Todo hombre cree que Dios está de su lado.
El rico y el poderoso saben que está del suyo.
JEAN ANOUILH
Juan Pedro Caraffa nació en Caripliglio en 1476. Miembro de una noble familia napolitana, comenzó su carrera eclesiástica de mano de su tío el cardenal Oliviero Caraffa. Nombrado cardenal por el papa Pablo III el 22 de diciembre de 1536, se le designó miembro de la comisión cardenalicia que presentó al pontífice el proyecto de reforma general de la Iglesia, y conocido como Consilium de emendanda Ecclesia. Defensor a ultranza de la ortodoxia, sería uno de los inspiradores de la lucha contra la herejía. Él mismo llegó a afirmar: «Si mi propio padre fuera hereje, yo personalmente apilaría la leña para quemarlo en la hoguera» o que las mujeres eran «criaturas del demonio, dotadas de senos y mohínes insinuantes, solo a los perversos efectos de distraer y tentar a los hombres al pecado». Pablo IV prohibió la presencia de mujeres en todos los pasillos vaticanos durante sus cuatro años de pontificado.
En el cónclave que se reunió el 15 de mayo de 1555, a la muerte de Marcelo II, el cardenal Caraffa no contaba con demasiados apoyos, pero ninguno de los dos partidos importantes tenían un candidato, por lo que el 23 de mayo, los cardenales reunidos eligieron a Caraffa, quien adoptaría el nombre de Pablo IV.
El embajador veneciano Navagero en una carta dirigida a la Serenísima escribe: «Este papa es de un temperamento violento y fogoso. Es demasiado impetuoso en el manejo de los asuntos y no tolera que nadie le contradiga»[281]. Aunque Pablo IV era un papa favorable a la reforma del clero, su pontificado pasaría a la historia por su vergonzoso nepotismo, que utilizó para encumbrar a sus ineptos y corruptos sobrinos. Uno de los principales caballos de batalla de su pontificado sería la libertad sexual que practicaban muchos miembros del clero y la persecución de todo signo de homosexualidad. Pablo IV acusaba a estos de llevar a cabo el acto sexual incluso durante el sacramento de confesión. El papa culpaba a los obispos de someterlos a castigos demasiado leves, por lo que desde ese mismo momento sacerdotes y monjas encontrados culpables de violar el celibato serían tratados como herejes, y como herejes serían condenados a la hoguera.
Una vez que la Inquisición asumía las obligaciones de guardianes de la moral eclesiástica, una comisión cardenalicia debía establecer qué era pecado y qué no. Uno de los ejemplos impuestos por estos cardenales sería la curiosa ley que establecía que si una mujer joven y hermosa se desmayaba en plena confesión y esta era violada o sodomizada por el cura en cuestión, entonces técnicamente el religioso no habría mantenido relaciones sexuales con ella y, por tanto, no sería castigado. Se entendía que la mujer, al estar desmayada, no habría incitado al religioso. También Pablo IV se preocupó de imponer normas a los flageladores. A sus oídos habían llegado historias de flageladores que obligaban a las más jóvenes penitentes a desnudarse por completo para fustigar sus nalgas. El papa les hizo firmar un documento en el que debían prometer ante Dios que aquello no les provocaba la menor excitación sexual. Claro está, todos firmaron. El grupo de inquisidores elevó un escrito al papa en el que en parte intentaban disculpar a los jóvenes religiosos, debido a que para todo hombre joven privado del sexo desde su más tierna infancia para dedicarse a la religión, el sentarse en la oscuridad y escuchar cómo una joven hermosa confesaba sus pecados carnales «era más de lo que todo hombre podía soportar»[282].
A diferencia de sus predecesores, amantes del sexo, el lujo, pero también de las artes y las letras, Pablo IV decidió crear en 1557 el Index Librorum Prohibitorum[283]. Miles de obras de autores como Boccaccio, Rabelais, Maquiavelo, Guicciardini, Dante y muchos otros fueron incluidos en el Índice y destruidas. Un cronista luterano llegó a decir que si se hubiera tenido que prohibir toda la literatura contraria a la castidad, el papa se habría visto obligado a censurar las obras de monseñor Giovanni della Casa y su loa a la sodomía, o los cuentos eróticos del cardenal Bembo.
