13

—¿Crees que debemos mirar dentro? —preguntó Matt.

—No lo sé —respondió Elena con tono abatido.

Tenía tan pocas ganas de ver lo que había dentro de aquella tumba como la vez que Tyler había sugerido abrirla y destrozarla.

—A lo mejor no podremos conseguir abrirla —añadió—. Tyler y Dick no pudieron. Empezó a deslizarse sólo cuando yo me apoyé en ella.

—Apóyate en ella ahora; a lo mejor hay alguna especie de mecanismo de resorte oculto —sugirió Alaric, y cuando Elena lo hizo, sin obtener resultados, siguió—: De acuerdo, sujetémosla entre todos y hagamos fuerza… así. Vamos, ahora…

Desde su posición acuclillada, alzó los ojos hacia Damon, que permanecía inmóvil junto a la tumba, mostrando una expresión ligeramente divertida.

—Permíteme —dijo Damon, y Alaric retrocedió frunciendo el entrecejo.

Damon y Stefan agarraron cada uno un extremo de la tapa de piedra y la alzaron.

La tapa se desprendió, emitiendo un chirrido mientras Damon y Stefan la deslizaban hasta el suelo a un lado de la tumba.

Elena fue incapaz de acercarse más.

En su lugar, combatiendo la sensación de náusea, se concentró en la expresión de Stefan. Él le diría qué encontrarían allí dentro. En su mente irrumpieron distintas imágenes de cuerpos momificados de color pergamino, de cuerpos putrefactos, de calaveras sonrientes. Si Stefan parecía horrorizado o asqueado, repugnado…

Pero cuando Stefan miró al interior de la tumba abierta, su rostro registró sólo una desconcertada sorpresa.

Elena no pudo soportarlo por más tiempo.

—¿Qué es?

Él le dedicó una sonrisa torcida y dijo, echando un vistazo a Bonnie:

—Ven a ver.

Elena avanzó lentamente hasta la tumba y miró abajo. Luego, su cabeza se alzó veloz, y miró a Stefan con asombro.

—¿Qué es?

—No lo sé —respondió, y se volvió hacia Meredith y Alaric—. ¿Alguno de vosotros tiene una linterna o un poco de cuerda?

Tras echar una mirada al interior, ambos se dirigieron a sus coches. Elena permaneció donde estaba, mirando abajo, forzando su visión nocturna. Seguía sin poder creerlo.

La tumba no era una tumba, sino una entrada.

Ahora comprendía por qué había notado un viento helado surgiendo de ella cuando se movió bajo su mano aquella noche. Contemplaba una especie de cripta o sótano en el suelo. Únicamente veía una pared, la que descendía verticalmente a sus pies, y tenía travesaños de hierro incrustados en la piedra, como una escalera.

—Aquí tienes —dijo Meredith a Stefan, regresando—. Alaric tiene una linterna, y ésta es la mía. Y aquí está la cuerda que Elena puso en mi coche cuando fuimos en tu busca.

El estrecho haz de luz de la linterna de Meredith barrió la oscura habitación del fondo.

—No veo muy adentro, pero parece vacío —indicó Stefan—. Yo bajaré primero.

—¿Bajar? —dijo Matt—. Oíd, ¿estáis seguros de que debemos bajar? Bonnie, ¿tú que dices?

Bonnie no se había movido. Seguía allí de pie, con aquella expresión totalmente abstraída en el rostro, como si no viera nada a su alrededor. Sin decir una palabra, pasó una pierna por encima del borde de la tumba, giró y empezó a descender.

—Vaya —dijo Stefan.

El muchacho introdujo la linterna en el bolsillo de la chaqueta, posó una mano sobre la base de la tumba y saltó.

Elena no tuvo tiempo de disfrutar con la expresión de Alaric; se inclinó hacia abajo y gritó.

—¿Estás bien?

