6.
LA ERA DE LAS FAVORITAS
(1073-1143)

De todas las plagas que afligen a la humanidad, la tiranía eclesiástica es la peor.

DANIEL DEFOE

Tras la muerte de Alejandro II sería elevado al trono de Pedro un prestigioso laico llamado Hildebrando; tomaría el nombre de Gregorio VII. Aunque el nuevo papa fue elegido el 22 de abril, su ordenación como sacerdote no sucedió hasta mayo, justo un mes después, lo que supone que por primera vez un laico se sentaba en la silla de Pedro. Se dice que este papa, quien tras su muerte sería canonizado, había alcanzado el pontificado «mediante un conjuro». Algún importante cardenal llamaba a Gregorio con el poco cariñoso apelativo de San Satanás y posteriormente, el mismísimo Lutero le definiría como Höllebrand (hoguera del infierno)[137]. Gregorio VII sería el primer papa en excomulgar a un emperador. Exigió a reyes y príncipes «que le besasen los pies en señal de respeto» y envenenó a seis obispos contrarios a sus deseos. Pero si de algo le acusaban sus enemigos era de ser un ateo e hipócrita. Mientras por un lado se mostraba decidido a acabar con los abusos inmorales dentro de la Iglesia, tratando de imponer la prohibición de sus predecesores al matrimonio y al concubinato, por el otro mantenía una concubina, la condesa Matilda de Canossa, una de las más poderosas mujeres de su época. El nuevo papa declaraba abiertamente: «La Iglesia no podrá escapar de las garras de los laicos [los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico], a menos que los sacerdotes escapen primero de las garras de sus esposas»[138].

En el Sínodo Cuaresmal organizado en Roma en el año 1075, Gregorio destituyó a todos los curas casados. Pero su lucha por aplicar el celibato a la fuerza topó con una fuerte resistencia, especialmente en Alemania, Francia e Inglaterra. El cronista y religioso, Geroch de Reichesberg nos explica que con la llegada de Enrique IV al trono, se produjo una gran indisciplina entre el clero. Por ejemplo, era potestad del emperador de Alemania y del rey de Francia nombrar a obispos y abades a cambio de dinero, lo que solo podían permitirse los hijos de nobles y ricas familias. Estos, una vez nombrados, no se diferenciaban mucho de la jerarquía feudal, ya que los religiosos vivían también con sus esposas, amantes e hijos en el interior de abadías e iglesias. La mayor parte de los clérigos castiga dos alegaban que Gregorio VII, mientras les obligaba a tener que abandonar a esposas y concubinas, él «[…] tenía tratos con la condesa Matilda a quien el papa tenía mucho afecto». Lo cierto de esta afirmación es que fue la propia Matilda de Canossa, esposa de Godofredo III el Jorobado y amante del papa, quien recomendaría a Gregorio VII que adoptase mano dura contra todos aquellos clérigos que continuasen teniendo bajo su techo a amantes o esposas.

El obispo de Gembloux informaba al papa en Roma:

Los clérigos son expuestos a escarnio público en mitad de las calles. […] Algunos han perdido todos sus bienes. Otros han sido mutilados. Otros han sido degollados después de una larga tortura y su sangre clama venganza al Cielo. […] Se ha luchado en el interior de las iglesias asesinando a sacerdotes mientras oficiaban misa y sus mujeres han sido violadas y asesinadas en los mismos altares.

