De todas las tiranías que afligen a la humanidad, la tiranía de la religión es la peor. Todos los demás tipos de tiranías se limitan al mundo en que vivimos. Pero esa tiranía quiere ir más allá de la tumba y pretende perseguirnos en la eternidad.
THOMAS PAINE
Juan Bautista Pamphili, nacido en Roma el 6 de mayo de 1574, pertenecía a una poderosa familia de la nobleza. Tras terminar sus estudios de derecho, se ordenó sacerdote, lanzándose a una vertiginosa carrera eclesiástica hasta la cumbre: el pontificado. Gregorio XV lo destinó de nuncio a Nápoles; Urbano VIII lo envió a Francia y España, hasta que el 30 de agosto de 1627 fue nombrado cardenal in pectore. En el cónclave que se reunió tras la muerte de Urbano VIII, la mayor parte de los cardenales estaban agrupados en el sector hispano-austríaco y en el sector francés. El 14 de septiembre de 1644, el cónclave eligió al cardenal Pamphili, de setenta años, como nuevo papa; adoptaría el nombre de Inocencio X[303]. El gran pintor Diego Velázquez hizo en 1650 un magnífico retrato suyo, tan realista y veraz, que el propio papa llegó a decir de forma despectiva, «demasiado real». Así era Inocencio X. «Cuando entró en las estancias papales se dejó influir por una malvada y temeraria mujer que se hizo sentir dentro de los muros vaticanos», escribe un cronista de la época. Esa mujer se llamaba Olimpia Maidalchini.
El vínculo entre Inocencio y Olimpia iba más allá de una simple relación entre cuñados. Olimpia, ahora viuda, había estado casada con el hermano mayor del pontífice. Von Pastor, en su Historia de los Papas, escribe: «La desgracia del papa Pamphili fue que el único miembro de su familia que poseía las cualidades necesarias para ocupar aquel cargo era una mujer». Los ciudadanos romanos comenzaron a repetir una frase que se haría muy popular durante los once años que duró el pontificado de Inocencio. Olim-pia nunc impia[304]. Lo cierto es que la relación entre el papa y Olimpia era mucho más íntima que la de simples cuñados, y es que Inocencio no era un gran defensor del celibato. Se dice que durante su etapa como nuncio papal en Nápoles, a las órdenes del papa Gregorio XV, «realizó ejercicios propios de un caballero y se rindió a los placeres del amor»[305].
A los pocos días de su elección, Inocencio X comenzó a ejercer un nepotismo sin precedentes. Nombró cardenal a Camilo Pamphili, el hijo mayor de Olimpia, y dejó prácticamente el gobierno de la Iglesia en sus manos. El problema surgió cuando Camilo renunció a la púrpura el 21 de enero de 1647 para poder contraer matrimonio con Olimpia Aldobrandini de Borghese, bisnieta del papa Clemente VIII y viuda de Paolo Borghese, sobrino nieto del papa Pablo V.
Pero ¿quién era realmente esta mujer, amante del papa, que actuaba como una primera dama, que firmaba decretos papales, que organizaba simonías, que vendía beneficios y que organizaba ascensos y defenestraciones incluso en el mismo colegio cardenalicio? Olimpia Maidalchini era una especia de madame Pompadour en la corte papal de Roma. Su influencia sobre Inocencio X fue más grande incluso que la de la propia Pompadour sobre el rey Luis XV o la de Françoise d'Aubigné, más conocida como madame de Maintenon, sobre Luis XIV. La bella Olimpia era hija de Sforza Maidalchini, capitán de la milicia, y de Vittoria Gualtieri. Su padre, de extracción humilde, veía en su hermosa hija una oportunidad de emparentarla con una importante familia, aunque antes debía estar preparada para ello. Sus padres la recluyeron en un convento, pero a los pocos días escapó, poniéndose bajo la protección de sus tíos. Su confesor, un monje agustino, intentó presionarla para que adoptase los hábitos. Cansada de las continuas presiones y con el fin de escapar de los largos sermones de su padre confesor, Olimpia acusó al monje de haber violado el secreto de confesión revelando sus intenciones a sus padres. Por orden del Tribunal de la Inquisición, el monje agustino fue detenido, encarcelado y enviado seis meses al exilio fuera de Roma. Años más tarde, cuando Olimpia Maidalchini era ya la favorita del papa, hizo llamar al monje a su presencia y tras recordarle sus presiones para servir a la Iglesia, la poderosa mujer hizo que el papa nombrase obispo a aquel pobre hombre[306].
