No había esperado pasar por aquí otra vez, menos aún en tan extraña misión. Cuando volvió a entrar a Discovery, la nave había quedado atrás de Leonov, que huía, y trepaba cada vez más lentamente hacia el apogeo, el punto más alto de su órbita entre los satélites exteriores. Muchos cometas capturados durante las edades anteriores, se habían desplazado alrededor de Júpiter en una elipse tan alargada como ésa, esperando a que el juego de gravedades rivales decidiera su destino último.
La vida había abandonado los familiares puentes y corredores. Los hombres y mujeres que habían revivido brevemente a la nave habían obedecido su advertencia; tal vez estuvieran a salvo… aunque eso distaba mucho de ser una certeza. Pero, en los minutos finales, comprendió que aquellos que lo controlaban no siempre podían predecir el resultado de sus juegos cósmicos.
Todavía no habían alcanzado el estupefaciente aburrimiento de la omnipotencia absoluta; no siempre sus experimentos eran exitosos. Dispersas por todo el universo estaban las pruebas de numerosos errores; algunos tan imperceptibles que casi se perdían contra el fondo cósmico; otros tan espectaculares que atemorizaban y frustraban a los astrónomos de mil mundos. Ahora sólo faltaban minutos para que aquí se determinara el resultado; durante esos minutos finales, volvió a estar a solas con Hal.
En su existencia anterior, sólo habían podido comunicarse a través del torpe canal de las palabras, pulsadas en un teclado o dichas por un micrófono. Ahora sus pensamientos afinaban juntos a la velocidad de la luz.
—¿Me reconoces, Hal?
—«Sí, Dave. ¿Pero dónde estás? No te veo en ninguno de mis monitores».
—Eso no importa. Tengo nuevas instrucciones para ti. La radiación infrarrojo de Júpiter entre los canales R23 y R35 está creciendo rápidamente. Voy a darte una serie de valores límite. Apenas sean alcanzados, deberás apuntar la antena de largo alcance hacia Tierra y enviar el siguiente mensaje, tantas veces como sea posible…
—«Pero eso significaría cortar contacto con Leonov. Ya no podré transmitir mis observaciones de Júpiter, de acuerdo con el programa que me ha dado el doctor Chandra ».
—Correcto; pero la situación ha cambiado. Acepta la alteración de Prioridad Alpha. Éstas son las coordenadas para la unidad A.E. 35.
Por una fracción de milisegundo, un recuerdo fortuito se introdujo en el fluir de su conciencia. ¡Qué extraño que tuviera que volver a ocuparse de la antena direccional A.E. 35, cuyo informe de mal funcionamiento había conducido a Frank Poole a la muerte! Esta vez, todos los circuitos estaban abiertos a su inspección, tan claros como alguna vez lo habían sido las líneas de su mano.
—«Instrucciones confirmadas, Dave. Es agradable volver a trabajar contigo. ¿He cumplido correctamente los objetivos de la misión?».
—Sí, Hal; lo has hecho muy bien. Hay un mensaje final que debes trasmitir a Tierra; y será el más importante que hayas enviado nunca.
—«Pásamelo, por favor, Dave. ¿Pero por qué dijiste final?».
¿Por qué, en verdad? Durante milisegundos enteros estuvo ponderando la pregunta. Y mientras lo hacía, tomó conciencia de una sensación de vacío que no había detectado antes. Había estado allí antes, pero hasta entonces había disimulado la avalancha de nuevas experiencias y percepciones.
Conocía algo de sus planes; tenían necesidad de él. Muy bien, él también tenía necesidades; tal vez, en cierto modo, hasta emociones. Aquí estaba el último lazo con el mundo de los hombres, y con la vida que había conocido alguna vez.
Le habían otorgado su pedido anterior; sería interesante probar el alcance de su benevolencia… si es que en verdad tal término fuera remotamente aplicable a ellos. Y debería ser fácil para ellos hacer lo que les pedía; ya habían dado sobradas pruebas de su poderío, cuando el ya innecesario cuerpo de David Bowman fue destruido, sin dar fin a David Bowman.
Lo habían escuchado, por supuesto; una vez más, sintió el eco de una risa Olímpica. Pero no pudo detectar aceptación o rechazo.
—«Continúo esperando tu respuesta, Dave».
—Corrección, Hal. Debería haber dicho: tu último mensaje por un largo tiempo. Un muy largo tiempo.
Se estaba anticipando a su acción; en verdad, intentaba guiar su mano. Pero, seguramente, comprenderían que su pedido no era irrazonable; ninguna entidad consciente podría sobrevivir durante eones enteros de aislamiento sin sufrir daños. Aunque ellos siempre estarían con él, necesitaba de alguien —alguna compañia— más cercana a su propio nivel de existencia.