También este papa pasaría a la historia por haber sido el hombre que inspiró a Adolf Hitler, amante como Pablo IV de quemar libros y matar judíos. A Pablo IV se debe la frase: «Porque es insoportablemente irrespetuoso que en la más sagrada fiesta estemos siguiendo las costumbres de los judíos. De ahora en adelante no tengamos nada en común con esa odiosa gente»[284]. Fue idea del cardenal Carlo Caraffa, el corrupto sobrino del papa, obligar a los judíos a portar un sombrero amarillo para poder así distinguirlos de los cristianos. Por vez primera en los Estados Pontificios se obliga a los judíos a recluirse en guetos. Antes de ingresar en ellos se les presionaba a traspasar voluntariamente sus propiedades a cristianos.
«Dios tuvo a bien enviar a este papa a los infiernos el 18 de agosto de 1559», escribió un cronista. Cuando se conoció la noticia de su fallecimiento, estallaron en Roma violentos disturbios contra Pablo IV por los sufrimientos que tuvieron que soportar con la Inquisición. El populacho atacó el edificio que albergaba el Tribunal y las celdas del Santo Oficio y derribaron la estatua del papa levantada en el Capitolio. Las gentes de Roma deseaban hacerse con el cadáver de Pablo IV para arrastrarlo por las calles y tirar sus restos al Tíber, pero la noche antes un guardia personal consiguió enterrarlo, sin ningún tipo de boato, en la cripta de la iglesia de Santa María sopra Minerva[285].
El sucesor del papa inquisidor sería el cardenal Juan Ángel Medici, nacido en Milán el 31 de marzo de 1499, y sin ninguna relación con la famosa familia florentina. El cónclave en el que fue elegido duró cerca de dos meses, sin encontrar un candidato de consenso entre las tres grandes facciones: los franceses, los españoles y la encabezada por el corrupto cardenal Carlo Caraffa. Finalmente se decidió nombrar al cardenal Medici, el cual había estado largo tiempo alejado de Roma, al no compartir la política del fallecido Pablo IV. El nuevo papa adoptaría el nombre de Pío IV.
A pesar de ser un gran defensor de la reforma de la Iglesia, no pudo evitar caer en el nepotismo, nombrando cardenales a dos de sus sobrinos, Marcos Sittich de Altemps y Carlo Borromeo. Una de las primeras cartas que recibió como nuevo pontífice sería del mismísimo emperador del Sacro Imperio, Fernando I de Habsburgo, en el que le pedía que estudiase la posibilidad de permitir a los religiosos contraer matrimonio, «ya que así se comportarían mejor y porque aunque toda carne es corrupta, la corrupción de los religiosos es aún la peor de ellas». El 26 de enero de 1564, Pío IV confirmó los decretos conciliares establecidos en Trento, con la bula Benedictus Deus. En esa confirmación se respaldaba por completo el celibato sacerdotal, ya que se aseguraba «la lealtad del clero y se preservaba así la riqueza de la propia Iglesia». También se volvía a declarar oficialmente que la virginidad y el celibato eran mejores incluso que el matrimonio, «para alcanzar la perfección» y cualquiera que se opusiese a esta norma o no la llevase a práctica sería declarado hereje y, por tanto, condenado a la hoguera. Por supuesto que todos los religiosos y religiosas acataron las normas, por lo menos de puertas para afuera de monasterios, abadías y conventos. Otra cosa era de puertas para adentro.