Olimpia prefirió evitar los conventos y contraer matrimonio con un rico comerciante de Viterbo, quien tuvo la buena obra de dejarla viuda en muy poco tiempo y heredera de una pequeña fortuna. A pesar de la reducida educación a la que la sometieron sus padres, Olimpia decidió leer todos los libros que encontraba a su alcance. Erudita, perspicaz, amante de la música, inteligente conversadora, ágil analista política y con una gran belleza, Olimpia produjo una gran impresión en el hijo mayor del príncipe Camilo Pamphili. Tras una boda con gran boato, al más puro estilo de la nobleza romana, Olimpia se convirtió en madre de tres hijos, pero estaba claro que no era una mujer para quedarse encerrada en casa. Ella aspiraba a más, mucho más, y sus sueños de ambición iban a cumplirse cuando su cuñado, Juan Bautista, el segundo hijo del príncipe Pamphilio, asumió la carrera eclesiástica.
El papa Urbano VIII nombró a Juan Bautista Pamphili cardenal del sacro colegio el 30 de agosto de 1627. A la muerte de Urbano VIII, el cónclave volvió a reunirse para elegir a un sucesor. Se cuenta incluso que cuatro años antes de dar comienzo el cónclave en el que sería elegido sumo pontífice, Olimpia Maidalchini consultó con una famosa astróloga de Roma para saber el destino de su amigo, cuñado y futuro amante, el cardenal Pamphili. La astróloga respondió a Maidalchini que a la edad de setenta años, el cardenal se convertiría en el hombre más rico y poderoso de la Iglesia. Cuando el cardenal Juan Bautista Pamphili celebraba su setenta cumpleaños, su cuñada Olimpia Maidalchini le aseguró que ese mismo año sería elegido pontífice máximo de la Iglesia. En la mañana en la que debía entrar en el cónclave, antes de salir del palacio Pamphili, la bella Olimpia dijo a su cuñado: «Tal vez, la próxima vez que nos veamos, tú serás papa», a lo que el todavía cardenal respondió: «Si ello sucediese, yo ordenaría de forma inmediata que tú debías compartirlo conmigo»[307].
Olimpia Maidalchini, amante de dos papas.
Existía la tradición romana de que cuando un cardenal era nombrado papa, los ciudadanos marchaban en peregrinación hasta el palacio del cardenal elegido y realizaban una donación en monedas de oro. La mayor parte de los pontífices entregaban esta cantidad recaudada a obras sociales o a los pobres de la ciudad, pero el papa Inocencio X decidió entregar el donativo, cercano a las quince mil coronas de oro, a su cuñada Olimpia Maidalchini.
Inocencio X (1644-1655) tuvo dos amantes durante su papado.
Durante sus años como cardenal, su cuñada era vista constantemente en sus estancias, llegando a convertirse en objeto de las habladurías de Roma. «Cómo esa mujer podía desdeñar a un guapo príncipe [su esposo] por un feo cardenal de la Iglesia [su cuñado]», decían los romanos. La diferencia entre uno y otro era que el príncipe jamás consultó materias importantes con su esposa, mientras que el cardenal Pamphili sí lo hacía. Durante su estancia como nuncio papal en la corte de Madrid, Juan Bautista escribió una carta a Olimpia: «Mi querida cuñada: mis negociaciones en España están muy lejos de ser las que llevaba a cabo en Roma. Aquí yo estoy privado de tu valioso consejo»[308].
En poco tiempo, Olimpia Maidalchini se convirtió en una de las personas más poderosas que rodeaban al sumo pontífice, a pesar de que ni siquiera se le permitía mantener una conversación a solas con él. Todas las comunicaciones y órdenes se realizaban a través del hijo de Olimpia y sobrino del papa, el cardenal Camilo Pamphili. Lo cierto es que Olimpia veía a su hijo como un futuro secretario de Estado cuando desapareciese el cardenal Panciroli, pero el joven cardenal estaba más preocupado por la construcción de un gran palacio en Roma que por intentar comprender los asuntos de Estado de la Iglesia.