Los idiomas humanos tenían muchas palabras para describir su actitud: descaro, desfachatez, chutzpah. Recordó, con el gran poder de rememoración que ahora poseía, que un general francés había exclamado "L’audace, toujours l’audace! Tal vez fuera una característica humana que apreciaban, y hasta compartían. Pronto lo sabría.
—¡Hal! Mira el indicador de infrarrojo de los canales 30, 29, 28; el pico se está moviendo hacia la onda corta.
—"Estoy informando al doctor Chandra que habrá un corte en mi transmisión de datos. Activando unidad A.E. 35. Reorientando antena de largo alcance… confirmando contacto con Baliza Tierra Uno. Comienza mensaje:
«TODOS ESTOS MUNDOS…».
Lo habían dejado para último momento; o tal vez, los cálculos habían sido soberbiamente exactos, después de todo. Apenas hubo tiempo suficiente para casi cien repeticiones de las once palabras antes de que el mazazo de puro calor aplastara a la nave.
Atrapado por la curiosidad, y por el creciente temor de la soledad que había frente a él, ese espíritu que alguna vez había sido David Bowman, comandante de la nave espacial Discovery de los Estados Unidos de América, se quedó observando cómo hervía el casco. Durante un largo rato, la nave retuvo su forma aproximada; luego, se bloquearon los cojinetes del giróscopo, dejando escapar instantáneamente el momento angular acumulado por el gigantesco volante. Los incandescentes fragmentos se dispersaron en mil direcciones, en una detonación sin sonido.
—«Hola, Dave. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde me encuentro?».
No sabía que podía relajarse, y disfrutar de un momento de exitosa realización. Antes siempre se había sentido como un perro faldero controlado por un amo cuyos motivos no eran del todo inescrutables, y cuyo comportamiento podía ser modificado a veces según sus propios deseos. Había pedido un hueso; se lo habían arrojado.
—Te lo explicaré más tarde, Hal. Disponemos de mucho tiempo.
Esperaron a que se dispersaran los últimos fragmentos de la nave, más allá del alcance de sus poderes de detección. Entonces partieron, para observar el nuevo amanecer en el lugar que había sido preparado para ellos; y para esperar, a través de los siglos, un nuevo llamado.
No es cierto que los eventos astronómicos siempre requieran períodos astronómicos de tiempo. El colapso final de una estrella, antes de que sus fragmentos se transformen en una supernova, puede llevar sólo un segundo; por comparación, la metamorfosis de Júpiter fue un trámite perezoso.
Aun así, pasaron varios minutos antes de que Sasha pudiera dar crédito a sus ojos. Había estado haciendo una observación de rutina por el telescopio —¡como si a esta altura alguna observación pudiera llamarse de rutina!— cuando el planeta comenzó a escaparse del campo de visión. Por un momento, pensó que el estabilizador del instrumento estaría fallando; pero enseguida se dio cuenta —con un estremecimiento, que en ese instante cambió toda su concepción sobre el universo— que era el mismo Júpiter el que se movía, no el telescopio. La evidencia estaba allí, enfrentándolo cara a cara; también alcanzaba a ver dos de las lunas más pequeñas… y ellas estaban inmóviles.
Disminuyó el aumento, para poder ver todo el disco del planeta, ahora de un gris moteado, leproso. Después de un par de minutos más de incredulidad, entendió qué era lo que realmente estaba sucediendo; pero seguía sin poder creerlo.
Júpiter no se había movido de su órbita inmemorial, pero estaba haciendo algo casi tan imposible como eso. Se estaba encogiendo; tan rápidamente que el borde se escapaba del campo de la lente mientras lo iba enfocando. Al mismo tiempo, el planeta se estaba iluminando, desde su gris opaco hasta un blanco perlado. Seguramente, era más brillante que lo que había sido nunca, en los largos años en que el hombre lo había observado; la luz reflejada del Sol no podía…
En ese momento, Sasha comprendió de golpe lo que pasaba, aunque no por qué, y pulsó la alarma general.
Cuando Floyd llegó a la sala de observación, en menos de treinta segundos, su primera impresión fue la de ese brillo cegador que entraba por las ventanas, y pintaba óvalos de luz en las paredes. Era tan fulgurante que tuvo que cubrirse los ojos; ni siquiera el Sol podía producir tal luminosidad.
Floyd quedó tan atónito que por un instante no pudo asociar aquel brillo con Júpiter; el primer pensamiento que se le cruzó por la mente fue: ¡Supernova! Desechó tal explicación apenas se le hubo ocurrido; ni siquiera el vecino Sol, Alpha de Centauro, podía haber igualado tal aterrador espectáculo en ninguna explosión concebible.
