7

—¿Cooperar en qué? —preguntó Meredith.

—Os lo explicaré más tarde. Pero primero quiero saber qué ha estado sucediendo en la ciudad desde que… me fui.

—Bueno, histeria, principalmente —contestó Meredith, enarcando una ceja—. Tu tía Judith ha estado bastante mal. Tuvo una alucinación en la que te veía; sólo que no fue una alucinación, ¿verdad? Y ella y Robert digamos que más o menos han roto.

—Lo sé —repuso Elena con tono sombrío—. Sigue.

—Todo el mundo en la escuela está alterado. Quise hablar con Stefan, en especial cuando empecé a sospechar que no estabas realmente muerta, pero no ha ido a clase. Matt sí ha ido, pero le pasa algo. Parece un zombie, y no quiere hablar con nadie. Quise explicarle que existía una posibilidad de que no te hubieras marchado para siempre, pensé que eso le animaría. Pero no quiso escucharme. Actuaba de un modo que no era nada típico en él, y en un momento dado pensé que iba a pegarme. No quiso escuchar ni una palabra.

—Ah, Dios mío… Matt.

Algo terrible despertaba en lo más profundo de la mente de Elena, un recuerdo demasiado perturbador para dejarlo suelto. No podía enfrentarse a nada más en aquellos momentos, no podía, se dijo, y volvió a sumergir el recuerdo en lo más profundo de su ser.

Meredith seguía hablando:

—Está claro, no obstante, que otras personas sienten suspicacias respecto a tu «muerte». Por eso dije lo que dije en el funeral; temía que si decía el auténtico día y el lugar, Alaric Saltzman acabaría tendiéndote una emboscada fuera de la casa. Ha estado haciendo toda clase de preguntas, y es buena cosa que Bonnie no supiera nada que pudiera revelar sin querer.

—Eso no es justo —protestó Bonnie—. Alaric simplemente está interesado, eso es todo, y quiere ayudarnos a superar el trauma, como antes. Es un acuario…

—Es un espía —dijo Elena—, y tal vez más que eso. Pero hablaremos de ello más tarde. ¿Qué hay de Tyler Smallwood? No le vi en el oficio.

Meredith se mostró perpleja.

—¿Quieres decir que no lo sabes?

—No sé nada en absoluto; he estado durmiendo durante cuatro días en un desván.

—Bueno… —Meredith se interrumpió nerviosamente—, Tyler acaba de regresar del hospital. Lo mismo que Dick Cárter y los cuatro matones que les acompañaban el Día de los Fundadores. Les atacaron en el cobertizo prefabricado aquella tarde y perdieron mucha sangre.

—Vaya.

El misterio de por qué habían sido los poderes de Stefan mucho más fuertes esa noche quedaba explicado. Y también por qué se habían ido debilitando a partir de ese momento. Probablemente, no había comido desde entonces.

—Meredith, ¿es sospechoso Stefan?

—Bueno, el padre de Tyler intentó hacer que lo fuera, pero la policía no consiguió que las horas encajaran. Saben aproximadamente cuándo atacaron a Tyler, porque tenía que reunirse con el señor Smallwood y no apareció. Y Bonnie y yo podemos darle una coartada a Stefan para ese tiempo porque lo acabábamos de dejar junto al río con tu cuerpo. De modo que no podría haber regresado al cobertizo para atacar a Tyler; al menos un humano normal no podría. Y por el momento la policía no piensa en nada sobrenatural.

—Comprendo. —Elena se sintió aliviada, al menos en ese sentido.

—Tyler y los otros chicos no pueden identificar al atacante porque no recuerdan absolutamente nada de aquella tarde —añadió Meredith.

—Ni tampoco Caroline.

—¿Caroline estaba allí dentro?

—Sí, pero no la mordieron. Sólo está conmocionada. A pesar de todo lo que ha hecho, casi siento lástima por ella. —Meredith se encogió de hombros y añadió—: Tiene un aspecto de lo más patético estos días.

—Y no creo que nadie vaya a sospechar jamás de Stefan después de lo sucedido con esos perros en la iglesia hoy —intervino Bonnie—. Mi padre dice que un perro grande podría haber roto la ventana del cobertizo, y las heridas de la garganta de Tyler parecían heridas hechas por un animal. Creo que mucha gente cree que fue un perro o una jauría de perros los que lo hicieron.