Pío IV murió el 9 de diciembre de 1565. Su sustituto fue el cardenal e inquisidor Miguel Ghislieri, quien, tras ser elegido papa el 7 de enero de 1566, adoptaría el nombre de Pío V. Se dice que cuando fue nombrado por el papa Pablo IV, gran inquisidor de Roma en 1551, el futuro Pío V ya tenía tres hijos de una mujer que había sido su amante cuando ejerció de inquisidor en Como y Bérgamo. Allí se ganaría el sobrenombre del Verdugo de Bérgamo, por la cantidad de herejes y no herejes que llevó a la hoguera y a las lúgubres salas de tortura del Santo Oficio[286]. Desde el momento en el que fue elegido sumo pontífice, la vida privada de Pío V fue objeto de murmuraciones. Se dice que abandonó el sexo y las mujeres cuando fue nombrado general de la Inquisición de Roma y desde ese mismo momento su única dedicación fue convertir el libertino Vaticano en un santo y célibe monasterio. Por ejemplo, se narra que estuvo a punto de excomulgar a todos los cocineros papales al descubrir que estos habían puesto carne de pollo en un caldo que él debía comer en uno de los días de ayuno[287]. Otra de las medidas que adoptó fue el atajar «la gran plaga de prostitutas» con la que se había encontrado en la inmoral Roma. Sus principales asesores fueron los encargados de hacer expulsar de la ciudad a las prostitutas más caras de la ciudad y que curiosamente eran las que servían las necesidades de la misma curia. El Senado de Roma y la mayor parte de las nobles familias protestaron alegando que la prostitución había crecido a la sombra del celibato clerical y que si las prostitutas abandonaban la ciudad, «ninguna mujer decente estaría a salvo de perder su virginidad y su honra». Pero Pío V estaba decidido a limpiar la ciudad de rameras y prostitutas, así que ordenó que todas las mujeres que ejerciesen la prostitución tenían la obligación de contraer matrimonio, o si no serían expulsadas de Roma después de ser azotadas públicamente.
Pío V (1566-1572) tuvo tres hijos cuando era inquisidor en Bérgamo.
Pío V era, sin duda, un guardián de la abstinencia. Prohibió la sodomía en el clero; prohibió a los romanos la entrada en las tabernas; prohibió a los ciudadanos solteros tener sirvientas; prohibió a las monjas tener en el interior de conventos a burros y perros machos, para evitar así los actos de zoofilia; se trató a los homosexuales como herejes y muchos fueron quemados en la hoguera; los hombres encontrados culpables de adulterio eran azotados públicamente; y las mujeres acusadas del mismo delito eran rapadas y ejecutadas en las plazas públicas. Los historiadores coinciden en afirmar que Pío V odiaba in extremis a las mujeres. Excomulgó a la poderosa Isabel I de Inglaterra, acusándola de ser una servidora del vicio, una adoradora del diablo y de haber cometido adulterio hasta en diecisiete ocasiones. Pero no contento con ello, apoyó a la católica reina de Escocia, María Estuardo, e incluso creó el primer servicio de inteligencia del Vaticano, conocido como la Santa Alianza, con el fin de matar a Isabel y colocar en el trono de la hereje Inglaterra a María[288].
Pío V, al igual que su predecesor en el cargo, Pablo IV, convirtió a los judíos en objeto de su odio. No solo los confinó en guetos y les obligó a portar distintivos en su ropa, sino que también les prohibió salir de ellos si no disponían de permiso de la autoridad eclesiástica de la ciudad. Muchos de los judíos, en especial los niños y ancianos, sufrieron de hambre y enfermedades debido a que se impedía el acceso de médicos al gueto. También al santo de Pío V se le debe la norma establecida en 1567, por el que se prohibía enterrar en el mismo lugar a sacerdotes y a sus hijos, o la prohibición a cualquier laico, bajo pena de excomunión, el contraer matrimonio con la hija de un religioso[289]. Pío V falleció en Roma el 1 de mayo de 1572. Este papa sería beatificado en 1672, por orden de Clemente X y canonizado el 22 de mayo de 1712, por designio de Clemente XI[290].
Hugo Boncompagni, sucesor de Pío V, nacido el 1 de enero de 1502, era hijo de una acomodada familia de mercaderes y comerciantes. Después de enseñar derecho en la Universidad de Bolonia, decidió marcharse a Roma para seguir allí la carrera eclesiástica. A pesar de su carácter reservado y dedicado al estudio, no podía negar ser un hijo del Renacimiento. En 1548, siendo ya religioso, tuvo un hijo. Al morir Pío V y gracias al fiel apoyo de Felipe II, Boncompagni sería elegido papa, adoptando el nombre de Gregorio XIII. Se dice que cuando fue escogido sumo pontífice, Boncompagni abandonó a su amante, con la que llegó a tener hasta ocho hijos ilegítimos[291]. Los cronistas de la época escribían: «Debemos tener pruebas tan fehacientes de la hombría del papa, que la sede de Roma ya no tiene más necesidad de usar la silla de juicio»[292].
