Sandra

Sandra y Gabriela se saludaron con dos efusivos besos. Habían quedado en el Starbucks de Francesc Macià. Hacía calor y Gabi pidió un Café Latte con hielo y Sandra un Frapuccino de vainilla.

—Gracias por invitarme, Gabi. La próxima vez pago yo.

—No hace falta, cielo.

Eligieron una mesa en la terraza. Muy cerca de ellas pasaban autobuses, coches y hasta el tranvía cuyo recorrido terminaba a unos pocos metros. Era un lugar poco tranquilo. Al tráfico se sumaba el alboroto de los viandantes y sobre todo de los extranjeros que se dirigían hacia la cercana parada del autobús turístico.

—Mira qué pintas que llevan. Ahí va otro con calcetines y sandalias. Seguro que es, humm, ¡inglés!

—Yo diría que alemán.

—Al menos deben de estar cómodos.

—Pero qué poco gusto.

—¡Ya te digo!

Gabriela observó que Sandra se tomaba la nata del Frapuccino a pequeñas cucharadas. Pensó que en unos años tendría que cuidar mucho más lo que comía.

—Tengo una proposición que hacerte, Sandra.

—¿Indecente? —bromeó la chica.

Gabi rio.

—Pues, la verdad, depende de cómo lo mires… De hecho, es un trabajo para ti. Un trabajo que voy a dejar y que creo que a ti te iría perfectamente.

Sandra clavó su mirada en la de Gabriela.

—¿En serio? Con lo mal que están las cosas y tú tienes un trabajo para mí. ¿De qué se trata?

—Es un poco difícil de explicar… Tengo algunos clientes fijos para traspasarte, si es que te interesan. No es fácil, Sandra. Pero te seré del todo sincera, te contaré todas las ventajas y los inconvenientes…

—Me tienes completamente intrigada. Venga, cuéntamelo.

Gabi dio un sorbo al café y entonces le empezó a explicar lo que nunca antes había contado a nadie.