—Walter, me preocupa Heywood.
—Lo sé, Tanya; pero ¿qué podemos hacer?
Curnow nunca había visto a la comandante Orlova tan indecisa; la hacía mucho más atractiva, no obstante sus prejuicios contra las mujeres menudas.
—Lo aprecio mucho, pero ésa no es la razón. Su… melancolía, supongo que ésa es la palabra más apropiada, está afectando a todos. Leonov ha sido una nave alegre. Y quiero que siga siéndolo.
—¿Por qué no hablas con él? Te respeta, y estoy seguro de que hará lo posible para salir adelante.
—Eso es lo que pienso hacer. Y si no funciona…
—¡¿Qué?!
—Hay una solución muy sencilla. ¿Qué más puede hacer en este viaje? De todos modos estará en hibernación cuando partamos de regreso a casa. Podríamos… ¿cómo dicen ustedes?, adelantar un poco los acontecimientos.
—¡Fiu!, el mismo sucio truco que usó Katerina conmigo. Estará furioso cuando se despierte.
—Pero también a salvo en Tierra, y muy ocupado. Estoy segura de que nos lo perdonará.
—No creo que hables en serio. Aun cuando yo te respaldara, Washington pondría el grito en el cielo. Además, supón que suceda algo, y que realmente lo necesitáramos. ¿No hay un período crítico de dos semanas, antes de poder revivir a alguien sin complicaciones?
—A la edad de Heywood, es de más de un mes. Sí, estaríamos… en una situación comprometida. ¿Pero qué crees que pueda suceder ahora? Ya ha terminado el trabajo para el que lo han enviado, además de vigilarnos. Y estoy segura de que tú has sido bien asesorado al respecto en algún oscuro suburbio de Virginia o Maryland.
—No lo afirmo ni lo niego. Y francamente, sería un agente secreto muy pobre. Hablo demasiado, y odio la Seguridad. He luchado toda mi vida para mantener mi rango por debajo de RESTRINGIDO. Cada vez que hubo peligro de que lo reclasificaran CONFIDENCIAL o, peor aún, SECRETO, he armado un escándalo. Aunque hoy en día eso se está volviendo muy difícil.
—Walter, eres incorrupt…
—¿Incorregible?
—Sí, eso quería decir. Pero, por favor, volvamos a Heywood. ¿No prefieres hablarle tú primero?
—¿Quieres decir… darle una arenga? Prefiero ayudar a Katerina a colocarle la aguja. Nuestras psicologías son demasiado diferentes. Él cree que soy un payaso bocón.
—Y a menudo lo eres. Pero sólo para ocultar tus auténticos sentimientos. Algunos de nosotros hemos desarrollado la teoría de que en lo profundo de ti hay una persona realmente agradable, pugnando por salir.
Por una vez, Curnow se quedó sin palabras. Finalmente murmuró:
—Oh, bien… haré lo que pueda. Pero no esperes milagros; mi test dio cero en tacto. ¿Dónde se esconde ahora?
—En el Hangar de las Arvejas. Dice que está terminando su informe final, pero yo no le creo. Sólo trata de alejarse de nosotros, y ése es el lugar más tranquilo.
Ésa no era la razón, aunque también fuera importante. A diferencia del giróscopo, donde tenía lugar casi toda la acción a bordo de Discovery, el Hangar de las Arvejas era un ambiente de gravedad cero.
Desde el principio de la Era Espacial, los hombres habían descubierto la euforia de la falta de peso y recordaron la libertad que habían perdido al abandonar el antiguo útero del mar. Sin gravedad, se había recuperado parte de aquella libertad; con la pérdida del peso se iban muchas de las responsabilidades y penas de la Tierra.
Heywood Floyd no había olvidado su dolor, pero allí era más soportable; cuando fue capaz de analizar el asunto en forma objetiva, se sorprendió de la violencia de su reacción ante un suceso que no era del todo inesperado. Involucraba algo más que la pérdida del amor, aunque ésa era la peor parte. El golpe había llegado cuando él estaba particularmente vulnerable, en el mismo momento en que tenía una sensación de anticlímax, inclusive de futilidad.