—Es una explicación cómoda —indicó Meredith con tono seco—. Significa que no tienen que seguir pensando en ello.

—Pero eso es ridículo —dijo Elena—. Los perros normales no actúan de ese modo. ¿No se pregunta la gente por qué sus perros se volvieron locos de repente y se revolvieron contra ellos?

—Gran cantidad de personas simplemente se está deshaciendo de ellos. Ah, y oí que alguien hablaba sobre pruebas obligatorias de la rabia —repuso Meredith—. Pero no es sólo rabia, ¿verdad, Elena?

—No, no lo creo. Y tampoco lo creen ni Stefan ni Damon. Y de eso es de lo que vine aquí a hablaros.

Elena explicó, con tanta claridad como pudo, lo que había estado pensando sobre el Otro Poder de Fell's Church. Les habló de la fuerza que la había sacado del puente y de la sensación que había tenido con los perros y sobre todo lo que Stefan, Damon y ella habían hablado. Finalizó diciendo:

—Y la misma Bonnie lo dijo en la iglesia hoy: «Algo maligno». Creo que eso es lo que hay aquí en Fell's Church, algo cuya existencia nadie conoce, algo totalmente malvado. Supongo que tú no sabes qué querías decir con eso, Bonnie.

Pero la mente de Bonnie corría por otros derroteros.

—Así que Damon no fue necesariamente quien hizo todas esas cosas horribles que dijiste que hizo —comentó con astucia—. Como matar a Yangtze y hacer daño a Vickie y asesinar al señor Tanner y todo eso. Ya te dije que nadie tan divino podía ser un asesino psicópata.

—Creo —dijo Meredith, echando una ojeada a Elena— que será mejor que te olvides de Damon como personaje romántico.

—Sí —indicó Elena, categórica—. Él sí mató al señor Tanner, Bonnie. Y lo lógico es que llevara a cabo los otros ataques también; le preguntaré sobre eso. Y ya tengo bastantes problemas lidiando con él yo misma. No quieras tener nada que ver con él, Bonnie, créeme.

—Se supone que debo dejar en paz a Damon; se supone que debo dejar en paz a Alaric… ¿Hay chicos con los que no se suponga que no deba involucrarme? Y entretanto Elena se los queda todos. No es justo.

—La vida no es justa —le dijo Meredith, insensible—. Pero escucha, Elena, si este Otro Poder existe, ¿qué clase de poder crees que es? ¿Qué aspecto tiene?

—No lo sé. Algo tremendamente fuerte… Pero podría estar escudándose de algún modo, de modo que no podemos percibirlo. Podría parecer una persona corriente. Y por eso vine a pedir vuestra ayuda, porque puede ser cualquier persona de Fell's Church. Es como lo que Bonnie dijo en el oficio hoy: «Nadie es lo que parece».

Bonnie adoptó una expresión de desamparo.

—No recuerdo haber dicho eso.

—Lo dijiste, ya lo creo. «Nadie es lo que parece» —volvió a citar Elena en tono grave—. Nadie.

Echó una veloz mirada a Meredith, pero los oscuros ojos bajo las cejas elegantemente arqueadas estaban tranquilos y distantes.

—Bueno, eso parece que convierte a todo el mundo en sospechoso —repuso la muchacha con su voz más serena—. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo Elena—, pero será mejor que cojamos un cuaderno y un lápiz y hagamos una lista de los más importantes. Damon y Stefan ya han aceptado ayudar a investigar, y si vosotras también ayudáis, tendremos una mayor posibilidad de descubrirle.

Empezaba a cogerle el ritmo a aquello; siempre había sido buena organizando cosas, desde ardides para conseguir atraer a chicos hasta funciones para recaudar fondos. Aquello era simplemente una versión más seria de los viejos plan A y plan B.

Meredith dio el lápiz y el papel a Bonnie, que los miró, y luego a Meredith, y a continuación a Elena.

—Estupendo —dijo—, pero ¿quién estará en la lista?

—Bueno, cualquiera que tengamos motivos para sospechar que sea el Otro Poder. Cualquiera que podría haber hecho las cosas que sabemos que hizo: encerrar a Stefan en el pozo, perseguirme, lanzar esos perros contra la gente. Cualquiera que hayamos visto que se comportaba de un modo extraño.