Gregorio XIII (1572-1585) tuvo una amante y varios hijos bastardos.
Este papa puede ser acusado de nepotista. Destinó seis mil coronas anuales de los fondos vaticanos para su hijo Felipe Boncompagni y entregó el birrete cardenalicio a otro de ellos, Giovanni. Pero mientras Gregorio se preocupaba del boato vaticano, poco le interesó el celibato clerical. El hecho fue que durante los trece años que reinó, los sacerdotes volvieron a admitir a sus concubinas en iglesias y monasterios; las prostitutas pudieron regresar a la ciudad; y se anuló la tasa de concubinato, el impuesto exigido al clero si quería tener una amante viviendo bajo su mismo techo. Lo que Gregorio no quitó fue el impuesto que debían pagar las prostitutas y rameras de Roma a la Iglesia. Las prostitutas eran un gran negocio y el Vaticano deseaba parte de él.
El papa que tenía una gran amistad con Cósimo I de Medici, duque de Florencia y gran duque de Toscana, ordenó sacar del Índice de Libros Prohibidos el Decamerón, de Boccaccio. La obra de este escritor italiano era la favorita de Cósimo I. Por supuesto, Gregorio XIII levantó la censura sobre la obra de Boccaccio tras recibir una fuerte suma de dinero para obras en la Santa Sede por parte de Cósimo de Medici. Fue en esta misma etapa cuando el papa ordenó al censor papal, y posteriormente intelectual al servicio de los Medici, Vincenzo Borghini, que revisase la obra de Boccaccio para así reducir el libertinaje de esta. Borghini lo único que hizo fue convertir a los religiosos libertinos de la obra del genial escritor en laicos. Una vez retocado, el Decamerón pudo volver a ser publicado, esta vez con la bula papal de levantamiento de censura; un certificado de la suprema corte del Santo Oficio y otro del inquisidor general de Florencia. Gregorio XIII moriría el 10 de abril de 1585.
Su sucesor sería Félix Peretti, un monje franciscano de orígenes humildes. Sus años junto al inquisidor, amante de la tortura, sádico y santo, Pío V, convirtió a Peretti en un apasionado perseguidor de la herejía y el vicio. A la muerte de Gregorio XIII, el cónclave eligió el 24 de abril de 1585, a Félix Peretti como nuevo papa, adoptando el nombre de Sixto V. Su primeros objetivos fueron aquellos monjes y amantes de estos que habían lanzado a sus hijas al rentable negocio de la prostitución cuando los pontífices anteriores habían expulsado a las rameras de Roma. Las monjas que se descarriaban eran devueltas al buen camino una vez que habían sufrido la flagelación en sus carnes. Hasta que el látigo no mostraba la primera sangre no se autorizaba el perdón a la monja en cuestión. El papa Sixto V se autonombró encargado de comprobar las cicatrices de las monjas recluidas en conventos cercanos a Roma, todo ello, claro está, sin ánimo sexual. Otro de los objetivos de este papa fueron los malhechores, ladrones y asesinos que campaban a sus anchas por los callejones oscuros de Roma. La policía creada por Sixto V recibió la orden de reprimir el delito con mano dura. A modo de advertencia para otros, cada mañana hacían colgar de los puentes sobre el Tíber las cabezas cortadas de delincuentes y prostitutas ajusticiadas la noche anterior[293].
También el santo padre decidió encargarse personalmente de la gran cantidad de libros obscenos que cada día se editaban en Europa. Para controlar este asunto, Sixto V decidió dividir la congregación del Índice de Libros Prohibidos, en quince comités, cada uno con una función diferente, lo que provocó un gran caso editorial. Mientras un comité aprobaba una obra, otro lo censuraba. Se dieron casos de que mientras en Alemania podían leerse las obras de Boccaccio y no las de Maquiavelo, en Roma podían leerse las de Maquiavelo y no las de Boccaccio. Por ejemplo, en la católica España se llegaron a prohibir varios libros de oraciones porque en muchos de ellos aparecían ilustraciones de una bella santa Úrsula de pechos turgentes acompañada de varias compañeras, mientras eran rodeadas por los hunos de Atila, con espada en mano y con ganas de violarlas. Aquello pareció bastante obsceno al comité español de la congregación del Índice. Sixto V dio también plenos poderes a los comités del Índice y a sus fuerzas policiales para perseguir y castigar a todos aquellos que violasen las censuras del libro.