Y sabía, precisamente, por qué. Había conseguido llevar a cabo lo que se esperaba que él hiciera, gracias a la idoneidad y cooperación de sus colegas (y ahora, con su egoísmo, les estaba fallando, lo sabía). Si todo iba bien —¡esa letanía de la Era Espacial!— volverían a Tierra con un acopio de conocimientos tal como nunca había logrado expedición alguna y, en pocos años, hasta la perdida Discovery sería devuelta a sus constructores.
Pero no era suficiente. Allí quedaba el sobrecogedor enigma de Hermano Mayor, a unos pocos kilómetros de distancia, burlándose de todas las expectativas y logros humanos. Igual que su análogo de la Luna hacía una década, había tomado vida durante un instante, y se había vuelto a encerrar en una obstinada inactividad. Era una puerta cerrada a la que habían golpeado en vano. Sólo David Bowman, eso parecía, había encontrado la llave.
Tal vez eso explicara la atracción que sentía por aquel lugar tranquilo, y hasta misterioso. Desde allí —ahora una vacía plataforma de lanzamiento— Bowman había partido en su última misión, a través de la escotilla circular que conducía al infinito.
Ese pensamiento le pareció risible, más que deprimente; ciertamente contribuía a distraerle de sus problemas personales. La malograda melliza de Nina formaba parte de la historia de la exploración espacial; había viajado, según decía el gastado cliché que siempre hacía evocar una sonrisa, y también la vigencia de su verdad fundamental: «adonde no había ido jamás ningún hombre…». ¿Dónde estaría ahora? ¿Lo sabría alguna vez?
A veces se sentaba durante horas en la cápsula estrecha, pero no asfixiante, tratando de unir sus ideas, eventualmente, dictando algunas notas; y el resto de los tripulantes respetaba su privacidad, y comprendía su necesidad. Nunca se acercaban al Hangar de las Arvejas, y tampoco tenían por qué hacerlo. Su reacondicionamiento era una tarea para el futuro, y para otro equipo.
Una o dos veces, cuando estaba realmente deprimido, se sorprendió pensando: «¿Y si ordenara a Hal que me abriera la puerta, y saliera tras las huellas de Dave Bowman? ¿Sería agraciado con el milagro que él vio y que alcanzó a vislumbrar Vasili? Eso resolvería todos mis problemas…».
Aun cuando el recuerdo de Chris no lo detuviera, había una razón excelente por la que tal movimiento suicida estaba fuera de discusión. Nina era un equipo muy complejo y él no podía operarla, como tampoco podía pilotar un avión de combate.
No era un explorador muy intrépido: aquella singular fantasía quedaría sin realizarse.
Walter Curnow nunca había aceptado una misión con más resistencia. Sentía una pena real por Floyd, pero al mismo tiempo un poco impaciente por la angustia del otro. Su propia vida emotiva era amplia, pero poco profunda; nunca había jugado todo su dinero a un solo caballo. Más de una vez le habían dicho que abarcaba demasiado y, aunque nunca se había arrepentido por ello, estaba comenzando a pensar que debería sentar cabeza.
Tomó por el atajo a través del centro de control del giróscopo, y notó que el Indicador de Máxima Velocidad seguía parpadeando en forma idiota. Gran parte de su trabajo consistía en decidir cuándo podía ignorarse las alarmas, cuándo eran fácilmente manejables… y cuándo debían ser tratadas como verdaderas emergencias. Si prestara atención a cada grito de auxilio de la nave nunca terminaría ningún trabajo.
Se deslizó a lo largo del estrecho corredor que conducía al Hangar, impulsándose con toques ocasionales contra las paredes tubulares. El barómetro anunciaba que detrás de la esclusa había vacío, pero él no se engañaba. Pisaba sobre seguro; si la aguja tuviera razón, no podría haber abierto la puerta.