—Matt —dijo Bonnie, escribiendo diligentemente—. Y Vickie. Y Robert.

—¡Bonnie! —exclamaron Elena y Meredith simultáneamente.

Bonnie alzó los ojos.

—Bueno, Matt ha estado actuando de un modo raro, y también Vickie, desde hace meses ya. Y Robert rondaba por el exterior de la iglesia antes del oficio, pero nunca llegó a entrar…

—Vamos, Bonnie, por favor —dijo Meredith—. Vickie es una víctima, no una sospechosa. Y si Matt es un poder maligno, yo soy el jorobado de Notre Dame. Y en cuanto a Robert…

—Muy bien, lo he tachado todo —anunció Bonnie con frialdad—. Ahora oigamos vuestras ideas.

—No, espera —repuso Elena—. Bonnie, espera un momento. —Pensaba en algo, algo que la había estado incomodando desde hacía un tiempo, desde que…—. Desde la iglesia —dijo en voz alta, recordándolo—. Sabéis una cosa, yo también vi a Robert fuera de la iglesia, cuando estaba escondida en la galería del coro. Fue justo antes de que los perros atacaran, y él parecía estar echándose hacia atrás, como si supiera lo que iba a suceder.

—Oh, pero Elena…

—No, escucha, Meredith. Le vi antes, el sábado por la noche, con tía Judith. Cuando ella le dijo que no se casaría con él, había algo en su cara… No sé. Creo que será mejor que vuelvas a ponerlo en la lista, Bonnie.

Muy seria, tras un instante de vacilación, Bonnie lo hizo.

—¿Quién más? —preguntó.

—Bueno, Alaric, me temo —siguió Elena—. Lo siento, Bonnie, pero es prácticamente el número uno. —Les contó lo que había oído por casualidad aquella mañana entre Alaric y el director de la escuela—. No es un profesor de historia corriente; le hicieron venir por algún motivo. Sabe que soy una vampira, y me está buscando. Y hoy, mientras los perros atacaban, estaba allí de pie a un lado, efectuando alguna especie de ademanes misteriosos. Sin lugar a dudas, no es lo que parece, y la única pregunta es: ¿qué es? ¿Estás escuchando, Meredith?

—Sí. Sabes una cosa, creo que deberías poner a la señora Flowers en esa lista. ¿Recordáis el modo en que se quedó ante la ventana de la casa de huéspedes cuando llevábamos a Stefan de vuelta del pozo? ¿Cómo no quiso bajar para abrirnos la puerta? Eso es un comportamiento extraño.

Elena asintió.

—Sí, y el modo en que se pegaba a mí cuando yo iba a visitar a Stefan. Y, desde luego, se mantiene alejada de todos en esa vieja casa. Puede que simplemente sea una anciana chiflada, pero anótala de todos modos, Bonnie.

Se pasó una mano por los cabellos, alzándolos para apartarlos del cogote. Tenía calor. O… no era calor exactamente, sino que se sentía incómoda de un modo parecido a estar acalorada. Se sentía reseca.

—De acuerdo, pasaremos por la casa de huéspedes mañana antes de la escuela —repuso Meredith—. Entretanto, ¿qué más podemos hacer? Echemos un vistazo a esa lista, Bonnie.

Bonnie alargó la lista para que pudieran verla, y Elena y Meredith se inclinaron hacia adelante y leyeron:

MATT HONEYCUTT

VICKIE BENNETT

Robert Maxwell: ¿Qué hacía en la iglesia cuando atacaron los perros? ¿Y que fue lo que pasó aquella noche con la tía de Elena?

Alaric Saltzman: ¿Por qué hace tantas preguntas? ¿Para que le hicieron venir a Fell's Church?

Señora Flowers: ¿Por qué actúa de un modo tan extraño? ¿Por qué no nos abrió la puerta la noche que Stefan resultó herido?

—Estupendo —dijo Elena—. Imagino que también podríamos averiguar de quién eran los perros que había en la iglesia hoy. Y podéis vigilar a Alaric en la escuela mañana.

—Yo vigilaré a Alaric —declaró Bonnie con energía— y haré que quede libre de sospechas; ya veréis como lo hago.

