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Enviado a estas tierras para enderezar algunos de los entuertos que por aquí abajo se cometían, Hércules hizo más labores de la cuenta y eso lo convirtió en héroe popular. Según veredicto, fue responsable de la geografía en esta parte del mundo, juntando las aguas de un mar breve y antiguo con las de un océano tenebroso. Hércules abrió una herida en los mapas, algo más que un simple corte entre los que mandan y los que quedan a la otra orilla.

Lo que se conoce como el estrecho de Gibraltar es una fosa común donde hay galeones, ciudades sumergidas y esqueletos mojados que esperan un entierro digno. Tratándose de una frontera real, tan cierta e indiscutible como la propia muerte, hay mucho de fabuloso por sus lindes. Muchas veces me he preguntado si todo esto lo hizo Hércules por capricho, por deslumbrar a una mujer o tal vez por las dos cosas, o quizá por ninguna de ellas y entonces lo hiciese sin querer, pues para todo hay explicaciones. Lo único cierto es que Hércules rubricó su trabajo levantando dos columnas, Calpe y Abyla, a un lado y a otro del brazo de mar resultante. Marcó los confines del mundo ligando cielo y tierra con dos símbolos de firmeza cósmica.

De aquel esfuerzo, de las famosas columnas de Hércules, se conservan hoy las ruinas de sus cimientos o, lo que es lo mismo, dos promontorios cenicientos y parejos no solo en color y textura, sino también en flora y fauna. Uno, el que recibió el nombre de Calpe, que es el que hoy se conoce como el Peñón y de donde es natural la artista conocida como La Niña de Gibraltar, cantaora de peteneras y madre de Corto Maltés, bastardo de sangre libre y gitana. Corto Maltés nacería en Malta, tierra de brujos y piratas, y muy pronto se vio poseído por el espíritu inquieto de los aventureros. Hoy su nombre figura junto al de Rasputín en los libros de historia apócrifa. Sin embargo, para los iniciados en falsificaciones, su paso por estas tierras es tan verdadero como verdadero fue Cristo para muchos otros.

De su padre nunca se supo, aunque hay quien dice que fue aventurero y dibujante. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Corto Maltés fue engendrado en la vieja casa, sobre el legendario Peñón, una roca picada por sus costados igual a una esponja. Para dar cuenta de este último detalle, no hay más que afinar la oreja al suelo. Si la pegamos bien, podremos percibir el murmullo de piedra milenaria, el vocerío de los visitantes y, sobre todo, el eco de las turistas que multiplican su taconeo por las galerías de forma indecente. Pero más indecente que el taconeo es su historia, la de la Roca, quise poner. Y esto es debido al jaleo que se traen entre manos algunos de sus habitantes. Estraperlo, negocios sucios, sociedades fantasma y lavado de billetes, todo ello revuelto y directo a las robustas arterias que gestionan el combinado, un surtido alimenticio muy rico en nutrientes y que mantiene viva la economía de Gibraltar. Toda una historia de máquinas registradoras y de espías cocinada con el olor picante de las cocinas y de los platos exóticos que los emigrados preparan, entre los que destaca uno de origen genovés y conocido como panisa. Un marco de vicio y golfería que encerraría el acto de amor de un dibujante aventurero con una gitana de caderas fecundas.

Los rincones del Peñón se encuentran excitados por años de contrabando y por una profesión silvestre y lírica a la par. Hablamos de las matuteras, una de las tantas profesiones liberales que se dan en el Estrecho y que es una labor a extinguir que se localiza en la frontera de Gibraltar. Son grupos de mujeres que se organizan en cuadrillas y que están versadas en el arte de cruzar la frontera cargadas de matute: cartones de tabaco rubio y güisqui de malta. La distribución de la mercancía la llevan a cabo los güinstoneros, cuyo cometido es el de colocar el mandao por los bares y tabernas del Campo de Gibraltar.

Sin embargo, tanto la de matutera como la de güinstonero son profesiones de menudeo y cada vez dejan menos margen económico, realizándolas casi siempre jubilados a los que no les llega la paga. La prohibición del tabaco en bares y sitios públicos, así como la de su venta en los quioscos de chuches, hacen de esta una profesión sin provecho alguno. Pero hubo un tiempo en que las madres de familia se vieron obligadas a trampear las hambres de los suyos y se sacaban un dinero. Sin embargo, hay profesiones de más ventaja y que responden a nombres tales como buscamani y gayumbero, siendo las de narco, pasador y tiburón las que ofrecen unos ingresos más altos.

También llama la atención la gracia de las gentes del sur para significar las cosas y ponerlas a la altura de las personas o viceversa, derivando y haciendo crecer las palabras desde la cuna al apodo. Por ejemplo, en las faldas del peñón de Gibraltar habitan los llanitos, llamados así debido a la numerosa inmigración genovesa asentada desde hace la tira de años. La cosa tiene su explicación etimológica, pues tanto «Giovanni» acabó degenerando en «Gianni» o «llani», y de aquí a llanito, que es como se conoce en la actualidad al gibraltareño. Pero hay otra teoría al respecto, la misma que apunta el origen de la palabra «llanito» a una corrupción del diminutivo inglés Johnny, todo ello pasado por la túrmix del gracejo andaluz. Sea como sea, la realidad es que los gibraltareños son llanitos porque para eso está la realidad: para cuestionar a la leyenda.