A Jason nunca le había gustado estar enfermo, pero en ese momento le encantaba.
Llevaba tres días internado en el hospital; le habían sometido a una operación para extraer la bala de la pierna. El dolor había disminuido considerablemente, y las enfermeras del Hospital General eran muy competentes y serviciales. Incluso varias le recordaban de la época en que había trabajado allí.
Pero lo mejor era que Carol pasaba casi todo el día a su lado leyendo en voz alta, contando anécdotas divertidas o simplemente sentada haciéndole compañía en silencio.
—Cuando te hayas recuperado —dijo ella el segundo día, mientras arreglaba las flores enviadas por Claudia y Sally—, deberíamos volver a Salmón Inn.
—¿Para qué? —preguntó Jason. Después de la experiencia vivida, no le apetecía regresar a ese lugar.
—Me gustaría navegar de nuevo por la Garganta del Diablo —contestó Carol con tono divertido—, pero esta vez, de día.
—¡Bromeas!
—En serio. Seguro que es mucho más fácil cuando brilla el sol.
Al oír una discreta tosecita ambos miraron hacia la puerta. El corpachón del detective Curran parecía completamente fuera de lugar en ese hospital. Sus enormes manos sostenían un sombrero caqui impermeable que parecía haber sido aplastado por un camión.
—Espero no molestar, doctor Howard —dijo con insólita cortesía.
Jason supuso que Curran se sentía tan intimidado en el ambiente hospitalario como él en la comisaría.
—En absoluto —replicó Jason, incorporándose en el lecho—. Entre y tome asiento.
Carol cogió una silla situada junto a la pared y la colocó al lado de la cama. Curran se sentó sin soltar el sombrero.
—¿Cómo va la pierna? —preguntó.
—Muy bien —contestó Jason—. La lesión es en gran parte muscular. No me traerá ningún problema.
—Me alegro.
—¿Un bombón? —preguntó Carol, tendiendo una caja enviada por las secretarias del PBS.
Curran los examinó detenidamente, eligió un cerisette cubierto de chocolate y se lo introdujo entero en la boca. Después de tragarlo, dijo:
—Pensé que le gustaría saber cómo se desarrolla el caso.
—Por supuesto.
Carol rodeó la cama y se sentó en el borde.
—En primer lugar en Miami arrestaron a Juan. Se han presentado contra él numerosos cargos. Es uno de los regalos de Castro a Estados Unidos. Pediremos que lo extraditen a Massachusetts por los asesinatos de Brennquivist y Lund, pero no será fácil que nos lo concedan. Por lo visto otros cuatro o cinco estados, Florida entre ellos, quieren a ese crápula por travesuras similares.
—No puedo decir que me inspire mucha lástima —afirmó Jason.
—El tipo es un psicópata —convino Curran.
—¿Y qué me dice del PBS? —preguntó Jason—. ¿Ha conseguido comprobar si el factor liberador de la hormona de la muerte había sido mezclado en el colirio usado en el consultorio de oftalmología?
—Estamos trabajando en eso en estrecha colaboración con la oficina del fiscal de distrito —explicó Curran—. Realmente se trata de una historia espectacular.
—¿Cuánto de ella cree que se hará público?
—Todavía no estamos seguros. Algo tendrá que salir a la luz. El Instituto Hartford está cerrado, y los padres de esos chicos no son ciegos. Además, como señala el fiscal de distrito, muchas familias locales piensan demandar al PBS. Shirley y sus secuaces están listos.
—Shirley… —dijo Jason con añoranza—. ¿Sabe una cosa? Hubo una época en que, si no hubiera conocido a Carol, tal vez me habría liado con esa señora.
Carol lo amenazó en broma con el puño.
—Supongo que le debo una disculpa, doctor —dijo Curran—. Al principio creí que era un majadero, pero ahora resulta que gracias a usted se ha desenmascarado la conspiración más siniestra que he conocido en mi vida.
—Fue sobre todo una cuestión de suerte. Si no hubiera estado con Hayes la noche en que murió, nosotros, los médicos, habríamos sospechado que nos enfrentábamos a una nueva epidemia.
—Ese Hayes debió de ser un tipo muy listo —comentó Curran.
—Un genio —aseguró Carol.
—¿Sabe qué me preocupa? —dijo Curran—. Hayes estaba convencido de trabajar en un descubrimiento que sería beneficioso para la Humanidad. Probablemente se consideraba una especie de héroe, como Salk, un candidato a premio Nobel, el salvador del mundo. No soy un científico, pero me parece que el campo de investigación de Hayes es bastante alarmante y siniestro. ¿Entiende lo que quiero decir?
