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La otra tarde me dio por pensar en el Picasso que hay en la Venta de Vargas, San Fernando, Cádiz, Spain. Un dibujo que va acompañado por una leyenda donde el pintor asegura que los toros son ángeles que llevan cuernos.

Con rapidez y pocos trazos, Picasso dibujó un ángel con cuernos o un toro con alas, según se mire. De cualquier manera, un animal que escapa de la prohibición y que conquista la libertad bendecido por el mismísimo Diablo, cosa que no resulta extraña. De todos es sabido que el Diablo siempre anda cerca para el asunto de las bendiciones. Solo hay que repasar la Biblia para darse cuenta de que no es responsable de tantas desgracias ni tropelías como las cometidas por Dios. Lo que le pasó a Job es ejemplo ilustrativo pues, aunque el Diablo ofendiese a Job hundiendo su vida en la mayor de las miserias, desatando el vendaval que le llevó la casa entera con hijos, a pesar de todo esto, el Diablo no tiene tantos muertos encima. Dios le supera.

Según se supo, ante el atropello, Job agitó el puño hacia el cielo. Con ira y escupiendo una tralla de blasfemia, denunció la justicia divina. Pero todavía tardaron tiempo en hacerle caso. El mismo tiempo que tardó Dios en aparecer compensando a Job con una nueva familia. Un arreglo que llegaba tarde para Job porque Dios ya había dejado hacer al Diablo. Con esto vuelvo a decir que llevamos mucho tiempo rezando al malo.

Si bien los padres de la iglesia señalan que el Diablo llegó a ser malvado por incitar a Eva al desliz y desde ese momento desencadenó la ruina en los hombres, la verdad es que Eva, como mujer que era, no necesitó nunca incitaciones demoniacas. Picasso, aunque frecuentó poco la Biblia, algo vislumbraba de todo esto. La leyenda anima a pensar que el pintor también se sabía un escapado de la prohibición. Aunque su dibujo cuelgue en uno de los muros de la Venta de Vargas, Picasso no llegó a pisar el local. En aquella época, el pintor ya estaba en el exilio, en Francia, rondando por las plazas del desarraigo. Entonces alcancé a pensar que aquel dibujo del ángel con cuernos fue un regalo del pintor a Juan Vargas, dueño de la venta, aficionado a los toros y que coincidió con Picasso en una de tantas corridas que se daban en el sur de Francia durante los veranos.

El Diablo, siempre tan orgulloso, había bendecido las amistades de Picasso. Por eso, durante el exilio, invitaba a los toros a sus amigos franceses, todos con nombre raro como el del poeta Jean Cocteau, que también escribía teatro y autor de guiones de ballet, además de muchas más cosas. Luego había un fotógrafo que retrataba a gitanos, saltimbanquis, perros sin dueño, toreros y mujeres hermosas. Su nombre: Lucien Clergue, artista del hambre al que Picasso compraba fotos y al que obsequió más de una vez con dibujos rápidos, firmados con una leyenda de su mano: «Los toros son ángeles que llevan cuernos».

Perteneciente a la España peregrina, Picasso iniciaba en la fiesta a todos aquellos amigos franceses con nombre raro. A la vez que se divertía, acudiendo con ellos a los toros, el pintor quería mostrar que la fiesta no pertenece ni a vencedores ni a vencidos, y que solo la instrumentalización política de un arte que existía mucho antes de que naciera el Caudillo, podía acabar para siempre con la magia del ruedo. Es posible que como prueba de amistad hacia sus compañeros, Picasso ofreciese el regalo de aquellos toros, pintarrajeados «a la diabla». También es posible que, desde el exilio, en una de esas corridas a las que solía asistir con frecuencia, se encontrase con Juan Vargas y que ambos se hicieran amigos, y que después de la corrida también le ofreciese a Juan Vargas un trozo de papel con su leyenda, «los toros son ángeles que tienen cuernos». Todo es posible, todo menos que yo consiga escribir algo decente.