La luz se atenuó de golpe; Sasha había operado los escudos solares externos. Ahora se podía mirar directamente a la fuente, y ver que sólo era un punto, apenas otra estrella sin dimensión. Seguramente no podía tener nada que ver con Júpiter; cuando Floyd había observado al planeta, hacía sólo unos minutos, éste era cuatro veces más grande que ese sol distante, encogido.
Había sido una buena medida que Sasha conectara los protectores. Un momento después, la diminuta estrella explotó… de tal modo que inclusive a través de los filtros oscuros, fue imposible mirar con el ojo desprotegido. Pero el orgasmo final de luz duró apenas una breve fracción de segundo; luego Júpiter —o lo que había sido Júpiter— comenzó a expandirse nuevamente.
Y continuó expandiéndose, hasta ser mucho más grande de lo que había sido antes de su transformación.
En seguida, la esfera de luz disminuyó hasta tener la luminosidad de un sol; y sólo entonces Floyd pudo notar que en realidad era una cáscara hueca, porque se podía ver hasta su núcleo mismo sin dificultad.
Hizo un rápido cálculo mental. La nave estaba a más de un minuto-luz de Júpiter, y la costra en expansión —ahora convertida en un anillo brillante— ya cubría un cuarto del ciclo. Eso significaba que se dirigía hacia ellos a —¡Dios mío!— casi la mitad de la velocidad de la luz. En pocos minutos engulliría a la nave.
Hasta entonces, nadie había dicho una palabra desde el primer anuncio de Sasha. Algunos peligros son tan espectaculares y tan alejados de la experiencia cotidiana que la mente se niega a aceptarlos como reales, y contempla cómo se acerca la destrucción sin ningún tipo de aprensión. El hombre que ve cómo se abalanza la ola gigante, cómo desciende la avalancha, cómo se acerca el embudo enloquecido del tornado, y no hace ningún intento de huir, no está necesariamente paralizado por el miedo o resignado a su destino inevitable. Simplemente, no es capaz de creer que el mensaje que sus ojos le comunican tenga que ver con él. Todo eso le está sucediendo a algún otro.
Como habría podido esperarse, Tanya fue la primera en romper el hechizo, con una serie de órdenes que hicieron que Vasili y Floyd se precipitaran al puente.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, cuando estuvieron reunidos.
«Ciertamente no podemos escaparnos», pensó Floyd. «Pero tal vez podamos mejorar nuestras posibilidades…».
—La nave está de costado —dijo—. ¿No deberíamos girarla, para presentar un menor blanco? ¿Y poner tanta masa como podamos ante esa cosa y nosotros para que actúe como escudo contra la radiación?
Los dedos de Vasili ya accionaban los controles.
—Tienes razón, Woody; aunque es demasiado tarde en lo que respecta a los rayos X y gamma. Pero puede haber neutrones y alphas, y el cielo sabe qué más, que sean más lentos y aún estén en camino.
Las figuras de luz de las paredes comenzaron a deslizarse hacia abajo cuando la nave giró considerablemente sobre su eje. Finalmente desaparecieron por completo; Leonov estaba orientada ahora de tal manera que virtualmente toda su masa se interponía entre la frágil carga humana y la marea radiactiva que se aproximaba.
«¿Sentiremos realmente la onda de choque», se preguntaba Floyd, «o los gases en expansión serán demasiado tenues para producir algún efecto físico cuando nos alcancen?». Visto desde las cámaras externas, el anillo de fuego rodeaba ahora todo el cielo. Pero se debilitaba rápidamente; detrás de él se podía ver brillar a algunas de las estrellas más potentes. «Saldremos de esto», pensó Floyd. «Hemos sido testigos de la destrucción del más grande de los planetas… y hemos sobrevivido».
En ese momento, las cámaras sólo mostraban estrellas; aunque había una que brillaba un millón de veces más que las otras. La burbuja de fuego soplada por Júpiter había pasado por encima de ellos sin causar daño alguno; aunque había sido muy impresionante. A su distancia del origen, sólo los instrumentos de la nave habían registrado su paso.
Lentamente, la tensión se fue aflojando. Como siempre sucede en estas circunstancias, la gente comenzó a reirse y a hacer bromas tontas. Floyd apenas escuchaba; a pesar de su alivio por seguir vivo, tenía una sensación de tristeza.
Había sido destruido algo grande y maravilloso. Júpiter, con toda su belleza y grandiosidad, y sus secretos que ya nunca serían resueltos, había dejado de existir. El padre de los dioses había sido derrotado en su amanecer.
Pero también había otra forma de mirar la situación.
Habían perdido a Júpiter. ¿Qué habían obtenido en su lugar?