—Perfectamente —respondió Jason—. La medicina siempre ha dado por sentado que sus investigaciones lograrán salvar vidas y disminuir el sufrimiento humano. Sin embar go en la actualidad esta ciencia tiene un potencial aterrador. Y las cosas pueden escapar a nuestro control en el momento menos pensado.
—Por lo que sé —dijo Curran—, Hayes descubrió una droga que hace que la gente envejezca y muera en un par de semanas… Y ni siquiera era eso lo que buscaba. Este asunto me lleva a pensar que ustedes, los intelectuales, han perdido el control de sus investigaciones ¿Me equivoco?
—Estoy de acuerdo —contestó Jason—. Es probable que estemos empleando nuestra inteligencia para nuestro propio mal. Es como volver a comer de la fruta prohibida.
—Sí, y terminaremos por ser expulsados del paraíso —agregó Curran—. Por cierto, ¿el tío Sam no tiene sabuesos para vigilar a los tipos como Hayes?
—Hay demasiados intereses en juego. Además, tanto los médicos como los legos tienden a creer que toda investigación médica es naturalmente buena y positiva.
—Fantástico —dijo Curran—. Es como un automóvil lanzado a ciento sesenta kilómetros por hora en una autopista, sin conductor.
—Creo que esa es la mejor comparación que he oído jamás.
—Oh, bueno. —El detective se encogió de hombros—. Por lo menos podremos ajustar las cuentas al PBS. Los autos de acusación se presentarán muy pronto. Por supuesto, en este momento todos están en libertad bajo fianza. Pero, ahora que el caso ha salido a la luz, los ejecutivos se dedican a apuñalar a sus compañeros por la espalda e intentan hacer un trato con la justicia. Parece que nuestro amigo Hayes originalmente se puso en contacto con un individuo de apellido Ingelbrook.
—Ingelbrook. Es uno de los vicepresidentes del PBS —explicó Jason—. Creo que está al frente de las finanzas.
—Sí —confirmó Curran—. Al parecer Hayes se entrevistó con él con el fin de conseguir capital para formar una compañía.
—Ya lo sé —dijo Jason.
El detective lo miró fijamente.
—¿De modo que lo sabía? ¿Y cómo se enteró, doctor Howard?
—No tiene importancia. Siga.
—Sea como fuere, Hayes debió de decir a Ingelbrook que estaba a punto de descubrir una suerte de elixir de la juventud.
—Es decir, un anticuerpo del factor liberador de la hormona de la muerte —añadió Jason.
—Un momento. Me parece que es usted quien debería explicarme a mí de qué se trata, y no al revés.
—Lo lamento —dijo Jason—. Por fin todas las piezas comienzan a encajar. Por favor… continúe.
—Y al parecer a Ingelbrook le resultó más atractiva la hormona de la muerte que el elixir de la juventud —prosiguió Curran—. Hacía tiempo que se devanaba los sesos para encontrar la forma de reducir los gastos del PBS. De momento sólo seis personas están implicadas en la conspiración, pero tal vez haya más. Son responsables de haber eliminado a muchos pacientes que, en su opinión, representaban un gasto adicional y un lastre para la institución. Bonita forma de pensar, ¿no le parece?
—Así pues, los mataron —intervino Carol, horrorizada.
—Bueno, se engañaban diciéndose que se trataba de un proceso natural —dijo Curran.
—Una buena excusa para el asesinato; al fin y al cabo todos hemos de morir —comentó Jason con rencor. Por su mente desfilaron los rostros de sus pacientes recientemente fallecidos.
—Sea como fuere, es el fin del PBS —afirmó Curran—. Aparte de los cargos criminales, se enfrentan a infinidad de juicios por negligencia profesional. Así pues, creo que debería empezar a buscar trabajo en otra parte.
—Sí, tiene razón. —Luego, mirando a Carol, Jason añadió—: Carol está a punto de terminar sus estudios de psicología clínica. Nos planteamos la posibilidad de abrir juntos un consultorio. Creo que me apetece volver a la práctica privada de la medicina.
Basta de corporaciones por un tiempo.
—Buena idea —replicó Curran—. Así podré hacer que me arreglen la cabeza y el corazón en el mismo lugar.
—Puede ser nuestro primer paciente.