Los alegatos de Gregorio VII a favor de «matar a los sacerdotes casados» provocó una oleada de asesinatos que se extendió como un tsunami por Cremona, Pavía, Padua, Milán y Venecia, llegando incluso a tierras alemanas, francesas, españolas e inglesas. El arzobispo de Mainz protestó ante tal propuesta, alegando: «Este papa tan sucio y fornicador como es, ha prohibido el matrimonio casto entre sacerdotes», mientras acusaba al sumo pontífice de haber falsificado todos los derechos que da a un religioso y hombre de moral intachable el sentarse en la cátedra de Pedro. A Gregorio VII y a su amante tampoco les gustaban los discursos del patriarca ecuménico Cosme I de Constantinopla cuando llegó a afirmar: «En las Iglesias de Occidente existen muchos niños, pero no saben quiénes son sus padres». El efecto de la lucha de Gregorio VII y su amante contra los religiosos casados fue convertir a miles de esposas inocentes en mujeres abandonadas, muchas de las cuales se suicidaron o se convirtieron en prostitutas y cortesanas. Gregorio aprobaba cualquier medio, incluso el asesinato, con tal de conseguir los objetivos deseados para alcanzar la santidad de la Iglesia, aunque no la suya propia. En este sentido y fiel seguidor de la palabra papal, el obispo Burckhard de Halberstadt declaraba a sus fieles en misa: «Maldito el hombre que priva a su espada de sangre. Matar a determinados clérigos no es un crimen, pero sí lo es el que estos amen a sus esposas»[139].

Las presiones a las que sometió Gregorio VII al clero hicieron que este se rebelara. El obispo Lamberto de Hersfeld escribió a otros obispos diciendo: «Solo un mentecato [Gregorio VII] puede obligar a las personas a vivir como ángeles», mientras el obispo Weinrich de Tréveris informaba al sumo pontífice: «Cada vez que anuncio vuestras órdenes a algún sacerdote casado, responden que esa ley ha sido escupida por el infierno, que la estupidez la ha difundido y que la locura intenta consolidarla». Pero no solo el obispo de Tréveris se vio en problemas al intentar hacer valer el mandato papal. Los obispos Enrique de Chur y Altmann de Passau, y los arzobispos Juan de Ruan y Sigfrido de Maguncia estuvieron a punto de ser linchados al intentar hacer valer el mandato de Gregorio VII, alentado por su concubina Matilda de Canossa, para que los clérigos renunciasen a sus esposas e hijos. El siguiente problema que se suscitó en Roma fue el del creciente poder de los mansinarri, hombres laicos que custodiaban la basílica de San Pedro. Estos, vestidos con ropajes cardenalicios, oficiaban misa a los peregrinos llegados a Roma y recolectaban ofrendas para su propio bolsillo. Además, la mayor parte de ellos tenían esposas y amantes. Un día, Gregorio VII ordenó expulsarlos tras haber llegado a sus oídos una orgía organizada por estos en las mismas escalinatas de la basílica. Indignados, se unirían a los enemigos del papa.

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Matilda de Canossa (1046-1115), amante de Gregorio VII, Víctor III y Urbano II.

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Gregorio VII (1073-1085) era simoníaco y envenenó a seis obispos.

En la Nochebuena del año 1075, mientras Gregorio VII oficiaba misa en Santa María la Mayor, y se disponía a bendecir el pan y el vino ante el altar, un grupo de hombres armados bajo las órdenes de la familia Cenci irrumpieron a la fuerza en el recinto, agarraron por el pelo al sumo pontífice, lo golpearon y arrastraron hasta una torre, donde quedó prisionero. Otras crónicas destacan que Gregorio, al ver entrar a los hombres armados, levantó la Sagrada Forma ante ellos y los rebeldes se rindieron. Pero esto último es nada más que una leyenda. La posición de Matilda de Canossa quedó en situación desesperada, ya que los enemigos del pontífice la acusaban de ser la instigadora de la peor política papal, desde su cargo no oficial de Consiliis Astutisima[140]. Los ciudadanos, al enterarse del cautiverio del papa, se congregaron ante la torre bajo control de los Cenci y por la fuerza lo liberaron. Al parecer había sido el tío del papa, Pierleoni, quien había organizado a las muchedumbres para poder rescatarlo. Una vez puesto en libertad, Gregorio VII decidió regresar a pie, en procesión, hasta el Laterano, aclamado por el pueblo de Roma.

El historiador del siglo XVII y biógrafo de Matilda de Canossa Francesco María Fiorentini cree que fue el entonces esposo de Matilda, Godofredo el Jorobado, quien planeó el golpe contra el papa, «no solo por causa del rey, sino por la suya propia», debido a los celos que sentía al tener que admitir que su bella esposa fuera la amante oficial del papa y él el cornudo y engañado marido.