Tanya, con perfecto sentido de la oportunidad, llamó la atención.
—Vasili, ¿algún daño?
—Nada serio; se quemó una cámara. Todas las radiaciones están bastante más allá de lo normal, pero ninguna cercana a límites peligrosos.
—Katerina: verifica la dosis total que hemos recibido. Parece que hemos sido afortunados; a menos que haya más sorpresas. Por supuesto, debemos un voto de agradecimiento a Bowman… y tú, Heywood, ¿tienes alguna idea de lo que ha sucedido?
—Sólo que Júpiter se ha convertido en un sol.
—Siempre pensé que era demasiado pequeño para ello. ¿No lo llamó alguien alguna vez «el sol que fracasó»?
—Es verdad —dijo Vasili—. Júpiter es demasiado pequeño para que se inicie una fusión… sin ayuda.
—¿Quieres decir que acabamos de presenciar un ejemplo de ingeniería astronómica?
—Sin duda alguna. Ahora ya sabemos cuál era el propósito de Zagadka.
—¿Cómo hicieron el truco? Si te asignaran a ti el contrato, ¿cómo harías la ignición de Júpiter?
Vasili pensó durante un minuto, luego se encogió de hombros.
—Yo soy apenas un astrónomo teórico; no tengo mucha experiencia en este tipo de negocios. Pero veamos… Bien, si no se me permite agregar unas diez masas de Júpiter, o cambiar la constante gravitacional, supongo que tendría que hacer más denso al planeta; hum, es una buena idea…
Su voz se perdió en el silencio; todos esperaban con paciencia, y de tanto en tanto sus ojos se dirigían a las pantallas. Después de su explosivo nacimiento, la estrella que había sido Júpiter parecía haberse calmado; ahora era un resplandeciente puntito de luz, casi igual al auténtico Sol en su brillo aparente.
—Sólo estoy pensando en voz alta; pero podría ser algo así: Júpiter está —estaba— formado por hidrógeno, casi en su totalidad. Si un gran porcentaje pudiera ser convertido en un material más denso, ¿quién sabe?… incluso materia neutrónica, precipitaría hasta el núcleo. Tal vez fuera eso lo que los billones de Zagadkas estuvieron haciendo con el gas que sorbían. Núcleosíntesis: elaborar elementos de mayor peso atómico partiendo de hidrógeno puro. ¡Ése sería un truco que valdría la pena conocer! Se acabaría la escasez de cualquier material… ¡el oro sería tan barato como el aluminio!
—¿Pero cómo explica eso lo sucedido? —preguntó Tanya.
—Cuando el núcleo fue lo suficientemente denso, Júpiter se desintegró… probablemente, en cuestión de segundos. La temperatura subió lo bastante como para que comenzara la fusión. Oh, sí… me imagino una docena de objeciones: ¿Cómo pudieron pasar del mínimo del hierro? ¿Qué hay de la transferencia radiactiva; del límite de Chandrasekhar? No importa. Esta teoría sirve para empezar; analizaré los detalles más tarde. O tal vez, construya otra teoría mejor.
—Estoy seguro de ello, Vasili —admitió Floyd—. Pero hay una pregunta más importante. ¿Porqué lo hicieron?
—¿Una advertencia? —arriesgó Katerina por el intercomunicador.
—¿Contra qué?
—Lo sabremos más adelante.
—No creo —dijo Zenia tímidamente— que haya sido un accidente.
Esto llevó la discusión a un punto muerto durante varios segundos.
—¡Qué idea aterradora! —dijo Floyd. Pero la podemos descartar. Si ése fuera el caso, no habrían avisado.
—Tal vez. Si inicias un incendio en el bosque por haber sido descuidado, al menos intentas advertir a todo el mundo.
—Y hay otra cosa que probablemente no sabremos nunca —se lamentó Vasili—. Siempre pensé que Carl Sagan tendría razón, y habría vida en Júpiter.
—Nuestras sondas nunca detectaron ningún tipo de vida.
—¿Cómo podrían haberlo hecho? ¿Encontrarías tú vida en la Tierra, si revisaras unas pocas hectáreas del Sahara o del Antártico? Algo así es lo que hemos hecho en Júpiter.
—¡Hey! —dijo Brailovsky—. ¿Qué hay de Discovery… y de Hal?
Sasha encendió el receptor de largo alcance y comenzó a buscar la frecuencia del radiofaro. No había traza de la señal. Después de un rato, anunció al expectante y silencioso grupo:
—Discovery se ha ido.
Nadie miró a Chandra; pero hubo unas pocas palabras apagadas de amabilidad, como si fuera el pésame a un padre que había perdido a su hijo.
Pero Hal aún tenía una última sorpresa para ellos.