—Estupendo, tú haz eso. Te podemos asignar a él. Y Meredith puede investigar a la señora Flowers, y yo puedo ocuparme de Robert. Y en cuanto a Stefan y a Damon… Bueno, se les puede asignar a todo el mundo, porque pueden usar sus poderes para sondear las mentes de las personas. Además, esa lista no está ni mucho menos completa. Les pediré que exploren los alrededores de la ciudad en busca de cualquier señal de Poder o de cualquier cosa rara que suceda. Ellos tienen más posibilidades que yo de reconocer esas cosas.

Recostándose, Elena se humedeció los labios distraídamente. Estaba reseca. Reparó en algo que nunca antes había observado: la delicada tracería de venas en la parte interior de la muñeca de Bonnie. La muchacha sostenía aún el cuaderno, y la piel de la muñeca era tan traslúcida que las venas verde azulado se transparentaban claramente. Elena deseó haber escuchado cuando habían estudiado anatomía humana en la escuela; ¿qué nombre recibía aquella vena, la grande que se bifurcaba como una horqueta en un árbol…?

—¡Elena, Elena!

Sobresaltada, Elena alzó los ojos y vio la circunspecta mirada de los ojos oscuros de Meredith y la expresión alarmada de Bonnie. Fue entonces cuando advirtió que estaba acuclillada muy cerca de la muñeca de Bonnie, frotando la vena más grande con el dedo.

—Lo siento —murmuró, sentándose hacia atrás.

Pero sentía la mayor longitud y la agudeza de los colmillos. Era algo parecido a llevar un aparato en la boca; notaba claramente la diferencia de peso. Advirtió que la sonrisa tranquilizadora que dirigía a Bonnie no obtenía el efecto deseado; la muchacha parecía asustada, lo que era estúpido. Bonnie debería saber que Elena jamás le haría daño. Y Elena no estaba muy hambrienta esta noche; Elena siempre había comido poco. Podía obtener todo lo que necesitaba de aquella diminuta vena de la muñeca…

Elena se puso en pie de un salto y giró hacia la ventana, recostándose en el marco, sintiendo el soplo del fresco aire nocturno sobre la piel. Se sentía mareada, y no parecía conseguir respirar.

¿Qué había hecho? Se dio la vuelta y se encontró con Bonnie acurrucada contra Meredith, las dos mirándola aterradas. Detestó verlas mirarla de aquel modo.

—Lo siento —dijo—. No era mi intención, Bonnie. Mirad, no voy a acercarme más. Debería haber comido antes de venir aquí. Damon dijo que tendría hambre más tarde.

Bonnie tragó saliva, y su rostro adquirió un aspecto aún más enfermizo.

—¿Comido?

—Sí, claro —respondió Elena con aspereza.

Le ardían las venas; ésa era la sensación. Stefan se lo había descrito anteriormente, pero ella jamás lo había comprendido en realidad; jamás había comprendido lo que él padecía cuando le acuciaba la necesidad de sangre. Era terrible, irresistible.

—¿Qué creéis que como estos días, aire? —añadió desafiante—. Soy una cazadora ahora, y será mejor que salga a cazar.

Bonnie y Meredith intentaban sobrellevarlo; podía ver que lo intentaban, pero también podía ver la repugnancia en sus ojos. Se concentró en usar sus nuevos sentidos, en abrirse a la noche y buscar la presencia de Stefan o Damon. Resultaba difícil, porque ninguno de ellos estaba proyectando su mente como él lo había hecho la noche que habían peleado en el bosque, pero le pareció que podía percibir un atisbo de Poder allí fuera en la ciudad.

Sin embargo, no tenía modo de comunicarse con él, y la contrariedad hizo que el calor infernal de sus venas empeorara. Acababa de decidir que tendría que marchar sin ninguno de ellos cuando las cortinas se agitaron violentamente hacia atrás contra su rostro, aleteando en una ráfaga de viento. Bonnie se alzó con un tambaleo, derribando la lámpara portátil de la mesilla de noche y sumiendo la habitación en la oscuridad. Con una maldición, Meredith se afanó en volver a ponerla derecha. Las cortinas aleteaban violentamente en la titilante luz que emergía, y Bonnie parecía que intentaba chillar.

Cuando la bombilla volvió a estar en su lugar, la luz mostró a Damon sentado como si tal cosa, pero precariamente, en el alféizar de la ventana, con una rodilla alzada. Mostraba una de sus sonrisas más licenciosas.