—Estupendamente. —La linterna le hizo un guiño desde abajo—. Bonnie también llegará sin problemas. Los travesaños descienden hasta el suelo. De todos modos, será mejor que traigas la cuerda.

Elena miró a Matt, que era quien estaba más cerca. Los ojos azules del joven se encontraron con los suyos con expresión impotente y una cierta resignación, y asintieron. La muchacha aspiró profundamente y colocó una mano sobre la base de la tumba, como había hecho Stefan. Otra mano se cerró de improviso sobre su muñeca.

—Se me acaba de ocurrir algo —dijo Meredith con tono sombrío—. ¿Y si la entidad de Bonnie es el Otro Poder?

—Ya lo pensé hace tiempo —respondió Elena, luego dio una palmada a la mano de Meredith, la soltó y saltó.

Se irguió sostenida por el brazo de Stefan y miró a su alrededor.

—Dios mío…

Era un lugar extraño. Las paredes estaban recubiertas de piedra y eran lisas y con un aspecto casi brillante. Incrustadas en ellas a intervalos había candelabros de hierro, algunos de los cuales aún mostraban restos de velas de cera. Elena no podía ver el otro extremo de la habitación, pero la luz de la linterna mostró una verja de hierro forjado a poca distancia, como las verjas que hay en algunas iglesias para aislar un altar.

Bonnie alcanzaba ya el final de la escala de peldaños. La joven aguardó en silencio mientras los demás descendían, primero Matt, luego Meredith, luego Alaric con la otra linterna.

Elena alzó los ojos.

—¿Damon?

Podía ver su silueta recortada en el rectángulo de un negro más claro que era la abertura de la tumba dando al cielo.

—¿Sí?

—¿Estás con nosotros? —preguntó ella.

No dijo «¿Vienes con nosotros?». Sabía que él comprendería la diferencia.

Contó cinco latidos de su corazón en el silencio que siguió. Seis, siete, ocho…

El aire se arremolinó, y Damon aterrizó limpiamente. Pero no miró a Elena. Tenía una curiosa mirada distante, y ella no consiguió leer nada en su rostro.

—Es una cripta —decía Alaric lleno de asombro, mientras su linterna hendía la oscuridad—. Una cámara subterránea debajo de una iglesia, utilizada como lugar de entierro. Por lo general se construyen bajo iglesias más grandes.

Bonnie avanzó directamente hacia la ornamentada reja y posó una pequeña mano blanca sobre ella, abriéndola. La puerta giró hacia atrás ante ella.

Los latidos del corazón de Elena eran demasiado veloces para que ella pudiera contarlos. De algún modo, obligó a sus piernas a moverse al frente, para seguir a Bonnie. Los sentidos de la muchacha eran casi dolorosamente agudos, pero no conseguían decirle nada sobre dónde estaba penetrando. El haz de luz de la linterna de Stefan era muy delgado, y sólo mostraba al frente el suelo de roca y la enigmática figura de Bonnie.

Bonnie se detuvo.

«Ha llegado el momento —pensó Elena, y se le cortó la respiración—. Ah, Dios mío, ha llegado; realmente ha llegado el momento.» Tuvo la repentina e intensa sensación de estar en medio de un lúcido sueño, uno en el que sabía que soñaba pero no podía cambiar nada ni despertar. Los músculos de su cuerpo se trabaron.

Olía miedo en los demás, y percibía su agudo filo en Stefan, que estaba junto a ella. La luz de la linterna del muchacho pasó rasante sobre objetos situados más allá de Bonnie, pero al principio Elena no comprendió qué eran. Vio ángulos, planos, contornos, y luego algo quedó claramente definido. Un rostro lívido, colgando grotescamente de lado…

El grito no llegó a salir de su garganta. No era más que una estatua, y las facciones resultaban familiares. Eran las mismas que había en la tapa de la tumba situada arriba. Esta tumba era la gemela de aquella por la que habían entrado. Sólo que ésta había sido destrozada, la tapa de piedra partida en dos y arrojada contra la pared de la cripta. Había algo desperdigado por el suelo, como frágiles palillos de marfil. «Pedazos de mármol —indicó Elena a su cerebro con desesperación—; no es más que mármol, pedazos de mármol.»

