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La Línea de la Concepción tuvo importancia histórica en sus tiempos, cuando la posguerra. Entonces corría el dinero del contrabando y se gastaba en juerga flamenca. La prohibición daba su cuartelillo a lo largo de esta raya mal trazada que rodea por tierra el peñón de Gibraltar y acaricia su parte baja. A día de hoy, La Línea sigue siendo un pueblo fronterizo, cubierto de límites y de callejas que llevan al mar, como las del barrio de la Atunara, donde nacería uno de los grandes cantaores de la historia: el Chaqueta.

Sobre él dijo Camarón que, de todos los cantaores de flamenco, el Chaqueta fue el más largo. Era un gitano a carta cabal, de los que entretienen la lumbre y cultivan la bohemia, con un sentido del compás único, rozando los márgenes del lenguaje para meter la palabra al revés sin perder el ritmo. Cosas que Camarón recogió de él y las llevó a los trabalenguas. A su manera, el Chaqueta también fue otro escapado que salió de La Línea al Madrid de entonces, el de la posguerra, poniéndose a trabajar en el Villa Rosa, un local de azulejos pintados a mano que hay en una de las esquinas de la plaza de Santa Ana. Madrid. Spain. De los tiempos aquellos en los que había una farola, un poco más allá, frente a Los Gabrieles, que alumbraba a los cantaores que en ella se apoyaban a la espera de que saliera el señorito a contratarlos. Villa Rosa, Los Gabrieles y las ventas de la carretera del aeropuerto eran puntos habituales de los flamencos de los tiempos del Chaqueta.

Por decir no quede que el Chaqueta era descendiente de los márgenes de la historia, de la raza de los que trajeron el bronce a Europa y fueron perseguidos por tener hechizos para todo. De los que llevan en la sangre lo de negociar y esquilar bestias, y el toreo y las cosas de herrería. Gentes del bronce que dejaron de girar en la rueda dentada de la historia y fueron destinadas a enriquecer la canción popular folclórica. Las cosas como son, si no es por ellos, por los gitanos, el flamenco no sobrevive. Lo hechizaron, lo echaron a andar. Ya dije que son sabios en poner en práctica conjuros y adivinaciones.

Por ejemplo, para que una mujer entre en calores carnales, hay que ascender al peñón de Gibraltar y hacerse con una flor que abunda en el camino y que provoca con golpes de color en las escarpadas. Es de hojas carnosas y pétalos con forma de cucharilla, en blanco y con motas rosadas y lilas. A esta flor se la llama carraspique y desde la antigüedad se utiliza debido a su componente excitante. Es más, a las yeguas que tragaban dicha planta se les encendía el espíritu y se ponían a trotar por las laderas del Peñón igual que si estuvieran poseídas. Eran unas yeguas ágiles que los griegos llamaban calopes, voz que viene a decir algo así como ligeras de cascos. De esta manera, la voz calope degeneraría en Calpe, así como denominaban en la antigüedad una de las columnas de Hércules. La otra columna, o lo que queda de ella, se alza en la orilla marroquina y es la que los antiguos llamaron Abyla, aunque en la actualidad se conoce como el Jebel Muza. Un referente que señalaba los confines del mundo y una mole que se nos presenta oscura, igual al espinazo de un animal fabuloso.

Así como los ríos unen y los mares separan, la naturaleza va imponiendo fronteras que luego la mitología explica. Por no ser menos, será la propia naturaleza del ser humano la que se explique mediante la economía, dando origen a otras fronteras menos naturales pero más comerciales. Asentamientos, gitanerías, bolsas de producción marginal, barrios y afueras, orillas que el Diablo bendice y Dios castiga. Cuna de ángeles. El barrio de las callejuelas, en San Fernando, es ejemplo por ser barrio que vio nacer a Camarón y por donde se entretenía en ser torero cuando era niño. Armado con unas banderillas que él mismo se había hecho en la fragua de su padre, llegaba hasta el campo bravo a pegarse revolcones y resabiar a las bestias. A veces pienso que Camarón estaba poseído por una fuerza cósmica, la misma que dejó presente Hércules a su paso por estas tierras cuando un día llegó a cumplir una de las misiones más peligrosas de su vida, la de robar el ganado al entonces rey y tirano de las campiñas: Gerión.