A pesar de la creciente popularidad de Gregorio VII, la polémica sobre el celibato continuaría durante sus doce años de pontificado. Los obispos alemanes proclamaban desde sus púlpitos que dónde podrían encontrar ángeles castos y puros para reemplazar a los sacerdotes que estaban casados y que se negaban a abandonar a sus esposas. Los obispos italianos, bajo el liderazgo del obispo de Pavía, decidieron excomulgar al papa Gregorio por haber separado a esposos y, por tanto, haber propiciado el libertinaje entre el clero en lugar de la moral del matrimonio. El rebelde Concilio de Brixen, celebrado bajo el liderazgo del obispo Berno de Osnabrüch, condenó a Gregorio VII por sembrar el innoble divorcio entre matrimonios legítimos, pero también se le acusó de herejía, magia, simonía y de pacto diabólico[141]. Cansado de las protestas de sus obispos, el emperador Enrique IV decidió convocar el 24 de enero de 1080, un sínodo de veintiséis obispos alemanes con el fin de decidir la destitución del papa, bajo cargos de «mantener relaciones escandalosas con mujeres. En especial con la condesa Matilda». Poco después, Hildebrando, el nombre con el que le llamaba su adorada Matilda, fue encontrado culpable de tres crímenes: haber ascendido al papado, violando el Decreto de Elección Papal, usurpar a través del cuerpo episcopal de la Iglesia «todos los poderes divinos conferidos por la Gracia del Espíritu Santo» y haber cometido adulterio —con la condesa Matilda de Canossa.

Ugo Candida de Remiremont, quien tres años antes había sido uno de los principales apoyos de Hildebrando para alcanzar la silla de Pedro, era ahora su principal acusador. Los obispos alemanes que condenaron al papa estaban de acuerdo con que Gregorio VII había convertido a la Iglesia en algo execrable, con «sus decretos jactanciosos». Principalmente le recriminaban que hubiese decidido que la oficina del obispo de Roma, es decir, él mismo, se convertía en el único juez infalible. Por otro lado, Godofredo el Jorobado aprobó la condena final, en la que se acusó al papa por dormir con su esposa. Los obispos alemanes escribieron:

Este pontífice ha subvertido el papel de la Iglesia. El nombre de Cristo está en peligro. El cargo más grave concierne a la vida familiar y a la cohabitación con una extraña mujer [Matilda de Canossa]. […] Todos los decretos apostólicos han sido aprobados por mujeres. En una palabra, un nuevo senado de mujeres está administrando la Iglesia, poniéndola en peligro[142].

La antipatía contra las mujeres en general y contra Matilda en particular por parte de los obispos alemanes era el reflejo de unos obispos salidos del monasterio de Cluny. La Orden de Cluny surge a comienzos del año 900 no para combatir la herejía, sino para actuar sobre las corruptas costumbres de la Iglesia y para liberar al clero del poder laico. Durante el siglo XI y el XII, los monjes de Cluny se convirtieron en un brazo importante, dependientes directamente del sumo pontífice. En total llegaron a ocupar casi dos mil monasterios a lo largo y ancho de toda Europa. Entre los conceptos más importantes defendidos por los monjes de Cluny se encontraban la necesidad de separar e impedir la intervención de reyes y emperadores en la vida de la Iglesia y erradicar la corrupción y la hipocresía del clero. Sus principales caballos de batalla eran la lucha contra la simonía, la compraventa de obispados y cargos religiosos y el nicolaísmo, las relaciones carnales entre religiosos, el reconocimiento de los hijos y la transmisión de los bienes de la Iglesia a través de las herencias[143]. Pero Gregorio VII, un monje de Cluny, que defendía con energía el absolutismo papal y a quien se le debe la autoría de la frase: «Todo pueblo tiene el deber de besar los pies del pontífice romano», fue mucho más allá. Excomulgó no solo a los veintiséis obispos alemanes que tomaron parte en el sínodo, sino que también destituyó y excomulgó al propio emperador del Sacro Imperio Romano Germánico[144].