—¿Os importa? —inquirió—. Esto es incómodo.

Elena dirigió una veloz mirada a Bonnie y Meredith, que estaban apoyadas en el armario empotrado, con aspecto horrorizado e hipnotizado a la vez. Ella misma sacudió la cabeza, exasperada.

—Y yo creía que era a mí a quien le gustaba hacer entradas teatrales —dijo—. Muy divertido, Damon. Ahora vámonos.

—¿Con dos amigas tuyas tan hermosas justo aquí? —Damon volvió a sonreír a Bonnie y a Meredith—. Además, acabo de llegar. ¿No va a ser nadie un poco amable y me invita a entrar?

Los ojos castaños de Bonnie, clavados con impotencia en el rostro del muchacho, se ablandaron ligeramente. Los labios de la joven, que se habían abierto en una expresión horrorizada, se abrieron más. Elena reconoció las señales de un derretimiento inmediato.

—No, no lo harán —dijo, y se colocó directamente entre Damon y las otras muchachas—. No hay nadie aquí para ti, Damon… Ni ahora, ni nunca. —Viendo la llamarada de desafío de sus ojos, añadió maliciosamente—: Y de todos modos, yo me voy. No sé qué harás tú, pero me voy de caza.

La tranquilizó percibir la presencia de Stefan a poca distancia, en el tejado, probablemente, y oír su instantánea rectificación: «Nos vamos de caza, Damon. Puedes quedarte aquí sentado toda la noche si quieres».

Damon cedió con elegancia, lanzando una última mirada divertida a Bonnie antes de desaparecer de la ventana. Cuando lo hizo, tanto Bonnie como Meredith dieron un paso al frente alarmadas, evidentemente pensando que había ido a estrellarse contra el suelo.

—Está perfectamente —dijo Elena, volviendo a sacudir la cabeza—. Y no os preocupéis, no le dejaré volver. Me reuniré con vosotras a la misma hora mañana. Adiós.

—Pero… Elena… —Meredith se interrumpió—. Quiero decir, iba a preguntarte si querías cambiarte de ropa.

Elena se contempló. Aquel vestido que era una reliquia del siglo XIX estaba hecho jirones y manchado, la fina muselina desgarrada en algunos lugares. Pero no había tiempo para cambiarse; tenía que alimentarse ya.

—Tendrá que esperar —dijo—. Os veo mañana.

Y se impulsó fuera de la ventana del modo en que Damon lo había hecho. Lo último que vio de ellas fue a Meredith y a Bonnie contemplándola marchar, aturdidas.

Sus aterrizajes mejoraban; en esta ocasión no se magulló las rodillas. Stefan estaba allí, y la envolvió en algo oscuro y cálido.

—Tu capa —dijo ella, complacida.

Por un momento se sonrieron mutuamente, recordando la primera vez que él le había dado la capa, después de haberla salvado de Tyler en el cementerio y haberla llevado a su habitación para que se lavara. Él había temido tocarla entonces. Pero, pensó ella, sonriendo a sus ojos, ella se había ocupado de aquel miedo con suma rapidez.

—Pensaba que íbamos de caza —comentó Damon.

Elena volvió la cabeza para sonreírle, sin soltar su mano de la de Stefan.

—Y vamos —respondió—. ¿Adónde deberíamos ir?

—A cualquier casa de esta calle —sugirió Damon.

—Al bosque —dijo Stefan.

—Al bosque —decidió Elena—. No tocamos a los humanos, y no matamos. ¿No es así, Stefan?

Él le devolvió la presión de los dedos.

—Así es —dijo en voz baja.

Damon torció el gesto con expresión pedante.

—Y, exactamente, ¿qué vamos a buscar en el bosque, o es mejor que no lo sepa? ¿Rata almizclera? ¿Mofeta? ¿Termitas? —Los ojos se movieron hacia Elena y bajó la voz—. Ven conmigo, y te mostraré lo que es cazar de verdad.

—Podemos ir atravesando el cementerio —dijo Elena, haciendo caso omiso de él.

—Ciervos de cola blanca se alimentan durante toda la noche en las zonas despejadas —le indicó Stefan—. Pero debemos tener cuidado al acecharlos: oyen casi tan bien como nosotros.

«Otra vez, entonces», dijo la voz de Damon en la mente de la muchacha.