Eran huesos humanos, astillados y aplastados.

Bonnie se dio la vuelta.

Su rostro en forma de corazón osciló como si aquellos ojos fijos y ciegos examinaran al grupo. Acabó mirando directamente a Elena.

Entonces, con un estremecimiento, dio un traspié y cayó de bruces violentamente, como una marioneta a la que han cortado los hilos.

Elena apenas consiguió sujetarla, y estuvo a punto de caer también ella.

—¿Bonnie? ¿Bonnie?

Los ojos castaños que se alzaron para mirarla, dilatados y desorientados, eran los ojos asustados de la propia Bonnie.

—Pero ¿qué sucedió? —preguntó Elena—. ¿Adónde fue?

—Estoy aquí.

Por encima de la tumba saqueada se dejaba ver una luz neblinosa. No, no una luz, se dijo Elena. La percibía con los ojos, pero no era luz según el espectro normal. Era algo más extraño que luz infrarroja o ultravioleta, algo que los sentidos humanos no habían sido creados para percibir. Se la revelaba, la introducía a la fuerza en su cerebro algún poder exterior.

—El Otro Poder —musitó, y sintió que se le helaba la sangre.

—No, Elena.

La voz no era sonido, del mismo modo que la visión no era luz. Era sosegada como el brillo de una estrella, y triste. Le recordó algo.

«Madre», pensó alocadamente. Pero no era la voz de su madre. El resplandor sobre la tumba pareció arremolinarse y ondular, y por un instante Elena vislumbró un rostro, un rostro dulce y triste. Y entonces lo supo.

—Te he estado esperando —dijo con suavidad la voz de Honoria Fell—. Aquí puedo hablarte por fin bajo mi propia forma y no a través de los labios de Bonnie. Escúchame. Tienes poco tiempo, y el peligro es muy grande.

Elena recuperó la capacidad de hablar.

—Pero ¿qué es esta habitación? ¿Por qué nos trajiste aquí?

—Me lo pediste. No podía mostrártelo hasta que lo pidieras. Este es tu campo de batalla.

—No comprendo.

—Esta cripta la construyeron para mí los habitantes de Fell's Church. Un lugar de descanso para mi cuerpo. Un lugar secreto para alguien que poseía poderes secretos en vida. Como Bonnie, yo conocía cosas que nadie más podía saber. Veía cosas que nadie más podía ver.

—Eras médium —murmuró Bonnie con voz ronca.

—En aquellos tiempos lo llamaban brujería. Pero jamás usé mis poderes para hacer daño, y al morir me construyeron este monumento para que mi esposo y yo pudiéramos descansar en paz. Pero luego, tras muchos años, nuestra paz fue perturbada.

La fantasmal luz onduló y fluyó, y la figura de Honoria vaciló.

—Otro Poder vino a Fell's Church, lleno de odio y destrucción. Profanó mi lugar de descanso y desperdigó mis huesos. Se instaló aquí. Salió a hacer el mal en mi ciudad. Yo desperté.

»He intentado advertirte sobre él desde el principio, Elena. Vive aquí, debajo del cementerio. Te ha estado esperando, vigilándote. En ocasiones bajo la forma de una lechuza…

Una lechuza. La mente de Elena se puso en marcha a toda prisa. Una lechuza, como la lechuza búho que había visto anidando en el campanario de la iglesia. Como la lechuza que había estado en el granero, como la lechuza en la acacia falsa junto a su casa.