El 22 de febrero de 1076, durante la fiesta de San Pedro, Gregorio VII se dirigió directamente a Dios:

Yo, desproveo al rey Enrique, hijo del emperador Enrique, quien se ha rebelado contra la Iglesia con una audacia inaudita, del gobierno del reino de Alemania e Italia, y yo [Gregorio VII] libero a todos los hombres cristianos del deber que ellos tienen hacia él [Enrique IV] y prohíbo a cualquiera a servirle como rey.

Enrique IV, arrepentido, decidió pedir perdón al papa, pero este le obligó a tener que viajar hasta la fortaleza de Canossa. Cuando el emperador llegó a las puertas de la fortaleza, el papa se negó a recibirlo, obligándole a permanecer tres días a la intemperie y al frío de la noche. Solo la intervención de Matilda de Canossa consiguió que este recibiese al emperador[145]. Enrique IV, alto, joven y atractivo, se plantó ante aquel enano coronado con una tiara y vestido con ornamentos papales. Arrodillado ante él, tuvo que besarle los pies y rogar su clemencia. Gregorio VII le obligó a renunciar al trono si deseaba su perdón. El 26 de febrero de 1076, un mes después del Concilio de Worms, en el que el papa fue condenado por cometer adulterio con Matilda de Canossa, el esposo de esta, Godofredo III el Jorobado, fue asesinado. «Un fiel criado le asesinó en secreto, introduciéndole una espada en el ano mientras estaba sentado en la letrina». Godofredo no murió en el acto, sino que agonizó durante una semana más hasta que falleció[146]. Durante su agonía, Godofredo nombró como heredero del condado de Verdún y de la Marca de Anvers a su sobrino Godofredo de Bouillon, futuro duque y defensor del santo sepulcro y héroe de las cruzadas.

Pero el arrepentimiento del emperador Enrique IV no duraría demasiado tiempo. En 1084 lanzó sus ejércitos sobre Roma, instalando en el trono de Pedro al antipapa Clemente III. El emperador iba apoyado por las tropas de Godofredo de Bouillon que había seguido al emperador en la expedición italiana contra el papa, a quien acusaba de estar detrás del asesinato de su tío. Landolfo de Milán, por su lado, acusó abiertamente a Matilda de Canossa de haber ideado el asesinato de su esposo y al papa Gregorio VII de haber cerrado los ojos para no enterarse. Todos los caballeros de la cristiandad sabían que Matilda era capaz de eso y de mucho más. Al fin y al cabo, era hija de Bonifacio, conde de Canossa y duque de Toscana, un maestro en el arte de la venganza. Otras fuentes apuntan a que el asesino fue un caballero italiano enviado por el propio papa Gregorio VII, con el fin de acabar con la vida del único personaje que hacía imposible su relación amorosa con Matilda de Canossa[147].

Tras la entrada de las tropas de Enrique IV en Roma, Gregorio VII buscó refugió en el castillo de Sant’Angelo y desde allí, algunos dicen que gracias a la fiel colaboración de la condesa Matilda consiguió que un ejército de mercenarios compuesto por soldados normandos, sarracenos sicilianos y mercenarios calabreses lo rescatasen obligando a Enrique a retirarse de la ciudad. Sus partidarios lo volvieron a instalar en el palacio Lateranense, pero los que supuestamente habían venido a rescatarlo, comenzaron a saquear la ciudad, a matar a sus hombres y a violar a las nobles mujeres de Roma. El 21 de marzo de 1084, los romanos, exhaustos por cuatro años de guerra y hambre, decidieron repudiar a Hildebrando como papa Gregorio VII y nombrar nuevo pontífice al obispo Guiberto de Rávena, quien asumió el nombre de Clemente III. Aquello le suponía ser declarado antipapa. Los ciudadanos de Roma, que en una época lo habían alzado como papa, lo acusaban ahora de sus desgracias por haber llamado a aquellos bárbaros. Gregorio VII no pudo recuperarse de ese golpe y fallecería en Salerno, el 25 de mayo de 1085, el mismo día en que las tropas cristianas entraban en Toledo. Las últimas palabras de Gregorio VII serían: «Amé la justicia y aborrecí la iniquidad». En 1606, bajo el pontificado de Pablo V, la Iglesia canonizaría a este papa. El año de la muerte de Gregorio VII, Matilda contaba treinta y nueve años de edad.