Camilo, educado en la más firme tradición de la nobleza italiana, apreciaba más la música, la literatura, la pintura o la arquitectura que las cuestiones diplomáticas, políticas y económicas de los Estados Pontificios. Finalmente, en enero de 1647, Camilo Pamphili, el correo secreto entre Inocencio X y Olimpia Maidalchini, renunció al cardenalato para poder contraer matrimonio con Olimpia Aldobrandini, la bella sobrina de Clemente VIII, princesa de Rossano y viuda de Paolo Borghese. Aquello suponía una nueva traba en las relaciones entre la poderosa Olimpia e Inocencio X[309].
Olimpia Aldobrandini de Borghese había mostrado su interés en construir un palacio con grandes jardines que el mundo debía admirar. La princesa de Rossano era joven, culta, bella, de noble carácter, de moral intachable e inmensamente rica y, por tanto, con suficiente poder como para luchar por el amor del hasta entonces cardenal Camilo Pamphili Maidalchini. Pronto, la sociedad romana comenzó a murmurar sobre el amor entre una princesa y un cardenal, y los rumores llegaron a oídos de Olimpia Maidalchini y del papa Inocencio X. Ambos estaban furiosos con Camilo, a quien definían como un «colegial enamorado». Olimpia decidió entonces convocar a Olimpia Aldobrandini en el palacio papal con la intención de convencerla para que renegase del amor por su hijo. Si no lo hacía, la propia Olimpia informaría de su relación al príncipe de Parma, prometido de la joven. Antes de que esto sucediese, Aldobrandini se plantó ante el noble y le reveló su historia de amor con Camilo, acabando así con cualquier artimaña que Maidalchini pudiese hacer para evitar la relación con su hijo, el cardenal. Finalmente, Camilo Pamphili se rebeló contra el papa Inocencio X y contra su madre, y devolvió el capelo cardenalicio el 21 de enero de 1647. Poco después contraería matrimonio con Olimpia Aldobrandini de Borghese[310].
Olimpia Maidalchini era una mujer, y como tal sabía que su nueva nuera podría convertirse en una peligrosa enemiga y rival, si ella se lo proponía. El papa Inocencio había demostrado en varias ocasiones su forma de pensar sobre la joven Olimpia y su interés en tenerla cerca de Roma. Olimpia Maidalchini, con la astucia que la caracterizaba, convenció al papa para que exiliase a la joven pareja fuera de Roma, bajo la acusación de desobediencia al sumo pontífice. De esta forma, Maidalchini se quitaba de en medio a una peligrosa rival en el corazón del papa, aunque para ello tuviese que renegar de su propio hijo[311].
El papa confirió entonces el capelo cardenalicio a Francesco Maidalchini y a Camilo Astalli, ambos familiares de Olimpia, con el fin de que se convirtieran en simples títeres de la asociación Inocencio X y Maidalchini[312]. Sería la propia Olimpia quien recomendaría al papa el nombramiento del cardenal Giovanni Giacomo Panciroli como secretario de Estado y responsable de la Santa Alianza, los servicios de inteligencia papales. Ya el papa Urbano VIII había preferido que el espionaje pontificio y la política de la Iglesia católica fuesen de la misma mano[313]. A través de Panciroli, Olimpia Maidalchini controlaba los resortes de la Santa Alianza de forma oficiosa. No solo asistía secretamente a las audiencias del papa Inocencio X con su fiel secretario de Estado, sino que incluso decidía qué operación debía llevarse a cabo y cuál no.
Desde comienzos de 1651, tras la muerte del cardenal Panciroli, Olimpia Maidalchini mantuvo, no sin ciertos problemas, el control sobre el papa. Inocencio X había nombrado como sustituto de Panciroli al cardenal Fabio Chigi —futuro Alejandro VII—. Chigi deseaba hacerse con las riendas del aparato de poder en el Vaticano y Maidalchini era una importante traba para ello[314]. Los rumores sobre la relación amorosa entre el papa Inocencio X y Olimpia Maidalchini afectaban al buen funcionamiento de la Iglesia. Varios nuncios papales se habían hecho eco de los comentarios sarcásticos que sobre esa relación se hacían en las cortes europeas.
El clero católico de Inglaterra se veía obligado a tener que aguantar las burlas y sornas de los protestantes sobre el papa católico y su amante Maidalchini. En Londres, una comedia titulada El matrimonio del Papa, y representada ante Oliver Cromwell, lord protector de Inglaterra, mostraba a un pontífice travestido y sacrílego, mortificando a la ciudad de Roma. El actor que representaba al papa mostraba una careta de hombre —Inocencio X— y otra de mujer —Olimpia Maidalchini—, mientras conversaba consigo mismo, mostrando una cara u otra.