«Una lechuza blanca… ave de presa… carnívora…», pensó. Y entonces recordó enormes alas blancas que parecían extenderse hasta el horizonte a cada lado. Un pájaro enorme hecho de neblina o nieve que iba tras ella, concentrado en ella, lleno de deseos de matar y de odio animal…

—¡No! —chilló al verse asaltada por el recuerdo.

Notó las manos de Stefan sobre sus hombros, los dedos clavándose casi dolorosamente en ella. Esto la devolvió a la realidad. Honoria Fell seguía hablando.

—Y a ti, Stefan, te ha estado vigilando. Te odiaba a ti antes de odiar a Elena. Te ha estado atormentando y jugando contigo como un gato con un ratón. Odia a aquellos a quienes amas. Está lleno de amor envenenado.

Elena miró involuntariamente a su espalda. Vio a Meredith, Alaric y Matt de pie, paralizados. Bonnie y Stefan estaban junto a ella. Pero Damon… ¿dónde estaba Damon?

—Su odio ha crecido hasta tal punto que cualquier muerte servirá, cualquier sangre derramada le proporcionará placer. En estos momentos, los animales que controla están saliendo furtivamente del bosque. Se dirigen a la ciudad, hacia las luces.

—¡El Baile de la Nieve! —dijo Meredith repentinamente.

—Sí. Y esta vez matarán hasta que el último de ellos sea abatido.

—Tenemos que avisar a esa gente —dijo Matt—. A todo el mundo en el baile…

—Jamás estaréis a salvo hasta que la mente que los controla no sea destruida. La matanza seguirá. Debéis destruir el Poder que odia; por eso os he traído aquí.

Hubo otra fluctuación en la luz; parecía que se retiraba.

—Tenéis el valor, si podéis hallarlo. Sed fuertes. Ésta es la única ayuda que puedo daros.

—Aguarda… por favor… —empezó a decir Elena.

La voz siguió hablando implacable, sin prestarle atención.

—Bonnie, tú tienes una elección que hacer. Tus poderes secretos son una responsabilidad. También son un don, uno que se puede perder. ¿Eliges renunciar a ellos?

—Yo… —Bonnie sacudió la cabeza, asustada—. No lo sé. Necesito tiempo…

—No hay tiempo. Elige.

La luz menguaba, derrumbándose sobre sí misma.

Los ojos de Bonnie estaban desconcertados y vacilantes mientras escudriñaban el rostro de Elena en busca de ayuda.

—Tú eliges —murmuró Elena—. Tienes que decidir por ti misma.

Poco a poco, la incertidumbre abandonó el rostro de Bonnie, y ésta asintió. Se apartó de Elena, sin apoyarse en nadie, y se volvió de nuevo hacia la luz.

—Los conservaré —dijo con voz ronca—. Lidiaré con ellos de algún modo. Mi abuela lo hizo.

Hubo un parpadeo de algo parecido a diversión procedente de la luz.

—Has elegido sabiamente. Espero que también los uses así. Ésta es la última vez que os hablaré.

—Pero…

—Me he ganado mi descanso. La pelea es vuestra.

Y el resplandor se desvaneció como los últimos rescoldos de un fuego moribundo.

Desaparecido éste, Elena pudo sentir la presión a su alrededor. Algo iba a suceder. Una fuerza aplastante se dirigía hacia ellos, o pendía sobre ellos.

—Stefan…

Stefan también lo percibió; Elena se dio cuenta de ello. —Vamos —dijo Bonnie con voz aterrada—. Tenemos que salir de aquí.

—Tenemos que llegar al baile —jadeó Matt, que tenía el rostro lívido—. Tenemos que ayudarlos…

—Fuego —exclamó Bonnie con expresión sobresaltada, como si la idea acabara de ocurrírsele—. El fuego no los matará, pero los mantendrá alejados…

—¿No escuchaste? Tenemos que enfrentarnos al Otro Poder. Y está aquí, justo aquí, justo ahora. ¡No podemos marchar! —gritó Elena.