El sucesor del fallecido Gregorio VII sería Desiderio, abad de Montecassino, quien adoptaría el nombre de Víctor III. Las malas lenguas aseguraban que había podido alcanzar la tiara papal por el «camino más corto», que no era otro que la cama de la condesa Matilda de Canossa.

A este le seguiría el obispo Eudes de Ostia, antiguo prior de Cluny, quien el 12 de marzo de 1088, adoptaría el nombre de Urbano II. El nuevo pontífice sería el primer papa nacido en Francia. A pesar de que Urbano había sido elegido por cuarenta obispos reunidos en Terracina, se dice que el haber sido amante de Matilda de Canossa le ayudó mucho a la hora de alcanzar la tiara papal.

Con el antipapa Clemente III ocupando aún el Laterano, decidió organizar un sínodo en el que fueron renovadas las sentencias contra la simonía y el nicolaísmo. Mientras tanto, con el fuerte apoyo normando, Urbano II se instaló en San Bartolomeo in Insola, consiguiendo expulsar de Roma a su rival Clemente III, en junio de 1089.

En el año 1095, mientras Matilda disolvía su segundo matrimonio, desde Baviera Guelfo V protestó acusando a su todavía esposa de no haberle permitido consumar su matrimonio. Como resultado de ello, Urbano II aceptó anular el matrimonio. Según afirman algunos biógrafos de la amante de Gregorio VII, Matilda obligó a su marido a abandonarla como protesta por la acción de su suegro, Guelfo IV, quien había entregado parte de su territorio en Italia a la corona de Alemania y, por consiguiente, al emperador Enrique IV. Al fin y al cabo, ella no se había casado con Guelfo por sexo, sino para defender su propio territorio de Enrique y sus tropas.

Ese mismo año, exactamente en el mes de noviembre, el papa Urbano II realizaría su llamamiento a la Primera Cruzada desde su ciudad de nacimiento, Clermont-Ferrand. Mientras hombres de todos los rangos, caballeros, soldados rasos, ricos y pobres se preparaban para aniquilar a los infieles que ocupaban Tierra Santa, el papa Urbano II dejaba resuelto el espinoso asunto del celibato clerical en el Concilio de Piacenza. Cuatro mil clérigos y más de treinta mil laicos aprobaron una resolución definitiva que prohibía desde ese mismo momento y para el futuro el casamiento de religiosos. Para demostrar que hablaba en serio, esta vez, Urbano II ordenó a todo sacerdote casado que sus esposas fueran vendidas como esclavas, aunque esa no sería la única norma resuelta en el Concilio y que permitiría recaudar dinero[148]. Al papa Urbano II se le ocurrió la genial y fructífera idea de incluir en la nueva normativa el llamado cullagium y que no era otra cosa que un simple impuesto establecido a los religiosos que deseasen tener concubinas. Si pagaban el cullagium anual, se les permitía tener una concubina, para satisfacer sus apetencias sexuales. El dinero del cullagium era destinado a las arcas papales. De esta forma Urbano II se convertía en el primer proxeneta organizado. Aun así, el papa Urbano tuvo serios problemas para conseguir que el clero inglés aceptara las normas del celibato. Desde el inicio de la Iglesia en aquellas tierras, los clérigos dejaron muy claro su oposición al celibato y a «permanecer solteros». Acogiéndose a un famoso estatuto eclesiástico, del siglo X que decía:

Los religiosos saben perfectamente bien que no tienen derecho a casarse, sin embargo, algunos son culpables de prácticas peores al tener, dos o tres esposas, incluso a casarse en segundas nupcias estando la primera esposa aún viva. O a tener relaciones con las hijas mayores de catorce años que han tenido en matrimonios anteriores, algo que ningún cristiano debe hacer[149].