En algunas entradas de iglesias, para mostrar su indignación, los fieles habían borrado el nombre de Inocencio X, grabado tras las palabras Pontífice Máximo y escrito el nombre de Olimpia Maidalchini, para escándalo de las autoridades eclesiásticas. Los agentes papales habían conseguido incautar en algunas zonas de Roma y Florencia unas monedas de metal, fabricadas de forma clandestina, en las que en una cara aparecía el rostro de Inocencio X, y en el reverso, el rostro de Maidalchini tocada con una tiara pontificia y a quien ya muchos conocen como la papisa Olimpia[315]. Inocencio X, para intentar acallar los rumores, tomó la decisión irrevocable, por recomendación de Chigi, de prohibir públicamente el paso a los palacios y estancias papales a su cuñada Olimpia Maidalchini, pero esta situación no duraría mucho. Durante este tiempo el lugar de Maidalchini en el lecho papal, fue ocupado por su gran enemiga, su nuera Olimpia Aldobrandini de Borghese, princesa de Rossano[316].
A principios de diciembre de 1654, la salud del papa fue deteriorándose gradualmente hasta obligarle a permanecer en cama durante todo el día. Inocencio X decidió llamar entonces a su cuñada junto a su lecho para que permaneciese junto a él. Durante las semanas siguientes, Olimpia Maidalchini actuó como una especie de papa en funciones. Los cardenales y prefectos que deseaban hablar con el pontífice debían antes pedir audiencia a Maidalchini. Esta recibía las preguntas y después se las transmitía al papa moribundo. Muchas veces incluso, ni siquiera se las transmitía al pontífice, sino que era ella misma quien respondía o daba órdenes concretas sobre asuntos eclesiásticos o nombramientos. Normas y edictos de la Iglesia eran rechazados o aprobados por Olimpia Maidalchini sin ser ratificados por Inocencio X. La poderosa cuñada del papa utilizaba el anillo pontificio con el sello de este y lo estampaba en el documento en cuestión.
En la noche del 7 de enero de 1655 moría Inocencio X a los ochenta y un años de edad. Esa misma noche, los sirvientes de Olimpia Maidalchini trasladaron en secreto la mayor parte de sus pertenencias a su palacio de Roma. Tapices, muebles, valiosos arcones, alfombras y cuadros, incluido el famoso retrato que el pintor Diego Velázquez realizó al pontífice cinco años antes de su muerte, fueron sacados del Quirinal. La poderosa Olimpia tenía miedo de que el nuevo pontífice surgido tras el cónclave, le impidiese sacar sus pertenencias de las estancias vaticanas[317].
Tras cuatro meses de cónclave, el 7 de abril de 1655 el cardenal Fabio Chigi fue elegido papa; adoptaría el nombre de Alejandro VII. El nuevo pontífice era un hombre muy tímido, pero con una clara habilidad para la diplomacia. Contrario al nepotismo practicado por su antecesor, Alejandro VII prefería tomar él mismo las decisiones tras consultar con expertos en cada materia. Con el ascenso de Alejandro VII al trono de Pedro, los ciudadanos romanos comenzaron a pedir cuentas a Olimpia Maidalchini, reclamando la devolución de los bienes de la Iglesia y de Roma adquiridos de forma fraudulenta. Se dice que este papa tuvo a bien convertir a Olimpia en su amante, pero temía más a los disturbios que a la propia Olimpia. Debía proteger a Olimpia Maidalchini y a su familia, una condición que le había sido impuesta por los cardenales Antonio Barberini y Decio Azzolini en el cónclave del que salió elegido papa[318].
Alejandro decidió entonces que lo mejor era que Maidalchini se retirase de la vida pública definitivamente y, a ser posible, lo más lejos de Roma. Así le fue comunicado por el cardenal Rospigliosi. En clara obediencia a las órdenes dictadas por Alejandro VII, la todavía poderosa Maidalchini aceptó todas las reclamaciones y se retiró a su residencia en Roma rodeada de todo aquello que fue y que ya no era. Pero un azote de Dios atacaría a la ciudad eterna: la peste. La plaga llegó procedente de Cerdeña y Nápoles y rápidamente fue diezmando la población, incluidos muchos de los enemigos de Olimpia Maidalchini. Los tribunales fueron clausurados, en muchos de los cuales se preparaban procesos contra la que había sido una de las mujeres más poderosas de la Roma papal. En la oscuridad de la noche y acompañada por su hijo y varios sirvientes, Maidalchini huyó de la ciudad eterna rumbo a Viterbo, que todavía no había sido infectada por la peste. Pero para muchos de sus enemigos, la plaga era un castigo de Dios por sus abusos durante los años que ejerció como papisa.