Su mente estaba llena de desconcierto. Imágenes, recuerdos y un terrible presentimiento. Sed de sangre… La percibía…

—Alaric. —Stefan habló con tono autoritario—. Tú regresa. Llévate a los demás; haced lo que podáis. Yo me quedaré…

—¡Creo que todos deberíamos marchar! —chilló Alaric, que tuvo que gritar para hacerse oír por encima del ruido ensordecedor que los envolvía.

La luz zigzagueante de su linterna mostró a Elena algo que no había advertido antes. En la pared que tenía al lado había un gran agujero, como si hubiesen arrancado el revestimiento de piedra. Y al otro lado había un túnel abierto en la tierra misma, negro e infinito.

«¿Adónde conduce?» se preguntó, pero el pensamiento se perdió en medio del tumulto de su miedo. «Lechuza blanca… ave de presa… carnívora… cuervo», pensó, y de improviso supo con cegadora claridad a qué temía.

—¿Dónde está Damon? —chilló, haciendo girar a Stefan al girar ella para mirar—. ¿Dónde está Damon?

—¡Salid! —gritó Bonnie, la voz aguda por el terror, y se arrojó en dirección a la reja justo cuando el sonido hendió la oscuridad.

Era un gruñido, pero no el gruñido de un perro. Jamás se le podría haber confundido con él. Era mucho más profundo y pesado, más resonante. Era un sonido enorme y apestaba a jungla, a la sed de sangre de la cacería. Resonó en el pecho de Elena e hizo vibrar sus huesos.

La paralizó.

El sonido volvió a dejarse oír, hambriento y salvaje, pero en cierto modo casi perezoso. Con una gran seguridad en sí mismo. Y con él se oyeron pesadas pisadas que surgían del túnel.

Bonnie intentaba chillar, pero sólo emitía un débil sonido sibilante. En la oscuridad del túnel, algo iba hacia ellos. Una figura que se movía con un largo y esbelto balanceo felino. Elena reconoció entonces el gruñido. Era el sonido del más grande de los felinos cazadores, más grande que un león. Los ojos del tigre brillaron amarillos al llegar al final del túnel.

Y entonces todo sucedió a la vez.

Elena notó cómo Stefan intentaba empujarla hacia atrás para quitarla de en medio. Pero sus petrificados músculos eran un impedimento para él, y ella sabía que era demasiado tarde.

El salto del tigre fue la gracia personificada, con los poderosos músculos proyectándolo por el aire. En ese instante, la muchacha lo vio como atrapado en la luz de una flash, y su mente reparó en los enjutos y relucientes flancos y en la flexible columna vertebral. Pero su voz chilló independientemente:

—¡Damon, no!

Sólo cuando el negro lobo saltó de la oscuridad para ir a su encuentro reparó en que el tigre era blanco.

La carga del gran felino quedó deshecha por la arremetida del lobo, y Elena sintió cómo Stefan la arrancaba de donde estaba, empujándola a un lado para ponerla a salvo. Los músculos de la muchacha se habían fundido igual que copos de nieve, y cedió atontadamente cuando él la apretó contra la pared. La tapa de la tumba se encontraba entre ella y la rugiente figura blanca, pero la verja estaba al otro lado de la pelea.

La propia debilidad de Elena era en parte terror y en parte desconcierto. No comprendía nada; la confusión rugía en sus oídos. Hacía un momento había estado segura de que Damon había estado jugando con ellos todo aquel tiempo, que había sido el Otro Poder desde el principio. Pero la malicia y la sed de matar que emanaban del tigre eran inconfundibles. Eso era lo que la había perseguido en el cementerio y desde la casa de huéspedes hasta el río y la muerte. Ese Poder blanco que el lobo negro combatía para matarlo.

