«Los rusos», pensaba Floyd, «extrañarán las canciones y bromas de Walter en el viaje a casa». Después de la excitación de los últimos días, la larga caída hacia el Sol —y hacia Tierra— sería un monótono anticlímax. Pero eso era lo que todos esperaban con devoción: un viaje monótono y sin incidentes.
Ya comenzaba a sentir sueño, pero seguía siendo consciente del ambiente que lo rodeaba y capaz de reaccionar ante él. «¿Me veré como… muerto cuando esté en hibernación?», se preguntaba. Siempre resultaba desconcertante ver a otra persona —especialmente alguien muy familiar— cuando había ingresado al largo sueño. Tal vez fuera un recuerdo demasiado punzante de la propia mortalidad.
Curnow estaba totalmente listo, pero Chandra seguía despierto, aunque ya había quedado groggy por la última inyección. Obviamente, ya no era él mismo, porque no parecía perturbado por su propia desnudez o por la presencia observadora de Katerina. El dorado lingam que constituía su único ropaje trataba de escaparse de él flotando, hasta que su cadenilla lo volvía a capturar.
—¿Va todo bien, Katerina? —preguntó Floyd.
—Perfectamente. Pero ¡cómo los envidio! En veinte minutos más habrán llegado a casa.
—Si te sirve de consuelo, ¿cómo puedes estar segura de que no tendremos sueños horribles?
—Nadie ha informado de ninguno.
—¡Ah!… pueden olvidarlos cuando se despiertan.
Katerina, como de costumbre, lo tomó en serio.
—Imposible. Si hubiese habido sueños en hibernación, las líneas del electroencefalograma los habrían registrado. Bueno, Chandra, cierre los ojos. Ah, ahí está. Ahora es tu turno, Heywood. La nave parecerá muy extraña sin ti.
—Gracias, Katerina… te deseo un feliz viaje.
Adormecido como estaba, Floyd notó que la cirujano comandante Rudenko parecía un tanto indecisa, y hasta ¿podía ser?, tímida. Se veía como si quisiera decirle algo, pero no pudiera decidirse.
—¿Qué es, Katerina? —dijo somnoliento.
—Aún no se lo he dicho a nadie; pero seguramente que tú no irás a contarlo. Aquí va una pequeña sorpresa.
—Mejor… que… te… apures.
—Max y Zenia van a casarse.
—¿Se… supone… que… eso… sea… una… sorpresa?
—No. Era sólo para prepararte. Cuando lleguemos a Tierra, también lo haremos Walter y yo. ¿Qué piensas de eso?
«Ahora entiendo por qué pasaban tanto tiempo juntos. Sí, en verdad que es una sorpresa… ¡quién lo hubiera pensado!».
—Me… alegra… saber…
La voz de Floyd se apagó antes de que pudiera completar la oración. Pero aún no estaba inconsciente, y era capaz de localizar parte de su intelecto disuelto en la nueva situación.
«Realmente, no lo creo», se dijo. «Probablemente, Walter cambiará de idea antes de despertar…».
Y entonces, tuvo un último pensamiento, antes de quedarse dormido: «Si Walter cambia de idea, será mejor que no despierte…».
Al doctor Heywood Floyd le pareció muy gracioso.