Una mañana, la plaga llegó a Viterbo y golpeó la puerta del palacio de Olimpia Maidalchini. Varios de sus sirvientes murieron, pero la poderosa mujer no se resistía a perecer, conque escapó a San Martino sin saber que la peste ya había penetrado en su cuerpo[319]. Con el paso de los días, Maidalchini sufrió de fiebre muy alta, y su ingle y axilas se le hincharon debido a que la enfermedad atacaba sus ganglios linfáticos. A las pocas horas, Olimpia Maidalchini comenzó, entre delirios y sudor, a ver fantasmas y a escuchar la voz de su cuñado muerto, Inocencio X, que venía a reclamar su alma para el diablo. Tras entrar en coma, murió después de una terrible agonía a los sesenta y cuatro años de edad. Era el 26 de septiembre de 1657.
Su hijo, ayudado por dos fieles sirvientes, transfirió secretamente el cuerpo desde San Martino a Roma. Cuando iban a introducir el cadáver en un sencillo y humilde ataúd, la cabeza de Maidalchini cayó por la inercia hacia delante quedando su boca abierta. Al apoyarla hacia atrás, el hijo vio cómo de su boca caían cuatro valiosos diamantes. Olimpia Maidalchini temía que durante su largo reposo, algún ladrón pudiese violar su cuerpo, de manera que decidió introducirse las cuatro piedras en el interior de la boca para pagar al supuesto ladrón de tumbas. Estaba claro que moría como había vivido: egoísta, avariciosa y odiada por todos[320].
Con su muerte se cerraba una de las etapas más oscuras pero también una de las más interesantes en la historia del papado. Desaparecía una de las mujeres más poderosas de toda la historia de la Iglesia católica y la única a la que se le permitió participar en los consejos cardenalicios y tomar parte en sus deliberaciones. En una sociedad de corruptos como era la Roma del siglo XVII, una mujer avariciosa, ambiciosa y peligrosa como Olimpia Maidalchini se encontró con un poder inusitado utilizando únicamente su habilidad femenina para manejar el poder masculino a través del sexo.
El papa Alejandro VII moriría en Roma el 22 de mayo de 1667, a los sesenta y nueve años. Fue sepultado en el suntuoso mausoleo que Bernini le había construido en la basílica de San Pedro.
El 20 de junio de 1667 es escogido como nuevo papa el cardenal Giulio Rospigliosi, de sesenta y siete años; adoptaría el nombre de Clemente IX. Nada más ser elegido pronunciaría las famosas palabras que pondrían el punto final al nepotismo papal: «Clemente para todos, menos para sí y los suyos»[321].
Clemente, a diferencia de Alejandro VII, sentía una enorme simpatía por Cristina de Suecia, con quien solía almorzar en la soledad de sus estancias papales. Su relación fue tan estrecha que se dice que incluso llegó a pasar las noches en sus estancias junto a la reina sueca. Las malas lenguas afirman que Clemente IX estaba enamorado de Cristina, un arma que esta utilizó para promover a intelectuales y artistas cercanos a ella, como el erudito Leo Allatius, que fue nombrado custodio de la biblioteca vaticana; al jesuita, orientalista y políglota alemán Athanasius Kircher; al astrónomo e ingeniero italiano Giovanni Cassini; o al arquitecto Gian Lorenzo Bernini, ya en sus últimos años, al que encargó la finalización de la columnata de la plaza de San Pedro y la decoración del puente de Sant'Angelo con las diez monumentales estatuas[322].
Inocencio XI era famoso por su rigorismo. Meticuloso, reservado, ahorrador y contrario al lujo y al nepotismo, este papa haría poco gasto en cuanto a arte se refiere.