Por supuesto, las normas y penas no eran imputables a clérigos, obispos, cardenales o incluso, al mismísimo papa, que sí podían leer los libros prohibidos[294]. Se cuenta que, durante el pontificado de Sixto V, la obra del que fuera su amigo de juventud, el escritor y humanista francés François Rabelais, no fue incluida en el Índice de Libros Prohibidos. Ni siquiera los libidinosos escritos que dedica Rabelais a las diferentes caricias en las nalgas, las ciegas relaciones sexuales en baños públicos o a lo conveniente de los monasterios y abadías mixtas. Por cierto, todas las obras críticas o relacionadas con la vida privada y sexual de los pontífices fueron incluidas en el Índice de Libros Prohibidos. Si Pablo VI no hubiera anulado este Índice, seguro que esta obra que usted tiene ahora entre sus manos estaría incluida también en esta lista de libros prohibidos.
Con lo puritano que había sido el papa con toda la cristiandad, lo fue menos con sus propias hermanas. A la muerte de Sixto V, el 27 de septiembre de 1590, dos de ellas eran las mujeres más ricas de Roma. La más pequeña de las dos recibía continuas reprimendas del sumo pontífice debido a la vida libertina que llevaba.
El sucesor de este papa puritano sería el cardenal Juan Bautista Castagna, quien tras el cónclave de 15 de septiembre de 1590, adoptaría el nombre de Urbano VII. Solo duró doce días, debido a que tras su elección se sintió enfermo y falleció poco después. Su herencia fue para la cofradía de la Anunciata, con el fin de que las doncellas vírgenes pudieran disponer de dote. Las malas lenguas de Roma aseguran que Urbano VII tenía pendiente llevar a cabo una importante reforma de la Iglesia, en la que se incluiría el estudio del fin del celibato sacerdotal. Según esta misma leyenda, los sectores más puritanos de la Iglesia acabaron con la vida del papa antes de empezar a llevar a cabo estas reformas.
El sucesor del efímero Urbano VII sería otro papa breve, el cardenal Nicolás Sfondrati, quien tras el cónclave del 5 de diciembre de 1590, adoptaría el nombre de Gregorio XIV. En tan solo diez meses de pontificado Gregorio XIV se dedicó plenamente a ejercer el nepotismo y el nicolaísmo. Entregó la púrpura cardenalicia a su sobrino Francesco Sfondrati. Mientras su salud se deterioraba poco a poco, donó una gran cantidad de tierras —propiedad de la Iglesia— a Francesco. El papa murió el 15 de octubre de 1591.
Alejandro de Medici sería elegido pontífice como León XI. Debido a su fugacidad en el cargo, fue bautizado por los florentinos como el Papa Lampione —papa relámpago—. Aunque era un defensor de la contrarreforma, eso no le impidió ser acompañado hasta el Vaticano por una tal Silvia Garroni, que había sido su amante oficial durante los últimos treinta años de su vida.
El sucesor de este otro papa breve o relámpago sería el cardenal Camilo Borghese, quien tras el cónclave del 16 de mayo de 1605 sería elegido pontífice bajo el nombre de Pablo V. Borghese, que procedía de una noble familia de Siena, era un gran amante de la buena vida y de las mujeres hermosas. A pesar de tener cincuenta y tres años, Pablo V estaba siempre acompañado de concubinas, a las que denominaba camareras de la Virgen. Tampoco tuvo ningún problema en que sus más allegados amigos y colaboradores pudieran tener concubinas. El más famoso de ellos sería el arzobispo de Salzburgo, quien, aparte de tener varias amantes e hijos ilegítimos, ordenó que los religiosos de su arzobispado que quisiesen tener relaciones sexuales con mujeres pudieran hacerlo en una especie de zona de exclusión. Esta zona consistía en un gran círculo alrededor de Salzburgo y establecido a unos nueve kilómetros desde el mismo centro de la ciudad[295]. Pablo V intentó hacer lo mismo en Roma, pero con menor éxito, ya que la mayor parte de los religiosos se negaban a ir tan lejos para fornicar, cuando podían hacerlo en sus propias casas.
