres son capaces de cuestionar la leyenda.