El cardenal Antonio Pignatelli saldría escogido papa en el cónclave más largo del siglo XVII. Cinco meses tardaron en elegir a Pignatelli nuevo sumo pontífice. Su primera medida fue la de cortar de cuajo cualquier intención de nepotismo por los papas que le sucediesen en el cargo. Para ello lanzó una bula el 20 de junio de 1692, Romanum decet Pontificem. Tras hacer jurar a los treinta y cinco cardenales del sacro colegio, la hizo pública. En ella se prohibía severamente a los papas venideros conceder honores, cargos públicos, pensiones o propiedades de la Iglesia a hermanos, sobrinos y demás parientes, o enriquecerlos a costa de la Iglesia por motivo de parentesco. Al día siguiente se suprimió el cargo de cardenal nepote. Este papa rigorista ordenó encarcelar a cuatro nobles damas de Roma al enterarse de que habían jugado a las cartas durante una fiesta religiosa; ordenó a los religiosos ser más decentes en su vida y en sus sermones; ordenó pintar los pechos de la Madonna, obra del pintor italiano Guido Reni, «por ser demasiado turgentes»; ordenó el cierre de teatros y tabernas; y prohibió la presencia de mujeres en los escenarios, y se las reemplazó por castrati[323]. Los ciudadanos romanos terminaron por bautizar a Inocencio XII, como el Papa No[324]. Inocencio XII moriría el 26 de septiembre de 1700, a los ochenta y cinco años de edad.
Su sucesor fue el cardenal Juan Francisco Albani, quien sería elegido papa el 23 de noviembre de 1700; tomaría el nombre de Clemente XI. El pontífice, de cincuenta y un años, era alegre, culto y jovial. Dominaba varias lenguas y se distinguía por sus dotes literarias y de gran orador, pero una catástrofe sucedida en 1703 iba a ponerle en un grave aprieto. Un gran terremoto sacudió Roma, provocando un desbordamiento de las aguas del Tíber. Aquello dejó sin hogar a cientos de miles de personas. Inocencio ordenó entonces que se diese asilo en iglesias y monasterios a las viudas y jóvenes que habían perdido todo. Aquello introdujo nuevamente el sexo en el interior de los edificios religiosos. Muchas quejas de fieles se sucedieron durante ese año, debido a que algunos sacerdotes exigían sexo a cambio de techo y comida. El papa, aconsejado por su secretario de Estado, el cardenal Paolucci, ordenó entonces que todas las mujeres debían abandonar de inmediato las iglesias y monasterios y mudarse a casas financiadas por el propio Vaticano. Así se alejaba la tentación de los curas.
Con el fallecimiento de Clemente XI, el 19 de marzo de 1721, moría el último papa en practicar el nepotismo. Clemente XI había otorgado, en 1711, la púrpura cardenalicia a su sobrino Anibale Albani.
La llegada del cardenal Pedro Francisco Orsini a la cátedra de Pedro, el 29 de mayo de 1724, provocaría uno de los grandes escándalos en la historia del papado. Como Benedicto XIII, dejó el poder de la Iglesia en manos de su secretario, el corrupto cardenal Niccolò Coscia, que ejerció sobre el papa una influencia nefasta[325]. A pesar de las serias protestas por parte del colegio cardenalicio, el papa le concedió la púrpura cardenalicia y le confirió una posición similar al del antiguo cardenal nepote. Cometió desfalcos en la cámara apostólica; vendió sus favores a diferentes gobiernos extranjeros en contra de los intereses de la Santa Sede; y cometió simonía, vendiendo perdones papales a los más poderosos de Europa. Mientras el resto de cardenales mostraban a Benedicto XIII las pruebas de sus delitos, el pontífice aseguraba que esas eran «solo calumnias».
El sucesor de Coscia como secretario papal sería Nicolás de Clemanges, quien reconocía que los frailes de esa época eran justo lo contrario de lo que debían ser, «pues en la celda y el convento, la lectura y la oración, la regla y la religión, son para ellos lo más aborrecible que había»[326]. Otro teólogo cercano a Benedicto XIII, escribiría:
Bastante malo es ya lo que se ve a la luz del día. El sentido del pudor me impide reflejar el modo de vida de las monjas. Las esposas de Dios son reclutadas por los nobles y las relaciones sexuales entre príncipes y monjas tienen una gran tradición. En la mayor parte de los conventos, los viajeros disfrutan de una hospitalidad como la que puede encontrarse en cualquier burdel. Muchos conventos son antros de corrupción en toda regla y a veces son convertidos en casas de placer[327].