Un caso famoso de la época de Pablo V fue el del sacerdote Pietro Leoni di Valcamonica. Vivía en abominable pecado con las monjas confiadas a su cuidado, y que ascendían al número de cuatrocientas. Eran, en su mayoría, jóvenes y hermosas. Dentro de los muros del convento el padre Valcamonica se quitaba la mascara y se convertía en un lascivo tirano. Aprovechaba el confesonario para seducir a las monjas, y cuando se oponían a sus deseos sexuales, las ataba desnudas y las azotaba. Durante el verano, obligaba a las más jóvenes y hermosas a bañarse juntas mientras él admiraba la escena. Finalmente, alguna de las monjas consiguió escapar y denunciarlo al superior. El sacerdote Pietro Leoni sería detenido, expulsado de la Iglesia y ejecutado[296]. Pablo V murió en Roma el 21 de enero de 1621.
El sucesor del papa fallecido sería el cardenal Alejandro Ludovisi, quien adoptaría el nombre de Gregorio XV. Lo cierto es que este pontífice permaneció fiel hasta el final de sus días a la mujer que había sido su amante, desde 1616, llegando incluso a instalarla en las habitaciones papales. Con ella tuvo dos hijos, Nicolás e Hipólita. También y dentro de la más pura tradición papal, ejerció el nepotismo con absoluta destreza. Hizo cardenal a su sobrino, Ludovico Ludovisi, de veinticinco años, encomendándole la dirección de asuntos religiosos; a su hermano Orazio Ludovisi lo nombró general de los ejércitos papales; a su hijo, Nicolás Ludovisi, le dió el cargo de gobernador del castillo de Sant'Angelo; y a su hija, Hipólita, la casó con Giorgio Aldobrandini, sobrino del papa Clemente VIII. El breve pontificado de Gregorio XV finalizó con su muerte, acaecida el 8 de julio de 1623.
Su sucesor sería el cardenal Maffeo Vicente Barberini, que tras ser elegido papa en el cónclave del 6 de agosto de 1623, adoptaría el nombre de Urbano VIII. El nuevo pontífice, de cincuenta y cinco años, era un tipo altivo al que no le gustaba lo más mínimo la oposición. Para evitar esto, se dedicó durante los primeros años de reinado a colocar a todos sus familiares en puestos de responsabilidad dentro de la Santa Sede. En 1623 nombró a su hermano Carlo general de los ejércitos pontificios y duque de Monte Rotondo; el mismo año, Francesco Barberini, hijo de Carlo y sobrino del papa, fue elevado al cardenalato con tan solo veinticinco años; en 1624, Antonio Barberini, hermano del papa, fue nombrado cardenal penitenciario y bibliotecario de la Santa Sede; en 1629 nombró cardenal a Antonio, su otro sobrino, quien asumió también los cargos de legado papal en Aviñón y Bolonia, camarlengo y prefecto de la Signatura; y por fin, a Tadeo Barberini, heredero de la casa Barberini, lo nombró general de los ejércitos, prefecto de Roma, gobernador del castillo de Sant'Angelo y príncipe de Palestrina[297].
Es durante el papado de Urbano VIII cuando surgen casos famosos de adoración al diablo por parte de nobles y religiosos y que fueron investigados por el Santo Oficio. El primero de ellos sería el caso del religioso francés Urbain Grandier. Sacerdote en la iglesia de Sainte Croix, en Loudun, bajo la diócesis de Poitiers. Grandier organizaba orgías en nombre del demonio Asmodeo[298], en las que él mismo violaba y sodomizaba a jóvenes monjas ursulinas. También las hacía mantener relaciones sexuales entre ellas, e incluso algunas eran obligadas por Grandier a mantener relaciones sexuales con una estatua de Asmodeo en la que se erguía un grueso falo. Las acciones de este cura llegaron a oídos de la Inquisición, que ordenó abrir una investigación. La acusación presentó como prueba un documento escrito en latín, de derecha a izquierda y usando como tinta la sangre del religioso, en el que Urbain Grandier hacía un pacto con el diablo por el que se comprometía a entregarle la virginidad, a través de él, de jovencitas y monjas que llegaban hasta la iglesia de Sainte Croix. Detenido, fue encontrado culpable de brujería, y condenado a morir en la hoguera el 18 de agosto de 1634[299].