Ahora que faltaban dos de las tres cápsulas, el lugar parecía vacío. Sólo operaban unas pocas luces de emergencia, y en la otra pared de enfrente, uno de los gran angulares de Hal lo miraba fijo. Curnow lo saludó con la mano, pero sin hablar. Por orden de Chandra, seguían desconectadas todas las entradas de audio, menos una que sólo él utilizaba.
Floyd estaba sentado en la cápsula, de espaldas a la portezuela, dictando unas notas y se volvió con suavidad al percibir la presencia deliberadamente ruidosa de Curnow. Por un instante, los dos hombres se observaron en silencio, y enseguida Curnow anunció pomposamente:
—Doctor Heywood Floyd, soy portador de los saludos de nuestra bien amada comandante. Ella considera que ya es hora de que regrese usted al mundo civilizado.
Floyd sonrió con tristeza, y soltó una pequeña risa.
—Devuélvele los míos, por favor. Lamento haber estado tan… insociable. Los veré a todos en el Soviet de las 18:00.
Curnow se aflojó; su introducción había funcionado.
Personalmente, consideraba a Floyd como una persona demasiado estirada, y sentía esa tolerancia del ingeniero para con los científicos teóricos y los burócratas. Floyd tenía una ubicación elevada en ambas categorías, y era un blanco irresistible para el particular sentido del humor de Curnow. Aun así, los dos hombres habían aprendido a respetarse, y hasta a admirarse mutuamente.
Cambiando el tema con agradecimiento, Curnow pasó suavemente la mano por la flamante portezuela de Nina, que contrastaba vívidamente con el resto del gastado exterior de la cápsula, y continuó:
—Me pregunto cuándo volveremos a enviarla al exterior —dijo—. Y quién la conducirá esta vez. ¿Alguna decisión?
—No. Washington se anda con pies de plomo. Moscú sugiere que juguemos una carta. Y Tanya prefiere esperar.
—¿Tú qué crees?
—Estoy de acuerdo con Tanya. No deberíamos interferir con Zagadka hasta no estar listos para partir. Si entonces algo funciona mal, tendremos alguna probabilidad más a nuestro favor.
Curnow parecía pensativo, y desusadamente vacilante.
—¿Qué pasa? —preguntó Floyd, notando un cambio en su ánimo.
—No lo divulgues, pero Max estaba pensando en una expedición monotripulada.
—No puedo creer que estuviera hablando en serio. No se hubiera atrevido… Tanya lo pondría entre rejas.
—Yo le dije más o menos lo mismo.
—Me ha decepcionado; pensé que era más maduro. Después de todo, tiene treinta y dos años.
—Treinta y uno. De todos modos, le saqué la idea de la cabeza. Le recordé que esto es la vida real, no algún videodrama estúpido en el que el héroe se lanza al espacio sin decir nada a sus compañeros y realiza el Gran Descubrimiento.
Ahora le tocó a Floyd sentirse incómodo. Después de todo, él mismo había estado pensando en algo parecido.
—¿Estás seguro de que no intentará nada?
—En un doscientos por ciento. ¿Recuerdas las precauciones que tomaste con Hal? Bien, yo he tomado las mías con Nina. Nadie volará en ella sin mi autorización.
—Todavía no puedo creerlo. ¿Estás seguro de que Max no te estaba tomando el pelo?
—Su sentido del humor no es tan sutil. Además, se sentía bastante desdichado en esos momentos.
—Oh… ahora entiendo. Debe haber sido cuando tuvo esa discusión con Zenia. Supongo que estaría tratando de impresionarla. De todas maneras, parece que ya se han arreglado.
—Eso me temo —contestó Curnow de costado. Floyd no pudo evitar una sonrisa, Curnow lo advirtió, y comenzó a reír entre dientes, lo que hizo que Floyd soltara una carcajada, lo que a su vez…
Fue un magnífico ejemplo de retroalimentación positiva, en un loop de alto rendimiento. En pocos segundos, ambos reían descontroladamente.
La crisis estaba superada. Y más aún, habían dado el primer paso hacia una auténtica amistad.
Habían intercambiado debilidades.