Sería su sucesor Clemente XII quien condenaría al corrupto cardenal Coscia. Nada más fallecer Benedicto XIII, Coscia y sus amigos huyeron de Roma, pero al llegar a las puertas de la ciudad, la Guardia Suiza prohibió al religioso atravesarlas debido a que tenía que formar parte del cónclave para elegir a un sucesor del que hasta entonces había sido su protector. Curiosamente, durante una de las votaciones del cónclave, apareció el nombre de Niccolò Coscia en una de las papeletas provocando las protestas del resto del colegio cardenalicio[328].
Clemente XII fallecería el 6 de febrero de 1740, a los ochenta y siete años. Le sucedió un amante de la literatura erótica, el cardenal Próspero Lambertini, quien el 16 de agosto de 1740 sería elegido nuevo papa, bajo el nombre de Benedicto XIV. El cónclave había durado seis meses.
El futuro papa tenía fama de ser un buen canonista, amante de las letras, un gran conocedor de la historia de la Iglesia y de la literatura humanista, pero también de ser un gran aficionado y coleccionista de las obras eróticas de François Rabelais. Un embajador francés ante el Vaticano escribió a su monarca, Luis XV: «[…] el cardenal [Lambertini] conoce algunas historias muy buenas sobre mujeres y cortesanas con las que he disfrutado mucho»[329].
Después de la muerte del jovial Benedicto el 3 de mayo de 1758, ocupó la silla de Pedro el intolerante cardenal Carlo Rezzonico, quien tras ser elegido papa el 6 de julio asumiría el nombre de Clemente XIII. Este papa era la antítesis de su predecesor. No era culto, ni sabio, ni siquiera tenía talento para gobernar la Iglesia. Mientras abolía la orden de los jesuitas, ordenó también cubrir todas las estatuas de Roma y las pinturas de desnudos, incluidos los frescos de la Capilla Sixtina. Clemente XIII fallecería a los setenta y seis años, víctima de una apoplejía, el 2 de febrero de 1769. Algunas malas lenguas afirmaron que tras su muerte repentina estaba la larga mano de los jesuitas.
Juan Ángel Braschi sería elegido papa en el cónclave del 15 de febrero de 1775, adoptando el nombre de Pío VI en honor del inquisidor, sádico y santo Pío V. Uno de los delitos por los que se podría condenar a este pontífice sería por haber devuelto al Vaticano el nepotismo. Pío VI permitió a su sobrino levantar el palacio Braschi con dinero de la arcas pontificias. Pero el sexo iba, continuar marcando los escándalos de una época. En diciembre de 1792, el arzobispo de París informaba al papa sobre unas «extrañas asociaciones de flagelantes donde, principalmente mujeres casadas, aburridas del convencionalismo del matrimonio y de la fría indiferencia que por lo general conlleva, han resuelto revivir el éxtasis que experimentaban al principio de su vida conyugal». En cada reunión, seis mujeres de la nobleza se encargaban de flagelar a otras seis mujeres. El castigo se infligía con una gruesa vara «hasta que la piel blanca como la leche se tornaba rojiza». «Estoy seguro de que estos castigos no se hacen como penitencia, sino como un simple y desvergonzado placer sexual», escribía el religioso al pontífice[330].
Aunque el papa condenaba estas prácticas, otros problemas mucho más importantes venían a interrumpir su pontificado. La era napoleónica iba a pasar factura a este papa. En febrero de 1798 fue depuesto, proclamándose la República Romana. Una larga peregrinación por diferentes ciudades le llevaron a los ochenta y un años y ya enfermo a Valence, en la región francesa de Ródano-Álpes. Allí murió de agotamiento el 29 de agosto de 1799, tras veinticuatro años de accidentado pontificado. El cadáver del papa fue introducido en un ataúd de plomo, con una sencilla inscripción que decía: «Nombre: Ciudadano Juan Braschi. Oficio: pontífice»[331].
A la muerte de Pío VI, Napoleón escribió: «La vieja máquina de la Iglesia se deshará por sí sola». Un error de cálculo, ya que llegaba el tiempo de los papas contemporáneos, donde aunque el sexo no continuó marcando la vida privada de los pontífices, sí influyó en la vida política y religiosa del propio papado. La prensa de la época tituló la noticia de la muerte del papa como: «Pío VI y último», pero sin duda se equivocaba también, al igual que Napoleón.