Urbano II se vio obligado a enviar sendos castigos a un sacerdote que violó a una feligresa en la misma iglesia. Su justificación sería: «La violé porque necesitaba usarla para mi placer». El segundo castigo fue nada más y nada menos que para el rey Roberto de Normandía, hijo de Guillermo I de Inglaterra. Roberto había formado una cruzada, pero debido a que había sido un desastre, decidió permanecer una larga temporada descansando en Antioquía junto a su compañero, y algunas fuentes dicen que amante, Tancredo de Bari, príncipe de Tarento. En Antioquía, Roberto y Tancredo ocuparon un convento donde las monjas fueron utilizadas como prostitutas por los dos nobles y sus hombres. La reprimenda papal, firmada por Urbano II, llegó dos meses después, cuando la mayor parte de las religiosas mostraban ya los primeros signos de embarazo. Urbano II fallecería el 29 de julio de 1099, dos semanas después de que los cruzados ocuparan Jerusalén, pero antes autorizó al arzobispo Manases II a que crease una tropa al mando de Roberto de Flandes, con el fin de capturar a las mujeres de los religiosos excomulgados. La idea de Urbano y Manases era la de vender a estas mujeres como esclavas. De cualquier forma, el bueno del papa Urbano daba dos opciones a estas mujeres con el fin de redimir su sucio espíritu al haber estado casada con un servidor de Dios: podían ser vendidas como esclavas para alejarlas de sus maridos podían ser entregadas a la tropa, para ser utilizadas como rameras del ejército. Ellas tomaban la decisión[150].

El cardenal presbítero Rainiero de San Clemente sería elegido para suceder a Urbano II, bajo el nombre de Pascual II. Nacido en el seno de una humilde familia, había sido un sencillo monje y cuando fue elegido papa ya nadie dudaba de que la simonía y el concubinato dentro de la Iglesia eran grandes pecados que debían ser desarraigados por completo[151]. Pascual II no sería muy hábil en su política con Alemania. Cuando Enrique V, príncipe heredero de Alemania, se rebeló contra su padre y en defensa de la Iglesia y de la figura del papa, Pascual II apoyó al joven delfín. Con lo que no contaba el papa era con la fuerte ayuda imperial que aún reinaba entre la nobleza y la curia de Roma. Reunidos todos ellos en Santa María Rotonda, decidieron elegir a un nuevo antipapa, Maginulfo, arcipreste de Sant’ Angelo, quien elegiría el nombre de Silvestre IV. La guerra civil entre los partidarios del papa Pascual II y del antipapa Silvestre IV, ensangrentó las calles de Roma, sus iglesias, sus abadías y el propio Laterano. El 18 de noviembre de 1105 sería entronizado en la misma iglesia de Letrán, pero su reinado solo se prolongó lo que duró el oro depositado en las arcas papales. Finalmente, sin apoyos poderosos, y abandonado, Silvestre IV tuvo que dejar Roma en plena noche y refugiarse el resto de sus días en Osimo, muy cerca de Ancona. Allí pasaría sus días con sus tres concubinas, madre y dos hijas de catorce y diecisiete años, con las que había cohabitado en Letrán y que le habían acompañado en su huida de la ciudad santa.

En 1106 fallecía el emperador Enrique IV, asumiendo el trono su hijo Enrique V. Aunque Pascual II fue invitado a visitar Alemania, aquello no suponía una renuncia del nuevo emperador a las investiduras laicas. En 1115 moría también la poderosa Matilda de Canossa. A muchos les quedó grabada la imagen del papa Gregorio VII dando su perdón al sumiso Enrique IV, así como la imagen de una bella y poderosa mujer sentada a la diestra del sumo pontífice. Su nombre era Matilda de Canossa, a quien muchos historiadores del papado definían como la cuarta papisa, tras Juana, Teodora la Anciana y la hija de esta, Marozia. Matilda de Canossa, amante de Gregorio VII, Víctor III y Urbano II, fallecería de gota en la villa de Bondeno el 24 de julio de 1115, a los sesenta y nueve años de edad. Fue enterrada en la abadía de San Benedicto de Polirone, donde permaneció hasta 1633, cuando el papa Urbano VIII ordenó trasladar sus restos al castillo de Sant’Angelo. En 1645, sus restos fueron exhumados, llevados a la basílica de San Pedro en el Vaticano e introducidos en una magnífica tumba esculpida por el gran artista Bernini. Matilda de Canossa es hasta el día de hoy la única mujer, junto a la reina Cristina de Suecia, enterrada en el Vaticano. Matilda fue la amante de tres papas de la cristiandad. Con el primero tuvo relaciones por amor; con el segundo, por la estabilidad de la Iglesia; y con el tercero, por propio interés territorial, pero así y todo, hoy puede admirarse su tumba junto a diversos papas, santos y beatos, porque para la Iglesia pesó más la donación de sus importantes y extensos bienes al papado que el haber compartido lecho con tres pontífices. Al fin y al cabo, esto último era un pecado menor, en bien de la Iglesia. Lo que no sabían entonces es que parte de los territorios de Matilda retornarían al imperio de Enrique V[152].