Otro caso famoso sería el sucedido en 1647, bajo el pontificado de Inocencio X, en el monasterio de Saint Louis de Louvier, en la Normandía francesa. Allí los sacerdotes Mathurin Picard y Thomas Boulle introdujeron las misas negras y las adoraciones al diablo. En estas ceremonias eran ayudados por la hermana Madeleine Bavent, quien se encargaba de reclutar a jovencitas hermosas para asistir a las ceremonias. Durante las misas negras, las jóvenes eran atadas desnudas de pies y manos, mientras los religiosos Picard y Boulle las violaban una vez tras otra en nombre del demonio Dagon[300]. A Boulle le gustaba sodomizar a las jóvenes con un gran pene de bronce y que, según él, era el miembro de Dagon, mientras que Picard las violaba él directamente, alegando ser un discípulo del demonio. Tras ser detenidos, el padre Thomas Boulle declaró bajo tortura algunos de los ritos que llevaban a cabo en la cripta del monasterio de Saint Louis de Louvier. Tanto Boulle como Picard se colocaban la Sagrada Forma en la punta del pene, antes de penetrar a las jovencitas; crucificaron el cadáver de un recién nacido para celebrar una misa negra; un noble y su esposa fueron asesinados mientras observaban la orgía de los dos religiosos. Al ver las escenas de sangre y sexo, alegaron que querían abandonar el lugar. Boulle apuñaló al hombre y desnudó y ató a la mujer a unas argollas de hierro, donde fue violada, torturada y posteriormente asesinada.
El padre Mathurin Picard falleció de un infarto en su celda justo antes de ser juzgado, pero eso no evitó que su cuerpo fuera desenterrado y quemado en una hoguera. El padre Thomas Boulle fue encontrado culpable de brujería y quemado vivo en la hoguera. La hermana Madeleine Bavent fue acusada de complicidad y recluida de por vida en una oscura celda de la Inquisición[301].
A su muerte, Urbano dejaba un mal recuerdo de su reinado a los ciudadanos de Roma, quienes lo acusaban de haberse dejado manipular por sus muchos familiares, a los que nombró para altos cargos de la Iglesia; de haber sido el papa que más subió los impuestos; de haberse comportado como un cobarde y un traidor durante la guerra de los Treinta Años; y de haber condenado a Galileo Galilei al ostracismo más absoluto bajo pena de ser torturado por el Santo Oficio.
Galileo, viejo amigo del papa Urbano VIII, había sido acusado de herejía y de sostener, contra las Sagradas Escrituras, que el Sol era el centro del universo y que permanecía inmóvil, mientras que la Tierra no era el centro del universo y que se movía. El propio Galileo se vio obligado, ante el temor de ser quemado en la hoguera por su viejo amigo Urbano, a aceptar que se había equivocado acerca del movimiento terrestre y de la inmovilidad del Sol, y «[…] que los astrónomos que, de acuerdo con las teorías de la Iglesia, afirmaban que la Tierra no se movía, estaban en lo cierto». Galileo terminó sus años sumido en la más absoluta ceguera, una especie de castigo divino, según él, por haber rechazado sus propias teorías por miedo a la Inquisición. Sin duda, curioso castigo para alguien que fue capaz de elevar sus ojos al cielo y ver lo que nadie había visto hasta entonces[302]. La inmovilidad de la Tierra continuó siendo doctrina de fe en la Iglesia católica durante los tres siglos siguientes, hasta que el papa Juan Pablo II ordenó revisar el juicio a Galileo, pero pensasen lo que pensasen los siguientes veintinueve sumos pontífices sobre la Tierra, eppur si mouve (y, sin embargo, se mueve), como llegó a decir el propio Galileo.
Con la muerte de Urbano VIII, el 29 de julio de 1644, tras veintiún años de pontificado, finalizaba una era de abstinencia papal, en cuanto al sexo se refiere, pero con la llegada de su sucesor, Inocencio X comenzaba una nueva era de sexo y libertinaje, donde las favoritas papales se convirtieron por obra y gracia de su dominio del sexo en poderosas papisas.