Era un combate imposible. El lobo negro, no obstante lo despiadado y agresivo que pudiera ser, no tenía la menor posibilidad. Un zarpazo de las enormes garras del tigre desgarró el hombro del lobo hasta el hueso, y las fauces del felino se abrieron con un rugido mientras intentaba cerrarlas como una trituradora sobre el cuello del lobo.

Pero entonces actuó Stefan, dirigiendo la luz de la linterna directamente a los ojos del felino y apartando violentamente al lobo a un lado. Elena deseó gritar, deseó hacer algo para liberar el torrente de aflicción de su interior. No comprendía; no comprendía nada. Stefan estaba en peligro. Pero ella no podía moverse.

—¡Salid! —gritó Stefan a los demás—. ¡Hacedlo ahora; salid!

Más veloz que cualquier humano, se apartó como una exhalación del camino de una zarpa, manteniendo la luz en los ojos del tigre. Meredith ya estaba al otro lado de la verja. Matt medio cargaba medio arrastraba a Bonnie. Alaric cruzaba.

El tigre saltó, y la verja se cerró con un fuerte golpe. Stefan cayó a un lado, resbalando mientras intentaba incorporarse de nuevo a toda prisa.

—No os vamos a dejar… —gritó Alaric.

—¡Marchad! —chilló Stefan—. Llegad al baile. ¡Haced lo que podáis! ¡Marchad ya!

El lobo volvía a atacar, a pesar de la sangre que manaba de las heridas en la cabeza y del hombro, donde músculo y tendón quedaban al descubierto, relucientes. El tigre se revolvió. Los sonidos animales alcanzaron un volumen que Elena era incapaz de soportar. Meredith y el resto se habían ido; la linterna de Alaric había desaparecido.

—¡Stefan! —chilló, viéndole preparado para volver a saltar a la lucha.

Si él moría, ella moriría también. Y si ella tenía que morir, quería hacerlo con él.

La parálisis la abandonó, y avanzó tambaleante hacia él, sollozando, alargando los brazos para aferrarse con firmeza. Sintió su brazo alrededor de ella mientras la sujetaba colocando el cuerpo entre ella y el ruido y la violencia. Pero Elena era tozuda, tan tozuda como él. Se retorció, y a continuación se enfrentaron a aquello juntos.

El lobo había caído. Yacía sobre la espalda, y aunque el pelaje era demasiado oscuro para que se viera la sangre, un charco rojo se formaba debajo de él. El felino blanco se alzaba sobre él, las fauces abiertas a unos centímetros de la vulnerable garganta negra.

Pero el mordisco mortal en el cuello no llegó. En su lugar, el tigre alzó la cabeza para mirar a Stefan y a Elena.

Con una calma extraña, Elena se encontró advirtiendo diminutos detalles en el aspecto del animal.

Los bigotes eran rectos y delgados, como alambres de plata. El pelaje era de un blanco níveo, con tenues listas que parecían oro sin bruñir. Blanco y oro, se dijo, recordando la lechuza del granero. Y aquello despertó otro recuerdo… de algo que había visto… o de algo que había oído mencionar…

Con un potente manotazo, el felino lanzó lejos la linterna que Stefan tenía en la mano. Elena le oyó sisear de dolor, pero ya no podía ver nada en la oscuridad. Donde no había luz, incluso un cazador estaba ciego. Aferrándose al muchacho, aguardó a sentir el dolor del golpe letal.

Pero de improviso la cabeza empezó a darle vueltas; estaba llena de niebla gris y arremolinada, y ella era incapaz de seguir agarrándose a Stefan. Era incapaz de pensar, incapaz de hablar. El suelo parecía desaparecer bajo sus pies. Vagamente, comprendió que usaban poder contra ella y que estaba aplastando su mente.

Sintió que el cuerpo de Stefan cedía, se desplomaba, se alejaba de ella, y ya no pudo oponerse a la niebla. Cayó durante una eternidad, y ni siquiera se dio cuenta cuando golpeó contra el suelo.