El sucesor del vengativo Pascual II sería Calixto II. Dos cardenales que se encontraban con el papa en el momento de su muerte decidieron quién iba a ser su sucesor. El elegido fue un religioso de sangre azul llamado Guido de Vienne, arzobispo de esta ciudad e hijo de Guillermo de Borgoña. El nuevo papa estaba emparentado con las casas reales de Francia, Inglaterra, Alemania y Saboya, y además era tío de Alfonso VII, quien se proclamaba rey de Castilla y León[153]. Calixto II no se anduvo con rodeos, así, nada más ocupar la silla de Pedro, convocó el primer Concilio General de Occidente, conocido también como el primer Lateranense, en el que, junto a más de mil prelados, ratificó las resoluciones del Concilio de Piacenza, donde se decretaba que los matrimonios de clérigos no eran válidos. Los religiosos que ya estaban casados debían disolver sus matrimonios; las esposas, ser expulsadas de los hogares compartidos y hacer diez años de penitencias. No contento con lo decidido en el concilio, Calixto II incluyó también un decreto pontificio por el que se castigaba como adulterio que un obispo abandonase su sede para poder casarse.

El historiador británico Angelo Rappaport, en su obra The Love Affairs of the Vatican, publicada en 1912, destaca que tras esta medida, se divulgó en pueblos y aldeas un pequeño poema que decía algo así:

Ahora, aquí, buen Calixto, odias al clero;
ya que hasta el día de hoy cada uno podía tener compañera en cama y lecho;
pero desde que llegaste al trono papal;
deben estos, tener rameras, o aprender a dormir solos;
ay, buen Calixto, qué sufrimientos nos provocas.

Lo cierto, es que la mayor parte de los religiosos, en lugar de aprender a dormir solos, se dedicaron a mantener rameras y sodomitas, a las que hacían pasar por criados para no violar las órdenes del buen Calixto II. Aquello no estaba prohibido, por lo menos para la Iglesia y para Roma, si mantenían a estos ocultos entre las sombras. En el sínodo de Naplusa de 1120 se decidió que el adúltero sería castrado; y la adúltera perdería la nariz, teniendo que ser el culpable del adulterio quien debería llevar a cabo la amputación del apéndice nasal. Calixto II permitía también al marido que descubriese el adulterio de su esposa matar en el acto a esta y a su amante. Como pena se le impondría tan solo una pequeña penitencia[154].

A la muerte del noble y célibe Calixto II, el 14 de diciembre de 1124, le sucederá, no sin demasiada sangre de por medio en su elección, Lamberto de Fiagnano, cardenal obispo de Ostia, quien adoptará el nombre de Honorio II. Lamberto, a diferencia de su antecesor, procedía de una humilde cuna. Honorio sería igual o peor que sus antecesores con respecto a temas como el sexo en el clero. En septiembre de 1126 envía a Inglaterra al cardenal Juan de Crema, como legado papal. Su misión sería la de denunciar a las concubinas de los sacerdotes y revisar el tipo de vida de diversas órdenes de monjas que habían sido denunciadas a Roma por utilizar los conventos como prostíbulos. Nada más llegar a Londres, y en contra de la mayor parte del clero, anunció la aprobación de un decreto pontificio en el que se amenazaba a todos aquellos clérigos que no estuvieran dispuestos a abandonar a sus esposas y concubinas con ser excomulgados por el papa Honorio. El cardenal de Crema dijo: «El papa me ha dado instrucciones para que declare como un horrible y demoníaco sacrilegio contra el cuerpo de Cristo, el que un hombre que acaba de bajarse de la cama de una ramera [esposas] pueda celebrar misa». Entre gritos de protesta, el legado hizo callar a todos, celebró misa y disolvió la polémica reunión. No había nada más de qué hablar. Con respecto a su otra misión encomendada por el papa, revisar la situación de los conventos en Inglaterra, el cardenal Juan de Crema escribe a Roma:

En estas tierras [Inglaterra], a las monjas no las protege su estado [religioso], ni a la muchacha judía su raza; doncellas y señoras, rameras y nobles damas están amenazadas por igual. Cualquier lugar y cualquier momento son buenos para la lujuria. Unas se entregan a ella en medio del campo, cuando se dirigen a orar en las ermitas cercanas; otras, en los suelos de las propias iglesias, incluso mientras se encuentran en confesión. Aquí, en Inglaterra, santo padre, el que se contenta con una concubina, casi parece honorable.

El historiador alemán Karheinz Deschner, en su Historia sexual del cristianismo, afirma que durante esta época era fácil leer historias de religiosos que por el día paseaban su imagen piadosa y por la noche fornicaban bajo los púlpitos, y que tenían varias concubinas al mismo tiempo y varios hijos de cuatro o cinco mujeres distintas.

Sobre el viaje del legado papal, el cardenal Juan de Crema, existe una leyenda que recoge el escritor Nigel Cawthorne en su obra Sex Lives of the Popes. Este autor relata que los enemigos ingleses del celibato pusieron durante la visita a Inglaterra del legado de Honorio II a un espía tras sus pasos. Una noche este espía vio cómo de la posada donde se hospedaba el cardenal salía por la puerta trasera una sombra envuelta en una larga capa. El espía avisó a sus eminencias inglesas y se dispuso a seguir al hombre que se escondía bajo la capa. Los pasos del desconocido le llevaron hasta la casa de una famosa prostituta de la ciudad. Diez minutos después, dos cardenales enemigos del celibato entraban por la fuerza en la estancia de la prostituta encontrando al legado papal, Juan de Crema, «nudatus usque ad unguem», o lo que es lo mismo, desnudo completamente. Tras proponer un brindis a la salud del legado de Honorio II, los dos cardenales permitieron al honorable y casto Juan de Crema rematar la faena. Lo malo de aquello es que el hecho llegó a oídos del papa en Roma, provocando un escándalo aún mayor. El legado papal enviado a Inglaterra para hacer cumplir las normas de castidad instauradas en Letrán vio que estas eran violadas por el cardenal-legado con una prostituta.

El 13 de febrero de 1130 murió el papa Honorio dejando nuevamente vacía la silla de Pedro. Las dos nobles familias que controlaban Roma decidieron elegir un nuevo pontífice cada uno. La familia Frangipani escogió a Gregorio Papareschi, quien tomaría el nombre de Inocencio II, mientras que la familia Pierleoni optó por el cardenal Pietro Pierleoni, quien llevaría el nombre de Anacleto II. Los dos papas electos serían consagrados el mismo día y al mismo tiempo. Las luchas, entre papa y antipapa, acabarían cuando Anacleto II fallece el 25 de enero de 1138. Unos afirman que de un infarto, mientras practicaba el sexo con dos de sus amantes a la vez; otros, que fue víctima de la gota debido a su afición a los banquetes y a comer caza con abundante salsa; y otros, mucho más maliciosos, afirman que fue la sífilis la que se llevó al fornicador e incestuoso Anacleto a la tumba.

El papa Inocencio II decide convocar en abril de 1139 el II Concilio de Letrán, donde se confirmaban los decretos del anterior Concilio de Letrán, por lo que se daba por finiquitada la cuestión del matrimonio de religiosos, así como su vida con amantes y concubinas. Inocencio II pensaba que con los edictos del nuevo concilio se establecía una nueva autoridad pura, sin pecado, en una Roma necesitada de ellos, pero lo que vino tras su muerte, el 24 de septiembre de 1143, fue la llegada de un nuevo poder a la silla de Pedro, la orden de los sádicos, y Celestino II sería el mejor ejemplo de ello.